Noticias de Perelman
Me consta que para mucha gente el culebr¨®n del verano no fue la guerra de L¨ªbano ni la revelaci¨®n de que G¨¹nter Grass hab¨ªa pertenecido en su juventud a las SS, sino el Congreso Internacional de Matem¨¢ticas celebrado en agosto en Madrid, y sobre todo la ausencia en ¨¦l del matem¨¢tico ruso Grigori Perelman. Como recordar¨¢n, Perelman no acudi¨® al congreso y no recogi¨® la medalla Fields -la mayor distinci¨®n matem¨¢tica-, que se le otorgaba por haber resuelto la conjetura de Poincar¨¦. Las razones de la inusitada negativa de Perelman no son claras, pero todo parece indicar que guardan relaci¨®n con lo que Perelman considera deshonestidad de uno de sus maestros y, por extensi¨®n, de toda la comunidad matem¨¢tica; tambi¨¦n, con su reticencia a participar en cualquier acto social con fines promocionales. Sea como sea, y al margen de que no falte quien sostenga que no ha habido mejor promoci¨®n para Perelman y para el congreso de matem¨¢ticas que la negativa de Perelman a asistir al congreso y recoger su medalla, lo cierto es que el acto y la figura de Perelman parecen dise?ados para ratificar la imagen t¨®pica que nos gusta tener de los matem¨¢ticos. "Es un hombre ensimismado", ha dicho de Perelman su amigo Yevgueni Damaskisnski. "A veces da la impresi¨®n de estar un poco chiflado; no es un defecto, sino una cualidad propia de todos los buenos matem¨¢ticos".
?Est¨¢n todos los matem¨¢ticos aquejados de irrealidad? ?O, como dice Damaskinski, es s¨®lo una cualidad propia de los buenos matem¨¢ticos? ?Qu¨¦ pas¨® con Perelman? ?Por qu¨¦ dijo No y lo mand¨® todo al diablo? Mientras entreten¨ªa el ocio del verano tratando de contestar a estas preguntas no hac¨ªa m¨¢s que acordarme de mi amigo Antonio. En realidad no estoy del todo seguro de que fuera mi amigo, ni de que se llamara Antonio; ni siquiera estoy seguro de c¨®mo le conoc¨ª. Lo que s¨¦ es que era un gallego perdido en una ciudad universitaria perdida en la vastedad del Medio Oeste norteamericano, en un invierno de hace muchos a?os. Era matem¨¢tico, no hablaba una sola palabra de ingl¨¦s y estaba all¨ª porque hab¨ªa obtenido una beca; tambi¨¦n era peque?o, humilde, silencioso y sonriente. Creo que estaba muy solo. A veces qued¨¢bamos en un bar, beb¨ªamos cerveza y convers¨¢bamos hasta muy tarde. Fue as¨ª como supe que proced¨ªa de una aldea ¨ªnfima, no s¨¦ si de Lugo o Pontevedra, que sus padres eran campesinos pobres, que ¨¦l les ayudaba con las vacas, que echaba de menos su aldea; tambi¨¦n supe en qu¨¦ consist¨ªa su trabajo en aquella universidad: en pasarse el d¨ªa tumbado en el sof¨¢ de su despacho sin hacer ni escribir nada salvo pensar en sus n¨²meros. "?Sabes por qu¨¦ no existe el premio Nobel de matem¨¢ticas?", me pregunt¨® un d¨ªa, con una sonrisa malvada; dije que no. "Porque la mujer de Alfred Nobel ten¨ªa un amante que era matem¨¢tico". Una vez le pregunt¨¦ c¨®mo pod¨ªa escribir sus art¨ªculos en ingl¨¦s si no sab¨ªa ingl¨¦s; al d¨ªa siguiente apareci¨® con una copia de uno de sus art¨ªculos, en la cual pr¨¢cticamente s¨®lo figuraban dos palabras inglesas ("So" y "then"): el resto eran columnas de n¨²meros y signos matem¨¢ticos. Una noche en que hab¨ªamos bebido demasiado se desahog¨®: furioso, casi con l¨¢grimas en los ojos, me dijo que el catedr¨¢tico que le hab¨ªa conseguido la beca era un negrero, que se aprovechaba de su trabajo y que cualquier d¨ªa se iba a hartar e iba a mandarlo al diablo. Pero sobre todo recuerdo el ¨²ltimo d¨ªa que lo vi. Los dos regres¨¢bamos a Espa?a (¨¦l para siempre, yo de vacaciones) y, como no sab¨ªa llegar al aeropuerto, me pidi¨® que fu¨¦semos juntos. As¨ª lo hicimos: dos horas y media de autob¨²s hasta Chicago y casi una hora de tren hasta el aeropuerto de O'Hare. All¨ª, en el mostrador de facturaci¨®n, mi amigo descubri¨® que hab¨ªa olvidado su pasaporte. Angustiado, comprendi¨® que iba a perder el avi¨®n, y que no ten¨ªa dinero para comprar otro billete, y comprendi¨® tambi¨¦n que ni siquiera sab¨ªa c¨®mo regresar a la ciudad universitaria para recuperar su pasaporte; angustiado, comprend¨ª que, aunque yo tampoco pod¨ªa perder mi avi¨®n porque no pod¨ªa comprar otro billete, tampoco pod¨ªa abandonar a aquel hombre perdido y desorientado e ignorante del ingl¨¦s en el mayor aeropuerto del mundo. Por fin me convenci¨®: le di las indicaciones precisas para volver a la ciudad y le vi perderse, humild¨ªsimo y cargado con sus enormes maletones, entre la muchedumbre de O'Hare. Meses m¨¢s tarde coincid¨ª en una fiesta con un matem¨¢tico y le pregunt¨¦ por mi amigo. "Ah", sonri¨®. "Creo que era un genio". Luego me dijo que todo lo que sab¨ªa de ¨¦l era que a su regreso a Espa?a hab¨ªa abandonado las matem¨¢ticas.
?Son los buenos matem¨¢ticos unos simp¨¢ticos exc¨¦ntricos incapaces de lidiar con la realidad, campeones del despiste y habitantes de un mundo fantasmal? Los cient¨ªficos coinciden en que la resoluci¨®n de la conjetura de Poincar¨¦ puede permitirnos llegar a conocer la forma del Universo, y, a juzgar por las actitudes de Perelman y de mi amigo gallego, uno m¨¢s bien dir¨ªa que los matem¨¢ticos poseen un sentido de la realidad much¨ªsimo m¨¢s acusado que el resto de los mortales. Una cosa es segura: yo no s¨¦ si Perelman es un genio -ni siquiera si lo era mi amigo gallego, a quien Dios tenga en la gloria de su aldea, sacando a pastar a sus vacas-, pero lo que s¨ª s¨¦ es que es algo casi tan dif¨ªcil de encontrar como un genio: un hombre libre.
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