Sobre la mierda (de toro)
Con todo lo sucedido, todav¨ªa no salgo de mi asombro tras las supuestas revelaciones que el peri¨®dico de la derechota y la radio episcopal vienen difundiendo, durante a?os y con insistencia digna de menor causa, sobre la autor¨ªa y causas del terrible atentado que un pu?ado de fan¨¢ticos perpetraron en la estaci¨®n de Atocha de Madrid invocando el nombre de Al¨¢. Si me tengo que creer cuanto han publicado, los terroristas del 11-M formaban parte de una conjura instrumentada por los servicios secretos franceses y/o marroqu¨ªes, con la colaboraci¨®n de la polic¨ªa espa?ola, sectores de la Guardia Civil, militantes socialistas, confidentes de la pasma, narcotraficantes, y, desde luego, activistas de ETA -tal como se proclam¨® desde el Gobierno del se?or Aznar-. Este conglomerado de conspiradores habr¨ªa embaucado a unos moritos (para utilizar el apelativo racista con que les distingue la radio portavoz de la Iglesia espa?ola) a fin de perpetrar un golpe de Estado que desalojara a la derecha del poder. El objetivo no ser¨ªa s¨®lo sentar en las poltronas a Zapatero y su gente, sino destruir Espa?a, descristianiz¨¢ndola, desvertebr¨¢ndola, destruy¨¦ndola. Para eso era necesario reformar los estatutos de autonom¨ªa, pactar con ETA a fin de devolverle los favores del atentado, retirar las tropas de Irak y, en definitiva, traicionar las esencias patrias, la Espa?a de siempre, a la que s¨®lo un pu?ado de leales parecer¨ªa estar dispuesto a defender frente a las hordas islamistas -herederas, en el imaginario del tr¨ªo de las Azores, de los atributos de las antiguas hordas marxistas, sobre los que fuimos adoctrinados en la ni?ez-.
Son tantas tonter¨ªas publicadas y dichas, ampar¨¢ndose en un sedicente periodismo de investigaci¨®n, que no daba yo mayor importancia a la proliferaci¨®n de pendejadas altisonantes con que los defensores de semejantes tesis ven¨ªan castig¨¢ndonos a diario, pese a la mella que han hecho en sectores de la opini¨®n p¨²blica. Ni la doy. El periodismo amarillo no es un invento de la COPE, convertida desde hace tiempo en una m¨¢quina de difamar, ni del peri¨®dico de Rizzoli en Espa?a, cuyo ¨¦xito en la diseminaci¨®n de basura espero no sirva de ejemplo a su diario estrella, Corriere della Sera. Desde que la libertad de prensa existe hay sitio en ella no s¨®lo para la honestidad y el debate racional; tambi¨¦n para los desalmados y los tontos, con los que debemos aprender a convivir, pues son los tribunales y los lectores quienes finalmente dictar¨¢n el veredicto adecuado acerca de sus desvar¨ªos. Lo verdaderamente preocupante es la adopci¨®n de esas pr¨¢cticas amarillistas por el principal partido de la oposici¨®n, y la utilizaci¨®n de la mentira y la injuria como m¨¦todo habitual de expresi¨®n de quienes hablan por la radio de la Iglesia cat¨®lica. Actitudes que, de no corregirse a tiempo -y no s¨¦ ya si es tiempo- pasar¨¢n factura a sus patrocinadores, desde luego, pero habr¨¢n generado una fractura social cimentada en el odio, la calumnia y la maledicencia.
No voy a insistir en la insensatez pol¨ªtica de que quien era el ministro del Interior al frente de la polic¨ªa cuando se cometieron los atentados, y de cuya impericia dan fe las hemerotecas, pretenda ser uno de los cabecillas pol¨ªticos de esta rebeli¨®n que no viene sino a demostrar su irrisoria capacidad para el desempe?o del empleo. M¨¢s me interesa la actitud de relevantes sectores del Gobierno, que durante a?os se han esmerado en dar tribuna en los medios p¨²blicos a estos voceadores de la inmundicia, contribuyendo a aumentar su popularidad y a engrosar su bolsillo. Los ciudadanos de a pie no acaban de entender que, en nombre de un pluralismo sui g¨¦neris, y ampar¨¢ndose en la tesis de un supuesto equilibrio entre las diversas tendencias de opini¨®n, las autoridades pol¨ªticas y los dignatarios religiosos contribuyan a prestigiar hasta el rid¨ªculo a semejantes personajes. Quiz¨¢ se deba a que la conversi¨®n del PP en un partido de la ultraderecha, vociferante hasta la extenuaci¨®n, atrabiliario, enrocado en s¨ª mismo, y orgulloso due?o de todos los estereotipos que el franquismo difundi¨® durante a?os, no responde s¨®lo a la desgraciada gesti¨®n de sus l¨ªderes, dedicados a excitar la bestia hist¨®rica de este pa¨ªs, sino tambi¨¦n a la satisfacci¨®n con que eso se contempla en el palacio de la Moncloa. El histrionismo de un PP radicalizado es para los socialistas la mejor garant¨ªa de su victoria en las pr¨®ximas elecciones.
La b¨²squeda de una trinchera, por parte de los perdedores de elecciones democr¨¢ticas, en los medios de comunicaci¨®n o en las esquinas de la calle, cuando no en tribunales de justiciaideologizados y sectarios, es algo ya com¨²n en nuestros d¨ªas. Las virtudes de la democracia representativa son puestas de continuo en entredicho mediante la apelaci¨®n al populismo y el empleo masivo del sensacionalismo medi¨¢tico. El sectarismo con que se produce desdice de la lealtad institucional de quienes practican semejantes m¨¦todos que, por lo dem¨¢s, no son exclusiva de ninguna ideolog¨ªa. Los mismos que critican las movilizaciones callejeras en M¨¦xico jalearon hasta la extenuaci¨®n la revoluci¨®n naranja en Ucrania -cuyo triste destino ya conocemos-, que sirvi¨® de inspiraci¨®n y ejemplo al proceso del pa¨ªs azteca. El papel de los medios de comunicaci¨®n en todo esto es m¨¢s que singular. Frecuentemente son acusados -como en las recientes elecciones brasile?as- de ser los culpables del fracaso de la izquierda y de la frustraci¨®n de las demandas populares en pa¨ªses donde el poder sigue anclado a las formas m¨¢s rancias y corruptas del capitalismo. Esas invectivas contra la libre prensa son m¨¢s que injustas, porque es deber de los medios criticar al poder y vigilar sus excesos, cualquiera que sea quien los cometa. Pero es imposible desconocer tambi¨¦n que en ello se amparan, c¨ªnicamente, quienes por su parte utilizan con desverg¨¹enza los p¨²lpitos y las p¨¢ginas editoriales para difamar al adversario, utilizando toda clase de mentiras y artilugios dial¨¦cticos, m¨¦todo por el que pretenden recuperar la gobernaci¨®n perdida.
Toda esa palabrer¨ªa, maledicencia y confusionismo que azota el debate pol¨ªtico, en Espa?a y fuera de ella, merece una expresi¨®n en ingl¨¦s bien sugerente: bullshit, mierda de toro. El profesor de Princeton Harry G. Frankfurt ha dedicado su tiempo a analizar esta bo?iga intelectual y recientemente nos regal¨® con un ensayo sobre el tema, que no es otro que la manipulaci¨®n de la verdad. Los traductores del libro han decidido llamar charlataner¨ªa al bullshit, lo que es una concesi¨®n bienpensante a la etimolog¨ªa del t¨¦rmino. El profesor Frankfurt hace una distinci¨®n memorable entre el mierdoso del bullshit y el simple mentiroso. A aquel "... no le importa si las cosas que dice describen correctamente la realidad. Simplemente las extrae de aqu¨ª y de all¨¢ y las manipula para que se adapten a sus fines". El mentiroso tiene noci¨®n de lo que es verdad y lo que no lo es. El charlat¨¢n de mierda (bullshit) "no est¨¢ del lado de la verdad ni de lo falso... ... puede que no nos enga?e, o que ni siquiera lo intente, acerca de los hechos o de lo que ¨¦l toma por hechos. Sobre lo que s¨ª intenta enga?arnos deliberadamente es sobre su prop¨®sito". En l¨ªnea con este an¨¢lisis parece evidente que los inventores de las paparruchas que circulan por las ondas episcopales practican el principio de que el fin justifica los medios. El prop¨®sito de quienes les alientan y animan no es, contra lo que dicen, defender la verdad -en este caso, sobre el 11-M- sino los intereses del partido de la oposici¨®n, responsable del Gobierno en el momento de los atentados. Por eso es irrelevante si algunas de sus presuntas investigaciones resultan acertadas y otras est¨²pidas, porque de lo que se trata es de manipular a la opini¨®n p¨²blica con un solo fin. No el de convencerla de que el ¨¢cido b¨®rico, adem¨¢s de para conservar los langostinos, sirve para fabricar explosivos, sino de que el sumario judicial sobre el atentado de Atocha est¨¢ trufado de fallos porque el Gobierno prefiere no investigar la verdad.
En su despiadado af¨¢n por lograr sus objetivos estos charlatanes no paran en mientes y convendr¨ªa no menospreciar su eficacia. El que sean unos falsificadores no significa que no se muestren expertos en su tarea. Mucha gente duda en M¨¦xico de que no haya habido fraude electoral, pese a los pronunciamientos judiciales que lo han desestimado, y mucha gente duda en Espa?a sobre la "autor¨ªa intelectual" del 11-M, pese a las evidencias de que nos encontramos ante un acto vand¨¢lico m¨¢s de la red de Bin Laden. El bullshit es una enfermedad creciente en las opiniones p¨²blicas de las democracias y debemos aprender a sufrirla tanto como a combatirla, habida cuenta de las toneladas de esti¨¦rcol que se derraman a diario sobre nosotros. Consol¨¦monos sabiendo que est¨¢ bendito.
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