Cari?osa despedida de D¨¢vila Miura
Es emocionante comprobar la exquisita sensibilidad de la Maestranza en momentos cruciales en la vida de los toreros.
Ayer se despidi¨® el sevillano D¨¢vila Miura, y vivi¨® una tarde pre?ada de emociones que dif¨ªcilmente olvidar¨¢. La plaza lo recibi¨® con una ovaci¨®n de aliento al acabar el pase¨ªllo; la plaza puesta en pie recogi¨® el brindis del torero antes de iniciar la ¨²ltima faena de su carrera; sus compa?eros de cartel le rindieron respeto y admiraci¨®n al brindarle un toro cada uno; y, finalmente, Sevilla lo despidi¨® con una calurosa muestra de afecto cuando enfilaba por su propio pie la puerta de cuadrillas.
Pero en tarde de tantas emociones no es f¨¢cil reprimir la generosidad. Sobre todo, en esta Sevilla tan dada a las emociones encendidas, los vellos de punta y la carne de gallina. Es entonces cuando la Maestranza pierde todo el sentido de la exigencia y se desborda por la senda del cari?o. A D¨¢vila, por ejemplo, entre abrazos y besos, le concedieron dos orejas que, al menos, deben ser calificadas como ben¨¦volas. Claro, que no parece el momento m¨¢s adecuado para la cicater¨ªa, pereo la verdad no tiene m¨¢s que un camino.
Ortega/D¨¢vila, Manzanares, Perera
Toros de Gerardo Ortega, bien presentados, sosos y descastados. D¨¢vila Miura: oreja tras aviso y oreja. Jos¨¦ Mar¨ªa Manzanares: ovaci¨®n en ambos. Miguel Angel Perera: oreja y oreja. Plaza de la Maestranza. 12 de octubre. Tres cuartos de entrada.
Ciertamente, D¨¢vila lo dio todo la tarde de su despedida. Con el lote menos infame de la descastada corrida, se luci¨® en varias tandas de derechazos largos y templados, y destac¨®, sobre todo, en largos pases de pecho. A¨²n pudo ofrecer pinceledas por naturales en su primero, y un quite por ver¨®nica en el cuarto.
D¨¢vila fue un calco de lo que ha sido durante diez a?os como matador: un torero serio y honesto, de experimentada y corta tauromaquia, muy regular y nada arrebatador. Le ha faltado, quiz¨¢, fe en s¨ª mismo, un punto de locura y pellizco; le han faltado agallas para dar ese paso m¨¢s que diferencia a los buenos toreros como ¨¦l de las figuras aut¨¦nticas. Por lo dice, parece un hombre cabal, y, con toda seguridad, es inteligente. Conocedor de sus limitaciones, se ha despedido en el momento justo, con la admiraci¨®n y el respeto debido a los toreros sin dobleces como ¨¦l.
Junto al torero maduro, dos j¨®venes que quieren hacerse con el cetro del toreo: Perera y Manzanares.
El primero acumula mucho valor. Y a fuerza de colocarse cerca de los pitones y dej¨¢rselos llegar hasta los mismos muslos, cort¨® dos orejas, que pudieron ser tres si no se raja el sexto de la tarde. Mucho valor y excesiva recompensa. Pero la tarde estaba metida en cari?o, y ya se sabe... Su lote fue muy deslucido y molesto, pero Perera aguant¨® tarascadas y ga?afones con una pasmosa sangre fr¨ªa. Recibi¨® a su segundo con un emocionante pase cambiado por la espalda en el centro del anillo, y sigui¨® con dos tandas de buenos derechazos. Ah¨ª acab¨® todo porque el animal se acobard¨® en tablas y sac¨® bandera blanca.
Manzanares pas¨® in¨¦dito porque le tocaron los peores toros, y los menos apropiados para su estilo. ?Habr¨ªa que exigirle algo m¨¢s? Pues, s¨ª. Pero esta Sevilla tan cari?osa lo aplaudi¨® largamente como si el joven hubiera protagonizado una gesta.
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