La naranja de Mozart
Faltan cuatro a?os para su muerte, y la estaci¨®n es ¨¦sta, oto?o, pero de 1787. Desde Viena Mozart viaja a Praga para dirigir el estreno de su Don Giovanni. Le acompa?a su mujer, Konstanze. Aunque en la actualidad ¨¦ste ser¨ªa un viaje breve -brev¨ªsimo en avi¨®n- en aquella ¨¦poca duraba varios d¨ªas pese a disponer, como el compositor, de un carruaje tirado por tres caballos de postas. Si el itinerario se cubr¨ªa a pie, algo nada infrecuente, la traves¨ªa exig¨ªa algunas semanas. A caballo o a pie, hab¨ªa tiempo sobrado para que ocurriera un incidente notable.
A Mozart le ocurre ese incidente que, como en sus ¨®peras, desencadena una serie de acontecimientos imprevisibles. Mientras estira las piernas durante un alto en el camino se fija en un hermoso naranjo del jard¨ªn de un palacio. Guiado por un impulso y un recuerdo arranca uno de los frutos del naranjo, plantado en una maceta, pero cuando est¨¢ a punto de saborear su bot¨ªn un jardinero irrumpe para reprenderle por su hurto.
Los acontecimientos se desencadenaron y cada situaci¨®n parece conducir a la situaci¨®n opuesta. Mozart, que no pierde su buen humor, es retenido por el jardinero. No ha robado una naranja cualquiera pues todos los selectos frutos de aquel naranjo replantado en la maceta est¨¢n destinados a una fiesta de compromiso que tiene que celebrarse en el palacio. El due?o de la hacienda, un arist¨®crata, se enfurece con el ladr¨®n y con la inseguridad de una ¨¦poca que ni siquiera permite preservar los naranjos de los asaltos de ladronzuelos.
Mozart lo pasar¨ªa mal si no sucediera lo que sucede en sus ¨®peras. Quiz¨¢ por esto contin¨²a con ese tono festivo que le es propio y espera tranquilamente bajo la mirada inquisitiva del jardinero, en quien reconoce el af¨¢n de cumplir con su deber. Entretanto, la esposa del due?o, tambi¨¦n enterada del incidente en el jard¨ªn, descubre la identidad del genial delincuente, por el cual siente veneraci¨®n. Como en las ¨®peras mozartianas -y como en los libretos de Da Ponte-, la mujer afea la conducta del refunfu?ado marido y lo convence para que, en lugar de denunciante, se convierta en anfitri¨®n de Mozart.
Wolfgang y Konstanze son invitados a la fiesta de compromiso matrimonial que se desarrolla en el palacio. Durante el banquete se establece una corriente de alegre complicidad entre los presentes y empiezan las confidencias. Las mujeres est¨¢n fascinadas con Mozart, pero el due?o de la casa a¨²n est¨¢ algo resentido por el hurto que ha ocurrido en su jard¨ªn y por el escaso respeto por la propiedad en estos tiempos revolucionarios.
Para compensarle, Mozart explica a los invitados por qu¨¦ rob¨® la naranja, por un impulso y por un recuerdo. El impulso ven¨ªa provocado por la hermosa visi¨®n y por la promesa de un jugo maravilloso. El propietario no est¨¢ nada contento con esta explicaci¨®n. Sin embargo, el recuerdo va a seducir a todos, incluso a ¨¦l. La naranja, brillando bajo el sol oto?al, le hizo recordar a Mozart una escena infantil.
Ante los invitados aparece Mozart ni?o, quiz¨¢ ya adolescente, este Mozart que ha dejado boquiabierta a media Europa con un talento casi imposible. Ahora est¨¢ en N¨¢poles, una ciudad importante en su gira musical por Italia, y asiste a una gran fiesta en la bah¨ªa. Acostumbrado al puritanismo moral que le rodea en Salzburgo, aquel espect¨¢culo despierta todos sus sentidos. En un momento determinado unas muchachas se enzarzan en una guerra de naranjas. Mozart adolescente sue?a: nunca ha visto nada tan er¨®tico.
?ste es el recuerdo que le llev¨® a robar la naranja. Todos aplauden. Tambi¨¦n el propietario de la naranja robada, si bien en este caso no queda clara la superaci¨®n completa del resentimiento. Su duda no cuenta ante el entusiasmo de los dem¨¢s, y probablemente no quiere caer de nuevo en el rid¨ªculo. La atm¨®sfera es tan amistosa y cordial que Mozart accede a tocar algunos fragmentos del Don Giovanni, la obra que est¨¢ a punto de estrenar en Praga.
Hasta este instante toda la forma se asemeja mucho a escenas de Cosi fan tutte o Le nozze di Figaro. No se ha escuchado m¨²sica pero la m¨²sica que se hubiera debido escuchar durante el robo de la naranja y la irrupci¨®n del jardinero, o durante el desespero col¨¦rico del arist¨®crata en contraste con la iron¨ªa satisfecha de su esposa, o en el delicioso relato del recuerdo napolitano, ser¨ªa m¨²sica de aquellas ¨®peras. Esta combinaci¨®n de ingenio y goce amalgamada por la fuerza, ¨²nica, de la gracia mozartiana.
No obstante, ahora se produce un giro bastante brusco cuando Mozart interpreta los fragmentos de Don Giovanni. Los asistentes a la fiesta celebran la belleza de la melod¨ªa, y los anfitriones se muestran orgullosos de que esa m¨²sica celestial suene en su palacio antes que en el mundo, pero hay alguien que escucha de manera distinta al resto de los contertulios. Se trata de Eugenie, la joven novia en cuyo honor se ha dado aquel banquete de compromiso matrimonial. Eugenie advierte la dimensi¨®n tr¨¢gica de aquellos fragmentos, en los que intuye la deriva del compositor hacia una muerte temprana. En Don Giovanni el destino se hace irreversible rompiendo el sutil juego de equilibrio de las dos ¨®peras precedentes. Lo festivo se ha vuelto severo y lo intrascendente ha demostrado ser una m¨¢scara de lo incierto.
Pero s¨®lo es un momento, una vaga intuici¨®n que Mozart no est¨¢ en condiciones de negar o confirmar. La fiesta contin¨²a, m¨¢s atemperada, con una sombra de melancol¨ªa. La despedida es afectuosa. Wolfgang y Konstanze reemprenden el viaje hacia Praga mientras todos se desean esa felicidad mozartiana que Don Giovanni -un gran ¨¦xito en la capital bohemia- ya no es capaz de recordar.
Toda esta historia de la naranja de Mozart se la inventa, y la cuenta mucho mejor, Eduard M?rike en Mozart, de camino a Praga, una narraci¨®n, o quiz¨¢ una sinton¨ªa literaria, reeditada recientemente en una magn¨ªfica traducci¨®n de Rosa Sala. En el camino a Praga M?rike va desgranando todos los matices de la obra mozartiana y a partir de una an¨¦cdota aparentemente banal logra hacer llegar el vitalismo y la espiritualidad del compositor austriaco al lector, casi como si ¨¦ste escuchara su m¨²sica.
En estos d¨ªas que est¨¢ tan de moda culminar el centenario de Mozart -bastante empalagoso, por cierto, como todos los centenarios- con decenas de p¨¢ginas dedicadas a las cabezas cortadas del nonato Idomeneo de Berl¨ªn, les recomiendo, como ant¨ªdoto, la naranja cortada que ofrece M?rike. All¨ª s¨ª est¨¢ todo el jugo.
Rafael Argullol es escritor.
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