Ratas como palomas
Seg¨²n encuestas recientes, una cuarta parte de estadounidenses cree que su Gobierno estuvo implicado en los atentados del 11 de septiembre de 2001. Libros, v¨ªdeos y foros de Internet se dedican a propagar las supuestas pruebas de esta acusaci¨®n, alimentando teor¨ªas que van de lo terror¨ªfico por veros¨ªmil a lo risible por delirante. El 11-S no ha hecho sino agravar el desconcierto de una sociedad tradicionalmente inclinada a las teor¨ªas de la conspiraci¨®n ante un Gobierno que siempre ha tenido, en la pol¨ªtica internacional al menos, una agenda oculta, y que ¨²ltimamente presenta, sin siquiera negarlos, comportamientos criminales -secuestros, c¨¢rceles secretas, torturas, brutalidad en Irak- que dan argumentos a los filoconspiradores.
Martin Scorsese da una nueva vuelta de tuerca al viejo juego de m¨¢scaras
En Espa?a, pa¨ªs menos habituado a explicaciones conspirativas -aunque tambi¨¦n tuvimos nuestra educaci¨®n paranoica, con la murga de la conjura judeomas¨®nica y marxista-, vemos c¨®mo se instala con fuerza entre nosotros una creciente tendencia paranoide que hace surgir por todas partes manos negras como explicaci¨®n a distintos problemas y para todos los gustos. As¨ª, vemos con asombro c¨®mo el principal partido de la oposici¨®n y algunos medios de comunicaci¨®n propagan una bola de nieve sobre el 11-M donde incluyen por igual a polic¨ªas, funcionarios judiciales, dirigentes pol¨ªticos, terrorismos de distinto corte, y hasta la inevitable masoner¨ªa internacional.
Sin llegar a esos extremos delirantes -y peligrosos-, hay muchos otros ejemplos de esa tendencia. Desde las tramas ocultas insinuadas en los incendios gallegos del pasado verano -donde se agit¨® el viejo fantasma del bombero pir¨®mano-, a la sospecha de que el urbanismo espa?ol est¨¢ en manos de ediles a sueldo del sector inmobiliario, pasando por la denuncia, desde sectores fundamentalistas, de una conjura progresista que a golpe de laicidad, matrimonio gay y estatutos de autonom¨ªa est¨¢ dispuesta a liquidar la unidad de Espa?a y el sistema de valores que informa nuestra convivencia.
En este clima de desconfianza, mentira, ambig¨¹edad y miedo, que suele tomarse como efecto del 11-S, y que se extiende por todo el mundo -desde las elecciones mexicanas hasta la hist¨¦rica seguridad aeroportuaria-, encaja la nueva pel¨ªcula de Scorsese, y a ese clima pertenece. Infiltrados es muy representativa de una conciencia pesimista muy extendida, por la que, como dice el mafioso Costello -un shakespeariano rey del mal a la medida de Jack Nicholson-, si a un ni?o le preguntan si de mayor quiere ser polic¨ªa o ladr¨®n, la respuesta deber¨ªa ser: "?Cu¨¢l es la diferencia?". Se trata de esa "zona cero de la ¨¦tica", en afortunada expresi¨®n que Scorsese utiliza en todas las entrevistas promocionales; ese "mecanismo perverso de la confianza continuamente defraudada" y que crea, seg¨²n el director, "un mundo de absoluta ambig¨¹edad moral", donde "las fronteras entre el bien y el mal est¨¢n desapareciendo".
En efecto, es un mundo de tonos grises, donde los demasiado buenos o demasiado malos inducen a la sospecha, y donde todos mienten (y se mienten). "?De qui¨¦n puedes fiarte?", preguntan en varios momentos de la pel¨ªcula. De nadie, es la respuesta. Si la c¨²pula policial est¨¢ a sueldo de la mafia, y el jefe del hampa es un informante del FBI, ?cu¨¢l es el huevo y cu¨¢l la gallina? S¨®lo queda la sospecha, hacia todos: hacia los agentes del orden pero tambi¨¦n los compinches mafiosos; hacia los gobernantes pero tambi¨¦n los terroristas, los pir¨®manos y los apagafuegos, los promotores inmobiliarios y los concejales de urbanismo.
Scorsese reproduce, con no poco humor, el planteamiento vodevilesco de Chesterton en El hombre que fue Jueves, el detective que se infiltra en una organizaci¨®n criminal y va comprobando, uno a uno, c¨®mo los m¨¢ximos dirigentes del grupo son en realidad polic¨ªas infiltrados. Scorsese da una nueva vuelta de tuerca al viejo juego de m¨¢scaras. Se trata de ese viscoso mundo de los confidentes policiales y los chivatos a sueldo del crimen, tan habitual del cine policiaco, pero que en esta ocasi¨®n se ve desbordado cuando bajo una m¨¢scara encontramos una nueva m¨¢scara, y comprobamos que todos mienten, que nadie es lo que parece, que todo se pudri¨® hace tiempo y las ratas han ido ganando las calles.
As¨ª, lo que podr¨ªa quedar en una historia de infiltrados y soplones o en una intriga m¨¢s o menos retorcida y sorpresiva, desemboca en un agujero sin esperanza posible, en esa zona cero donde la impunidad hace cenizas la confianza y s¨®lo queda la violencia extrema, las ratas de alcantarilla que se sienten amenazadas y, enloquecidas, se devoran unas a otras.
Por eso Infiltrados, aun perteneciendo a una tradici¨®n de cine de agentes dobles, es muy representativa de un momento como el actual, un horizonte de incertidumbre donde algunos ven pesadillas, y donde aquella coplilla jocosa de "Dios ayuda a los malos / cuando son m¨¢s que los buenos" nos lleva a dudar de si esta vez Dios sabr¨¢ siquiera distinguir a los buenos de los malos, a las ratas de las palomas. No en vano el ¨²ltimo plano de la pel¨ªcula nos muestra, como desolador mensaje de cierre, una rata que ufana se pasea, como si fuera una paloma, por la barandilla de un lujoso ¨¢tico.
Isaac Rosa es el autor de El vano ayer, novela con la que gan¨® el Premio R¨®mulo Gallegos en 2005.
Babelia
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