Caza sutil para escribir un diario
El tiempo ha puesto sus diarios en el centro de la labor literaria de J¨¹nger, desplazando acaso novelas y ensayos a los que suele lastrar un exceso de analog¨ªas. Y cada vez que uno lee alguno de sus vol¨²menes nuevos, la perplejidad se confirma, pues pocos libros resultan tan estimulantes, tan extra?os y... tan discutibles. A J¨¹nger se le podr¨ªa rebatir mucho de lo que dice, y sin embargo queda uno atrapado en esa ret¨ªcula o tela de ara?a de vivencias, opiniones y juicios que hace tan sugestivos el tono en que est¨¢n formulados. Tanto como lo que se cuenta en un diario, es importante el tono.
El de J¨¹nger es, cierto, un tanto facultativo y ¨¢ulico, pero tambi¨¦n asequible y ameno.
Claro que aparte del tono, est¨¢ la temperatura, no menos decisiva. La de su escritura es, desde luego, ¨¢rtica. Incluso en su ensayo Sobre el dolor, se duele en fr¨ªo. No podr¨ªa ser de otro modo en quien habl¨® ya en los a?os treinta, peligrosamente, de un "coraz¨®n aventurero" y belicoso que agita la bandera del nihilismo tecnorrevolucionario. Lo denunciaron en su d¨ªa Heidegger, Mann o su propio hermano. Puede o¨ªrse a¨²n en el papel el rasgueo de su plum¨ªn de acero al escribir: "No nos pararemos en ning¨²n lugar donde el lanzallamas no haya realizado la gran purificaci¨®n a trav¨¦s de la nada".
PASADOS LOS SETENTA. DIARIOS (1971-1980)
Ernst J¨¹nger
Traducci¨®n de Isabel Hern¨¢ndez
Tusquets. Barcelona, 2006
573 p¨¢ginas. 24 euros
Resisti¨¦ndose a comprender
la dimensi¨®n ¨¦tica del eterno retorno y la insistencia de los valores (que sigue discutiendo en este tomo), una vez m¨¢s se parapeta en su biologismo a ultranza.
No obstante hubiera resultado harto dif¨ªcil escribir un diario de la nada o de nada. Lo m¨¢s pr¨®ximo a la nada es el fragmento, y por esa raz¨®n los diarios suelen tener ese car¨¢cter atomizado, minucioso. Quiz¨¢ porque el diario es a la literatura lo que el documental al cine. Cuando escribi¨® este que se publica ahora, de 1971 a 1980, J¨¹nger, que llegar¨ªa a centenario, anda alrededor de los ochenta y goza de una salud ol¨ªmpica e incombustible, viaja por todo el mundo y no tiene inconveniente en beberse una botella de vino mientras cena. Sus facultades mentales se han acrecentado a¨²n m¨¢s si cabe: no hay un solo asunto del pasado o del presente, de la filosof¨ªa, las artes o la ciencia por el que no muestre una curiosidad insaciable y a menudo una gran sagacidad. No se priva ni siquiera de contar los sue?os que tiene cada noche. Sabe de todo, tiene una memoria prodigiosa, lee, o mejor estudia, en unas cuantas lenguas vivas y muertas doscientos libros al a?o (ha le¨ªdo ya miles) y mantiene correspondencia con lo m¨¢s granado de la intelectualidad europea de ese momento, L¨¦autaud, Jouhandeau, Magritte, Cioran, Mircea Eliade, Heidegger, Benn...
Es, en fin, lo m¨¢s parecido a un Goethe del siglo XX, s¨®lo que sin romanticismo, sin el hilo de su poes¨ªa; lo que podr¨ªa llamarse un modisto de Alta Cultura, ¨¦sa en la que la solidez de los conocimientos se combina con la audacia de lo impensable: "Kuehnelt-Leddih, igual que don Quijote o Donoso Cort¨¦s, lucha en vano contra el tiempo".
?Qui¨¦n, aunque no sea Donoso Cort¨¦s, no lucha sutilmente contra el tiempo?
Caza sutil llaman los entom¨®logos, entre cuyos sabios chiflados se cuenta como es sabido J¨¹nger, a la b¨²squeda de insectos, orugas y mariposas, y eso que vale para la entomolog¨ªa, que es una especie de filatelia con patas, valdr¨ªa igualmente para la escritura de los diarios. Todo lo oscura que es la existencia de sus tenebrosos cole¨®pteros, es deslumbrante y contradictoria en la de J¨¹nger, que si escribe que "hoy una alabanza es lo que m¨¢s puede perjudicarnos", no desoye la llamada del ministro de turno que quiere condecorarle (con el Schiller, o cualquiera de los muchos premios que recoge en este tomo). La caza sutil le hace viajar reiteradamente a lugares cuyos nombres exotizar¨ªan la portada de cualquier libro: Agadir, Monrovia, Malta, Taormina, Corf¨², Siracusa, Alejandr¨ªa... J¨¹nger atraviesa esos lugares del mismo modo que el tiempo le atraviesa a ¨¦l: como la luz un cristal. S¨ª, es un viajero cl¨¢sico, no presupone nada ni nada le sorprende.
Parece preparado en todo momento para un exceso (y quiz¨¢ eso le llev¨® a sus experiencias con el LSD): el mundo, viene a decirnos, empieza siempre con cada uno de nosotros.
Se dir¨ªa tambi¨¦n que s¨®lo le interesa el principio, y quiz¨¢ por ello mira con tanta indiferencia cualquier asunto trascendente. ??sa es la raz¨®n por la que fue un coleccionista compulsivo (de nombres prestigiosos, de citas, de aut¨®grafos de suicidas, de objetos, de cole¨®pteros)? Su estado natural, en reposo o en movimiento, es el pensar taxon¨®mico. No en vano es entom¨®logo, y si se sorprende ante el epitafio que figura en la tumba de otro de los preciosos cole¨®pteros de su colecci¨®n, Kazantzakis ("Nada espero, nada temo, libre soy"), no deja de anotar en su cuaderno el aterrador apotegma del padre Lacordaire: "La libertad oprime, la ley protege", convencido de que "har¨ªa buen efecto a la entrada de un Parlamento".
Extra?o, estimulante, contradictorio es siempre Ernst J¨¹nger, del que podr¨ªamos decir lo que ¨¦l afirm¨® de su antiguo jefe de tropa: "Buen guerrero, mal soldado. Una vez desert¨®; yo ten¨ªa mucho trato con ¨¦l, excepto en tierra de nadie". Claro que no deja de ser inquietante saber que la literatura, en tanto que vida y como la propia vida, es tierra de nadie.
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