Historia brav¨ªa
En los ¨²ltimos a?os, de manera gradual pero constante, van apareciendo de nuevo en castellano las principales novelas de la copiosa y apasionante bibliograf¨ªa del franc¨¦s Pierre Mac Orlan (1882-1970). No resulta extra?o, porque tienen muchos de los requisitos que hoy piden los lectores: argumentos fuertes y a veces ex¨®ticos, personajes de cierto romanticismo ir¨®nico, aventuras con trasfondo de hero¨ªsmo par¨®dico pero no por ello menos apasionante, humor reflexivo y h¨¢biles transvaloraciones de los ideales que la sociedad moderna finge respetar. Como su coet¨¢neo Baroja, con quien guarda tantas similitudes y tan relevantes distancias, es un narrador puro y que disfruta los sencillos entusiasmos de la situaci¨®n y del suceso. Ambos autores parecen desma?ados a veces, pero en realidad son profunda y maliciosamente reflexivos, maestros en el arte de secuestrar la atenci¨®n del lector hasta que pierde el oremus... ?o hasta que olvida haber orado alguna vez!
LA BANDERA
Pierre Mac Orlan
Traducci¨®n Mariano Tudela
Almuzara. C¨®rdoba, 2006
264 p¨¢ginas. 16 euros
Fue Pierre Mac Orlan por elecci¨®n propia, porque hab¨ªa nacido en realidad Pierre Dumarchey, lo mismo que eligi¨® ser para las fotos y la galer¨ªa un imposible mestizo de bret¨®n y escoc¨¦s con gorra de pomp¨®n multicolor y un loro (m¨¢s o menos metaf¨®rico) alete¨¢ndole en el hombro. Fue un guas¨®n que se tom¨® perfectamente en serio, por pura guasa. Al principio intent¨® convertirse en artista pintor y para ello habit¨® el Montmartre ideal de comienzos del pasado siglo, el del Bateau Lavoir y el Lapin Agile, donde se code¨® con Picasso, Modigliani, Braque, Juan Gris, Max Jacob y cualquier otro de esa tribu que ustedes recuerden. Cuando comprendi¨® que con los pinceles no ten¨ªa mucho que hacer, se puso a pintar con palabras: result¨® infinitamente mejor. Sus novelas son visuales, gr¨¢ficas, pero sobre todo cinematogr¨¢ficas. Nada tiene de raro que hayan sido llevadas al cine inmediatamente, casi en el momento en que aparecieron en las librer¨ªas. Y por directores franceses de tanto peso en los a?os treinta como Marcel Carn¨¦ o Julien Duvivier, que se mostraron m¨¢s atentos a la atm¨®sfera y las sugerencias visuales de sus relatos que a las incidencias literales de los argumentos. Algunos creyentes so?amos con que un d¨ªa un director imaginativo se decida a rodar El ancla de misericordia, su indudable obra maestra.
Fue Julien Duvivier quien
realiz¨® en cine La bandera, protagonizada por un Jean Gabin en todo su esplendor (tambi¨¦n fue el actor principal de Le Quai des brumes de Carn¨¦) y por la inquietante y hoy olvidada Anabella. Tanto la pel¨ªcula como la novela se titularon originalmente as¨ª -La bandera y no Le drapeau- porque trataban de episodios centrados en la Legi¨®n, la nuestra de los "novios de la muerte", la de un Mill¨¢n Astray anterior a la Guerra Civil, cuyos tercios compara Mac Orlan en alg¨²n momento nada menos que con los legionarios de Am¨ªlcar... Material de archivo para la recuperada "memoria hist¨®rica", supongo. Pero la historia brav¨ªa que cuenta Mac Orlan no es hagiogr¨¢fica, ni desde luego pol¨ªtica (aunque se permite alg¨²n atisbo prof¨¦tico, en 1931, del vuelco revolucionario que se preparaba en Espa?a). Su crudeza bronca, a veces inesperadamente conmovedora, guarda m¨¢s parentesco con Im¨¢n de Ram¨®n J. Sender o, en cierto sentido, con Juegos africanos de Ernst J¨¹nger que con Beau Geste de P. C. Wren. No todo el relato, sin embargo, transcurre bajo el des¨¦rtico sol africano. Su comienzo se sit¨²a en otro escenario no menos m¨ªtico, la Barcelona de entreguerras, el puerto mediterr¨¢neo morboso y transgresor cuyo barrio chino encandil¨® a Georges Bataille junto a tantos otros amantes de lo perverso o lo arriesgado. La breve semblanza impresionista que de ella ofrece Mac Orlan es particularmente sabrosa, al menos para el lector espa?ol.
Mac Orlan aprendi¨® detalles de primera mano de la Legi¨®n a trav¨¦s de su hermano, que estuvo enrolado en sus filas. Pero el dise?o de Pierre Gilieth, antih¨¦roe de pasado sanguinario en fuga permanente de la ley de los otros y de su propia conciencia, es creaci¨®n inolvidable suya. As¨ª como tambi¨¦n son de su inequ¨ªvoca cosecha el amigo de Gilieth, el enigm¨¢tico Fernando Lucas que heredar¨¢ su protagonismo maldito, o las mujeres y los hombres que pululan -¨¢vidos, desdichados, perdidos- por los prost¨ªbulos y los cuarteles de la colonia marroqu¨ª. La s¨²bita desaparici¨®n del protagonista cuando a¨²n faltan bastantes p¨¢ginas para llegar al final es un recurso que Baroja no hubiera desde?ado para sobresaltar al ingenuo demasiado apegado a leer las novelas como biograf¨ªas imaginarias al modo decimon¨®nico. Nada de eso hay en este cuento l¨²gubre y t¨®nico, lleno de estruendo y furia pero que quiz¨¢ nada significa salvo lo insignificante del llamado destino humano, como otro que ya nos contaron siglos atr¨¢s.
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