El apag¨®n de Ronaldinho
Nadie sabe muy bien cu¨¢ndo empez¨® la depresi¨®n de Ronaldinho. Algunos piensan que fue un minuto despu¨¦s de ganar su primera Liga de Campeones. Con ese t¨ªtulo redondeaba un a?o y un historial; por fin dejaba de ser el consabido malabarista brasile?o y se acreditaba como jugador de batalla. A despecho de sus cr¨ªticos m¨¢s duros, hab¨ªa demostrado de una vez por todas que era capaz de conciliar la utilidad con la fantas¨ªa. Su estilo consist¨ªa en una habilidad excepcional para convertir una travesura en la soluci¨®n a cualquier problema.
O quiz¨¢ hizo crisis en el Mundial de Alemania, cuando comprob¨® que la gloria era un valor con fecha de caducidad. Levantabas la copa y un mes m¨¢s tarde el ¨¦xito estaba amortizado: no val¨ªan gran cosa ni tu gol del a?o, ni tus pases ciegos, ni tus libres a la escuadra ni tus otras filigranas de Barcelona. Definitivamente, la memoria de los espectadores era tan endeble como la l¨®gica del juego. Por un comprensible impulso de desconfianza, el ¨²ltimo bal¨®n de oro fue desmantel¨¢ndose poco a poco ante las c¨¢maras; perdi¨® toque, perdi¨® regate, perdi¨® punter¨ªa y se encontr¨® de repente en una nueva situaci¨®n. Oficialmente, segu¨ªa siendo el mejor futbolista del mundo, pero ahora parec¨ªa un indio de madera.
Su formaci¨®n personal no le ayudar¨ªa gran cosa. Como otros ¨ªdolos de barrio, ¨¦l se hab¨ªa distinguido de sus colegas por una sola habilidad natural: el dominio de la pelota. Antes de cumplir su etapa de meritorio, qued¨® atrapado en la mara?a del f¨²tbol profesional; en un laberinto de fichajes, viajes y corretajes. La aventura le transformar¨ªa en un multimillonario; como Ronaldo, su verdadera inspiraci¨®n, ser¨ªa la envidia de los garotos de todo el mundo, pero carecer¨ªa del resabio que permite conservar la riqueza a un nuevo rico. En esas condiciones, su plan de vida estaba cantado: delegar¨ªa en su hermano, se colgar¨ªa del cuello una cadena de mast¨ªn, har¨ªa alguna escapada a la discoteca de moda y m¨¢s que un potentado ser¨ªa una caja de caudales. Hacia finales de junio oy¨® en su interior un crujido sospechoso: ten¨ªa el bolsillo lleno y la cabeza vac¨ªa.
Alguien debi¨® explicarle entonces que pertenec¨ªa a la exclusiva casta de deportistas que se mueven en el l¨ªmite de lo posible. Usa un cat¨¢logo de sutilezas prendidas con alfileres, trucos infinitesimales en los que la suerte de la jugada es siempre una cuesti¨®n de cent¨ªmetros cuadrados. En su mundo, cualquier m¨ªnima ca¨ªda de tensi¨®n basta para descomponer el plan.
Ahora est¨¢ ante un peque?o dilema, y ha de solventarlo ¨¦l. Si siente que ha perdido su tacto de prestidigitador, s¨®lo debe esperar a que el bal¨®n se lo devuelva; si siente que ha perdido el gusto por el juego, necesita una nueva excusa profesional.
Tiene que marcarse urgentemente una nueva meta.
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