Recuerdo de un infierno

Cada bosque tiene su musicalidad. Estes de Xavi?a y Bra?as Verdes est¨¢n orquestados por el mar, que tiene su fuelle m¨¢s poderoso en los arrecifes y la ensenada de Trece, entre el Monte Blanco, el Cementerio de los Ingleses y el cabo Vilano. Por aqu¨ª, los ¨¢rboles vivos suenan a tuba y ocarinas. A tromb¨®n y oboe. A una fusi¨®n de jazz y etno. Bah, deja de fantasear. Sonaban. Ahora s¨®lo cabe esperar el r¨¦quiem de la lluvia. Por un momento, espetados en un lodo humeante, los veo como espectros de soldados tiznados de una guerra antigua y futurista (como son, a la vez, todas las guerras), a punto de murmurar la letra de Wilfred Owen que cantaba la tropa resignada: "Ah¨ª fuera caminamos amablemente hacia la muerte". No sigas por ah¨ª. Ponte las botas. La orquesta del viento tambi¨¦n abandona aprisa y en silencio los bosques quemados.

Los xil¨®fagos y la ara?a. Todo lo que no muere, huye. Lechuzas a quien han robado la noche. Zorros privados de su f¨¢bula. Causa espanto el apremio de los seres peque?os. Hileras de insectos. Los ¨¢rboles tienen defensas inmunol¨®gicas. Tienen sus propios medicamentos. Sus hongos. El fuego destruye esas defensas. Ni los ¨¢rboles, ni los hongos pueden huir.

?Cu¨¢les son los primeros seres en volver a un bosque calcinado? Lo pregunto pensando en su regeneraci¨®n. Tal como est¨¢n las cosas, supongo, cualquier bicho viviente ser¨¢ bienvenido.

-Los xil¨®fagos -me dice Carlos, el agente forestal.

-?Los xil¨®fagos?

-S¨ª. Los taladradores. Comen la madera quemada. Es m¨¢s blanda. El problema es que luego atacan a los ¨¢rboles sanos. Ya van entrenados.

Mejor se?al es la vuelta de la ara?a. Es la primera criatura visible que pone en marcha, digamos, las tareas de reconstrucci¨®n. Puede asir la red, como ha hecho ¨¦sta, a los helechos j¨®venes, las primeras plantas que surgen en las cenizas, con sus hojas ideogr¨¢ficas. Cuando la tela de la ara?a est¨¦ tejida, dispuesta a la captura, he ah¨ª la se?al ir¨®nica de que sobrevivir es posible en el bosque.

Recuerdo de un infierno. La superficie quemada en las dos interminables semanas del 1 al 15 de agosto (especialmente virulentos del 4 al 12) equivale al 3,81% del espacio forestal de Galicia. En ese periodo se registraron 2.055 siniestros, con picos de hasta 300 incendios diarios, que recorrieron, en cifras oficiales, 77.772 hect¨¢reas. Ese ¨ªndice de gravedad, el 3,81%, no se alcanz¨® nunca en los pa¨ªses con mayor n¨²mero de incendios de la Uni¨®n Europea (Espa?a, Portugal, sur de Francia, Italia, Grecia). La mitad de los fuegos, 1.052, fueron declarados de nivel 1 y 2, es decir, aquellos que conllevan riesgos para vidas humanas. Tampoco eso hab¨ªa ocurrido nunca. La mayor¨ªa se propagaron a partir de cinco focos iniciales. Dicho de otra forma: entre el 1 y el 15 de agosto se registraron 10.275 focos incendiarios en Galicia. En la estad¨ªstica oficial se considera gran incendio el que afecta a m¨¢s de 500 hect¨¢reas. En ese periodo horroroso hubo que hacer frente, a la vez, a 37 incendios que sobrepasaban esa envergadura. Otra situaci¨®n de excepci¨®n. S¨®lo ellos suponen el 80% de la superficie quemada, m¨¢s de 62.000 hect¨¢reas. El de mayores dimensiones fue el que cabalg¨® durante d¨ªas los montes de Cerdedo, Cotobade y Campo Lameiro y afect¨® a casi 6.000 hect¨¢reas. Todos ellos, los grandes incendios, tuvieron su inicio el mismo d¨ªa, el 4 de agosto.

?Qu¨¦ pas¨® el 4 de agosto de 2006? Por ahora, la ¨²nica clave importante que tenemos, con certeza, para intentar esclarecer la causalidad de una de las mayores tragedias ecol¨®gicas en los bosques europeos son las especiales condiciones meteorol¨®gicas. Se produjo en el sur de Galicia el temible factor 30. Es decir, m¨¢s de 30 grados de temperatura, menos del 30% de humedad y m¨¢s de 30 km/h en la velocidad del viento. Otra certeza que a?adir al origen de esa deflagraci¨®n forestal: la acumulaci¨®n de maleza, convertida en potencial combustible. A ello habremos de a?adir una cuarta variable, imposible de medir con exactitud, mucho m¨¢s temible que el calor, la humedad y la velocidad del viento nord¨¦s juntos. Un factor humano. La existencia de bastante m¨¢s de treinta tipos dispuestos a prender fuego a su propio pa¨ªs.

Uno de los informes m¨¢s elaborados sobre la pesadilla incendiaria lo ha aportado la asociaci¨®n ecopacifista Verdegaia. La conclusi¨®n dice: "Lo que vivimos la primera quincena de agosto es un episodio m¨¢s, especialmente grave, de un desastre ambiental que se repite a?o tras a?o. Los incendios forestales son un problema cr¨®nico y constituyen un fracaso del conjunto de la sociedad gallega".

Los casta?os de Casimira. Vive en Pedre, donde naci¨®. En el municipio de Cerdedo, en Pontevedra. Eran seis hermanos. Tres de ellos marcharon a Montevideo. Casimira era costurera. Iba de casa en casa, con la m¨¢quina Singer port¨¢til en la cabeza. Apenas daba para ir tirando, eso que sab¨ªa coser muy bien los vestidos. Incluso hizo un traje de novia. En 1966, con 29 a?os, decidi¨® salir del c¨ªrculo de la aldea para irse a Alemania, ella que casi ni conoc¨ªa Pontevedra. Y en Alemania entr¨® a trabajar en la f¨¢brica de chocolates Trump, cerca de Hamburgo. Por eso no puede comer chocolates ni olerlos. Porque se pas¨® a?os y a?os en una cinta que nunca se deten¨ªa, puliendo tabletas y figuras de conejos de chocolate. All¨ª conoci¨® a Jos¨¦ Villanueva, andaluz de Colmenar, M¨¢laga. Casimira recuerda en especial los d¨ªas m¨¢s crudos de invierno. Caminaban abrazados hacia el trabajo, hundi¨¦ndose en la nieve hasta las rodillas. Todo lo que ahorraban lo enviaban a Galicia. Para hacer la casa en la que ahora viven. Y con esos ahorros tambi¨¦n compraron la finca de la vega. Ella hered¨® algunos otros retales de monte. Pero en ese terreno que compraron, al lado de la N-541, por su antiguo trazado, ellos quer¨ªan ver formarse un souto, un bosque de casta?os. Llega un momento en que un casta?o es como una catedral. Y es una madera que tiene valor. Adem¨¢s, est¨¢n las casta?as. A Casimira le gustaba abrir los erizos de las casta?as haciendo tenaza con los pies, cuidando de no aplastar el fruto. Compraron doscientos plantones de casta?o en Pontevedra. Los plantaron un d¨ªa de lluvia y parece que lo agradecieron, se les notaba en la constituci¨®n. Pas¨® la infancia de los casta?os, nacieron los erizos, con las casta?as y la memoria dentro. Algunos automovilistas se deten¨ªan y recog¨ªan erizos de casta?as. Algunos sab¨ªan abrirlos y otros no. Y a Casimira le hac¨ªa gracia que algunos salieran corriendo cuando aparec¨ªa y les gritaba: "?Qu¨¦ tienen due?o!".

Tambi¨¦n esos casta?os, los de los ahorros de la f¨¢brica de chocolate, ardieron en la primera quincena de agosto.

Casimira Ferr¨®n coge entre las manos los erizos quemados. Si alguien me pidiera un informe sobre los incendios forestales en Galicia, le enviar¨ªa, en lugar de un fardo de palabras, este pu?ado quemado de erizos de casta?as.

Taquigraf¨ªa de un gobernante. Fue muy grave lo que ocurri¨®. Pudo haber sido una tragedia horrible. Tenemos que lamentar cuatro muertes. Pero pudo ser mucho peor. Espantoso. Esper¨¢bamos problemas, pero nunca se nos pas¨® por la cabeza que ¨ªbamos a encontrarnos con una situaci¨®n tan excepcional. Nuestro bautismo de fuego fue tratar con un monstruo desconocido. Estamos ante una tipolog¨ªa completamente distinta de incendio. Tenemos que hablar de un incendio urbano-forestal, con cinco o m¨¢s focos, y dif¨ªcil contenci¨®n y extinci¨®n, porque hay que darle prioridad a la defensa de las vidas humanas y las casas. Ahora se puede comentar. Hemos vivido situaciones realmente alarmantes. Ha habido brigadas de extinci¨®n que han estado en serios aprietos. Dentro de esa situaci¨®n l¨ªmite, el trabajo ha sido ejemplar. Algo sobre la causalidad. De forma pr¨¢cticamente simult¨¢nea se producen incendios en el aeropuerto de Lavacolla, en el entorno del n¨²cleo de Santiago, a lo largo de las principales arterias de comunicaci¨®n -como en la A-9 (la autopista que recorre Galicia de norte a sur) o en la v¨ªa r¨¢pida del Barbanza-, as¨ª como en las postrimer¨ªas de las residencias -privada y oficial- del presidente de la Xunta de Galicia, o cerca de edificios singulares como la propia sede de Protecci¨®n Civil. Pregunto: ?no inducen coincidencias como ¨¦stas a pensar en una direcci¨®n intencionada de los fuegos? Uno de los militares especialistas en cat¨¢strofes coment¨® en el centro de seguimiento de los servicios de extinci¨®n de la Xunta: "Esto es una operaci¨®n de acoso y sabotaje". Con todo, lo importante es el futuro. Reforzaremos y especializaremos las brigadas de extinci¨®n. Vamos a poner en marcha un plan de choque para el establecimiento de per¨ªmetros de seguridad en los n¨²cleos habitados. Nuestra intenci¨®n es que no pueda haber plantaciones pir¨®fitas a menos de 50 metros de n¨²cleos habitados. Otro plan inmediato es financiar la recogida de biomasa para producir energ¨ªa el¨¦ctrica y biocompost. Se trata de incentivar la limpieza del monte. Podemos afirmar que la mitad, un mill¨®n de hect¨¢reas, est¨¢ en situaci¨®n de notorio abandono. ?Y qu¨¦ sucede? Que eso es un riesgo permanente para todo el pa¨ªs. Es imposible para la Administraci¨®n limpiar un mill¨®n de hect¨¢reas. Casi el 70% de los montes es de propiedad privada. As¨ª que es necesaria la responsabilidad de todos. Y es que en el monte gallego hay sitio para todos. ?Cu¨¢ndo se empezar¨¢ a notar la regeneraci¨®n y una mayor diversidad en los bosques de Galicia? Si todo va bien, yo creo que en doce a?os. Los bosques quieren tiempo.

(De una conversaci¨®n con Alberte Blanco, director general de Montes de la Xunta de Galicia).

La maquinaria pesada. Los montes gallegos, todo el territorio, son un palimpsesto. Ah¨ª est¨¢n las distintas formas en que la humanidad ha escrito sobre la tierra. Sus cultivos, sus preferencias, sus lugares sagrados, la caligraf¨ªa rotunda de los poderosos, las grandes talas de los bosques atl¨¢nticos, el microcosmos de la casa campesina, los caminos profundos, la sutileza de los setos y cercados, frente a los muros b¨¦licos de hoy, con sus metemiedos? S¨ª, todo est¨¢ escrito en la tierra. Los grandes reba?os de cabras y ovejas que se alimentaban de la maleza. Su desaparici¨®n. El hueco en el aire de los emigrantes. Las mareas sucesivas de repoblaci¨®n impuesta, basadas ¨²nicamente en dos especies de crecimiento r¨¢pido y pir¨®fagas, el pino y el eucalipto. El eucalipto pas¨® del 2,6% de la superficie arbolada en 1972 al 14% en 1998. El repliegue al gueto de las especies aut¨®ctonas y los caducifolios. La nula promoci¨®n de las maderas nobles. Hoy, Galicia tiene que importar madera de calidad para la fabricaci¨®n de muebles. Ram¨®n Otero Pedrayo, el viejo patriarca de las letras gallegas, le¨ªa una noche a Chateaubriand en su pazo de Trasalba, escuch¨® c¨®mo un rayo part¨ªa la araucaria y tuvo tiempo a advertir antes de la muerte: "?Por favor, tengan mucho cuidado con la maquinaria pesada!".

La maquinaria pesada. Don Ram¨®n siempre supo identificar el peligro y acertar con las met¨¢foras.

El paisaje, en gran medida, es una construcci¨®n humana. Cabr¨ªa pensar en un contradictorio trazado hist¨®rico, donde se va alternando lo brutal y lo er¨®tico en la relaci¨®n con la tierra. El propio Otero Pedrayo, en su Geograf¨ªa de Galicia, parece un erot¨®mano al hablar de las formas de la tierra. La maquinaria pesada, en sus versiones ciegas, ha ido deconstruyendo paisaje; ha tenido el efecto de arrinconar la biodiversidad, la flora y la fauna, empobrecer el suelo de antiguos terrenos de cultivo y hacer monocromo el paisaje.

El 60% del territorio gallego es superficie forestal, el 11% del total espa?ol. Casi el 70% es de propiedad privada. Existen 670.000 propietarios con una media de dos hect¨¢reas, en diferentes parcelas. Otra parte importante, el 28%, pertenece a las comunidades de vecinos, que llevan a?os reclamando la posibilidad de gestionar los montes con criterios econ¨®micos. S¨®lo el 2% de ese terreno es de propiedad p¨²blica. En Europa, la media de bosque de propiedad p¨²blica es el 35%.

En los ¨²ltimos a?os, Galicia produjo m¨¢s del 60% de la madera de eucalipto de Espa?a y la tercera parte de la madera de pino. Hay una poderos¨ªsima industria de transformaci¨®n maderera y una gran planta de celulosa. Pero el mayor cambio sobre el territorio se ha producido en la geograf¨ªa social. Adem¨¢s de las grandes emigraciones hacia el exterior, la poblaci¨®n gallega ha protagonizado un extraordinario movimiento migratorio: ha abandonado el campo sin que lo parezca. A principios de los a?os cincuenta, el 85% del censo habitaba en el rural y un 70% viv¨ªa de la agricultura. Cuando Espa?a se incorpora a la Uni¨®n Europea son m¨¢s o menos la mitad, un 35%, las personas con una actividad econ¨®mica agr¨ªcola o ganadera. En la actualidad, dos d¨¦cadas despu¨¦s, no alcanza el 7%. Pero la principal singularidad gallega se mantiene: la dispersi¨®n de la poblaci¨®n. El gallego sigue viviendo pegado a la tierra, pero le ha dado la espalda.

San Sim¨®n y San Xusto. Si hay un microcosmos, una c¨¦lula embrionaria, un lugar a partir del que poder reconstruir Galicia, no s¨®lo como naturaleza, sino tambi¨¦n como historia, este lugar es la isla de San Sim¨®n. Esos d¨ªas siniestros de agosto, eso ocurri¨® de alguna forma. Ard¨ªa por Pontesampaio. Ard¨ªa por Soutomaior. Ard¨ªa por Domaio, ard¨ªa el Morrazo. Ram¨®n Pazos, de 30 a?os, el barquero, piloto del Lucha Uno, la motora que lleva a la isla, tiene un recuerdo volc¨¢nico de aquellos d¨ªas. Como si todos los montes del entorno de la r¨ªa entraran en erupci¨®n y esta vez s¨®lo se salvase San Sim¨®n, con su paseo de bojes centenarios, con longevos eucaliptos a los que el mar y el viento y la corrosi¨®n de los excrementos de los cormoranes ha ido convirtiendo en piezas escult¨®ricas.

Muchos kil¨®metros despu¨¦s, al volver desde Terra de Montes, veo un indicador quemado que me hace saltar. ?No puede ser! ?La carballeira de San Xusto, no! Todos los ateos, todos los pecadores de Galicia, rezando antes de que esto ocurra. Y all¨ª est¨¢, entera. Los robles que ampararon todos los bailes, todos los abrazos, todos los enamoramientos. All¨ª donde naci¨® la copla del doble sentido: "Carballeira de San Xusto, a da folla revirada, naquela carballeiri?a perd¨ªn a mi?a navalla?". El erotismo de la cultura popular jugando siempre con el filo del lenguaje. Rodeado, sitiado, el robledal m¨¢s m¨ªtico del folclore gallego ha sobrevivido. Me acerco al ca?¨®n del L¨¦rez. Los montes descarnados. Va negro el r¨ªo, con cenizas de todas las tribus monta?esas. La terrible sentencia de Florentino Cuevillas retumba en el abismo calcinado: "Galicia es un pa¨ªs que quiere suicidarse y no lo consigue".

Mon¨®logo interior de un agente forestal. Llevo 16 a?os apagando incendios. He visto fuegos muy grandes. La diferencia, este a?o, fue la intensidad. Y la estrategia del fuego. Se ali¨® todo. Clima e incendiarios. Un incendio se puede extinguir. Pero, ?qu¨¦ haces cuando se multiplican, cuando el apagar uno parece la se?al para que broten cinco? He visto c¨®mo se han quemado 600 hect¨¢reas en seis horas. El fuego se humaniza tambi¨¦n en su maldad. Cuando se acerca a las casas hace estallar los cristales. ?sa era la prioridad, salvar los lugares habitados. Y en esta zona de Camari?as y Xavi?a, el espacio natural del areal de Trece, un gran paraje dunar que se destruir¨ªa de quemarse el tejido vegetal que lo sostiene. En estos casos hay que contar con la ruindad del fuego. Con argucias de criminal. Se hizo un cortafuegos desde la pista que bordea Trece. Es una amputaci¨®n, un recurso ¨²ltimo, muy doloroso. Pero se trata de atraparlo, de que se coma a s¨ª mismo. Todo parec¨ªa ir de acuerdo con lo planeado. A lo largo de toda la pista hab¨ªa hombres vigilantes, ning¨²n tramo a salvo del ojo humano. De repente comenz¨® a arder al otro lado de la pista, en el espacio natural. Un brote espectacular, como por efecto de un lanzallamas. Ning¨²n incendiario podr¨ªa haber entrado all¨ª. No cay¨® ning¨²n artefacto del cielo. Sigiloso, utilizando las ra¨ªces como mecha, el fuego hab¨ªa atravesado la carretera por una tajea.

Se dice que en Galicia "tenemos suerte", que la naturaleza es muy fuerte. Es falso. El monte va perdiendo su humus, su sustancia. Sobre todo si arrecia la lluvia. Como ha pasado este a?o, que se ha llenado el mar de ceniza. Es lo que llamamos el descarnarse del monte. Ves los montes descarnados.

?Qu¨¦ ocurre cuando no solamente luchas contra el fuego, sino con la desesperaci¨®n de la gente? Desesperaci¨®n quiere decir tambi¨¦n, muchas veces, incomprensi¨®n. Y algunas veces, agresividad. Gente que abuchea, que insulta. La furia del fuego, por un lado. La desesperaci¨®n enfurecida, por otro.

Luchas contra el fuego, pero no puedes responder a los insultos, aunque haya insultos que te quemen m¨¢s que el fuego. Llevas jornadas encadenadas, sin dormir, y oyes reproches del tipo: "?D¨®nde os hab¨¦is metido, vagos?". Pero est¨¢bamos con el asunto de la causalidad. ?Qui¨¦n? ?Trama organizada o perturbados? Te voy a decir una cosa. Aqu¨ª se apunt¨® todo dios. Todos se apuntaron al carro. Los que tienen intereses y los locos.

(Xo¨¢n Carlos P¨¦rez, 37 a?os, agente forestal en Camari?as).

Hijos del ¨¢rbol santo. Fue Mart¨ªn de Braga, un galo procedente de Bizancio, quien comunic¨® en forma can¨®nica a los habitantes de Gallaecia en el siglo VI que los ¨¢rboles no hablaban. Ni las piedras. Ni las fuentes. El predicador no era del pa¨ªs, as¨ª que los galaicos decidieron no contrariarlo en p¨²blico, pero siguieron hablando con los ¨¢rboles. Con algunos, en especial. Finalmente, como siempre, se lleg¨® a un pacto. Los ¨¢rboles, tal vez, quiz¨¢, podr¨ªan hablar, pero en cristiano. Son los llamados, en la tradici¨®n, ¨¢rboles santos. En uno de los lugares mejor conservados de la r¨ªa de Camari?as est¨¢ uno de estos ¨¢rboles curativos. El carballo de Cereixo. Al lado de una hermosa iglesia rom¨¢nica, algo de santo debe tener porque el lugar se ha mantenido a salvo del desastre urban¨ªstico. Ha sido un roble prol¨ªfico, el de Cereixo. Muchos de los robles de la comarca son hijos del ¨¢rbol santo. Los vecinos de A Devesa y Carn¨¦s, en la comarca de Soneira, cuando iban a vender los frutos de la tierra a la feria de Ponte do Porto volv¨ªan con brotes del ¨¢rbol santo. Entre las grandes plantaciones de eucaliptos y pinos, A Devesa era un reducto de vida diversa y un motivo de orgullo para los vecinos, que siempre la han mimado como un lugar sagrado. Acaso la ¨²ltima estaci¨®n del lobo en el oeste atl¨¢ntico. No me extra?a que a Jos¨¦ Manuel Roget, el vecino que nos acompa?a, y que hace poco ha restaurado la casa familiar, se le nublen los ojos cuando describe el bosque quemado. En la charla surge la inevitable cuesti¨®n de la autor¨ªa y vuelve el dilema de si hay tramas organizadas o es una suma de perturbados que van por libre. Y es cuando Roget dice con precisi¨®n ir¨®nica: "?Cosa de locos? Si esto es un manicomio, est¨¢ muy bien organizado".

Los defensores de los petroglifos. En medio del desastre, hay quien se aprovecha para el expolio. Dos esculturas zoom¨®rficas desaparecidas de entre los restos de la antigua capilla de Santa Cec¨ªa, en el lugar de Rubial, en el municipio de Bri¨®n. Como ocurri¨® con el Prestige, y la marea negra que asol¨® el litoral, el fuego saca lo mejor y lo peor que una sociedad tiene dentro. Fuimos en busca de los petroglifos de Campo Lameiro, temiendo lo peor. Son una muestra ¨²nica, extraordinaria, antiqu¨ªsima, de arte rupestre. Grabados de animales, laberintos, c¨ªrculos conc¨¦ntricos hechos con s¨ªlex sobre rocas de granito, conservados miles de a?os a la intemperie. El fuego que baj¨® desde Cerdedo hasta los l¨ªmites de Pontevedra, en una extensi¨®n de treinta kil¨®metros, acech¨® tambi¨¦n los petroglifos. De hecho, las llamas envolvieron a uno de ellos, la llamada Roca de San Francisco, con un grabado de formas circulares que quiz¨¢ cuente alg¨²n misterio c¨®smico. Pero la zona principal de los petroglifos, en Praderrei, fue defendida por los propios vecinos, vigilantes d¨ªa y noche. En el horizonte, grandes manchas quemadas en el mapa, la sierra de Suido, Cando, Castelada, Montes de Testeiro? ?Ad¨®nde van las palabras cuando arde lo que nombran?

La impaciencia del fuego. Seg¨²n informaci¨®n del jefe del Servicio de Protecci¨®n de la Naturaleza, fueron detenidas 57 personas; de ellas, 27 en Pontevedra, la provincia m¨¢s afectada por la oleada incendiaria. Actuaban de modo individual y en el mismo t¨¦rmino municipal o en otros lim¨ªtrofes a su residencia. De todos los detenidos, 15 ingresaron en prisi¨®n, tres pasaron a disposici¨®n del Tribunal de Menores y otros tres ingresaron en un psiqui¨¢trico. Causas, seg¨²n este mando: resentimiento social, trastorno psicol¨®gico, alcoholismo? Y por fin, una intencionalidad posmoderna: el disfrute del visionado de los medios que se emplean en la lucha contra los incendios. El onanismo catastr¨®fico. En otros a?os, una caracter¨ªstica que destacaba era la edad de la mayor¨ªa de los investigados, muy alta. Entre 1999 y 2005, 451 detenidos. La mayor¨ªa superaba los 65 a?os. La anciana que hablaba de extra?os pobladores del bosque. El viejo que quer¨ªa matar todos los lagartos. Pero ser¨ªa un error, propio de la antropolog¨ªa tur¨ªstica, hablar de la cultura del fuego entre los viejos de la tribu. La conclusi¨®n es m¨¢s sencilla. La poblaci¨®n ha envejecido, sin renovarse. La dispersi¨®n de la poblaci¨®n, esa urdimbre entre la humanidad y la tierra, se ha convertido en una maldici¨®n. ?Qu¨¦ vida lejos del centro comercial, lejos de los r¨®tulos luminosos de los lugares de marcha? Galicia registra, proporcionalmente, el mayor n¨²mero de j¨®venes v¨ªctimas de accidentes de tr¨¢fico. La mayor¨ªa ocurren a altas horas de la madrugada, los fines de semana. Muchos de los muertos lo son por choque contra? ¨¢rboles. En el ¨²ltimo accidente anotado, el marcador del veh¨ªculo, conducido por un muchacho de 18 a?os, registraba una velocidad de 205 kil¨®metros por hora. Hubo manifestaciones de distinto signo en Santiago motivadas por la ola de incendios. Pero en las zonas afectadas s¨®lo se puede hablar de una marcha protagonizada por el vecindario. Fue en la zona de Navia de Suarna: el fuego hab¨ªa afectado al repetidor de televisi¨®n. Una reacci¨®n comprensible. El incendio tambi¨¦n hab¨ªa hecho desaparecer el mundo virtual.

John Berger nombra el capitalismo impaciente. La velocidad. El crecimiento r¨¢pido. El tipo de fuego de la semana tr¨¢gica de agosto de 2006 tambi¨¦n parec¨ªa condensar todas las urgencias. Era un fuego impaciente. Quiz¨¢ por eso tom¨® como una de las principales v¨ªas de propagaci¨®n los arbolados colindantes con la A-9, la llamada autopista del Atl¨¢ntico. Las llamaradas iban de copa en copa. El fuego ten¨ªa esta vez una estrategia urbana. Siti¨® urbanizaciones, c¨¢mpings, ciudades. Finalmente, el fuego rode¨® los cementerios. Eso fue lo que ocurri¨®, por ejemplo, en Ponte do Porto y Camelle. No puedo evitarlo. He tratado de escaparle. Pero ante la visi¨®n de los muertos rodeados por el fuego, taladra el texto, ahora s¨ª, como un xil¨®fago, el adjetivo dantesco.

El yacimiento catastr¨®fico. El fil¨®sofo Jean Baudrillard habl¨® de un destino medi¨¢tico para el continente africano, el de convertirlo en un "yacimiento catastr¨®fico". Ser explotado como productor de cat¨¢strofes. Otro fil¨®sofo puntero, el alem¨¢n Ulrich Beck, ha acu?ado el concepto de "sociedad de riesgo" para definir la relaci¨®n entre humanidad y naturaleza en nuestro tiempo. En este reparto de papeles, ?corre el peligro Galicia de convertirse en "yacimiento catastr¨®fico"? Lo que ocupa claramente es una frontera en la sociedad de riesgo. El ¨¢lbum fotogr¨¢fico de Galicia en los ¨²ltimos a?os podr¨ªa aportar abundante material para una imponente instalaci¨®n del pujante arte apocal¨ªptico. Castelao, en forma de ir¨®nico pante¨ªsmo, escribi¨® que la Sant¨ªsima Trinidad del pueblo gallego estaba constituida por la Vaca, el Pez y el ?rbol. La base del sustento y los t¨®tems futuristas. Fue certero en el diagn¨®stico. Galicia, en su escala, es hoy una potencia forestal, como lo es pesquera y ganadera. Las nuevas pestes de la "sociedad de riesgo", del capitalismo impaciente, se han manifestado con crudeza en el noroeste peninsular. Y han acertado, con ruin precisi¨®n, en los tres s¨ªmbolos. La enfermedad de las vacas locas, las mareas negras en las costas y la plaga de incendios forestales.

No, Galicia no consigue suicidarse: "Lo m¨¢s sorprendente es que, frente a cada cat¨¢strofe de la nueva sociedad de riesgo, se ha producido una explosi¨®n de energ¨ªa, de vitalidad cr¨ªtica alrededor de las ¨²ltimas tragedias. De alguna forma, lo que pasa en Galicia es una met¨¢fora de lo que ocurre en el mundo". Ant¨®n Pati?o celebra la forma ir¨®nica en que muchos artistas, m¨²sicos y escritores j¨®venes se identifican generacionalmente por las cat¨¢strofes. "Yo soy de la generaci¨®n Polycomander [un carguero hundido en Vigo con productos t¨®xicos], como los de Siniestro Total". As¨ª, en la Costa da Morte, la generaci¨®n Cason, o en A Coru?a, la generaci¨®n Urquiola. La generaci¨®n Prestige. Ahora, la generaci¨®n Lume (fuego). Una manera de poner en crisis la propia cat¨¢strofe. Vencerla. Dec¨ªa el muy esc¨¦ptico Cioran: "Me gusta re¨ªr. Y no puedo re¨ªr solo".

Informaci¨®n y miedo. El monte arde todos los a?os en Galicia. Pero en la Televisi¨®n de Galicia no exist¨ªan los incendios. El gobierno anterior afirmaba aplicar un criterio de los expertos: la informaci¨®n sobre incendios producir¨ªa un efecto contagio. A cambio pod¨ªas disfrutar, en directo y diferido, de la Fiesta del Cocido. Este a?o, los medios auton¨®micos han informado diariamente del n¨²mero de siniestros y su localizaci¨®n, y han emitido programas especiales de larga duraci¨®n durante la oleada incendiaria del 4 al 12 de agosto.

Galicia ard¨ªa en la realidad y en el mundo virtual.

"?Que se hable! Ya hubo bastantes prohibiciones". Fina Casalderrey, de 55 a?os, maestra, vecina de L¨¦rez, mucha experiencia ya como educadora, y escritora y premio Nacional de Literatura Infantil, considera que la informaci¨®n ha sido fundamental para crear en la opini¨®n p¨²blica una reacci¨®n de sensibilidad medioambiental y de rechazo a la delincuencia incendiaria que hasta ahora no se hab¨ªa notado con esa intensidad en Galicia. El fuego se hab¨ªa instalado casi como una costumbre, como una fatalidad, incluso en el refranero: "En setembro arden os montes e secan as fontes".

"?C¨®mo es el miedo ante esta clase de fuego? As¨ª me imaginaba de ni?a el fin del mundo. Es un miedo org¨¢nico, que te domina, que perturba todo; que no s¨®lo te aturde personalmente, sino que crea desconfianza. Cuando te rodea con estas magnitudes, cuando arde la naturaleza y cerca las casas, tienes la sensaci¨®n de que arden tambi¨¦n los valores. Por eso es tan importante informar y no callar. Y que la gente reaccione frente al fatalismo. Hay unas causas, unos responsables, unos culpables. No es una maldici¨®n b¨ªblica".

El Carballo con Botas. Es una verdad a medias, lo del dar la espalda al monte. Por ejemplo, el Carballo con Botas no s¨®lo es un cuento infantil, sino que existe. Es un grupo de educaci¨®n ambiental, surgido en la aldea lucense de Garabelos. Una de las ideas es recoger botas viejas para rellenarlas de tierra y plantar bellotas o casta?as. No hay mejor vivero que una viejas botas humanas. Es necesaria una acci¨®n de gobierno, coinciden todas las partes. Pero hay tambi¨¦n iniciativas particulares. Se multiplican, por decirlo as¨ª, los Carballo con Botas. Grupos de personas que se agrupan para comprar espacios donde proteger o desarrollar el bosque aut¨®ctono y que se han convertido en refugios para especies animales. Una referencia hoy en Galicia es Ridimoas. Un bosque paradisiaco situado en Ourense, de m¨¢s de 300 hect¨¢reas, y del que se puede decir que naci¨® de un incendio. A Pablo Oitab¨¦n, promotor de esta iniciativa de compra solidaria, por medio de cuotas, de montes para regenerar, se le ocurri¨® la idea hace ya treinta a?os, al ver quemado un bosque de pinos de su padre, despu¨¦s de una oleada incendiaria que arras¨® la comarca de O Ribeiro. La noticia es que Ridimoas no arde. Entre sus habitantes, caballos que llegaron al bosque rescatados del maltrato, incluso por requerimiento judicial. Animales que hoy son la primera l¨ªnea en la defensa contra el fuego. Se alimentan de la maleza. Vigilan.

Hay muchos cuentos verdaderos que se escriben en el palimpsesto del suelo gallego. Pero quiz¨¢ lo m¨¢s importante de lo ocurrido este a?o frente a la oleada incendiaria, como ante otras cat¨¢strofes, ha sido la reacci¨®n de la opini¨®n p¨²blica. La clara noci¨®n de la gravedad del delito ecol¨®gico. El agente forestal Carlos no cree en milagros. Ni siquiera la multiplicaci¨®n de medios podr¨ªa evitar los incendios: "No hay nada m¨¢s importante que la formaci¨®n de los j¨®venes, la conciencia de la gente".

Tambi¨¦n ¨¦l es un carballo con botas. Una de esas personas que encarnan todo aquello en lo que uno puede confiar. No dejar¨¢n que Galicia sea sin¨®nimo de "yacimiento catastr¨®fico".