50 a?os juntos
De Fof¨®, 'Un, dos, tres' y Massiel a 'Operaci¨®n Triunfo' y 'Cu¨¦ntame'. Ayer, TVE cumpli¨® 50 a?os. Toda una vida de im¨¢genes metidas en una 'caja' invitada al sal¨®n de casa como un miembro m¨¢s de la familia. Repasamos este medio siglo con cinco animadores muy teleg¨¦nicos: Carbonell, Corbacho, Wyoming, Nico Abad y Paz Padilla
"Hoy, 28 de octubre, domingo, d¨ªa de Cristo Rey, a quien ha sido dado el poder de los Cielos y la Tierra, se inauguran los nuevos equipos y estudios de Televisi¨®n Espa?ola. Ma?ana, 29 de octubre, fecha del XXIII aniversario de la fundaci¨®n de la Falange, dar¨¢n comienzo, de manera regular y peri¨®dica, los programas diarios de televisi¨®n. Hemos elegido estas dos fechas para proclamar as¨ª los dos principios b¨¢sicos, fundamentales, que han de presidir, sostener y encarnar todo el desarrollo futuro de la televisi¨®n en Espa?a: la ortodoxia y el rigor, desde el punto de vista religioso y moral, con obediencia a las normas que, en tal medida, dicte la Iglesia Cat¨®lica, y la intenci¨®n de servicio y el servicio mismo a los principios fundamentales y a los grandes ideales del Movimiento Nacional". Si Gabriel Arias-Salgado levantara cabeza? Al entonces ministro de Informaci¨®n y Turismo no le gustar¨ªa comprobar en qu¨¦ se ha convertido aquella televisi¨®n que inaugur¨® con este discurso. Eran algo m¨¢s de las 18.15 horas del domingo 28 de octubre de 1956.
El estreno, sin embargo, debi¨® de batir r¨¦cords de fiasco en audiencia: entonces la se?al s¨®lo abarcaba 70 kil¨®metros a la redonda del paseo de la Habana, en Madrid, para regocijo de unos 600 receptores. Pero su ¨¦xito se difundi¨® r¨¢pido: un a?o m¨¢s tarde ya hab¨ªa 25.000 televisores. Nadie quer¨ªa perderse esa cosa de la que se dec¨ªa que era como el cine, pero en casa y gratis, y que por fin llegaba a Espa?a, nada menos que con m¨¢s de 20 a?os de retraso respecto a Inglaterra, la pionera. Adem¨¢s, al principio la tele era m¨¢s bien escasa: tres horas diarias que no dar¨ªan para satisfacer nuestro actual consumo diario medio por barba: 3 horas y 37 minutos.
Pero 50 a?os dan mucho de s¨ª. La boda de Balduino y Fabiola, el hombre del tiempo, La familia Teler¨ªn, Massiel triunfando en Eurovisi¨®n, El Fugitivo, Hermida narrando la llegada del hombre a la Luna, la muerte de Franco, La cabina; Un, dos, tres; Informe semanal, El hombre y la Tierra, Heidi, Los payasos de la tele, La clave, Curro Jim¨¦nez, el intento de golpe de Estado de Tejero, Verano azul, Barrio S¨¦samo, La bola de cristal, La Edad de Oro, la muerte de Paquirri, Martes y 13, el Mundial de F¨²tbol del 82, El precio justo, ?Qui¨¦n sabe d¨®nde?, Barcelona 92, Operaci¨®n Triunfo?
Si se pusieran en fila las estanter¨ªas donde se almacenan los m¨¢s de dos millones de cintas de su archivo, formar¨ªan una fila de 80 kil¨®metros, la distancia de Madrid a Toledo. Un total de 1.740.000 horas de grabaci¨®n; suficiente para tener a un superhombre entretenido durante 198 a?os.
Desgraciadamente, no est¨¢ todo. Adem¨¢s, las cintas de pel¨ªcula son v¨ªctimas del s¨ªndrome del vinagre, que las corroe. Un equipo se encarga de digitalizar el material deteriorado y a veces se topan con joyas que nadie hab¨ªa visto, como un reportaje que Miguel de la Quadra Salcedo realiz¨® en Santiago de Chile tres d¨ªas despu¨¦s del golpe de Estado de Pinochet y que la dictadura se neg¨® a emitir. Al a?o se salvan 40.000 cintas. A este ritmo, en el 60? aniversario se habr¨¢ recuperado la mayor¨ªa. Nuestra memoria audiovisual. Carmen P¨¦rez-Lanzac
Ilusiones en blanco y negro (con muchos grises)
Por Pablo Carbonell
La televisi¨®n era en blanco y negro porque todo era en blanco y negro. El pensamiento era blanco o negro. Y ?por qu¨¦? Parad¨®jicamente porque hab¨ªa muchos grises. Je, je.
La tele entr¨® en casa y era como un mueble raro, un ser de otra galaxia, un c¨ªclope encerrado en una caja. Los botones hac¨ªan croc croc y a veces se o¨ªa la radio marroqu¨ª en ella. En la casa entraba el televisor y desaparec¨ªa el carrito mueble-bar, que era la otra manera de exhibir poder¨ªo de los espa?oles de los sesenta. Adi¨®s a la botella de ponche llena de polvo y ahora a ver lo que nos cuentan. Y mueve la antena, que no se ve. Y todo el mundo mirando esas manchas veloces atravesando la pantalla. Y cuanto m¨¢s la mirabas, m¨¢s n¨ªtido ve¨ªas que se trataba de un partido de f¨²tbol jugado en un campo donde cab¨ªan dos millones de puntitos persiguiendo dos millones de balones.
Y ah¨ª estaba Kiko Ledgard, que siempre seduc¨ªa a unas jovencitas en pantal¨®n corto; y cada vez que le llegaba alguna con un sobre, al hombre le entraban unos sudores fabulosos y se le ve¨ªa sonre¨ªr, y todos sonre¨ªamos ante esas muestras de galanteo rumboroso. El piropo se convert¨ªa en deporte nacional y estar un poco salidillo era natural, estaba bien visto, porque s¨®lo las cosas que estaban bien vistas sal¨ªan en la tele en blanco y negro.
Y tambi¨¦n sal¨ªa un hombre muy delgado que presentaba un programa de guerra: Por tierra, mar y aire, y nos hablaban de los kamikazes y de la batalla tal y de la cual, y siempre se hund¨ªa alg¨²n portaaviones o llevaban a uno en camilla que ten¨ªa poca cara de bromas. Y nos qued¨¢bamos viendo ca?ones escupiendo proyectiles y no acab¨¢bamos de verle la er¨®tica a eso.
Por las ma?anas no hab¨ªa televisi¨®n. Hab¨ªa un dibujo geom¨¦trico que se llamaba Carta de ajuste. Yo no entend¨ªa muy bien para qui¨¦n se emit¨ªa ese programa. Lo miraba y lo remiraba y me imaginaba que del mismo centro del dibujo ven¨ªa un tren hacia m¨ª o que eran postes de la luz que se alejaban. Me quedaba mirando aquella gama de grises ajedrezados y pensaba que el mundo estaba lleno de gente rara que prefer¨ªa ver esa chorrada absurda en vez de que salieran dibujos animados o un tipo cay¨¦ndose vestido a una piscina. Para m¨ª en aquel entonces un tipo vestido cay¨¦ndose a una piscina era el nivel m¨¢s alto de risa que pod¨ªa imaginar.
Y hab¨ªa una mujer que ten¨ªa un perro y viajaba en un globo, pero ni se ve¨ªa el globo ni volaba ni nada, y aquello era de un cursi que estomagaba. Ve¨ªas ese programa y te parec¨ªa que te hab¨ªas bebido una garrafa de tisana con una reata de beatas haciendo macram¨¦.
Y anunciaron que echar¨ªan King Kong, y se ve¨ªa a un tipo con mucha cara de susto abriendo la puerta de un bar y dec¨ªa: viene King Kong, y despu¨¦s, el d¨ªa de emisi¨®n. Y en el colegio todo el mundo se relam¨ªa esperando ver King Kong, pelicul¨®n, pelicul¨®n. Y en casa nos pon¨ªamos todos frente a la pantalla y sal¨ªan los dos rombos y o¨ªamos la frase m¨¢s terrible que adorna los a?os del pantal¨®n corto y las postillas en las rodillas: a la cama. A la cama. Esa noche no dorm¨ªas escuchando la pel¨ªcula desde la cama. Imaginando. Viendo el celuloide pasar por debajo de las pupilas. Y del armario sal¨ªa el brazo de King Kong con su forro de cuadritos y sus botones de cuerno? ?Uh!
Los dos rombos eran nuestra amenaza. En la escuela alg¨²n profesor nos explic¨® que eso de los dos rombos no era que no lo pudi¨¦ramos ver, sino que nuestros padres nos ten¨ªan que explicar qu¨¦ es lo que estaba pasando. Pero eso no colaba en casa. De todas maneras, no s¨¦ si prefer¨ªa irme a la cama o ver a mi padre explic¨¢ndome por qu¨¦ un mono gigante se enamora de una se?orita en minifalda.
La televisi¨®n nos hac¨ªa sentirnos importantes porque pod¨ªamos votar. S¨ª, cuando emit¨ªan Eurovisi¨®n en casa vot¨¢bamos qu¨¦ canci¨®n nos gustaba m¨¢s, y mira por donde hab¨ªa unanimidad: sal¨ªa Massiel. Y el mundo estaba de acuerdo con nosotros. Y bailar era mover las manos como si estuvi¨¦ramos saliendo de un hoyo. Las palmas hacia abajo y contone¨¢ndonos. A¨²pa. El traje era un cono de flores. Qu¨¦ traje tan bonito. Un cono de flores. La, la, la, la?
En televisi¨®n ve¨ªas a Nixon sudar la gota gorda y, cambiando de tema, a los payasos de la tele. ?Bieeeeeeen! Y todos los ni?os af¨®nicos de lo bien que estaban. Los payasos eran en blanco y negro y eran nuestros ¨ªdolos. Las abuelas rejuvenec¨ªan al lado de sus nietos y cantaban y se carcajeaban sin pudor mostrando las ventanas de la boca. Los payasos llenaban polideportivos y los mirabas de cerca y sent¨ªas un pudor especial. Estaban como pintados a brocha y, no s¨¦ todav¨ªa por qu¨¦, daba la impresi¨®n de que, en vez de mirarles la cara, les estabas viendo los genitales. Qu¨¦ cosas ten¨ªa el color.
Los Chiripitifl¨¢uticos. Los hermanos mala sombra, los mejores malos, querido malos. Valentina, qu¨¦ coraje, qu¨¦ lista, qu¨¦ dispuesta, qu¨¦ valores. El Capit¨¢n Tan, cu¨¢nto hab¨ªa viajado el Capit¨¢n Tan. Detr¨¢s de sus gafas ve¨ªas el mundo abierto, tumbado y dispuesto a ser explorado. Hace poco vi una foto del Capit¨¢n Tan. Por poco me caigo al suelo de susto. ?El capit¨¢n Tan era un muchacho con un gorro de explorador! ?Un muchacho con gafas, y yo cre¨ªa que era un se?or mayor! Me estoy haciendo viejo a una velocidad que no me esperaba.
Qu¨¦ gracioso era Locomotoro. Y c¨®mo se echaba para adelante sin caerse. En la playa, cuando soplaba el levante corr¨ªamos a ponernos cara al viento a ver qui¨¦n se inclinaba m¨¢s. ?C¨®mo lo har¨ªa? Se lo pregunt¨¦ a un realizador de aquella ¨¦poca, Mezo, hombre tranquilo, fumaba un puro en el estudio mientras grab¨¢bamos La bola de cristal. ?C¨®mo lo hac¨ªa? ?Sabes qu¨¦ me dijo? "Eso es secreto y no se puede contar". Qu¨¦ tipo. No me quiso romper la ilusi¨®n. Y es que eso es lo que ten¨ªa la tele en blanco y negro.
El 'zapping' de mi vida has sido t¨²
Por Jos¨¦ Corbacho
Cuando recuerdo que uno de los peores momentos de mi infancia fue perderme el ¨²ltimo cap¨ªtulo de El Virginiano (si no sabes de qu¨¦ serie hablo, es que eres m¨¢s joven que yo), debo asumir que la televisi¨®n ha formado, forma y formar¨¢ una parte importante de mi vida. Lo de menos fue estar encerrado en el cuarto de ba?o con tan s¨®lo seis a?os. No me importaba que mi madre me hubiera castigado por tirar un bocadillo de queso por el patio de luces. Pero no ver el desenlace de mi serie favorita era como si hoy me obligaran a perderme el final de Perdidos o los cuartos de final del Mundial con la derrota de la selecci¨®n espa?ola (de f¨²tbol, of course).
Recuerdo que ese d¨ªa llor¨¦. Pero la verdad es que tambi¨¦n llor¨¦ cuando Mary Ingells se qued¨® ciega en el incendio de La Casa de la Pradera, cuando Clara se levant¨® de su silla de ruedas ante una estupefacta Heidi o cuando Richard Channing se enter¨® de que era hijo de Angela Channing en Falcon Crest.
Hubo otros d¨ªas en los que re¨ª. Cuando Fof¨® dec¨ªa: "?C¨®mo est¨¢n ustedes?". Yo gritaba: "Bieeeeeeeeeeen". Le debo muchos buenos momentos a Los payasos de la tele, con los que me identificaba a la hora de hacerle la pu?eta al se?or Chinarro, y gracias a ellos me salt¨¦ clases, incluso cuando iba a segundo de BUP.
Y hubo d¨ªas que tambi¨¦n alucin¨¦, como cuando mi hermana y yo le jodimos a mi madre media docena de cucharillas de caf¨¦ intentando emular a un tipo que se llamaba Uri Geller.
Me gustaba la tele, me gusta e intuyo que me gustar¨¢ hasta que me muera. Con ella, al contrario que con tus padres, con tus hermanos, con tus amigos (incluso los mejores) o con tus parejas (incluso las peores) nunca discutes. Nunca te falla, siempre est¨¢ ah¨ª.
Y eso que cuando yo era ni?o no exist¨ªa el zapping. Primero, porque mis padres decid¨ªan qu¨¦ se ve¨ªa. Segundo, porque la ausencia del mando a distancia te obligaba a levantarte para cambiar de canal. Y tercero, y definitivo, si lo hac¨ªas, s¨®lo pod¨ªas pasar de la Primera a la UHF (La 2 de mi ¨¦poca).
Pero lleg¨® el mando a distancia, y mi vida se transform¨®. Incluso m¨¢s que cuando un tipo con tricornio y cara de cabr¨®n, de cuyo nombre no quiero acordarme, grit¨® un 23-F "?Al suelo todo el mundo!" en el Congreso de los Diputados, o cuando muri¨® Chanquete, en Verano azul.
?El mando a distancia! ?Qu¨¦ gran invento! ?Qu¨¦ electrodom¨¦stico te permite cambiar con un solo bot¨®n de un cap¨ªtulo de Mujeres desesperadas al linchamiento de la Pantoja en el Tomate? Ser¨ªa como si el microondas te permitiera pasar de un plato de Ferran Adri¨¤ a una lata de comida para perros.
Otros mundos. Otras vidas. Lo que siempre quise vivir cuando me dediqu¨¦ a ser actor. Vidas maravillosas, como las que viv¨ªa de ni?o viendo los programas de F¨¦lix Rodr¨ªguez de la Fuente, o vidas de mierda, como cuando veo Gran Hermano. (Lo siento Mercedes, es lo que hay).
La televisi¨®n me transportaba. Yo era Koji Kabuto e iba dentro de Mazinger Z (Koji Corbacho no suena tan mal), yo buscaba a mi madre de los Apeninos a los Andes como Marco, yo era TJ y me sub¨ªa al tejado cuando lo dec¨ªa el teniente en Los hombres de Harrelson, yo era Starsky (con la chaqueta de lana igualita a la de la serie que me hizo mi madre), yo era JR, yo era Benny Hill, yo era Don Cicuta, yo era Esteso? Y todav¨ªa me sigue transportando: soy bizcochito en Ally Mac Beal, soy Rosa L¨®pez, soy Nate en A dos metros bajo tierra, soy Bart Simpson, soy Boris Izaguirre, soy Tony Soprano?
Todo ello, s¨®lo d¨¢ndole a un bot¨®n. S¨®lo moviendo un dedo. Un esfuerzo m¨ªnimo para un gran premio o un enorme castigo. Y tambi¨¦n, un solo bot¨®n te separa de la felicidad absoluta. Se llama off y se usa para apagar la televisi¨®n. Pru¨¦benlo. A veces es muy necesario.
Disfruta el mando mientras lo tienes. Porque cuando vives con tus padres o cuando vives con tus hijos, ya puedes ir olvid¨¢ndote de ¨¦l. Por ejemplo, ahora mi mando lo tiene mi hijo. ?l zapea y, a cambio, me ayuda a desarrollar una habilidad que ya no recordaba. La habilidad de poder ver 200 veces seguidas la pel¨ªcula Cars o el ¨²ltimo episodio de Los Lunnis.
Supongo que por todo esto, y algo m¨¢s que seguramente olvido, o quiero olvidar, me encanta la televisi¨®n. Me inspira y me influye. Y eso que tengo un objeci¨®n que hacerle? Esa objeci¨®n se llama: la tele-realidad, o los realitys, que dir¨ªa una prima m¨ªa que vive en Connecticut. Porque, se?ores, para realidad ya tengo la m¨ªa. No necesito la realidad de gente encerrada en una casa; de famosos bailando, patinando o sobreviviendo en una isla; de gente contando sus miserias en un plat¨® de televis¨®n, de sorpresas pat¨¦ticas, de reporteros persiguiendo a famosos hasta agobiarlos, de famosos pegando a reporteros, de hermanos calvos pele¨¢ndose, de muertos a los que resucitan para cubrirlos de porquer¨ªa, de ex concursantes que saben algo de todo, de los informativos de sucesos, de?
Es una objeci¨®n algo grande, lo reconozco. Y personal. Habr¨¢ gente que piense lo contrario, tal vez t¨², pero esta vez me ha tocado a m¨ª escribir y a ti leer. Aunque te doy gracias por llegar hasta aqu¨ª. Porque si te suena alg¨²n programa de los que he citado o tambi¨¦n estuviste enamorado de Mar¨ªa Luisa Seco, sabr¨¢s de qu¨¦ te hablo. ?Salud y zapping!
Tarz¨¢n, Mazinger Zeta y nuestro amigo F¨¦lix
Por Paz Padilla
Cuando la tele entr¨® en mi casa, mis padres, mis seis hermanos y yo aprendimos electricidad para arreglar ese armatoste s¨²per arcaico que fallaba todo el rato. Si no funcionaba, recurr¨ªamos a los golpetazos, y no s¨¦ c¨®mo le d¨¢bamos que se arreglaba, oye. Al principio era en blanco y negro, pero mi hermano Luis, al que llamamos McGuiber, lo arregl¨® pronto: peg¨® con celo en la pantalla tres papeles transparentes de color: uno rojo, otro azul y otro verde, y dijo: "Ea, ahora es en color". Y nosotros: "Luis, si lo vemos igual". Y ¨¦l: "Ustedes no entend¨¦is nada". As¨ª que nos tiramos meses con aquellos papeles puestos. El mando a distancia tard¨® en hacer su aparici¨®n. ?Para qu¨¦? Nosotros nos bast¨¢bamos con el palo de la escoba, la antena de la radio o con la ni?a chica, que era yo hasta que naci¨® mi ¨²ltimo hermano. Tambi¨¦n recuerdo los rombos. Mi padre, que era muy bruto, nos mandaba a la cama en el acto, hubiera un rombo, dos o tres. Yo creo que era una excusa para quitarnos de en medio y descansar.
Uno de los primeros programas que me enganch¨® fue Tarz¨¢n. Mi hermano mayor se met¨ªa conmigo y me dec¨ªa que Tarz¨¢n estaba en un manicomio, pero yo me pasaba el d¨ªa dando gritos o imagin¨¢ndome que era Jane, tan bien puesta y sin una mancha en plena selva. La serie Fama tambi¨¦n me perd¨ªa. Me encantaban Leroy y Coco. Un d¨ªa tuve un accidente. Estaba imitando a Coco y dando una voltereta ca¨ª en una tuna con higos chumbos. Cog¨ª p¨²as hasta en los dedos de los pies. Ese d¨ªa descubr¨ª que la tele no es tan educativa.
Mazinger Zeta era mi ¨ªdolo. Yo me imaginaba que ¨¦l viv¨ªa en el a?o 2000 y que para entonces los coches volar¨ªan y que en lugar de comer nos tomar¨ªamos una pastillita. Y aqu¨ª estamos, comiendo tortilla de papas de toda la vida. Otro ¨ªdolo de carne y hueso era F¨¦lix Rodr¨ªguez de la Fuente, con su genial El hombre y la Tierra. Cuando muri¨®, en el colegio estuvimos tres d¨ªas de luto e hicimos un homenaje en el que cantamos y soltamos palomas blancas. Fue un trauma. Me encantaba la canci¨®n que le dedicaron Enrique y Ana, otros que me marcaron, tanto que me pel¨¦ igual que ella. "Quiero el pelao de Enriqueyana", le solt¨¦ al peluquero. Lo que me lleva a Torrebruno, con su canci¨®n m¨ªtica: "Tigres, tigres, leones, leones, todos quieren ser los campeones". Me parec¨ªa s¨²per gracioso, tan r¨ªgido y tan puesto. Y en las fiestas familiares todav¨ªa cantamos uno de los temas de La bola de cristal: "Pero mira c¨®mo brilla la bola de cristal. Electroduendes, s¨ª, s¨ª, con el maese sonoro y el maese capataz, con la bruja truca truca, truca de verdad". Tambi¨¦n quiero recordar a Popeye, que nos dec¨ªa que hab¨ªa que comer espinacas; s¨ª, hombre? Y no voy a decir que Olivia es fea, porque se parece mucho a m¨ª, pero yo la habr¨ªa mandado a la porra con Brutus.
Otro personaje m¨ªtico fue Uri Geller, el mago que doblaba cucharillas, y que, seg¨²n me cont¨® Jos¨¦ Mar¨ªa I?igo m¨¢s tarde, ten¨ªa poderes de verdad y estuvo contratado en la NASA. No hace mucho volv¨ª a verlo y est¨¢ igual, como si lo hubieran metido en la nevera. Al igual que Mayra G¨®mez Kemp, que est¨¢ igual, habla igual y sigue siendo igual.
Por aquella ¨¦poca me daban mucha envidia los chicos de Verano azul porque veraneaban fuera. Yo pasaba las vacaciones en Zahara de los Atunes, el pueblo de mis abuelos, y me sent¨ªa m¨¢s como Pancho. De fuera ven¨ªan madrile?os, catalanes, y los novios nos duraban 15 d¨ªas. No olvidar¨¦ el momento en que Julia est¨¢ pintando el barco y le anuncian que Chanquete ha muerto. Claro que, por otra parte, se han asegurado bien de que no me olvide, porque han repuesto la serie m¨¢s veces que las piezas de mi coche. A Martes y Trece hay que agradecerles esas noches de fin de a?o que nos hicieron pasar. Yo sal¨ªa de marcha y me dec¨ªa: voy a beber poco porque ma?ana lo repiten y quiero estar despierta. Cuando se separaron fue como si nos hubiesen quitado algo. Y he sido y soy seguidora de Informe semanal. Imposible olvidar a aquella ni?a colombiana, Omayra, que pr¨¢cticamente muri¨® ante las c¨¢maras. Valoro y respeto mucho a los reporteros que no tienen vida propia, porque en el momento que vives una experiencia como esa, tienes que cambiar.
De los iconos recientes de TVE me viene a la cabeza Ram¨®n Garc¨ªa. ?Cu¨¢ntos a?os ha estado en La Primera? Era encender la tele, y ah¨ª estaba. Ha dado, con su capa, todas las campanadas habidas y por haber. Es un superm¨¢n espa?ol. ?Y Paco Lobat¨®n? Cada vez que veo la foto del carn¨¦ de identidad de alguien, le digo: a ti te est¨¢ buscando Lobat¨®n. Era asidua a ?Qui¨¦n sabe d¨®nde?, y a veces pensaba que alguno se hab¨ªa quitado de en medio adrede. Tambi¨¦n me parecen m¨ªticas las im¨¢genes de la infanta Elena llorando al ver a su hermano llevando la bandera en la apertura de los Juegos de Barcelona. Luego se cas¨® en Sevilla el mismo d¨ªa que mi hermana; que mi madre ten¨ªa un disgusto muy grande, y le dec¨ªa: "Hija, ?qu¨¦ necesidad tienes de casarte precisamente ese d¨ªa?".
'Historias para no dormir', a¨²n me dura el susto
Por El Gran Wyoming
Siempre he tenido la sensaci¨®n de que ir a la cama era matar un d¨ªa (ir a la cama solo, naturalmente). Debe ser una cuesti¨®n personal puesto que suelo acabar el ¨²ltimo en las cenas, reuniones de amigos? Con el paso de los a?os he comprobado que en el otro extremo, en la infancia, ocurre lo mismo: No hay quien acueste a los ni?os. Su tendencia natural es aguantar lo m¨¢ximo posible en estado de vigilia, aunque para conseguirlo tengan que pelear d¨ªa tras d¨ªa, rapi?ando un segundo irrenunciable que se va incrementando a su hora de ir a la cama. Tal vez sea una condici¨®n innata en el ser humano, que tiene asociado el sue?o a una peque?a muerte, ya que, en la medida que perdemos la conciencia durante el sue?o, damos ese tiempo por no vivido.
A lo que vamos. Hubo en el a?o 65, o sea que contaba yo con 10 a?os, una serie que llevaba por t¨ªtulo Historias para no dormir. Eran cap¨ªtulos de una hora, m¨¢s o menos, donde se contaban historias de terror, y la muerte siempre estaba presente, cuando no era protagonista. Como a todos los ni?os, me encantaban los cuentos de miedo, y como pon¨ªan la serie a las diez de la noche, m¨¢s o menos, hab¨ªa que inventarse una historia para no dormir si quer¨ªas ver Historias para no dormir. Al d¨ªa siguiente, en el cole, los que hab¨ªamos visto el cap¨ªtulo de turno nos convert¨ªamos en portavoces autorizados de historias que, por la edad, se contaban y escuchaban como si hubieran partido del Telediario. En aquellos tiempos, la televisi¨®n ten¨ªa un aura de oficialidad que convert¨ªa lo que se emit¨ªa en cierto, sobre todo para la infancia, que no admit¨ªa distinciones dentro de la parrilla de programaci¨®n entre la ficci¨®n y la realidad. Adem¨¢s, como a esas edades, estamos hablando de diez a?os, el cerebro no est¨¢ colonizado por lo que perturba el sue?o en el futuro inmediato, el sexo, s¨®lo el terror nos conmov¨ªa hasta el ¨¦xtasis; el terror y su aliado: el miedo a la muerte. De eso iban los cap¨ªtulos de Historias para no dormir: Zarpas que ten¨ªan poderes mal¨¦ficos, seres siniestros capaces de todo, cosas raras que mataban; pero, de entre todas las desgracias posibles, una destacaba por su crueldad: la catalepsia. La catalepsia era el peor mal que pod¨ªa padecer el ser humano porque no depend¨ªa de la intervenci¨®n exterior. No hab¨ªa ning¨²n ser maligno que te lo propiciara mediante un encanto, tampoco interven¨ªa la mala suerte, sino que la desgracia que le aquejaba a uno, y que le llevaba a la m¨¢s horrible de las muertes imaginables, requer¨ªa de la colaboraci¨®n de los seres queridos, de tus propios padres, ya que la catalepsia, tal y como la contaban en la serie, era un mal que produc¨ªa ataques en los cuales uno se quedaba como muerto sin estarlo, por lo que le daban por muerto. Si padec¨ªas catalepsia, estabas perdido, a no ser que a tu vera hubiera alguien que estuviera al tanto del mal y evitara que fueras enterrado vivo. La catalepsia, seg¨²n se conclu¨ªa en el debate posterior, era una enfermedad m¨¢s corriente de lo que se supon¨ªa, y, lo que era peor, cuando afectaba a los ni?os era especialmente grave, pues rara vez se sal¨ªa del primer ataque al no haber precedente ni referencia salvadora. Si no te hab¨ªa pasado nunca, ?c¨®mo te pod¨ªan proteger? ?Cu¨¢ntos ni?os pod¨ªan haber sido enterrados vivos por esa causa? Eso, "nunca lo sabremos", conclu¨ªamos estremecidos ante la implacable certeza de que todos ¨¦ramos catal¨¦pticos potenciales. A partir de ese momento, las ¨²nicas aportaciones de inter¨¦s eran aquellas que describ¨ªan casos de catal¨¦pticos exhumados a?os despu¨¦s de su entierro y que ten¨ªan como caracter¨ªstica com¨²n aparecer con las u?as desgastadas de tanto rascar el techo del ata¨²d en su af¨¢n de salir al exterior. Hubo un cap¨ªtulo de Historias para no dormir en el que, rizando el rizo de la maldad, alguien que padec¨ªa catalepsia se hac¨ªa construir un ata¨²d con una tapa muy fina y dejaba instrucciones precisas sobre c¨®mo ser enterrado; concretamente, a unos cent¨ªmetros de la superficie para, en caso de resucitar al cabo de un par de d¨ªas, poder salir del hoyo sin m¨¢s que sacudirse el polvo. Pero en la maldad inherente a la trama de los cuentos de la serie, cuando por fin el catal¨¦ptico palmaba, o lo que pod¨ªa ser peor que la propia muerte, parec¨ªa que palmaba y era enterrado, el malo cumpl¨ªa con las instrucciones, pero pon¨ªa el ata¨²d del rev¨¦s, o sea, tapa abajo, con lo cual el catal¨¦ptico cuando, efectivamente, resucitaba y se pon¨ªa a escarbar, no hac¨ªa otra cosa que ir hundi¨¦ndose m¨¢s y m¨¢s en un escalofriante viaje hacia el centro de la Tierra, caus¨¢ndose su propia muerte.
Por si fuera poca desgracia ir al cole, adem¨¢s, a uno le quedaba la duda de si ser¨ªa enterrado vivo antes de ser mayor y poder decidir qu¨¦ quer¨ªa hacer con su vida y, lo que era m¨¢s importante, a qu¨¦ hora se quer¨ªa acostar.
Por suerte me salv¨¦ de la catalepsia y si alguna vez he ca¨ªdo en un estado parecido ha sido por circunstancias que no vienen al caso.
La serie era de Chicho Ib¨¢?ez Serrador y fue una conmoci¨®n. A m¨ª todav¨ªa me dura y no hay quien me acueste.
Aqu¨ª cabe todo: de Malta a la Luna
Por Nico Abad
Mensaje en mi m¨®vil: "Foto colectiva de los 50 a?os de TVE en el Villamagna. Si buenamente puedes, nos encantar¨ªa que te pasaras. Ignacio Salas". All¨ª fui. Estaba la vieja guardia: Hermida, Amestoy, Concha Cuetos, pero, sobre todo, Miguel de la Quadra Salcedo. El hombre que no lleva calcetines y que bati¨® el record de lanzamiento de jabalina, no convalidado porque no la lanz¨® como oficialmente se esperaba. Y tengo que contar lo del 12 a 1 de Espa?a a Malta. En mi casa no me dejaban ver la tele entre semana (los melodramas de Estrenos TV, el domingo, tampoco), y yo ve¨ªa que se acercaba aquel partido y estuve haciendo campa?a durante d¨ªas y d¨ªas. Mientras mi madre rebozaba la pescadilla a las nueve de la noche, yo le contaba que para que la Selecci¨®n se clasificara ten¨ªa que meter 11 goles a Malta y que aquello iba a ser un milagro pero que era posible. Y, joder, lo daban por televisi¨®n. Di la plasta tanto como fue preciso para conseguir el objetivo. Aquellos goles de Santillana en el primer tiempo, y los de Rinc¨®n en el segundo, y el de Maceda, y el de Se?or?, llorando en el sal¨®n a l¨¢grima viva, abrazando a mi padre. Joder, qu¨¦ noche gloriosa. Jose ?ngel de la Casa hizo su primer y ¨²ltimo gallito en televisi¨®n. El 21 de diciembre del 83. De los veranos, por supuesto recuerdo Verano azul y todo eso; pero, sobre todo, el Tour de Francia pre-Indur¨¢in. S¨®lo se retransmit¨ªa el final de etapa y no durante todo el Tour, s¨®lo si alg¨²n espa?ol estaba haciendo algo. No se me olvida esa etapa del 84 en la que ?ngel Arroyo y Perico Delgado se lanzaron como posesos para atacar en la bajada de un puerto. La realizaci¨®n dio plano del pelot¨®n descendiendo en fila india y cuando volvieron a Perico y Arroyo, s¨®lo estaba Arroyo. Entonces recuerdo planos de carretera sin ciclistas, como buscando a Perico, hasta que pasados los minutos apareci¨® el segoviano pedaleando muy lento. Luego nos enteramos de que se hab¨ªa estampado contra una valla en el descenso. Eran los tiempos en los que la tele no lo daba todo, y dejaba cierta informaci¨®n para luego. Ya lo ¨²ltimo que cuento de deportes: una imagen que vale tanto como los a?os que esperamos (algunos, claro) para verla: el gol de Mijatovic en Amsterdam para conseguir la s¨¦ptima Copa de Europa. Recuerdo ver aquel partido casi sin pesta?ear. Me daba igual todo. Me daba igual qui¨¦n y c¨®mo jugase. S¨®lo quer¨ªa ver un gol en la porter¨ªa de la Juventus y lleg¨® en el minuto a las diez y seis minutos de la noche. Sal¨ª a la ventana a gritar. Ese bal¨®n traspasando la l¨ªnea de gol para m¨ª fue como Armstrong pisando la Luna. Una especie de milagro televisado. S¨®lo que esta vez yo me lo cre¨ªa, no como mi abuela, que nunca se crey¨® lo de la Luna.
Por supuesto, yo ve¨ªa el circo de TVE los s¨¢bados por la tarde. Flipaba con las historietas y con las canciones. Miliki era mi favorito, por cierto. No es relevante, pero queda dicho.
Aquello de no ver la tele entre semana en mi casa ten¨ªa una excepci¨®n. Los viernes pod¨ªa ver el Un, dos, tres. Yo aquello lo ve¨ªa por la emoci¨®n de estar sentado el viernes ante la tele, pero s¨®lo me interesaba Bigote Arrocet. Era un crack. Aquel "piticl¨ªn, piticl¨ªn" me pon¨ªa en guardia para chistes inmensos. ?Grande Bigote!
Ya muy reciente, me encantaba El show de Flo, con ese ??igo recuperando cosas en blanco y negro. Entrevistas suyas, entrevistas de Mercedes Mil¨¢. Las veo ahora y alucino con la manera de preguntar que ten¨ªan antes, tan directa, tan sin cortarse. ?Cu¨¢ndo se volver¨¢ a preguntar as¨ª en esta tele tan llena de precauciones? Lo m¨¢s grande que he visto en TVE el curso pasado fue la entrevista de Quintero a Enrique Iglesias, haci¨¦ndole las mismas preguntas que le hab¨ªa hecho al padre en una entrevista anterior, con las respuestas montadas en paralelo. Una exhibici¨®n impagable.
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