Lo infinitamente m¨¢s da?ino
Raro es el fin de semana en el que uno no se encuentre, al hacer un zapeo televisivo, con alguna bater¨ªa de periodistas ga?anes (ellos y ellas, aunque el t¨¦rmino sea masculino) rajando de la difunta Carmina Ord¨®?ez y de su tambi¨¦n ya difunta adicci¨®n a las drogas. Cada vez que el tema de la droga es tratado por la prensa seria o por la chusca, las diferencias entre las dos desaparecen y parecen todos ga?anes, mitad escandalizados, mitad complacidos, en todo caso moralizando y sermoneando con improbable hipocres¨ªa: porque son demasiados los reporteros, locutores, tertulianos y columnistas que dan la impresi¨®n de estar perpetuamente colocados con alguna mezcla explosiva, a tenor de lo que dicen y escriben. Cuando alg¨²n personaje famoso es pillado con drogas, se le impone una penitencia ortodoxa como requisito para ser "perdonado". El personaje en cuesti¨®n ha de hacer una autocr¨ªtica digna de las purgas de Stalin ("Soy un imb¨¦cil, un enfermo, un pusil¨¢nime y una piltrafa, he ido con malas compa?¨ªas que me han corrompido, pero esto va a cambiar, necesito ayuda y no quiero ser un esclavo", es m¨¢s o menos la letan¨ªa) y a continuaci¨®n debe encerrarse en un centro de "desintoxicaci¨®n" durante unas semanas, como prueba fehaciente de que est¨¢ arrepentido y quiere quitarse de lo que tomara y seguramente seguir¨¢ tomando porque le da la gana. La sociedad, entonces, se muestra comprensiva con el pecador; lo ve expuesto, humillado, artificialmente contrito y avergonzado -en suma, lo ve castigado-; se reconforta pensando que los ricos y c¨¦lebres son unos degenerados y que no vale la pena envidiarlos tanto, y finalmente los readmite al reba?o.
El proceso es tan farisaico y grotesco que no se entiende c¨®mo lo soportan quienes tienen dos dedos de frente. Se trata de un parip¨¦ evidente, porque lo que est¨¢ fuera de duda es que en los pa¨ªses occidentales o "desarrollados" la gente toma drogas a menudo, sea famosa o an¨®nima y se dedique a lo que sea. Unos m¨¢s, otros menos y la mayor¨ªa nada, desde luego, pero los que s¨ª lo hacen son suficientes para que los narcotraficantes de cualquier rinc¨®n se cuenten entre los individuos m¨¢s adinerados del mundo (los jefes, no los camellos). Hace poco se descubri¨® que un alto porcentaje de los parlamentarios italianos tomaba sustancias prohibidas; hace m¨¢s tiempo se comprob¨® que la mayor¨ªa de los billetes de banco de varios pa¨ªses conservaban restos de coca¨ªna; los deportistas se chutan de todo, los pobres ciclistas los m¨¢s visibles; muchos j¨®venes son incapaces de salir de farra sin meterse, como m¨ªnimo, media pastillita de ¨¦xtasis. Y lo que casi nadie se para a pensar, o eso parece, es por qu¨¦ tanta gente le da a la droga. Los m¨¢s descerebrados lo hacen por puro y tonto mimetismo o porque creen que as¨ª se sentir¨¢n m¨¢s "enrollados". Los m¨¢s cerebrados, por lo que yo s¨¦, sin embargo, ingieren o fuman o esnifan para aguantar el ritmo extenuante y enloquecido de las vidas que han de llevar por su trabajo, lo mismo que los deportistas se inyectan lo que sea en vena porque cada vez se les exigen resultados y marcas m¨¢s sobrehumanos. Las sociedades capitalistas, cada d¨ªa m¨¢s fren¨¦ticas y competitivas, imponen una marcha que los humanos normales rara vez soportan sin recurrir a "algo". En lo que a m¨ª respecta, las ocasiones en que me he tomado "algo" han sido aquellas en las que ten¨ªa que hacer un gran esfuerzo o resistir m¨¢s de la cuenta sin descanso (dar diez entrevistas en un d¨ªa tras noche en blanco, por ejemplo), por lo que nunca he tenido oportunidad de sentirme "euf¨®rico" ni he alcanzado ninguna "alucinaci¨®n", por desgracia (ya puestos ?). (S¨ª, confieso haber sido entrevistado "drogado"; o quiz¨¢ fuera "dopado"; o tal vez "pirado"; pero nadie, me temo, me not¨® nada de nada, una l¨¢stima.) Los Ministros de Sanidad se dicen muy preocupados por la salud de la gente (la nuestra, por cierto, Salgado, en vez de manifestarse contra la obesidad pod¨ªa engordar un poco, para no dar mal ejemplo a las j¨®venes). Pero no parecen caer en la cuenta de que la clandestinidad de las drogas no hace sino fortalecer y enriquecer a individuos sin escr¨²pulos que ocasionan mucha mayor mortandad (por lo general a tiros, o mediante adulteraciones de su mercanc¨ªa) de la que causar¨ªa un consumo de drogas regulado y en manos de los Estados. Hemos le¨ªdo que s¨®lo la Camorra napolitana ha asesinado a tres mil seiscientas personas desde 1980. Y las cifras de Colombia y M¨¦xico deben de ser mucho m¨¢s elevadas.Que las drogas son perniciosas lo sabe todo el mundo, hasta quienes las toman. Pero lo que resulta infinitamente m¨¢s da?ino es que est¨¦n en manos de organizaciones corruptoras y despiadadas que cada vez son m¨¢s poderosas. Hay ya c¨¢rteles que poseen submarinos y aviones y ej¨¦rcitos, y que recaudan al a?o m¨¢s que no pocos pa¨ªses modestos. Si la gente quiere algo lo acaba consiguiendo, ha sido as¨ª siempre. As¨ª que una de dos: o se les exige menos a nuestros ciudadanos, de manera que no necesiten echar tanta mano de productos qu¨ªmicos para mantener el ritmo, o se les permite y facilita la obtenci¨®n de esas sustancias, en buen estado y controladas sanitariamente, y de paso se acaba con los desalmados que, gracias a tanta prohibici¨®n, persecuci¨®n y "cruzada", se han hecho de oro, y lo que se har¨¢n, Dios mediante.
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