El hombre que sabe d¨®nde est¨¢n
Teodomiro Jim¨¦nez custodia el archivo qeu 'ordena' el mill¨®n de enterrados en La Almudena
Teodomiro Jim¨¦nez lleva toda su vida entre tumbas, y ha sido durante los ¨²ltimos 18 a?os el depositario de su memoria. El archivero del cementerio naci¨® junto a las tapias de La Almudena como sus siete hermanos y, acaso forzado por el lugar y las penurias, ya era aprendiz de marmolista a los nueve a?os. Acabada la milicia, entr¨® a trabajar en el camposanto y all¨ª habr¨¢ estado hasta esta Nochebuena, cuando se jubila al cumplir 63. Es el trabajador m¨¢s veterano del lugar.
En este d¨¦dalo de piedra fr¨ªa, cipreses y acacias, s¨®lo un d¨ªa al a?o, el de ayer, tiene tanta vida. Un equipo de 70 personas se afana el resto del tiempo en permitir el reposo y la tranquila podredumbre de los reci¨¦n fallecidos. En La Almudena hay m¨¢s de un mill¨®n, seg¨²n la Empresa Mixta de Servicios Funerarios, que gestiona los 13 cementerios municipales.
El primer registro es el del p¨¢rvulo Pedro Regalado Olmos, ca¨ªdo en las pestes col¨¦ricas
Jim¨¦nez, que ha sido ordenanza, limpiador, cantero (aqu¨ª, los que mueven l¨¢pidas) y enterrador, todo en La Almudena, trabaja hoy en su archivo, que mantiene al d¨ªa "con mucho amor". En un s¨®tano que huele a polvo antiguo, el hombre clasifica cientos de legajos con los azares y recorrido del ¨²ltimo viaje de tantos. Escrito con una caligraf¨ªa arcaica de florituras, el archivero muestra el primer registro del conocido entonces como Cementerio de Epidemias: el p¨¢rvulo Pedro Regalado Olmos An¨ªa, ca¨ªdo probablemente en las pestes col¨¦ricas que obligaron a abrir el cementerio a toda prisa. El cad¨¢ver del cr¨ªo ocup¨® un nicho concedido por Alfonso XII a perpetuidad dos d¨ªas despu¨¦s de bendecido el camposanto, el 15 de septiembre de 1884. Tras las ampliaciones de 1925 y 1950, el n¨²mero de enterramientos alcanz¨® los 280.000 actuales (en cada nicho puede haber varios cuerpos).
Con tanto muerto, el trabajo de Jim¨¦nez es vital para saber simplemente d¨®nde est¨¢n los restos de cada cual. El archivero cartograf¨ªa de carrerilla su lugar de trabajo: "El cementerio est¨¢ formado por cuarteles, y ¨¦stos por manzanas separadas por calles. Las manzanas est¨¢n divididas en letras. El registro se?ala d¨®nde se ha enterrado a cada uno. El cuartel m¨¢s grande es el 317 bis, el que llamamos las 1.000 viviendas. Tambi¨¦n hay cinco mesetas, elevaciones, y la m¨¢s alta es el Gurug¨²". La guerra de ?frica y el desarrollismo son recuerdos vivos tambi¨¦n en La Almudena.
Las fichas que administra el archivero emocionan con su sencillez. Va una de 1920: Fulanita de tal, "edad, 70 a?os; estado civil, V. [viuda] , profesi¨®n, S.L. [sus labores]
; juzgado, Valdemoro; causa de la muerte, colapso". Datos como ¨¦stos son clave para los que acuden a Jim¨¦nez en busca de sus finados, por ejemplo, para cobrar una herencia.
Los libros que maneja con soltura son pesados, s¨®lo se abarcan a dos manos y est¨¢n bien hechos; "mira, mira qu¨¦ piel y qu¨¦ pasta", ense?a orgulloso. Adem¨¢s de los del camposanto, est¨¢n los registros del cementerio civil (hasta 1975, dedicado a los no cat¨®licos y suicidados) y el del hebreo. Pero, desde 1990, los tomos son puros listados de ordenador encuadernados en polipiel. "La vida es moderna, ya se sabe, pero a m¨ª me gusta m¨¢s lo de antes", se lamenta Jim¨¦nez, que gan¨® el puesto por su buena letra y la recomendaci¨®n del anterior archivero, Juli¨¢n de Le¨®n. "He querido mucho a este archivo y me va a dar pena dejarlo", reconoce. Teodomiro Jim¨¦nez se jubila en menos de dos meses y a¨²n no tiene sucesor, nadie a quien instruir en los mil trucos para encontrar a los muertos.
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