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MANUEL RIVAS

El guardi¨¢n de la memoria

Adem¨¢s de ecologista y agitador cultural es poeta, periodista y escritor. El mundo de la Galicia rural y el de la Guerra Civil, con sus historias silenciadas, aparece siempre en sus obras; como en su nueva novela, 'Los libros arden mal' (Alfaguara), que acaba de ser traducida al castellano

Milagros P¨¦rez Oliva
Su ¨²ltima novela 'Los libros arden mal', acaba de ser traducida al castellano.
Su ¨²ltima novela 'Los libros arden mal', acaba de ser traducida al castellano.XULIO VILLARINO

Dicen quienes le conocen que Manuel Rivas es una de esas personas que son exactamente lo que aparentan. ?Y qu¨¦ aparenta?, les pregunto. Aparenta ser una persona buena y afable, que est¨¢ siempre disponible, que sufre por lo que les ocurre a los dem¨¢s y que se siente culpable cuando no puede ayudarte. Una persona con una mirada tel¨²rica que construye nuevas realidades con sus met¨¢foras. As¨ª le describen.

Nos encontramos junto a la playa de Riazor para hacer un recorrido por los escenarios de su ¨²ltima novela, Los libros arden mal (Alfaguara), que acaba de aparecer en castellano. A Coru?a no es s¨®lo la ciudad en la que naci¨® en 1957; es tambi¨¦n una parte importante de su universo literario. Conoce todos sus recovecos, y todos tienen una historia que contar. Su ¨²ltimo libro se gest¨® cuando el librero y naturalista Ant¨®n Pati?o Regueira le pidi¨® un pr¨®logo para su relato Memoria de Ferro y descubri¨® un mundo poblado de nombres luminosos: ateneos como El Resplandor en el Abismo, Generaci¨®n Consciente o Nueva Era, y hasta un peri¨®dico con el contundente nombre de Brazo y Cerebro. Localiz¨® el ¨²nico ejemplar que se conserva, y ah¨ª encontr¨® el anuncio de un tren especial que los libertarios hab¨ªan contratado para ir a Los Canerios, a remontar las aguas del Mandeo y de paso hablar de la escuela racionalista y de la reforma agraria. El tren deb¨ªa partir el 2 de agosto de 1936, pero nunca lleg¨® a salir.

M¨¢s informaci¨®n
Y el c¨¢ntaro era roca

Ah¨ª comienza la obra m¨¢s extensa y ambiciosa de este gallego que adem¨¢s de ecologista y agitador cultural es poeta, periodista y escritor, sin que en su caso esos t¨¦rminos se abofeteen. Con 18 t¨ªtulos en las librer¨ªas, ha dado sobradas muestras de dominar todos los registros. Estudi¨® periodismo en Madrid, pero antes de terminar ya trabajaba en Galicia, y all¨ª ha permanecido desde entonces, salvo unas cortas estancias en Madrid y Dubl¨ªn. El hecho de escribir en gallego no ha sido un obst¨¢culo para que su obra haya volado lejos.

Se le ve un hombre feliz en su medio. En su mirada cabe todo el mar que ba?a Galicia, sus ojos son un remanso de ternura en un rostro que se siente y se cultiva c¨¦ltico. Sosegado, de una amabilidad contagiosa, parece depositario de la eterna juventud. En absoluto aparenta lo cerca que est¨¢ ya de los 50, y que ¨¦l y su compa?era tienen dos hijos, un chico y una chica, ya universitarios. Ser¨¢ porque, como dijo Ralf Waldo Emerson, "los a?os arrugan la piel, pero la falta de entusiasmo arruga el alma", y como a ¨¦l entusiasmo no le falta, tiene el alma tan tersa que parece un adolescente. No le gusta hablar de los dem¨¢s, porque tocar con la palabra tambi¨¦n puede herir; pero cita a dos personas que han dejado en ¨¦l una huella imborrable: su hermana mayor, Mar¨ªa, y su amigo el poeta Lois Pereiro. Los dos est¨¢n muertos. "Eran ese tipo de personas que siempre van dos pasos por delante", dice. Con Lois Pereiro editaba en Madrid una revista en gallego, Loia, "m¨¢s underground que un gorri¨®n en el metro". Lois Pereiro muri¨® a causa del aceite de colza el d¨ªa en que se conoci¨® la sentencia del m¨¢s mort¨ªfero de los envenenamientos.

Vive en una casa acristalada cerca de la plaza de Mar¨ªa Pita, llena de libros, papeles y restos de su ¨²ltima aventura literaria. Habla con una cadencia tranquila y una riqueza de met¨¢foras abrumadora. Es f¨¢cil imaginarle volcado sobre el ordenador con el pelo revuelto surcando el mar embravecido de las ideas, bati¨¦ndose contra las olas en cada frase. Macera las palabras hasta el punto de que, mucho despu¨¦s de terminada la entrevista, todav¨ªa vuelve atr¨¢s: "Cuando te dije que hay cosas que has de hacer por obligaci¨®n, en realidad la palabra es por verg¨¹enza". E insiste en que no hay que tener miedo, aunque a veces haya motivos. Bastante despu¨¦s del intento de golpe de Estado del 23-F se conoci¨® una lista de "personas a eliminar", y entre ellas figuraba Manuel Rivas, de 23 a?os, periodista. Pero no hay que arrugarse: "Mi padre era alba?il, y despu¨¦s de estar toda la vida subiendo y bajando andamios, s¨®lo cuando ya estaba jubilado confes¨® a su familia que siempre hab¨ªa tenido v¨¦rtigo. Cuando escribes no puedes pensar que tienes v¨¦rtigo", dice.

Este libro rescata la memoria oculta de los vencidos en la Guerra Civil justo cuando hay una campa?a para reinterpretar la historia y hacer aparecer el golpe de Estado como algo inevitable frente al caos republicano.

Se dice que no hay que remover el pasado, en un discurso a veces bienintencionado, pero otras claramente dirigido a ocultarlo. Hay como un secuestro del pasado, un revisionismo que trata de hurtarnos la verdad. La literatura debe desobedecer pactos de silencio, pero el libro no responde a un calendario premeditado. Digamos que es el propio hecho de escribir con implicaciones el que te lleva a esas historias. No dices "voy a escribir sobre los olvidados"; es m¨¢s bien una energ¨ªa que surge de la propia mirada la que te lleva ah¨ª, el hecho de preguntarte sobre el significado de las palabras. Este libro abarca desde el siglo XIX hasta nuestros d¨ªas, y est¨¢ construido como una esfera armilar, que es la que forman las ¨®rbitas de los astros: cada cap¨ªtulo, cada personaje es una ¨®rbita que se entrecruza con las dem¨¢s, y hay una sacudida, una fuerza de trayectoria fatal, que es el golpe de Estado, que atraviesa esa esfera armilar y trastorna todas las vidas.

Una parte muy importante de su obra tiene la Guerra Civil como tel¨®n de fondo. ?Por qu¨¦?

Si escribo sobre esta guerra, y su prolongaci¨®n como dictadura, es porque se convirti¨® en una met¨¢fora de todas las guerras. No fue s¨®lo una disputa por el poder, ni una guerra de clases sociales o de ideolog¨ªas, que tambi¨¦n: todo eso estaba ah¨ª, pero fue mucho m¨¢s; por eso conmovi¨® a todo el mundo y ha llegado a tener, como la guerra de Troya, una dimensi¨®n m¨ªtica. La guerra de Espa?a se convirti¨® en un escenario de la humanidad en el que convergieron todos los vientos de la historia. Convergieron las guerras del pasado, las que se hac¨ªan en nombre de la religi¨®n -por eso se plante¨® como una cruzada-, y las guerra del futuro: los primeros bombardeos de poblaci¨®n civil, la producci¨®n industrial de la muerte, los desaparecidos? Est¨¢ todo. Fue una derrota de la humanidad, de la posibilidad de construir otro mundo; por eso digo que lo que ocurri¨® es la historia dram¨¢tica de la cultura. El del escritor es como el movimiento del remero: si te fijas, la mejor forma de remar es colocarse de espaldas al destino y mirando de d¨®nde vienes, porque as¨ª tienes m¨¢s fuerza y adem¨¢s es la mejor forma de orientarse. El remero va buscando las marcas en la panor¨¢mica que va dejando atr¨¢s, cada vez m¨¢s amplias, y eso le permite acotar mejor el lugar al que quiere ir. La escritura es algo as¨ª. A m¨ª me interesa la novela que se mueve hacia lo desconocido, en ese tiempo que Josep Fontana defini¨® como "presente recordado".

Pero usted no se limita a describir lo que ocurri¨®. Veo tambi¨¦n una reivindicaci¨®n de la dignidad de los humildes, una gran ternura hacia unas gentes que cre¨ªan en el valor emancipador de la cultura.

S¨ª, porque son personas que transmiten todo aquello en lo que se puede confiar. Y como dice Italo Calvino, somos lo que recordamos. Pero el recuerdo es tambi¨¦n una construcci¨®n. Yo viv¨ª la sensaci¨®n de los vac¨ªos, de los cr¨¢teres de la cultura que nos hab¨ªan robado en la guerra. Escribir es tambi¨¦n intentar llenar esos vac¨ªos. Dec¨ªa Kafka que lo que tienes que hacer es estar despierto, porque te vendr¨¢n las historias a buscar. Tengo suerte: me vienen las historias.

Usted ten¨ªa 17 a?os cuando muri¨® Franco. ?C¨®mo conect¨® con esa memoria silenciada?

El silencio nunca es total. Esa pretensi¨®n de extirpar, de eliminar lo que representaba media Espa?a, no es posible. Las palabras viven y crecen tambi¨¦n en la sombra. Hay formas de resistencia y de transmisi¨®n. La memoria tiene su propia estrategia. La persecuci¨®n de los rojos fue como un holocausto interior, pero no es algo tan lejano que no pertenezca a tu memoria. En mi caso, no hubo una especie de destello, sino un despertar de la mirada, de los sentidos, como si las cosas fueran busc¨¢ndote, detalles que cobran significado. Por ejemplo, veo a mi padre hablando, de noche en casa; estamos solos, dice algo, y de repente le veo mirar hacia atr¨¢s, cuando detr¨¢s s¨®lo ten¨ªa la pared.

Eso es el miedo interiorizado, el miedo paralizante.

S¨ª. Y ese miedo todav¨ªa nos alcanza. Hace poco llam¨¦ a unas personas, descendientes de una v¨ªctima de la represi¨®n de 1936, para recoger su testimonio, y despu¨¦s de acordar con ellas una cita se produjo el pronunciamiento del teniente general Jos¨¦ Mena sobre la posibilidad de que el ej¨¦rcito interviniera en caso de verse amenazada la unidad de Espa?a. Esas personas, que son de ideolog¨ªa progresista y ten¨ªan inter¨¦s en hablar de lo sucedido, me dijeron: mira, mejor vamos a dejarlo. Me pareci¨® tremendo que, setenta a?os despu¨¦s, ese miedo todav¨ªa perviviera. Lo primero que pens¨¦ es decirles a esos diputados que no quieren condenar la dictadura, al propio Mariano Rajoy: ?sab¨¦is que setenta a?os despu¨¦s todav¨ªa hay gente que os tiene miedo?, ?no deber¨ªais reflexionar sobre ello?

En el libro hay un relato terrible: el de un hombre al que arrojan por el puente, pero ¨¦l se agarra a la baranda y queda colgado; entonces le golpean las manos con la culata del fusil, y como no consiguen que se suelte, acaban cort¨¢ndole uno a uno los dedos. ?Ocurri¨® de verdad?

S¨ª, eso ocurri¨® de verdad. Ocurrieron muchas cosas terribles despu¨¦s del golpe porque en Galicia la guerra f0ue una cacer¨ªa. Uno de mis abuelos era labrador, viv¨ªa en la aldea, y no era un hombre que se hubiera destacado especialmente, simplemente era secretario de una mutua agraria, de esas que se crearon para ayudarse unos a otros. Fueron a buscarle de madrugada y se lo llevaron para matarle. Le salv¨® el cura en el ¨²ltimo momento: "?C¨®mo vais a matar a este hombre que tiene 10 hijos?", les dijo. Era un cura muy curioso: llevaba un pistol¨®n enorme debajo de la sotana, pero ten¨ªa una relaci¨®n especial con mi abuelo porque, siendo monaguillo, ¨¦l le hab¨ªa ense?ado a escribir.

Da escalofr¨ªos pensar que una vida pueda depender de algo as¨ª?

Y adem¨¢s fue todo muy a lo Valle-Incl¨¢n: de noche, en el monte, y cuando ya estaban a punto de matarle, llega el cura y lo salva. Me imagino a mi abuelo con su camisa blanca y su chaleco? esperando?

Aunque te salves, de algo as¨ª tampoco se puede salir indemne, ?no cree?

Desde luego que no. Pero en el caso de mi familia, hab¨ªa una cosa que era un ant¨ªdoto contra el miedo, y es que las mujeres eran muy reidoras. Mi madre y mis t¨ªas, cuando se juntaban, eran la expresi¨®n de la alegr¨ªa: "Hay que re¨ªr, y re¨ªr juntas", dec¨ªan. Y re¨ªan siempre. "Parec¨¦is el frente popular", les dec¨ªa yo. De ni?o pasaba mucho tiempo en casa de mi abuelo, en la aldea. Mi padre fue un tiempo emigrante y mi madre era lechera aqu¨ª en la ciudad, pero hab¨ªa como un t¨²nel secreto que me llevaba del barrio a la aldea. De hecho, mi primera imagen de alguien que escribe es ese abuelo con unas manos muy grandes, sentado en una mesa llena de postales y cartas de avi¨®n: ?el mundo entero estaba en esa mesa! ?l era el que escrib¨ªa las cartas a los emigrantes. M¨¢s tarde, cuando estudiaba periodismo en Madrid y me hablaban de la aldea global de McLuhan, pensaba en la mesa de mi abuelo. Cuando se vino a la ciudad, una de las cosas que me fascinaban era la velocidad incre¨ªble con la que atrapaba con el bast¨®n las hojas de peri¨®dico que arrastraba el viento.

Como hace el abuelo Mayar¨ª en la novela.

Si, igual, pero el personaje del indiano no es biogr¨¢fico. Nos qued¨¢bamos los dos leyendo y comentando las noticias. Entonces viv¨ªamos en Castro de Elvi?o, pero el barrio era como una aldea. Se viv¨ªan mucho m¨¢s las tradiciones que en una aldea remota. Hubo un carnaval en que la gente baj¨® disfrazada de guardia mora de Franco con un entroido, el mu?eco que se entierra el mi¨¦rcoles de ceniza, que representaba al dictador, y lo tiraron al r¨ªo. Hubo detenciones y palizas, pero esa historia da la idea de lo extraordinario de aquel lugar. Y de la capacidad de darle vuelta a las cosas.

El libro, adem¨¢s de coral, me parece tambi¨¦n muy oral. ?Es as¨ª?

S¨ª, as¨ª es. Yo creo que empec¨¦ a escribir cuando empec¨¦ a o¨ªr. Y fue en una escalera. Me hice escritor el d¨ªa que empec¨¦ a escuchar historias y a pensar: qu¨¦ interesante es el mundo. Mi o¨ªdo era como una caracola invertida, que recog¨ªa las historias. Esa escalera es muy importante en mi vida, como tambi¨¦n lo es la Torre de H¨¦rcules, de Coru?a. Yo viv¨ªa en la r¨²a de la Marola, una calle del barrio de Monte Alto, que iba a dar a un tri¨¢ngulo formado por el cementerio, la c¨¢rcel y la torre. Para m¨ª, la torre es parte del paisaje de la infancia, un elemento fundamental. Los haces de luz que emit¨ªa pasaban por encima de nuestras casas, entraban por las ventanas, y yo pensaba que aquellas luces, aparte de emitir luz, recog¨ªan los secretos de las casas y los guardaban en la torre. All¨ª deben andar a¨²n?

?Y la escalera?

Era la escalera de la casa de mi abuelo en Corpo Santo. Era una construcci¨®n rural en que la parte baja est¨¢ dividida en dos estancias: una con una gran chimenea, siempre encendida, donde se re¨²ne la gente, y otra donde est¨¢ el ganado. Esos espacios est¨¢n separados, aunque no del todo, por una escalera con tabiques de madera. Cuando nos enviaban a dormir, yo me quedaba en esa escalera, escuchando. Recuerdo las vacas sacando la cabeza, siempre humeante. De muy peque?o pensaba que cuando hab¨ªa mucha niebla eran ellas las que la hac¨ªan. Esa gente, que era muy callada durante el d¨ªa, cuando se reun¨ªa de noche junto al fuego se transformaba. Se romp¨ªan los silencios. All¨ª empec¨¦ a escuchar historias de los huidos, de la gente que se hab¨ªa ido al monte. Se hablaba de todo, y aunque muchas fueran historias dram¨¢ticas, siempre aparec¨ªa un componente de iron¨ªa, esa inteligencia rabelesiana de poner en cuesti¨®n las cosas.

?No hay una gran dosis de melancol¨ªa en su obra?

A m¨ª me gusta la melancol¨ªa activa, aquella de la que habla Van Gogh en sus Cartas a Th¨¦o. No como algo que te paraliza, sino como una mirada que atiende al hablar de las cosas; que escucha no s¨®lo a las personas, sino a los espacios. Pero es una mirada que no idealiza ni se recrea en el pasado. Todav¨ªa me veo sentado en medio de esa escalera, escuchando, porque yo creo que hay dos actitudes ante la vida: recoger y guardar o recoger y dar. La literatura gira a veces tanto alrededor de un ego, de un mundo propio, que s¨®lo se preocupa por recoger? Para m¨ª, escribir es estar en posici¨®n de dar, una forma de vaciarte. No podr¨ªa escribir sin esa disposici¨®n previa a servir de transmisor, sin prestarme a llevar cosas encima de la cabeza.

?Como esas lavanderas, lecheras y campesinas que pinta Chelo Vidal, y que en la novela son el sustrato de todo el imaginario colectivo?

S¨ª, porque lo que llevaban esas mujeres en la cabeza eran siempre cosas esenciales para la vida: le?a, ropa, comida? Cuando escribes, lo que haces es llevar cosas en la cabeza, cosas esenciales; como la esperanza, que tal vez consista en no desprenderse de lo imposible. Y como esas mujeres, vas recogiendo y a?adiendo cosas al atado. Lo importante no eres t¨², sino lo que llevas en el atado. Escribes mientras tienes deseo, pero es un tipo de deseo que tiene la forma de una extra?a obligaci¨®n. Escribir¨ªa aunque no tuviera ning¨²n lector, es algo parecido al respirar. Cuando est¨¢s escribiendo, est¨¢s en vilo; te transformas, das lo mejor y lo peor de ti. Lo dem¨¢s no tiene mucha importancia.

Este libro tiene 700 p¨¢ginas y re¨²ne todos los g¨¦neros. Hay incluso un barco que habla. La historia avanza con fuerza, y a¨²n va dejando cabos sueltos que podr¨ªan continuar no en uno, sino en varios libros m¨¢s. Da la impresi¨®n de que le cost¨® terminarlo. ?Es as¨ª?

No me ha costado terminarlo, pero s¨ª que he de confesar que hubo un momento en que pens¨¦ que no sal¨ªa. Eso tiene que ver con aquello que dijo Cort¨¢zar de que hab¨ªa sacado la energ¨ªa para escribir de "una infinita fragilidad". El momento cr¨ªtico no fue a la hora de terminarlo, porque tambi¨¦n, en mi caso, de la infinita fragilidad hab¨ªa salido una enorme energ¨ªa y el libro se escrib¨ªa ya s¨®lo. El momento cr¨ªtico se produjo antes. Hab¨ªa recogido tanto material, ten¨ªa tal cantidad de apuntes, notas, recortes, fichas, fotos, libros, que ocup¨¦ toda la casa. Mi familia tuvo que decirme: "Oye, d¨¦janos algo de sitio". La historia iba ocupando todo el espacio, ?hasta en el tendal colgu¨¦ en alg¨²n momento notas! Cuando me dicen que es una novela larga, digo: ?qu¨¦ va, no sab¨¦is lo corta que es! Quit¨¦ cap¨ªtulos enteros, y ahora que tengo la mitad del cuerpo fuera del vientre de la ballena a¨²n me persiguen, "oye, qu¨¦ pasa con mi historia", y me siento un poco culpable por esos personajes que se han quedado fuera.

O sea, que no tiene ning¨²n miedo al silencio, a quedarse sin palabras.

Rosal¨ªa de Castro habla de dos tipos de silencio: el silencio mudo, el del miedo, y el silencio amigo, el creativo, el que comunica. Y eso tiene que ver con la memoria, pero tambi¨¦n con la existencia. A m¨ª me gusta el silencio amigo, como el que mantuvieron cuando se encontraron Juan Carlos Onetti y Juan Rulfo. ?Onetti y Rulfo juntos! Todo el mundo pensaba que iba a ser como una especie de big bang literario, pero no, se limitaron a estar ah¨ª, sentados. Los dos pidieron un whisky. De vez en cuando, Rulfo mov¨ªa el vaso y hac¨ªa tintinear el hielo. Onetti le respond¨ªa haciendo tintinear el suyo. Fue un encuentro m¨¢gico. ?se es el silencio amigo. Ojal¨¢ pudiera vivir siempre en una atm¨®sfera de silencio amigo. Hay veces que acabas un libro un poco tambaleante, pero en este caso he salido con la felicidad de la expresi¨®n. Vivo un momento de gran excitaci¨®n, esa especie de felicidad clandestina que te proporciona intentar hacer de lo cotidiano algo extraordinario.

En la novela aparecen personajes como Casares Quiroga y su hija, la actriz Mar¨ªa Casares; el jurista alem¨¢n Carl Schmitt, o el mismo Manuel Fraga, en escenarios y sucesos reales, junto a personajes que el lector no sabe si son inventados o no. ?No es una gran responsabilidad mezclar as¨ª ficci¨®n y realidad? El resultado es fascinante, pero tambi¨¦n muy inquietante.

Escribirlo tambi¨¦n es inquietante. Sabes que te mueves en zona de riesgo. Pero en este momento creo que ¨¦sa es la salida que tiene la literatura para no quedar estancada. En realidad, en toda literatura se da esa relaci¨®n. Es el caso del Ulises, por ejemplo. Si vas a Dubl¨ªn y sigues la pista, vas a encontrar no s¨®lo los lugares, sino a los propios personajes, y, en cambio, hoy vemos la obra de Joyce como una ficci¨®n. Y lo mismo con el otro Ulises, el de la Odisea, donde hasta el perro que lo reconoce al volver a casa es real. Quiz¨¢ aqu¨ª lo que causa inquietud es que hay m¨¢s osad¨ªa, m¨¢s desnudez en el planteamiento. Pero lo importante es la verosimilitud. Para m¨ª, todos, tanto los reales como los ficticios, son personajes porque est¨¢n en un nuevo espacio. Lo que me preocupa es que sus voces sean veros¨ªmiles. Podr¨ªa haber elegido el camino de la ficci¨®n total y ser¨ªa lo mismo. Pero si he hecho esta opci¨®n es porque me identifico con una literatura piel roja, siguiendo la divisi¨®n que hizo Emerson en el siglo XIX, cuando se plantean dos formas de afrontar la pugna entre ficci¨®n y realidad: la del escritor piel roja y la del rostro p¨¢lido. Me gustar¨ªa ahondar en una alternativa que pone en crisis el pacto ficci¨®n-realidad. Me interesa mucho la v¨ªa de W. G. Sebald en Los emigrados o el Doctorow de La larga marcha.

?Qu¨¦ escritores ser¨ªan hoy ejemplo de rostro p¨¢lido?

Mejor hablamos de los piel roja.

Ya s¨¦ que nunca quiere ofender a nadie, pero de esta pregunta no le voy a dejar escapar.

?Je, je! Bueno, creo que hay una literatura como muy comodona, muy decorativa. Pero es m¨¢s interesante la literatura piel roja.

Camilo Jos¨¦ Cela, ?qu¨¦ fue?

Pues en alg¨²n momento fue piel roja, pero acab¨® de rostro p¨¢lido. Es verdad que las dos facetas pueden convivir en la obra de un escritor. Y tal vez sea interesante, pero para m¨ª debe predominar la parte piel roja, y m¨¢s en estos tiempos. No tener miedo a escribir, no aceptar ser subalterno de nada, ni siquiera de los condicionantes, porque a veces una posici¨®n c¨®moda es evitar el conflicto, aceptar las condiciones.

Hay un escritor piel roja que ha elogiado su obra y con el que tiene una relaci¨®n especial: John Berger. ?C¨®mo le conoci¨®? ?Fue durante tu estancia en Dubl¨ªn?

Pues no, fue aqu¨ª, en Galicia. Yo hab¨ªa le¨ªdo un libro suyo, Puerca tierra, que me fascin¨® porque en ella aparece la complejidad de la vida del campesino en la sociedad del riesgo y la globalizaci¨®n. Me pareci¨® que era verdadera literatura gallega, mucho m¨¢s que ese costumbrismo idealizado que se dice literatura gallega. Publiqu¨¦ una cr¨ªtica en la revista Luces de Galicia y se me ocurri¨® enviarle un ejemplar con una carta en la que le ped¨ªa si nos pod¨ªa enviar alguna colaboraci¨®n. ?Nos llegaron 20 poemas in¨¦ditos! Hicimos una edici¨®n especial con ilustradores gallegos y le gust¨® much¨ªsimo. Un d¨ªa estaba yo en casa con mi mujer, Isa, y suena el tel¨¦fono. "Es para ti: dice que es John Berger". Pens¨¢bamos que ser¨ªa alg¨²n amigo que quer¨ªa gastarnos una broma conociendo mi admiraci¨®n por ¨¦l. Pero no, era ¨¦l y estaba en Galicia. Hab¨ªa venido en la moto a ver a un amigo, Victor Anant, que se hab¨ªa comprado una caba?a aqu¨ª. Nos conocimos y le llev¨¦ a ver el r¨ªo Mandeo, el de la excursi¨®n de Los Caneiros.

?C¨®mo es John Berger? ?Le ha influido su obra?

Encarna la mejor madera de la humanidad; pero no me gusta hablar ni de ¨¦sta, ni de otras posibles influencias.

?Por qu¨¦?

Hay que ser cauteloso a la hora de citar a otros escritores, porque ellos no tienen la culpa de lo que t¨² haces, dices o escribes.

Berger escribi¨® una encendida defensa de la pel¨ªcula 'Fahrenheit 9/11', de Michael Moore, porque le pareci¨® un ejemplo del poder revulsivo que puede tener una obra cultural. Usted impulsa y participa en campa?as c¨ªvicas como la del Nunca Mais. ?Cree que el compromiso del escritor debe ir m¨¢s all¨¢ de su obra?

No lo hago para liderar nada, simplemente por una obligaci¨®n personal. Creo que levantar la mirada es una obligaci¨®n de supervivencia. Una cosa est¨¢ clara: todo lo que se escribe compromete, pero no hay que asociar el compromiso s¨®lo con la actitud de cr¨ªtica al poder. Los que adulan tambi¨¦n se comprometen, y much¨ªsimo. Hacer un poema como el que Jos¨¦ Mar¨ªa Pem¨¢n hizo sobre la guerra, y dejarlo ah¨ª para siempre, ?eso s¨ª que compromete! Para m¨ª, el compromiso real, aut¨¦ntico, es el que surge de la propia obra. Comprometerse es levantar la cabeza del papel de vez en cuando, una consecuencia del escribir, de buscar el sentido de las palabras.

Ahora que vivimos tiempos de contaminaci¨®n sem¨¢ntica, que o¨ªmos hablar de paz cuando se va a la guerra, ?no le hiere ver c¨®mo se distorsionan, retuercen y prostituyen las palabras para encubrir falsedades?

S¨ª, y me parece tremendo. Hay un problema de despilfarro de palabras, de falsa ret¨®rica, que tiene que ver con la velocidad impaciente en que vivimos, una velocidad que impide la visi¨®n, y que tiene que ver con el acaparamiento, con la depredaci¨®n. Para m¨ª, tanto en la vida como en la literatura es fundamental el ¨¢ngulo de visi¨®n. Hay dos tipos de mirada sobre la naturaleza: la del depredador, que tiene una visi¨®n de frente apta para localizar con precisi¨®n el objetivo y atacar, pero tambi¨¦n una amplia zona de ceguera, y la de los animales que funcionan como alerta en la naturaleza, aquellos que cuando se mueven es porque hay un peligro, que casi no tienen ¨¢rea de ceguera. En literatura tienes que acortar lo m¨¢s posible tu ¨¢rea de ceguera, procurar tener la mirada de la liebre o la becada; no mirar para apoderarse, sino para ver. Y cuando un d¨ªa el mar llega lleno de chapapote, esa mirada te llevar¨¢ a hacerte preguntas como la de Adorno: "?C¨®mo escribir poes¨ªa despu¨¦s de Auschwitz?". Despu¨¦s del Prestige, ?c¨®mo mirar el mar y no ver su dolor?

Usted habla de que las cicatrices en el territorio son irreversibles. ?Qu¨¦ cree que ha pasado con los incendios de este verano en Galicia?

Se ha dicho que siempre ha habido incendios, y es cierto; que Galicia tiene la mayor superficie de bosque y que han aumentado las temperaturas por el cambio clim¨¢tico, y tambi¨¦n es cierto. Pero todo eso no explica que en siete d¨ªas hubiera m¨¢s de 2.000 incendios con 10.000 focos de fuego. ?Tantos tipos hay dispuestos a joder a su pa¨ªs, a quemarlo? Surgen dos hip¨®tesis: una, que escandaliza a todo el mundo, sostiene que Galicia ardi¨® por los intereses organizados de la mafia, y otra, alternativa, que la causa es una suma de perturbados, alcoh¨®licos y resentidos sociales. ?Pues no s¨¦ qu¨¦ me da m¨¢s miedo! Si son mafias, su primera consigna es siempre que la mafia no existe. Y si no es la mafia, ?es que Galicia se ha convertido en un inmenso manicomio? Pues no, mira, no estoy de acuerdo. Si pasan estas cosas es porque Galicia est¨¢ en primera l¨ªnea de una sociedad de riesgo, y tanto el campo como el mar son espacios muy tensionados, muy agredidos. Pero, para m¨ª, lo m¨¢s importante es que, frente a cada cat¨¢strofe, ha habido una respuesta social muy importante y muy creativa.

Y ah¨ª entra la funci¨®n social del periodismo. Cada vez m¨¢s importante, pero con la credibilidad por los suelos. ?Qu¨¦ podemos hacer?

Es verdad, ya estamos por detr¨¢s de los curas y los militares en credibilidad. Yo no s¨¦ lo que podemos hacer, pero creo que tenemos una funci¨®n que hemos de ejercer con modestia, pero con determinaci¨®n: la de esclarecer, alumbrar entre las tinieblas. El problema es que el periodismo se utiliza demasiado para encubrir. El peor esp¨¦cimen de periodista, y tal vez el m¨¢s extendido, es el c¨ªnico, el que se coloca en una postura aparentemente equidistante. Hay que sospechar del periodista que proclama que no se casa con nadie. El periodismo es incompatible con la indiferencia, y te encuentras mucha gente que practica la indiferencia. Lo ha dicho muy bien Kapucinsky. El problema es que ahora hasta los c¨ªnicos se regalan el libro de Kapucinsky. Hemos de recuperar las palabras usurpadas. Uno de los peores venenos que afectan a las defensas inmunol¨®gicas de la humanidad es hacernos creer que todo el mundo tiene un precio, que quienes deciden son las fuerzas depredadoras, que todos somos depredadores en potencia. Pues no es as¨ª. Hace poco me ha llegado un manuscrito de una persona extraordinaria. Se titula Unos pasos por la vida y lo escribe Perfecto Lorenzo Calvi?o. Fue reclutado para ir a la guerra y cuando estaba en el frente se pas¨® al bando republicano. Al acabar la guerra escap¨® a Francia y acab¨® en un campo de refugiados, luego se enrol¨® en la resistencia francesa y a¨²n volvi¨® con el maquis. Le capturaron, y estando en el penal de Burgos escribi¨® a escondidas esta historia. Consigui¨® envi¨¢rsela a sus padres, pero se asustaron tanto que la quemaron. Volvi¨® a escribirla, y en un registro se la requisaron. Otra vez acab¨® en el fuego y otra vez la volvi¨® a escribir. Y aqu¨ª est¨¢. Es la misma actitud que ten¨ªa mi madre: durante los malos tiempos, nunca dej¨® de re¨ªr, y si era en compa?¨ªa, mejor.

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