Desbordante Novembre
Desbordante Novembre
Fabio Novembre (Lecce, 1966) es arquitecto, "pero trato de que no se me note", bromea. Dise?a poco, y en esta entrevista explica por qu¨¦. La cita es en el jard¨ªn de la Colecci¨®n Peggy Guggenheim de Venecia, donde se celebra el cincuentenario de Bisazza, la empresa de mosaico que le dio alas. Llega puntual. Sonr¨ªe e inmediatamente se excusa para correr hasta la tienda del museo, a punto de cerrar. Luego vuelve sonriente. Vamos a empezar. Suena su m¨®vil. Se excusa de nuevo: "Es mi mujer. 'S¨ª, amor, las tengo?; las m¨¢s bonitas, por supuesto", dice antes de colgar. Abre la bolsa y me muestra las c¨¦lebres gafas de Peggy Guggenheim. En su versi¨®n menos tibia, por supuesto. Comenzamos.
Creci¨® en Lecce, la capital del barroco italiano. ?Respir¨® el exceso y la exuberancia siendo ya un ni?o?
Probablemente. Pero no estoy seguro. Es dif¨ªcil averiguar cu¨¢les son los ingredientes que hacen a una persona. Si fuera s¨®lo una cuesti¨®n de contexto y gen¨¦tica, el hijo de un asesino en serie lo tendr¨ªa dif¨ªcil para ser otra cosa. Naces en una ciudad art¨ªstica y no eres necesariamente un artista. Estoy seguro de haber respirado belleza desde que nac¨ª, pero poco m¨¢s. Hoy, aqu¨ª en Venecia, estaba hablando con un amigo. Su m¨¦dico le hab¨ªa dicho que la gente crecida en ciudades con una fuerte dosis de arte prestaba menos atenci¨®n al arte que el resto de la gente, pero lo conoc¨ªa mejor. Yo no lo creo. Los americanos han escrito las mejores p¨¢ginas sobre el arte del siglo XX. Y sus ciudades son poco art¨ªsticas, las ra¨ªces de su arte son poco profundas. La belleza del pa¨ªs es m¨¢s natural que cultural. No creo que haya f¨®rmulas ni ingredientes para ser como uno es.
?Su desbordante manera de ser y trabajar es entonces una decisi¨®n personal, consciente?
Cada d¨ªa, y digo cada d¨ªa, tienes que elegir el tipo de vida que quieres tener, la direcci¨®n de tu existencia. Cuando era un adolescente, yo no estudiaba la lecci¨®n en los libros que ten¨ªamos que estudiar. Realmente me preocupaba poco obtener la m¨¢xima puntuaci¨®n, que entonces era treinta sobre treinta. Era divertido ver c¨®mo los dem¨¢s estudiaban para conseguir la m¨¢xima puntuaci¨®n. A m¨ª me preocupaba divertirme, fascinarme, estudiar lo que realmente ten¨ªa inter¨¦s en aprender.
?Desde ni?o?
Desde ni?o y cada vez m¨¢s. No se trataba de que el profesor estuviera contento. Era yo el que deb¨ªa estar contento. A m¨ª me preocupaba mi bienestar.
Tomar decisiones propias es algo at¨ªpico en un ni?o. ?Creci¨® usted muy temprano?
No. Creo que crec¨ª con 17 a?os, cuando me fui a vivir a Mil¨¢n. La gente del sur de mi pa¨ªs est¨¢bamos obligados a dejar la casa paterna a esa edad porque entonces las universidades estaban en el norte. Por eso hay generaciones enteras de sure?os que crecieron relativamente pronto. Deb¨ªamos salir de casa y de nuestras ra¨ªces, contexto y costumbres porque el norte y el sur de Italia son dos lugares opuestos.
?Fue el contexto distinto lo que le despert¨®?
El verme solo. El tener que hacer y decidir por m¨ª mismo, como el resto del mundo. S¨®lo que Italia no es el resto del mundo. Yo estudiaba con gente que todav¨ªa viv¨ªa con sus padres. Todav¨ªa hoy conozco gente de mi edad que vive con sus padres. Y tienen cuarenta a?os?
O sea, que tuvo la suerte de tener que salir de casa.
S¨ª, la expulsi¨®n del para¨ªso. Eso fue lo que me hizo crecer y, supongo, lo que me form¨® m¨¢s que ninguna otra cosa. Al vivir fuera de casa me imaginaba a m¨ª mismo como un exiliado. Eso me hizo estar alerta.
?Qu¨¦ le hizo creer que la mejor manera de sobrevivir era hacer lo que le placiese? La mayor¨ªa de la gente, para sobrevivir procura adaptarse y hacer lo que hacen los dem¨¢s. O lo que los dem¨¢s quieren que haga.
Es cierto. Salir adelante es una preparaci¨®n, y hacer lo que uno quiere debe de ser gen¨¦tico. Con todo, la primera vez que me di cuenta de que estaba haciendo lo que yo quer¨ªa fue cuando empec¨¦ a trabajar, en 1994. Ten¨ªa 28 a?os, y la dise?adora de moda Anna Molinari me pidi¨® que le proyectara una tienda en Hong Kong. Hasta ese momento, yo s¨®lo hab¨ªa estudiado. En Italia primero, en Nueva York despu¨¦s. Hab¨ªa hecho todo tipo de trabajos en galer¨ªas de arte o en bares, pero no hab¨ªa intentado hacer lo que quer¨ªa. Me estaba preparando para hacer las cosas bien.
?C¨®mo supo que era el momento y qu¨¦ le hizo a ella confiar en usted?
Uno s¨®lo conf¨ªa por conocimiento de un trabajo, y yo no ten¨ªa ninguna experiencia, o por amistad. Nunca hab¨ªa trabajado en un estudio de arquitectura. Pero la idea de poder construir mis ideas en tres dimensiones me hizo crecer. Y creer. Me hizo libre. Y me ense?¨® el esfuerzo que requiere ser libre. Y la necesidad de mantener la libertad, cuando la has conocido.
Ha dicho que la libertad crea adicci¨®n.
Es as¨ª. Hoy me considero el hombre m¨¢s afortunado del mundo. Entre todos los vicios, el de la libertad tiene precio y consecuencias. Pero da la felicidad.
?Su trabajo le da la felicidad?
Me lo da las condiciones en las que trabajo, la libertad.
?C¨®mo se gan¨® esa libertad? ?Esperando el momento oportuno o alguien se la regal¨®?
?se es un punto crucial. Si Anna Molinari no me hubiera dado libertad total, no hubiera hecho ese trabajo. Hubiera continuado esperando. De manera que luego, en la vida, cuando alguien me ha pedido que hiciera algo en concreto, no he aceptado el encargo. Puede parecer caprichoso, pero se trata de una necesidad.
?Qu¨¦ le hace ser tan exigente?
Saber lo que quiero hacer. Se puede pensar que al principio era un capricho infantil. Pero entre ser caprichosamente exigente y ser consciente y maduramente exigente media un matiz tan grande como el mundo. Cuando hice mi primer trabajo me volqu¨¦, me dej¨¦ la piel. Pero era lo m¨¢s sencillo del mundo, lo m¨¢s natural. Todas las decisiones las tom¨¦ sin dudas. Como si no tuviera m¨¢s opciones.
?Siempre ha dise?ado as¨ª, sin dudar, sin contemplar varias posibilidades?
Cuando tomo una decisi¨®n, las otras aparecen solas, siguen a la idea inicial. Todo fluye. Como el agua.
?Por qu¨¦ eligi¨® ser sorprendente, espectacular, diferente?
No fue una elecci¨®n. Nac¨ª para hacer lo que hago. No considero opciones. No pienso en m¨ª como en una persona con libertad para cambiar de estilo. Cuando trabajo en un encargo no veo opciones, s¨®lo veo una manera de hacer las cosas. Para m¨ª, el proceso creativo es ser yo mismo. Mis trabajos no son m¨¢s que espejos de mi vida.
Su dise?o es evidentemente autobiogr¨¢fico. ?C¨®mo afectan sus cambios vitales en su manera de trabajar?
Es innegable que mi obra es mi biograf¨ªa. Y por supuesto, mi vida afecta totalmente a mi obra. Le pondr¨¦ un ejemplo. En apenas un a?o dise?¨¦ dos sof¨¢s para Cappellini. El primero se llamaba And (Y), y es en realidad un sof¨¢ sin fin, capaz de contener a una nueva generaci¨®n. Quer¨ªa ser mi sof¨¢, pero tambi¨¦n el tuyo, el de ella, el de mis amigos. Por eso la Y era aditiva, para sumar a cualquier futuro y posible usuario. Un sof¨¢ para todos, para mis amigos y para los amigos de mis amigos. El segundo sof¨¢ se llamaba SOS, un nombre cuyas siglas responden a sofa of solitude [sof¨¢ de la soledad], y lo dise?¨¦ pocos meses despu¨¦s, cuando romp¨ª con mi novia -que, por cierto, hoy es mi mujer, Candela-. El asiento era simplemente una cadena de oro rodeada de cubos est¨¦riles de negra soledad. Todo lo que hago soy yo.
?Qu¨¦ sof¨¢ tiene hoy en casa?
And, por supuesto. No me gusta estar solo. Adem¨¢s, hace poco que soy padre. Y esa experiencia me ha transformado. Creo que nac¨ª para ser padre. Me encanta. Adoro a mi hija. Estoy loco por ella.
?Cu¨¢ntos a?os tiene?
Un a?o, siete meses y tres d¨ªas. Se llama Verde: Verde Novembre [dice orgulloso, alargando el nombre]. Su nombre puede parecer una poes¨ªa. Pero es un deseo: que sea siempre verde.
?Ha pensado qu¨¦ le dir¨¢ cuando le pregunte por qu¨¦ le ha puesto ese nombre?
Por supuesto. Mira a tu alrededor. ?Qu¨¦ es lo m¨¢s bonito? Perteneces a la naturaleza, que adem¨¢s, para entonces, ser¨¢ algo todav¨ªa m¨¢s escaso y extraordinario.
Es el segundo entre cuatro hermanos. ?Qu¨¦ tipo de infancia tuvo?
Mi padre ten¨ªa una tienda de muebles. De alguna manera, soy un paso m¨¢s en la evoluci¨®n. ?l vend¨ªa, yo dise?o. Pero ¨¦l vend¨ªa muebles cl¨¢sicos. Mi madre es ama de casa. Estudi¨® derecho, pero nunca ejerci¨® de abogada, nunca trabaj¨®. Eligi¨® cuidarnos a nosotros. Supongo que he tenido una infancia natural, del mont¨®n, tranquila y, por tanto, imagino que feliz.
Pero no le ha llegado todav¨ªa el momento de mitificarla ni de rebuscarla.
No, aunque, con una hija, ahora s¨ª pienso en algunas cosas. Viv¨ªamos en el campo, y en lugar de regalarnos juguetes, nos regalaban animales. Ovejas una vez. Deb¨ªamos aprender a cuidarlos, a alimentarlos, a limpiarlos, a adquirir responsabilidades como si eso fuera un juego. Se podr¨ªa decir que tuve una infancia buc¨®lica, pero no ser¨ªa cierto. Tuve una infancia con muchas aristas.
La parte formal del ritual de la religi¨®n cat¨®lica est¨¢ muy presente en sus trabajos.
Mi madre, por ejemplo, era muy cat¨®lica. Crec¨ª en el campo. Pero tambi¨¦n en la iglesia. Fui monaguillo durante a?os. Pero eso no me da pesadillas. Al margen de la espiritualidad, me siento m¨¢s cultivado por haber tenido esa vivencia. Para m¨ª, la cultura es experiencia, acumulaci¨®n. Es haber visto, haber le¨ªdo, haber hecho, haber pensado, haber reflexionado. Y todo aquello est¨¢ all¨ª, son vivencias. En su momento rechac¨¦ el catolicismo, y con ¨¦l todo el imaginario. Pero conocerlo me hizo fuerte.
?De su ¨¦poca de monaguillo no le qued¨® ni rastro de culpabilidad?
Decid¨ª expulsarla de mi vida. Y lo consegu¨ª. La culpabilidad es algo que siempre me ha resbalado. Sentirse mal por intentar sentirse bien es demasiado rebuscado. Yo consegu¨ª simplificar y no sentirme culpable. As¨ª es que no lo hago. Me acepto. Por ejemplo, me llevo bien con mis padres. Pero no soy el hijo ideal. No llamo cada d¨ªa; lo hago cuando me acuerdo, cuando pienso en ellos? Espero que mi hija no haga lo mismo conmigo, pero? En cualquier caso, yo no me siento culpable. Y espero que ella, haga lo que haga, tampoco se sienta mal por tratar de sentirse bien.
La imaginer¨ªa cat¨®lica est¨¢ presente en su obra, mezclada con otras im¨¢genes igualmente potentes. ?Qu¨¦ tienen que ver el Che Guevara con Jesucristo? ?Qu¨¦ los hace coincidir en su trabajo?
La gente habla de dise?o. Y yo no lo hago nunca. Yo hablo de la vida. En mi vida me he cruzado con figuras fascinantes; el Che Guevara es una de ellas, pero hay m¨¢s: Fellini, Carlo Mollino? Me hubiera gustado ser todos y cada uno de esos personajes. Pero yo s¨®lo puedo ser Fabio Novembre. Para ser yo tengo que elegir con qui¨¦n comparto mi vida, en qui¨¦n me fijo. Y de esa experiencia ajena saco energ¨ªa. Tengo una teor¨ªa que explica todo esto.
Cu¨¦ntemela, por favor.
La llamo la teor¨ªa del p¨®ster en la habitaci¨®n del ni?o. Los ni?os cuelgan im¨¢genes de los actores y las cantantes que admiran. Esa actitud me gusta. Revela que necesitan un ejemplo. Y cuando eres un ni?o, eso es lo que necesitas: inspiraci¨®n, un modelo. Del primer trabajo que realic¨¦ cobr¨¦ 30 millones de liras [unos 18.000 euros]. De esos 30 gast¨¦ seis en una fotograf¨ªa original de Fellini saltando en el set de Ocho y medio. ?sa fue mi manera de recordarme que necesitaba modelos. ?se fue mi peque?o p¨®ster. Para m¨ª, Fellini fue un h¨¦roe. Si tuviera que elegir un maestro, o un padre, le hubiera elegido a ¨¦l.
?Por qu¨¦?
Porque se esforz¨® en hacer lo que pensaba y quer¨ªa. Los h¨¦roes son las estrellas de las noches oscuras. Cuando uno lo ve todo negro recurre a sus modelos. Piensa en ellos solucionando sus problemas y respira mejor. Eso es un regalo. Todos los que he mencionado me acompa?an y me gu¨ªan.
Es un arquitecto at¨ªpico. Libre y excesivo. Lo contrario de muchos de sus colegas. ?C¨®mo le tratan? ?C¨®mo se siente considerado por ellos?
Cuando me invitan a dar conferencias en las escuelas de arquitectura y me piden un consejo, siempre doy el mismo: que no tengan amigos arquitectos. La arquitectura -y, por extensi¨®n, la vida de los arquitectos- es tremendamente endog¨¢mica. La mitad de mi vitalidad me la confieren mis amigos, las personas con las que hablo, las personas con las que me r¨ªo y comparto mi vida: m¨²sicos, fot¨®grafos, dise?adores de moda, mec¨¢nicos, fruteros?, lo que sea. Gente que no est¨¢ todo el d¨ªa hablando de espacio. O de otros arquitectos.
?C¨®mo se refleja esa apertura social en su trabajo?
Ahora me han encargado el Museo Art Park, en Viena. Ser¨¢ un centro de arte contempor¨¢neo. No s¨¦ por d¨®nde empezar. Pero lo que tengo claro es que lo que est¨¢ ya hecho no va a ser mi inspiraci¨®n. Nunca lo ha sido. A medida que me hago mayor, me siento cada vez m¨¢s cerca de un n¨¢ufrago en una isla desierta. Siento que cada vez s¨¦ menos, y por eso s¨®lo me siento bien si reinvento, si parto cada vez de cero. A veces incluso me pregunto por qu¨¦ vendr¨¢n a m¨ª, si ni yo s¨¦ lo que voy a hacer.
Para no saber nada, conoce muy bien la historia del arte. Se ha hartado de citar, descontextualizar, contrastar y responder a obras y movimientos hist¨®ricos.
Si conoces el pasado sabes que casi todo est¨¢ ya hecho. Eso paraliza, pero tambi¨¦n te evita repetirte.
El dise?o escenogr¨¢fico que caracteriza su trabajo, ?funciona en cualquier ¨¢mbito o s¨®lo en tiendas y bares?
Nunca he firmado una casa, s¨®lo lugares p¨²blicos. He elegido hacerlo porque creo que las casas son espejos. Tu casa debe adaptarse a ti y no a las ideas o los gustos de quien la ha dise?ado. Llamar a un arquitecto para que te decore la casa es como operarse de cirug¨ªa est¨¦tica, algo antinatural. Adem¨¢s, tengo la idea poscomunista de hacer lugares a los que la gente pueda acceder.
?Cu¨¢l es su idea de la arquitectura?
Un lugar para la gente, que la gente pueda usar. El s¨ªmbolo de mi estudio es un cupido con una pistola l¨¢ser. Desde el principio quise ser un cupido.
?Y la pistola l¨¢ser?
Por precisi¨®n. M¨¢s apurada que el arco y la flecha. A la arquitectura le pido lo m¨¢ximo: que la gente se enamore de ella. Como sea: conmovi¨¦ndoles, contando historias, habl¨¢ndoles de otros mundos? Tratar de hacer algo as¨ª me da fuerza. Y exigencia.
?C¨®mo es su propia casa?
Tuve dos grandes golpes de suerte. Me pude comprar una buena casa. Y pude tirarla abajo. Pude repetirla. Hac¨¦rmela a medida.
?Y usted tiene una medida fija?
Una s¨ª. Yo he tenido suerte. Tengo una casa, una hija, una mujer a la que quiero. Me siento en el para¨ªso. Como Ad¨¢n. Y decido que mi mujer, Candela, se sienta como Eva.
?Expulsada?
Justo lo contrario. Como Eva antes de la expulsi¨®n. Por eso trato de rehacer la historia. La historia es la de dos personas que se quieren y se divierten en un jard¨ªn maravilloso. Luego van y, por comerse una manzana, ?por un mordisco a una manzana!, son expulsadas del para¨ªso. No me parece justo. De modo que construyo un ¨¢rbol prohibido y trato de vivir en ¨¦l.
?Por qu¨¦ insiste en mantenerse como un estudio peque?o?
Porque s¨®lo puedo hacer dos cosas al a?o o tres si son peque?as. Nunca treinta. Para m¨ª no tiene sentido aceptar encargos en los que no puedes volcarte. Tambi¨¦n tengo una teor¨ªa en cuanto a eso.
Cuente, cuente.
La teor¨ªa de "lo mejor de", los recopilatorios musicales. Cuando veo uno pienso: ?para qu¨¦ habr¨¢ hecho los otros veinte discos? Yo quiero que mi curr¨ªculo sea directamente "lo mejor de Fabio Novembre". No hago nada que no sea lo que pienso al cien por cien.
?El cuerpo femenino todav¨ªa le inspira?
Es algo terrible. No se trata de poner celosa a mi mujer. Pero no hay nada que me parezca tan perfecto. Me fascina.
?Qu¨¦ otras cosas le inspiran?
Todo. Ya le he dicho que mi hija me ha cambiado. A trav¨¦s de sus ojos veo las cosas de otra manera. La naturaleza tambi¨¦n me inspira. Me estoy convirtiendo en un experto en ¨¢rboles. Me interesan m¨¢s que la arquitectura. En los ¨¢rboles hay arquitectura, de la mejor.
Es un inventor de tendencias. ?C¨®mo decide?
No decido. Algo decide por m¨ª.
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