Borrar las huellas
Somos especialistas en eliminar nuestras propias pisadas, expertos en no dejar ni rastro de nuestro paso, maestros en el arte de borrar nuestras huellas, demoler edificios, destruir plazas, volar puentes. Dicen que el asesino siempre vuelve al lugar del crimen, pero a los nuestros (a los de mi ciudad, o sea, a quienes viven y ejercen sus oficios en Bilbao) no les resulta f¨¢cil ni a menudo posible. El lugar del crimen, sencillamente, ha desaparecido. No ha lugar. ?D¨®nde se cometi¨® el crimen? ?Qu¨¦ demonios hab¨ªa en ese sitio? ?Cu¨¢ntos lugares diferentes ocuparon ese mismo espacio? El asfalto, el cemento y la piedra, contra lo que asegura la ret¨®rica, son mudos. No saben, no contestan. Con su mala memoria de elefante (elefantes de piedra) no consiguen despejar nuestras dudas. ?Qu¨¦ es lo que hab¨ªa ah¨ª debajo? ?Qu¨¦ hubo antes? ?Qu¨¦ es lo que fue al principio?
Pocas ciudades como la capital vizca¨ªna se han especializado tan concienzudamente, a lo largo de todas sus edades, en borrar su pasado. Ni el puente que aparece en el escudo de la Villa es el mismo que hoy cruzan sus vecinos. Los antiguos escritorios bilba¨ªnos (que uno imagina como los del famoso escribiente de Melville, cada uno con su obstinado Bartleby prefiriendo no hacerlo) hace una eternidad que pasaron a engrosar la leyenda. Historia legendaria, por lo tanto, la nuestra.
La ciudad, como dec¨ªa Max Aub, es un libro que se lee con los pies. Pero leer a Bilbao con los pies es obligarnos a tartamudear, cuando no a enmudecer. Nuestra cartograf¨ªa sentimental es un bien intangible, ni se toca ni puede pisarse. Es lo m¨¢s parecido a un jard¨ªn que emborrona la niebla. ?D¨®nde estaban aquellos almacenes con nombre de ave en los que nos compraban, cada mes de septiembre, los arreos escolares? ?D¨®nde aquel cine de sesi¨®n continua con el suelo sembrado de cacahuetes y un acomodador cuya funci¨®n, precisamente, consist¨ªa en ponernos inc¨®modos? No nos queda otro remedio que construir de memoria (reconstruir con ladrillos de bruma) nuestro propio pasado y el de nuestra ciudad, el cambiante escenario que nos ha ca¨ªdo en suerte.
A veces hemos sido los propios villanos, hipnotizados por la piqueta, los responsables de la demolici¨®n a plazos de nuestra ciudad. Otras han sido los elementos naturales, incendios y aguadutxus, quienes se han llevado por delante dos o tres siglos de historia urbana. Parece nuestro sino. Por eso no es extra?o que acabe de bajar la persiana uno de los ¨²ltimos viejos caf¨¦s bilba¨ªnos, a pesar del empe?o que las instituciones, esta vez, han puesto en salvarlo. El Caf¨¦ Boulevard era un superviviente de los a?os dorados de Bilbao. Testigo del frenes¨ª burs¨¢til de los a?os veinte y de las m¨ªticas tertulias donde oficiaban personajes como Pedro Mourlane Michelena, una especie de D?Ors de andar por casa que alternaba con otra gran tertulia, la del Lyon D?Or (llamada con retranca Lyon D?Ors) en la que se mu?¨® el fascismo ib¨¦rico bajo la inspiraci¨®n de Ram¨®n de Basterra. Pocos bilba¨ªnos quedar¨¢n capaces de situar en el espacio f¨ªsico de la ciudad el Caf¨¦ Lyon D?Or. M¨¢s f¨¢cil lo tendremos con el Boulevard, pero no es demasiado probable que los presentes o futuros propietarios del local mantengan su funci¨®n y mucho menos su filosof¨ªa.
El escritor costumbrista Aranaz Castellanos se refugiaba entre los veladores del Caf¨¦ Boulevard antes de suicidarse por culpa de una quiebra fraudulenta en la que se vio involucrado. Ortega y Gasset depart¨ªa con Indalecio Prieto despu¨¦s de apalabrar con los representantes de Papelera Espa?ola la creaci¨®n de Espasa-Calpe. El escritor gallego Julio Camba se acomodaba en el caf¨¦ como un francotirador y observaba con lucidez ir¨®nica la fiebre capitalista y literaria que se hab¨ªa adue?ado de aquel r¨ªo revuelto convirti¨¦ndolo en un remolino. "Un poeta bilba¨ªno que me quiso leer unos versos el otro d¨ªa", escribe JC, "tuvo que buscar el manuscrito entre unas cuantas navieras que llevaba en la cartera". En La rana viajera cuenta Camba c¨®mo en el Caf¨¦ Boulevard conoci¨® a un tipo que termin¨® vendi¨¦ndose a s¨ª mismo trescientas toneladas de brea que, naturalmente, no necesitaba para nada. ?Cu¨¢ntas operaciones de este g¨¦nero no se har¨¢n diariamente en Bilbao?, se preguntaba. El Caf¨¦ Boulevard fue testigo de algunas. Acaban de cerrarlo.
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