Despu¨¦s de la victoria
Los partidos estadounidenses no son organizaciones de afiliados como los europeos, sino amalgamas de grupos movidos por intereses ideol¨®gicos y materiales, grupos de presi¨®n ¨¦tnicos, raciales y religiosos, pol¨ªticos ambiciosos y c¨ªnicos aprovechados, a menudo, comprados y vendidos por inversores para los que la pol¨ªtica es un mercado m¨¢s. Es cierto que los partidos estadounidenses a veces se unen para alcanzar una meta ideal. En sus or¨ªgenes, los republicanos fueron protagonistas de la abolici¨®n de la esclavitud. Los dem¨®cratas modernos nunca han sido tan eficaces como a la hora de fomentar una reforma social.
La fijaci¨®n ideol¨®gica del Partido Republicano reciente s¨®lo le ha valido la derrota. Su patriotismo y provincianismo le ha puesto en manos de estafadores intelectuales, los neoconservadores, y de fan¨¢ticos morales, los cristianos tradicionalistas. En George W. Bush hallaron a un presidente que rezumaba un aura de fuerza que, al final, ha resultado fraudulenta. Bush, un Rey Lear de tercera encaramado a un acantilado de papel mach¨¦, no ha podido hacer m¨¢s que expresar su furia por las tormentas hist¨®ricas que ¨¦l mismo ha provocado.
No ha sido una gran efusi¨®n, o una nueva revoluci¨®n estadounidense, lo que ha otorgado a los dem¨®cratas una mayor¨ªa en la C¨¢mara de Representantes y, al parecer, tambi¨¦n en el Senado. Como suele ocurrir, s¨®lo ha votado un 40% del electorado. Sin embargo, tal vez haya sido un 40% distinto, organizado de otro modo, en parte a trav¨¦s de Internet, y en parte mediante grupos de ciudadanos bastante distintos de la organizaci¨®n del partido. No cabe duda de que los votantes estaban hartos de las mentiras de la Casa Blanca sobre la guerra en Irak, disgustados con la corrupci¨®n y la hipocres¨ªa de los republicanos, y tan hambrientos de cambio que ahora han otorgado m¨¢s poder a un partido que no sabe qu¨¦ hacer con ¨¦l.
Los dem¨®cratas siguen siendo una alianza circunstancial de grupos que desconf¨ªan unos de otros. Incapaces de llegar a un consenso sobre el pasado del partido (?el proyecto de la Gran Sociedad de Johnson fue un salto adelante hacia la justicia social o una pesadilla burocr¨¢tica plagada de influencias?), y enfrentados por el papel de la naci¨®n en el mundo, los representantes y senadores dem¨®cratas se ver¨¢n eclipsados en cualquier caso por los candidatos de su partido a las presidenciales de 2008. Al menos cinco de sus 51 senadores participar¨¢n en la contienda.
Adem¨¢s, los l¨ªderes del Congreso y el Senado saben que, por muy humillado y repudiado por el desd¨¦n ciudadano que se sienta, el presidente conserva un enorme poder. Se han apresurado a afirmar que no forzar¨¢n una retirada de Irak negando fondos al Pent¨¢gono, y que no pretenden iniciar procesos de destituci¨®n contra el presidente por haber llevado al pa¨ªs a una guerra con pruebas falsas. ?Qu¨¦ har¨¢n, entonces? Su programa consiste en buscar otras alternativas en Irak, pero se cuidan de especificarlas. Los representantes estadounidenses de Israel que hay entre los republicanos neoconservadores han sido desacreditados. Ahora les sustituir¨¢ el partido estadounidense que mantiene los v¨ªnculos m¨¢s estrechos con el grupo de presi¨®n israel¨ª.
Quiz¨¢ la comisi¨®n independiente del ex secretario de Estado Baker y el anciano estadista Hamilton rescaten tanto a Bush como a los dem¨®cratas proponiendo conversaciones directas con Ir¨¢n y Siria, y la imposici¨®n de m¨¢s presiones a Israel. Puede que muchos dem¨®cratas se encuentren en la absurda posici¨®n de tener que aferrarse a la unilateralidad y la alineaci¨®n con Israel de EE UU que han tra¨ªdo la derrota a Bush. Algunos miembros del Congreso y expertos del partido rechazan una pol¨ªtica exterior imperialista, y buscan una nueva relaci¨®n de Estados Unidos con el mundo. La mayor¨ªa de los dem¨®cratas, a pesar del escepticismo de sus votantes, comparten la patolog¨ªa del narcisismo de EE UU: el mundo aguarda la redenci¨®n de manos estadounidenses.
En el plano econ¨®mico, los dem¨®cratas est¨¢n tan poco inspirados como los socialistas europeos. Apoyan nuestro limitado Estado del bienestar. Aumentar¨¢n el salario m¨ªnimo para potenciar el consumo y como un acto de decencia com¨²n. Invertir¨¢n m¨¢s en educaci¨®n, y rechazar¨¢n las limitaciones religiosas impuestas a la investigaci¨®n con c¨¦lulas madre. Intentar¨¢n restablecer la proporcionalidad en el sistema impositivo de Bush, que favorece flagrantemente a los ricos. Lo que no tienen es un gran proyecto para vencer al car¨¢cter destructivo de la internacionalizaci¨®n del capital. Ahora que los ciudadanos estadounidenses necesitan que su Estado les proteja, los dem¨®cratas se muestran ambivalentes respecto de los grandes logros del New Deal y la Gran Sociedad. Gracias a Gore (que es el candidato presidencial m¨¢s plausible que tienen, pero que ahora no se presenta), son un poco responsables en lo que respecta al medioambiente.
En resumen, el poder legislativo ahora ha ca¨ªdo en manos de una oposici¨®n dividida e incierta. Los enfrentamientos internos del Partido Dem¨®crata en breve ser¨¢n tan evidentes como sus disputas con el presidente y los republicanos. Quiz¨¢ los sectores cr¨ªticos de los dem¨®cratas puedan obligar a algunos de los candidatos presidenciales a debatir un proyecto de futuro. Por ahora, los dem¨®cratas son -como el presidente, cuyas simplonas obsesiones acudieron en su rescate- prisioneros de las rigideces de nuestra historia.
Traducci¨®n de News Clips.
Norman Birnbaum es profesor em¨¦rito en la Facultad de Derecho de Georgetown. Autor, entre otros libros, de Despu¨¦s del progreso: reformismo social estadounidense y socialismo europeo en el siglo XX.
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