La guerra en primera plana
Hemingway, Dos Passos, Saint-Exup¨¦ry, Marta Gellhorn?, trabajaron como corresponsales en la Guerra Civil espa?ola. Su testimonio revel¨® matanzas atroces y sufrimientos de la poblaci¨®n civil. Una exposici¨®n en el nuevo Instituto Cervantes de Madrid muestra c¨®mo vivieron y escribieron
Tres horas y cuarto dur¨® el bombardeo sobre Guernica la tarde del lunes 26 de abril de 1937. Los aviones alemanes de la Legi¨®n C¨®ndor de Hitler lanzaron en ese tiempo, que dur¨® lo que dura el infierno, miles de bombas y proyectiles incendiarios sobre la ciudad abierta. "Guernica, la poblaci¨®n m¨¢s antigua de los vascos y el centro de su tradici¨®n cultural, ha sido completamente arrasada". As¨ª conoci¨® el mundo el horror que sufri¨® la poblaci¨®n vizca¨ªna gracias a las cr¨®nicas de un hombre con acento surafricano, George Lowther Steer, corresponsal del peri¨®dico ingl¨¦s The Times y del estadounidense The New York Times. Fue ¨¦l quien cont¨® el horror de la masacre que asesin¨® a 1.650 personas e hiri¨® a m¨¢s de 900. "Una poderosa flota de aeroplanos formada por tres modelos alemanes, los bombarderos Junkers y Heinkel y los cazas Keinkel, no ces¨® de lanzar bombas de hasta 1.000 libras [453,6 kilos] de peso sobre la poblaci¨®n, adem¨¢s de hasta 3.000 proyectiles incendiarios (?). Mientras tanto, los aviones de caza sobrevolaban la ciudad desde el centro hacia las afueras para ametrallar a los civiles que se refugiaban en los campos". El objetivo del bombardeo indiscriminado sobre Guernica era "la desmoralizaci¨®n de la poblaci¨®n civil", asegur¨® un horrorizado G. L. Steer, a quien contar lo que vio casi le cuesta su trabajo en The Times. El peri¨®dico brit¨¢nico intent¨® minimizar el impacto de estas cr¨®nicas para no enfadar al Gobierno de Hitler.
La cr¨®nica de Steer forma parte de la exposici¨®n Corresponsales en la guerra de Espa?a, con la que el Instituto Cervantes, en colaboraci¨®n con la Fundaci¨®n Pablo Iglesias, recuerda el 70? aniversario del comienzo de la Guerra Civil. La muestra recoge 30 cr¨®nicas publicadas por la prensa internacional durante los tres a?os que dur¨® la contienda, "cuando contar una guerra era un compromiso moral", seg¨²n Alfonso Guerra, presidente de la Fundaci¨®n Pablo Iglesias. Fotograf¨ªas, m¨¢quinas de escribir, acreditaciones de periodistas y pases de prensa complementan la exposici¨®n de lo que Hugh Thomas ha llamado "la edad de oro" de los corresponsales en el extranjero. La muestra ya se ha visto en Nueva York y en Lisboa. El a?o que viene viajar¨¢ a Francia (Toulouse, Burdeos, Ly¨®n) y despu¨¦s del verano a Polonia (Varsovia y Cracovia) y Rusia (Mosc¨²).
En la reci¨¦n inaugurada sede del Instituto Cervantes en Madrid veremos ahora la pasi¨®n que unos hombres y mujeres sintieron por la suerte de los espa?oles enfrentados en una sangrienta lucha. "No es una exposici¨®n sobre la Guerra Civil, sino sobre la vida de los periodistas en esa guerra; sobre su mundo, sus miserias, sus amores, sus exclusivas, sus angustias, sus miedos", afirma el comisario de la muestra, Carlos Garc¨ªa Santa Cecilia.
?Es lo mismo publicar una cr¨®nica en primera p¨¢gina o pasarla a p¨¢ginas interiores, enmascarada entre otras? Nada es inocente y todo es muy subjetivo, como demuestra la recopilaci¨®n de lo que escribieron los corresponsales sobre nuestra guerra. La exposici¨®n ense?a las dos versiones de las cr¨®nicas que Steer envi¨® desde Bilbao sobre la masacre de Guernica. La de The New York Times apareci¨® el 28 de abril de 1937 en la portada; la de The Times se public¨® en la p¨¢gina 17 y sin firma. ?Censura encubierta? Derrotado, Steer abandon¨® poco despu¨¦s el periodismo. Muri¨® durante la II Guerra Mundial en un accidente. La necrol¨®gica que le dedic¨® The Times no lleg¨® a las tres l¨ªneas, y en ella no se hac¨ªa la m¨¢s m¨ªnima menci¨®n a su paso por Espa?a ni a Guernica.
La de Espa?a fue la ¨²ltima guerra rom¨¢ntica. Todos los grandes escritores, de Hemingway a Dos Passos, de Saint-Exup¨¦ry a Orwell, asist¨ªan en primera fila a la guerra y se planteaban la obligaci¨®n moral e intelectual de contarla. "El sentido de la exposici¨®n es recuperar una manera de hacer periodismo que posiblemente ya no existe", argumenta el comisario de la exposici¨®n. Acodados en un balc¨®n, los corresponsales ve¨ªan la guerra. Asist¨ªan a pocos metros al movimiento de tropas, contaban los efectivos, incluso espiaban. Interven¨ªan tan activamente en la contienda que se infiltraban en uno u otro bando o cambiaban la m¨¢quina de escribir por el fusil, como el norteamericano Jim Lardner, que encontr¨® la muerte en una trinchera.
Hay cr¨®nicas de los dos lados de la guerra. Unos, como Mija¨ªl Koltsov, el corresponsal de Pravda, fueron "los ojos y o¨ªdos" de Stalin. Otros estuvieron del lado de Franco, como Harold G. Cardozo, del peri¨®dico brit¨¢nico Daily Mail, narrando el asedio al Alc¨¢zar de Toledo. "Entre las ruinas de la ciudadela destrozada por los obuses que tan desesperadamente han luchado por proteger, los defensores, demacrados y barbudos, me han revelado hoy la m¨¢s heroica haza?a de esta maravillosa epopeya: el sacrificio por parte del comandante de su ¨²nico hijo a la llamada del honor y del deber". Su cr¨®nica acaba de esta forma: "Antes de abandonar Toledo, los rojos asesinaron a m¨¢s de 700 civiles".
Pero posiblemente los mejores corresponsales estuvieron en el bando de la Rep¨²blica. Muchos de los que vivieron el sitio de Madrid se transformaron en ardientes defensores de la causa republicana, como Hemingway, Jay Allen o Martha Gellhorn, pero absolutamente todos "se convirtieron en hombres distintos en alg¨²n momento despu¨¦s de haber cruzado los Pirineos". "En aquellos a?os", escribi¨® Herbert Matthews, corresponsal de The New York Times, "vivimos lo mejor de nuestras vidas (?). Aquellos de nosotros que defendimos la causa del Gobierno de la Rep¨²blica frente a los franquistas, ten¨ªamos raz¨®n (?). Representaba la causa de la justicia, la moralidad y la decencia".
Tres mujeres -las estadounidenses Martha Gellhorn y Virginia Cowles, y la sueca Barbro Alving, Bang- plasmaron en sus cr¨®nicas los retratos m¨¢s conmovedores de la resistencia de una poblaci¨®n civil que viv¨ªa con un coraje inmenso el asedio de Madrid por las tropas de Franco. Martha Gellhorn, la que ser¨ªa la tercera esposa de Ernest Hemingway, describ¨ªa de forma magistral para las lectoras de la revista Collier's, el 17 de julio de 1937, el silbido, casi un gemido, de los obuses cayendo sobre la ciudad: "Una ciudad en la que te juegas la vida mientras las mujeres acuden a comprar? Hay mujeres haciendo cola, como las hay por todo Madrid; mujeres calladas, normalmente vestidas de negro, con bolsas de la compra colgando del brazo, esperando para comprar comida. Un ob¨²s cae al otro lado de la plaza. Vuelven la cabeza para mirar y se pegan un poco m¨¢s a la casa, pero nadie deja su lugar en la cola. Despu¨¦s de todo, llevan all¨ª tres horas y los ni?os esperan comida en casa".
A finales de 1980, Martha Gellhorn regres¨® a Madrid. El escritor Juan Benet, que la hab¨ªa conocido a?os atr¨¢s, invit¨® a su casa a un par de amigos para present¨¢rsela. All¨ª acudieron los escritores Javier Mar¨ªas y Vicente Molina Foix. "Nos encontramos con una mujer mayor", rememora Molina Foix, "atractiva, maravillosa, con una conversaci¨®n chispeante". Cuando acab¨® la cena, Benet anunci¨®: "Vamos a un lugar sorprendente". Y todos se encaminaron a Chicote, el bar de la Gran V¨ªa escenario en la vida de los corresponsales en la Guerra Civil. Nada m¨¢s empujar la puerta, Martha Gellhorn se qued¨® extasiada y exclam¨®: "Is it still there!" (a¨²n est¨¢ aqu¨ª). Muri¨® en 1998, con 89 a?os.
Virginia Cowles observaba en abril de 1938 a un pueblo cansado: "El estado de ¨¢nimo de la gente se ha ido quebrando bajo la atroz destrucci¨®n que llega del cielo?". Su cr¨®nica para The New York Times ya adelantaba lo que pod¨ªa significar la represi¨®n para los vencidos: "En el lado insurgente, el esp¨ªritu de rencor en muchos casos era rayano al fanatismo. Una mujer de San Sebasti¨¢n, vestida con ropa elegante, me cont¨® que la hab¨ªan prometido que si las tropas de Franco entraban en Madrid le dar¨ªan una ametralladora para que hiciera justicia?".
La guerra espa?ola fue tambi¨¦n campo de entrenamiento para los grandes esp¨ªas del siglo XX, y la mejor credencial para lograr, por ejemplo, ingresar en el servicio secreto brit¨¢nico era ser corresponsal de The Times. As¨ª fue como comenz¨® su carrera el esp¨ªa Harold Kim Philby, un maestro del doble juego. Lleg¨® a Espa?a y se hizo con el hueco y con la plaza del prestigioso diario brit¨¢nico. Acab¨® siendo corresponsal en el bando de Franco. La cr¨®nica que se expone en el Instituto Cervantes es lo suficientemente inteligente para no delatarse como esp¨ªa, pero Philby enumera con toda precisi¨®n las fuerzas italianas en un momento en que lo que interesa es saber el potencial que tiene Italia en la contienda espa?ola. Al final de la guerra era un doble esp¨ªa, ten¨ªa contactos con el servicio secreto brit¨¢nico y le pasaba a la vez informaci¨®n a los rusos. Philby sufri¨® un accidente en el frente cuando iba con otros corresponsales, dos ingleses y dos norteamericanos, a cubrir la batalla de Teruel. Pararon en un pueblo cercano al frente. Salieron del coche a fumarse un cigarro, pero como nevaba copiosamente regresaron al interior del veh¨ªculo. Una bomba rusa explot¨® sobre el autom¨®vil. Todos murieron excepto Philby. Poco despu¨¦s, el mayor esp¨ªa ruso de la historia fue recibido por Franco y condecorado con una medalla.
La guerra espa?ola recibe diferente tratamiento conforme va pasando el tiempo. Hasta el verano de 1937 est¨¢ en las primeras p¨¢ginas de los peri¨®dicos. Despu¨¦s pasa a p¨¢ginas interiores. Rebrota el inter¨¦s en 1938 con el seguimiento de la batalla del Ebro.
En enero de 1938, el escritor John Dos Passos (autor de Manhattan Transfer y Trilog¨ªa USA) se encuentra en Madrid. Vive en el hotel Florida, en un extremo de la plaza de Callao, el lugar donde la tribu de los corresponsales, milicianos y oficiales de la Brigada Internacional resiste a los bombardeos. "Hoy", escribe, "casi nadie pasa por la Gran V¨ªa sin acelerar el paso un poco, ya que es la calle donde caen m¨¢s proyectiles, pero nadie corre tanto como para detenerse y echar una mirada al alto edificio de tipo neoyorquino de la Telef¨®nica para ver si tiene nuevos agujeros de metralla. Resulta gracioso c¨®mo el edificio menos espa?ol de Madrid, la torre barroca de la International TT de Wall Street, el s¨ªmbolo del poder colonizador del d¨®lar, se ha convertido en la mente de los madrile?os en el s¨ªmbolo de la defensa de la ciudad".
En ese edificio de Telef¨®nica se encontraba la Oficina de Prensa Extranjera, donde trabajaba Arturo Barea. El autor de La forja de un rebelde es el cronista del otro lado. Cuando el Gobierno de la Rep¨²blica se traslada a Valencia, ¨¦l se queda al frente de ese organismo. Dos Passos le describe como alguien que vive al l¨ªmite, agotado. Junto a la austriaca Ilsa Kulcsar, que ser¨ªa su mujer, establecieron en aquel rascacielos madrile?o una intensa relaci¨®n con los corresponsales extranjeros.
Jay Allen, del Chicago Tribune, fue otro de los grandes corresponsales. Entrevist¨® a Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera en la c¨¢rcel de Alicante poco antes de ser fusilado; tambi¨¦n a Franco -"otro enano que despu¨¦s gobernar¨ªa"- en julio de 1936, en Tetu¨¢n: "No puede haber ni compromiso ni tregua. Continuar¨¦ preparando mi avance hacia Madrid (?). Tomar¨¦ la capital. Salvar¨¦ a Espa?a del marxismo cueste lo que cueste (?). Pronto, muy pronto, mis tropas habr¨¢n pacificado el pa¨ªs y todo esto habr¨¢ sido s¨®lo una pesadilla". Cuando Allen le pregunta: ?significa esto que tendr¨¢ que matar a media Espa?a? Franco, sonriendo, respondi¨®: "He dicho cueste lo que cueste". Allen es el autor de una de las cr¨®nicas m¨¢s escalofriantes de la brutalidad de las tropas franquistas. Su Matanza de 4.000 personas en Badajoz, del 30 de agosto de 1936, convirti¨® lo que hasta entonces era un levantamiento militar en una guerra civil. Allen fue un inc¨®modo testigo de los acontecimientos que se desarrollaron en la ciudad extreme?a.
Gracias al apoyo de las Bibliotecas Cervantes de todo el mundo se ha logrado reunir un material ¨²nico. Los testimonios escritos de la Guerra Civil son innumerables, pero el objetivo de esta exposici¨®n era buscar la prueba, el papel amarillento por el paso del tiempo. Uno de los grandes descubrimientos ha sido el hallazgo de las cr¨®nicas de Indro Montanelli, el gran periodista italiano, para el diario Il Messaggero. "Despu¨¦s de rastrear durante meses, las encontramos en Tur¨ªn", afirma Santa Cecilia. El joven Montanelli fue expulsado del Fascio italiano por sus cr¨®nicas sobre la contienda espa?ola.
La de Espa?a fue la guerra de los escritores. Koestler, Orwell, Ehrenburg, Saint-Exup¨¦ry? L'Intransigeant contrata al autor de El principito cuando en Francia gana las elecciones el Frente Popular y el diario pretende desmarcarse de su filiaci¨®n derechista. Saint-Exup¨¦ry lleg¨® pilotando su propio avi¨®n en el mes de agosto de 1936. Primero estuvo en Barcelona y, en un viaje siguiente, en Madrid. "Han fusilado a diecisiete 'fascistas'. El cura, la criada del cura, el sacrist¨¢n y catorce 'notables' del lugar (?). Miro a los ojos a esa 'gente coraje'. Y, es cierto, no descubro nada que me angustie. No me dan miedo esos rostros que se nublan y se hacen duros como paredes?". Saint-Exup¨¦ry lo resumi¨® todo en un t¨ªtulo escalofriante: Aqu¨ª se fusila como se tala ¨¢rboles.
O. D. Gallagher fue lo que podr¨ªamos llamar un periodista aventurero. Buscaba emociones y su oportunidad se present¨® de la mano del brit¨¢nico Daily Express. Sus informaciones sobre la ca¨ªda de Madrid, el 29 de marzo de 1939, cierran la exposici¨®n. Dos d¨ªas antes tomaba vinos en la ciudad sitiada con el general Miaja, uno de los militares republicanos con mayor poder. Pero la ma?ana de la toma de la capital, Gallagher se encontraba en la cama. Medio dormido acert¨® a o¨ªr unos gritos de "?blanco, blanco!". Tard¨® en comprender que las exclamaciones eran "?Franco, Franco!". El general entraba en la ciudad tras dos a?os y medio de asedio. Gallagher ech¨® a correr hacia la Telef¨®nica. Se qued¨® all¨ª solo, enviando telegramas a Londres. No le fusilaron de milagro. El final de Gallagher fue digno de su vida. Acab¨® como gu¨ªa en Escocia, y le vieron por ¨²ltima vez en el misterioso lago Ness.
'Corresponsales en la guerra de Espa?a', en el Instituto Cervantes de Madrid (Alcal¨¢, 49), desde el d¨ªa 21 hasta finales de enero.
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