Ven en moto
De adolescente, todo el mundo quiere comprarse la moto: contemplamos con envidia reprimida el aparato del vecino, que puede llevarle y traerle del instituto a la barrilada sin necesidad de complicarse en el autostop, imaginamos el rostro estupefacto de la compa?era de clase con la que so?amos todas las noches en el momento de vernos irrumpir en el patio con los pies reemplazados por neum¨¢ticos. Al final es arduo ahorrar y acabamos en la parte de atr¨¢s del asiento, mientras un amigo nos conduce por calles oscuras donde las farolas pasan volando y el aire que azota la cara trae un recuerdo de cristal y petr¨®leo: y envidiamos esa libertad, esa euforia que debe de sentir el surfista al elevarse sobre el lomo de la ola y recibir en las mejillas el azote de la brisa del oc¨¦ano. La mitolog¨ªa de la moto reincide en las mismas figuras; la del ap¨¢trida forrado de cuero que recorre el mundo bajo una barba y un mont¨®n de tatuajes y que s¨®lo obedece a su propia sed de horizontes; la del joven con chaqueta que rueda frente al Coliseo romano con una chica dulce y escu¨¢lida a su espalda, asida t¨ªmidamente a unos hombros de los que acabar¨¢ por enamorarse. La moto, s¨ª, es una met¨¢fora de nuestra pubertad: un deseo casi pueril de carreteras sin fin y personas que nos quieren desde la rueda de atr¨¢s, una b¨²squeda de aire puro derram¨¢ndose sobre la frente y los p¨®mulos y limpi¨¢ndonos de todas las congojas que nos asaltan en la soledad del dormitorio. Montar en moto es querer cabalgar, querer ser gaucho y apache. Querer perderse, como escribi¨® Kafka en un hermoso texto de 1913: "Si pudiera ser un indio, ahora mismo, y sobre un caballo a todo galope, con el cuerpo inclinado y suspendido en el aire, estremeci¨¦ndome sobre el suelo oscilante, hasta dejar las espuelas, pues no ten¨ªa espuelas, hasta tirar las riendas, pues no ten¨ªa riendas, y s¨®lo viendo ante m¨ª un paisaje como una pradera segada, ya sin el caballo y sin la cabeza del caballo".
Luego uno se hace adulto y comienza a apreciar valores que tiran al gris como la seguridad o las zapatillas, y se compra un coche, que no permite beber el viento pero que cuenta con un socorrido maletero para guardar el carrito del beb¨¦. Yo nunca he tenido una moto, por motivos de trabajo y otras coincidencias astrol¨®gicas he viajado siempre en el interior de una cabina con una palanca y un cenicero, y jam¨¢s he gozado de esa entrevisi¨®n metaf¨ªsica de la libertad sobre la que escrib¨ªa Kafka. Ahora, a lo que parece, el Ayuntamiento de Sevilla va a encargarse de darme una oportunidad de experimentarla. Ven al centro en moto es el nombre de una campa?a que el consistorio ha emprendido en connivencia con la casa Peugeot y el restaurante Robles, con el fin de difundir el uso de esa m¨¢quina entre la ciudadan¨ªa en competencia con el autom¨®vil, que cada vez se parece m¨¢s a un carro de combate irrumpiendo en una cacharrer¨ªa. La Jefatura Provincial de tr¨¢fico, leo en un suelto del peri¨®dico, detecta un "aumento vertiginoso" de la venta de motos en la ciudad, en un ¨ªndice que rebasa el 43% sobre el a?o pasado. No es para menos: ahora que las calles han desaparecido bajo pilas de escombros y que una valla proh¨ªbe el acceso al parachoques cada dos esquinas, lo m¨¢s pr¨¢ctico parece confiarse a la elasticidad de las dos ruedas, que siempre pueden encontrar un resquicio por el que escurrirse. Si adem¨¢s uno, como es mi caso, cometi¨® en su d¨ªa la imprudencia de largarse a vivir al Aljarafe, la necesidad se vuelve perentoria: a menos que piense cambiar de veh¨ªculo tendr¨¢ que resignarse a esperar al comienzo del segundo acto en el teatro o a que los amigos le abandonen despu¨¦s de un plazo indecente de varias horas de espera. As¨ª que, tambi¨¦n yo, barajo la posibilidad de adquirir este otro electrodom¨¦stico, con el casco y el seguro, y de dedicarme a trotar por los senderos en ruinas del coraz¨®n de la ciudad, en busca de ese vac¨ªo final, de esa sensaci¨®n de transparencia y de abandono que anhelaba Kafka. Quiz¨¢, por qu¨¦ no, alg¨²n d¨ªa viaje detr¨¢s esa chica escu¨¢lida que susurre un nombre a medias por debajo del fragor del viento y otorgue un poco de calidez a las horas de desconsuelo. Comprar¨¦ la moto: ser¨¢ como volver a empezar.
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