Un cad¨¢ver en una zanja
El comisario Pita mira el cuerpo con gesto inexpresivo, mientras el detective que han mandado de la Central examina el escenario del crimen para elaborar sus primeras conclusiones.
-Yo dir¨ªa que es un ajuste de cuentas -concluye-. Las escarificaciones en rostro y manos indican?
-?Escarificaciones? -se sorprende el comisario.
-S¨ª, es una costumbre primitiva, ritual, que consiste?
-No -Pita levanta la mano-, si ya s¨¦ lo que son las escarificaciones. Pero lo que est¨¢ usted viendo son mordiscos.
-?Mordiscos? -ahora es el detective el sorprendido-. Pero ?piensa usted??
-Son mordiscos de rata. Salen de la obra por la noche. Yo vivo aqu¨ª al lado y estoy harto de verlas. Tenemos la calle abierta desde hace un a?o y medio. Se han acostumbrado a salir.
-No me lo puedo creer. ?Aqu¨ª, en el centro de Madrid?
-S¨ª, aqu¨ª, en el centro de Madrid. Las obras no se terminan nunca y las ratas se pasean por las aceras. Como si fuera Nairobi. ?Qu¨¦ digo Nairobi? Ni sus suburbios. Esto es el Salvaje Oeste?
El detective mastica en silencio esta revelaci¨®n mientras Modesto sale de casa, se fija en las cintas que acotan el espacio donde se mueven los polic¨ªas, ve al comisario, se acerca.
-Pero este hombre? -dice.
-S¨ª -confirma Pita.
-?Le conoce? -pregunta el detective.
-Claro -su colega se anticipa a la respuesta de su vecino-. Todos le conoc¨ªamos. Era muy famoso por aqu¨ª.
-Decidme, ?qui¨¦n lo mat¨®? -recita Modesto antes de seguir su camino-. Fuenteovejuna, se?or?
El comisario Pita reprime una sonrisa mientras espera una pregunta del detective, pero al hombre de la Central, por lo que se ve, no le gusta el teatro cl¨¢sico. Mejor, se dice, porque esto ya est¨¢ bastante complicado. Y sin embargo no puede descartar que lleguen otros vecinos, actores aficionados o no, que infiltren en el ¨¢nimo del especialista las mismas sospechas que le asaltaron a ¨¦l esta misma ma?ana.
A las siete menos diez, cuando sal¨ªa de casa para ir a trabajar, le llam¨® la atenci¨®n un zapato suelto, tirado junto a la valla -m¨¢s bien lo que queda de ella- que separa un exiguo resto de acera de las obras del aparcamiento interminable. Se acerc¨® con precauci¨®n aunque ya hubiera amanecido, porque detesta a las ratas y lo que acaba de contarle al detective es verdad, no ha exagerado nada. Entonces vio al cad¨¢ver, y lo reconoci¨® al instante, pese al feroz ensa?amiento de navajas que desfiguraba su cuerpo. La identidad del difunto le provoc¨® un violento escalofr¨ªo. Era un hombre joven. Seguramente no merec¨ªa morir, y sin embargo ¨¦l hab¨ªa deseado muchas veces su muerte.
Mientras le enviaban refuerzos desde la Central, calcul¨® cu¨¢ntos vecinos de su casa, de su calle, de las casas y calles contiguas, habr¨ªan sentido alguna vez el mismo impulso homicida, y calcul¨® que ser¨ªan incontables. A sus pies yac¨ªa el guardacoches m¨¢s chulo, m¨¢s mat¨®n y detestable de la discoteca Pach¨¢, el castigo divino que los habitantes de esta zona de Madrid sufr¨ªan desde mucho antes de las obras, mucho antes de las ratas. Pero nada es casualidad, todo est¨¢ relacionado.
Aquel indeseable era el culpable del caos semanal, el concierto de bocinas e improperios que hab¨ªa convertido las noches de los viernes, de los s¨¢bados, en un infierno insomne. Y sin embargo, si aqu¨ª las obras no duraran siempre, su iniciativa de aparcar coches a ambos lados de una calle cuyo espacio se ve¨ªa reducido a la mitad por las vallas, hasta dejar libre s¨®lo un carril en el que los veh¨ªculos se topaban de morros una y otra vez, desde la ca¨ªda de la tarde hasta que se hac¨ªa de d¨ªa, no habr¨ªa sido tan grave. Y si el concejal responsable se hubiera hecho digno alguna vez de ese adjetivo calificativo, habr¨ªa tomado medidas a tiempo. Y si la Polic¨ªa Municipal reaccionara con eficacia y prontitud a las quejas de los vecinos, el problema no sobrevivir¨ªa a la medianoche. Y si el Ayuntamiento de Madrid obligara a los empresarios a cumplir sus propias normativas, en esta ciudad se podr¨ªa dormir. E incluso se podr¨ªa volver a vivir. Pero no. De momento no se puede.
Todo esto pens¨® el comisario Pita al descubrir un cad¨¢ver mordisqueado por las ratas y tirado en una zanja. Y que los sospechosos eran tantos que nunca podr¨ªan estar seguros de ninguno. Ahora, mientras el detective examina las presuntas escarificaciones con una lupa, se arrepiente de haber pensado as¨ª. Porque ¨¦sta no es una ciudad civilizada, pero sus vecinos s¨ª lo son. De lo contrario, esto habr¨ªa sucedido mucho antes.
-Un ajuste de cuentas, ?eh? -pregunta, y el especialista asiente con la cabeza-. S¨ª, yo tambi¨¦n lo creo.
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