Otra orilla
Hace bien la Consejer¨ªa de Cultura al reunir a todos nuestros escritores patrios, los grandes y los chicos, y fletarlos a Guadalajara, para que aprendan de otras orillas. Comprendo que ante un evento de este boato no hab¨ªa que andar con parquedades y que merec¨ªa la pena llenar tres o cuatro aviones y plantas de hotel con lo m¨¢s granado de lo que puebla nuestras bibliotecas, as¨ª como copar suplementos y noticiarios televisivos con un seguimiento pormenorizado de lo que sucede all¨ª, donde amanece a la hora del almuerzo. Yo, que tampoco he sido convocado, observo todo este traj¨ªn con curiosidad y pereza, como las evoluciones de los peces de colores en la profundidad del acuario: hoy un anciano venerable recibe aplausos de un auditorio api?ado en bancas de escuela, ma?ana las bailaoras comparten tablado con los mariachis, en el programa hay mesas redondas cuyos t¨ªtulos parecen la traducci¨®n repetida de un dolor de cabeza. Es hermoso que de una vez Andaluc¨ªa se preocupe as¨ª de su cultura y de quienes se dedican a apacentarla en estos tiempos menesterosos, y que muestre a los cuatro vientos que cuenta con medios para buscarle un hueco en el escaparate internacional; pero a la vez la exhibici¨®n deja en la retina del espectador ciertos colores de pornograf¨ªa y uno duda de si todo este despilfarro bien intencionado servir¨¢ en el fondo para alguna cosa. Se me acusar¨¢ de resentido, de recurrir a la injuria f¨¢cil y a la pataleta, como todos aquellos que nos quedamos aqu¨ª porque no hab¨ªa asientos suficientes en el avi¨®n: y yo respondo, como Terencio, que nada humano me es ajeno, pero que aunque la amargura a veces nuble el juicio eso no me estorba para entender que las cifras que la Junta ha invertido en su viaje transatl¨¢ntico rozan el disparate y que mucho de ese capital hubiera estado mejor invertido en defender la literatura en esta margen del oc¨¦ano, detr¨¢s de la fanfarria y las c¨¢maras, donde a menudo se muere de sed sin que nadie la asista.
De todos modos repito que me alegra sinceramente que nuestros escritores se marchen a hacer las Am¨¦ricas y asomen la cabeza por el ojo de la escotilla para descubrir que existe un mundo ancho y ajeno ah¨ª fuera. Esa fue la experiencia de los autores del exilio, que tambi¨¦n han contado con su homenaje en la Feria: cuesta pensar en el sesudo Ayala, la boquilla berlinesa en que fumaba Mar¨ªa Zambrano o los trajes tan elegantemente cortados de Pedro Salinas sin esa educaci¨®n sentimental, sin ese abandono de la cal y el salitre de la patria para conocer nuevos horizontes que, sin duda, orearon sus libros. Espa?a en general y Andaluc¨ªa en concreto tienen todav¨ªa bastante que aprender de Latinoam¨¦rica, al menos en lo que a literatura se refiere, y nunca est¨¢ de m¨¢s que se env¨ªe all¨¢ a nuestras elites para formarlas en la principal de nuestras asignaturas pendientes, que es el cosmopolitismo. Mientras este pa¨ªs consumi¨® el siglo XX encerrado en casa, sentado en la camilla con las alpargatas puestas, argentinos, mexicanos y peruanos se marchaban a vivir a Par¨ªs y traduc¨ªan a poetas cuyos nombres s¨®lo sonaban, debajo de los Pirineos, a hojarasca y niebla. Los intelectuales del exilio debieron de sentir que los ojos se les abr¨ªan por debajo de las escamas como si en vez de Am¨¦rica hubieran viajado a Damasco, y que la literatura no se resquebraja al volcar sobre la p¨¢gina asuntos que trascienden el silencio del olivar. Debemos a Suram¨¦rica, aunque lo olvidemos a menudo, la irrupci¨®n en nuestras letras de ingleses y franceses, de la novela polic¨ªaca, de la corriente de conciencia y la desintegraci¨®n de los g¨¦neros, de Kipling y Queneau, Joyce y Whitman y la ¨¦pica de los rascacielos. En los a?os cincuenta, de cuando datan sus diarios recientemente publicados, Bioy Casares se citaba con Borges para visitar librer¨ªas internacionales, de las que exist¨ªan no menos de media docena en Buenos Aires, y tomaba caf¨¦ con se?oritas que tanteaban en lengua original las ratoneras de Faulkner; aqu¨ª, en cambio, ten¨ªamos la penumbra estancada del ateneo. Esos vientos frescos son los que deseo que respiren nuestros emisarios de Guadalajara: esperemos que les quede algo en los pulmones una vez que se apaguen todos los focos.
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