Guerras fraternales
Nadie se ha arrepentido de ser valiente, o eso o¨ª una vez, y valiente es Diego Alatriste, capit¨¢n crepuscular y cansado en un mar fabuloso de cristianos contra musulmanes, el Mediterr¨¢neo, matriz de razas, lenguas y viejos odios fraternos: "Nadie se deg¨¹ella mejor y m¨¢s a gusto que quien harto se conoce", ahora y en 1627, cuando empieza Corsarios de Levante. El pasado es tambi¨¦n un pa¨ªs de aventuras.
A bordo de La Mulata, galera de 24 bancos, en persecuci¨®n de un bajel berberisco, viajamos hacia un turbi¨®n de peripecias, de Cartagena a los Dardanelos, entre abordajes y matanzas, amistad, valent¨ªa, lealtad, y sus contrarios. Arturo P¨¦rez-Reverte imagina con fervor lo perdido, la materialidad y el alma de un siglo XVII de soldados: c¨®mo se navegaba, se combat¨ªa, se viv¨ªa, se padec¨ªa y se gozaba. Dos cronistas lo cuentan: un narrador sin nombre e invisible, que sigue a Alatriste hasta el fondo de su conciencia, y el feliz ??igo Balboa, testigo de los hechos, hu¨¦rfano de veterano en Flandes y protegido del capit¨¢n.
CORSARIOS DE LEVANTE
Arturo P¨¦rez-Reverte
Ilustraciones de Joan Mundet
Alfaguara. Madrid, 2006
357 p¨¢ginas. 20 euros
Balboa, alegremente engre¨ªdo de su juventud, se presenta como "bachiller en Flandes y licenciado en las galeras del rey". Es soldado, pero todav¨ªa no es el hombre que cree ser, ni el que deber¨ªa, o eso le dice Alatriste, pues Balboa, a sus 17 a?os, ya se le sube a las barbas. Ya no ve en el capit¨¢n lo que ve¨ªa. Pero Alatriste aparece m¨¢s s¨®lido y m¨¢s pr¨®ximo en su nueva aventura, ojos claros y atentos bajo el sombrero viejo, parco en palabras y adem¨¢n, s¨®lo rico en cicatrices y muertos a sus espaldas, amigo de diluir la memoria excesiva en vino. Ahora vemos el gesto de Viggo Mortensen sobre la cara que dibuja Joan Mundet.
En un momento de distancia entre el h¨¦roe humilde y el disc¨ªpulo soberbio, el disc¨ªpulo envidia la forma de morir que le supone al capit¨¢n: la calma digna, el conocimiento de lo que significa vivir. Alatriste y Balboa se disponen para un combate probablemente desastroso, en franca inferioridad, y la mirada de Balboa sobre su protector nos deja ver dos cosas: la val¨ªa de los dos amigos y el afecto del joven hacia el viejo. "Joven, gallardo y espa?ol bajo las banderas de la famosa infanter¨ªa de Espa?a, mayor potencia y azote del orbe", el casi adolescente ??igo Balboa es visto con aprecio e iron¨ªa, como si lo mirara el capit¨¢n.
El Mediterr¨¢neo de 1627 fue
una sorda guerra civil que Alatriste vive con el recuerdo de 1609: la expulsi¨®n de los moriscos, aquel sangriento episodio entre espa?oles. Pero la acci¨®n aplaza las cavilaciones, y un abordaje nos espera frente a Albor¨¢n, en Or¨¢n un asalto, piratas ingleses en Lampedusa, una batalla tabernaria y campal entre espa?oles y venecianos en Malta, lances de garito en N¨¢poles, la caza de un bot¨ªn fabuloso en las costas de Anatolia, el rapto de la favorita del baj¨¢ de Chipre, el encuentro mortal con ocho galeras turcas en el Cabo Negro. La galera, por fin, ser¨¢ "una astilla ensangrentada", y el combate ha sido onomatop¨¦yico, en primer plano. Crock, se rompe una nariz. Ris, ras, el pu?al abre un cuello. Zumban las moscas sobre la sangre en cubierta.
Arturo P¨¦rez-Reverte imagina y nombra aquel universo: armas y barcos y sensaciones, c¨®mo se mide el tiempo all¨ª. En cargar el arcabuz se emplean dos avemar¨ªas, lo que falta para el ataque se mide en credos, dos credos, y la soldadesca reza con diversos acentos, de vizca¨ªnos a andaluces, todos en lat¨ªn cat¨®lico y al servicio del rey, s¨®lo unidos "en rezar y matar". Y, quiz¨¢ porque la literatura espa?ola vali¨® alguna vez para construir nuestra conciencia ling¨¹¨ªstica y civil, Alatriste emprende la batalla decisiva llevando en el bolsillo los Sue?os, que acaba de mandarle Quevedo. Tambi¨¦n Cervantes y Lope de Vega pasan por este Alatriste apasionado y asombrado ante el mundo ido.
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