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JES?S HERMIDA

La memoria de la tele

Muchos le recuerdan dando la noticia por TVE de la llegada del hombre a la Luna. Hermida (Huelva, 1937) es uno de esos periodistas todoterreno que han entrado en nuestra historia m¨¢s reciente gracias a su personal manera de narrar en una televisi¨®n que ha cumplido medio siglo

Juan Cruz
"Cuando lo de la Luna, yo s¨®lo ten¨ªa tres preocupaciones: Que no se cortara la l¨ªnea, que lo entendiera y llegar al final".
"Cuando lo de la Luna, yo s¨®lo ten¨ªa tres preocupaciones: Que no se cortara la l¨ªnea, que lo entendiera y llegar al final".ANA NANCE

Muchos espa?oles tienen esa imagen de Jes¨²s Hermida con la melena al viento asombr¨¢ndose de que el hombre pisara la Luna; ¨¦l hab¨ªa sido un chico del mar, en Huelva; hab¨ªa apostado por la aventura, se hab¨ªa plantado en Madrid con calderilla, se hab¨ªa convertido en un periodista atrevido, descarado y un poco egoc¨¦ntrico, y se hab¨ªa ganado las p¨¢ginas de Pueblo, que era entonces, a principios de los a?os sesenta, el peri¨®dico triunfante al que iban los que quer¨ªan triunfar. Aquel d¨ªa, ante las c¨¢maras de Televisi¨®n Espa?ola, ese joven periodista, que ahora ya tiene 69 a?os, labr¨® la noticia m¨¢s importante de su larga carrera. Ahora, con motivo del medio centenario de esa cadena que entonces era ¨²nica, Hermida, hijo pr¨®digo de ¨¦sta y de otras televisiones, e incluso de esta revista de EL PA?S (de la que fue responsable a principios de los ochenta), ha aparecido contando a los telespectadores las im¨¢genes de la vida de todos, las que han aparecido por la peque?a pantalla y se han quedado en la retina colectiva como un pegajoso, y a veces placentero, recuerdo imborrable. Entre esos recuerdos est¨¢n las im¨¢genes del propio Hermida, que ha sido imitado por muchos, hasta ¨¦l mismo se ha imitado. Pues si bien esa imagen de Hermida mirando la Luna cuando la pis¨® Armstrong est¨¢ en la retina como la reina de las im¨¢genes de la vida de Hermida, otros tenemos de ¨¦l una imagen m¨¢s a pie de tierra, m¨¢s cercana, acaso m¨¢s melanc¨®lica. Educado para no molestar, Hermida debi¨® ser siempre este adolescente de 69 a?os que se sienta con nosotros en la terraza del hotel Santo Mauro, en Madrid, y despliega sus cigarrillos fin¨ªsimos y blancos que ya fumaba cuando estaba con nosotros en la redacci¨®n de EL PA?S. Entonces ya ten¨ªa esta sonrisa melanc¨®lica, como cercana y descre¨ªda, con la que se enfrenta a las preguntas y a sus propias memorias. Esc¨¦ptico a golpes, este entusiasta declarado parece estar de vuelta de su propia pasi¨®n por la aventura, y se halla m¨¢s cerca, ahora, de las cosas peque?as que de las grandes palabras o de las grandes im¨¢genes. Como es natural, el tiempo ha hecho en ¨¦l la mella que suelen hacer la edad y sus temporales, pero, acostumbrado como est¨¢ a vestir su mirada para la c¨¢mara, a veces parece ser el Hermida que apareci¨® y aparece en la tele: seductor, tranquilo, pendiente m¨¢s de la visi¨®n del espectador que de lo que est¨¢ diciendo. Acaso as¨ª fue siempre: preocupado por llevarse consigo la mirada del espectador, para hipnotizarlo o para sentirse seguro: seguro de que le est¨¢n mirando. En esta entrevista fue as¨ª: nos mir¨®, nos habl¨®, y ya palabra y mirada fueron siempre hacia el mismo sitio de la cara, los ojos, que son para ¨¦l la imagen del alma, es decir, de las palabras. Cuando llegamos, ya estaba en el hotel, paseando por un patio di¨¢fano, con su chaqueta marr¨®n sobre los hombros, como si viniera ya de trabajar. Es curioso: en ese instante, cuando le vimos as¨ª, con la chaqueta al hombro, vino a mi memoria la imagen de Jes¨²s Hermida caminando solo por una calle de Madrid, con un traje envuelto al hombro, caminando con la firmeza con la que suele, quiz¨¢ a un plat¨® de televisi¨®n o a un retiro. Ustedes lo han visto ahora en la televisi¨®n, en La imagen de tu vida, el programa que con tanto ¨¦xito le ha visto volver a los plat¨®s, y habr¨¢n tenido una experiencia similar: Hermida no ha cambiado, ha cambiado el tiempo; ¨¦l sigue tan campante, libre de decir lo que se le antoja, andando por la tele como si hubiera aprendido a caminar en la Luna. Con la misma ligereza. He aqu¨ª la conversaci¨®n en la que no nos quit¨® ojo: como si nosotros le mir¨¢ramos desde el cuarto de estar.

M¨¢s informaci¨®n
Hermida busca la mejor imagen de la historia de TVE

?C¨®mo est¨¢?

Bien, distante en muchas cosas, esc¨¦ptico con respecto a un mont¨®n de ellas. Pero, sobre todo, contemplativo.

?Qu¨¦ ha tenido que pasar para que un entusiasta devenga en esc¨¦ptico?

El curso normal de la vida. Es un proceso ben¨¦fico de la naturaleza humana. Al final siempre hay cosas en las que crees m¨¢s, en ¨¦sas te concentras, y de las otras te muestras distante.

?En qu¨¦ cree ahora?

Lo primero, en la vida. Vivir es lo m¨¢s, de eso te das cuenta. Un amigo me dijo esta ma?ana: "Qu¨¦ d¨ªa m¨¢s asqueroso hace hoy". Y yo le dije: "Pues si estuvieras muerto, ya te gustar¨ªa un d¨ªa como ¨¦ste".

Le pregunt¨® usted a Pilar Mir¨®, en 'De cerca', su programa de los ochenta, si le hab¨ªan dado muchas pu?aladas. ?Se las han dado a usted?

S¨ª, much¨ªsimas. Pero s¨¦ que no hay que devolverlas.

?Qu¨¦ tipo de pu?aladas, profesionales, personales?

De las dos. Supongo que yo las he dado tambi¨¦n. Profesionalmente, casi nunca, y personales, imagino que alguna he dado. Yo tengo dos conceptos: estar vivo y no ser malo. Y un tercero: s¨¦ due?o de tu vida. Soy de origen marinero, el navegante es aquel que sabe perfectamente siempre d¨®nde est¨¢ y ad¨®nde va. En mi caso, ¨¦sa es una ilusi¨®n, saberlo.

?C¨®mo empez¨® todo?

?Mi vocaci¨®n? ?Mi vida? Por una casualidad est¨²pida. Mi abuelo paterno era el t¨ªpico hombre de su tiempo, supongo que socialista; era un obrero ferroviario que ten¨ªa libros, ?y qu¨¦ libros! Zola, Dumas, Verne, Los miserables? Y yo creo que en aquellas soledades de hijo ¨²nico, con mi padre siempre fuera, en la mar, me agarr¨¦ a los libros desde muy peque?ito. Luego me llevaron al cine. Yo ve¨ªa que en todas las pel¨ªculas americanas en las que hab¨ªa periodistas, ¨¦stos llevaban sombrero y cuando llegaban a la redacci¨®n tiraban el sombrero en la percha, y siempre acertaban. Yo empec¨¦ a tirar el sombrero de mi padre, y empec¨¦ a hacer peri¨®dicos. Huelva en los a?os cincuenta era el fin del mundo. Y un d¨ªa me sorprend¨ª contando historias por la calle.

?C¨®mo eran sus padres?

Ahora pienso mucho en ellos. Mi padre era un fogonero de mar, semianalfabeto. Pero un hombre que cantaba. Volv¨ªa de la mar cantando. Era muy simple y ten¨ªa unos principios muy f¨¦rreos. No entend¨ªa que a m¨ª me diera por la lectura, por las letras. "?Lo que necesitas", dec¨ªa, "es una buena bofetada!". Y te la daba, y volabas.

?Su madre?

Era una mujer sufridora, muy dura. Ten¨ªa que administrar la miseria, y era muy realista. Mi padre no lo era. Un d¨ªa me dijo: "Si te gusta viajar, vendr¨¢s conmigo". Me prepar¨¦, pero nunca me llev¨®. Pasado el tiempo, me advirti¨®: "?El d¨ªa que te vea en cubierta te rompo las piernas!".

Pero usted no quer¨ªa navegar, sino ser periodista.

Se lo dije a mi madre, y ella me pregunt¨®: "?Y eso qu¨¦ es? Yo los ¨²nicos periodistas que conozco van por ah¨ª con los tacones torcidos. ?Lo tuyo es tener un empleo y ayudar!". Me llevaron a un colegio de pago, con el porvenir marcado: buscarme un empleo al final de los siete a?os de bachillerato. Pero al llegar al cuarto a?o, el ni?o dijo que no. En la escuela me dedicaba a leer versos de Calder¨®n, y el ¨²nico peri¨®dico, el Odiel, hab¨ªa que leerlo en la barber¨ªa cuando te ibas a cortar el pelo. As¨ª que lo m¨ªo debi¨® de ser un caso de vocaci¨®n intuitiva. Pero sospecho que no era la vocaci¨®n del periodista, sino la del juglar, la del contador de historias.

?C¨®mo era usted de chico?

Era raro, rebelde, solitario, y un insaciable lector. Mi madre ven¨ªa a apagarme la luz, para que no se me quemaran los ojos, dec¨ªa, pero yo sab¨ªa que era para que no se consumiese electricidad.

?Por qu¨¦ les recuerda tanto ahora?

Mi padre se ahog¨®, y dicen que los ahogados ven en sus ¨²ltimos momentos el resumen de toda su vida. Ser¨¢ verdad o no, ¨¦sa es la leyenda que corre entre la gente de la mar. Y yo creo que a medida que avanza la vida, se cierra el c¨ªrculo?

? y ahora su padre viene a contarle a usted lo que pas¨®?

S¨ª, lo que le pas¨® a ¨¦l. Seg¨²n me contaron, hab¨ªa estado inquieto aquel d¨ªa, termin¨® su guardia, se acost¨®, se levant¨®, cogi¨® un balde de agua, lo tir¨® al mar con la cuerda, para sacar agua, llevaba unas alpargatas de goma, resbal¨®, y el agua se lo llev¨®. Y no se enteraron en el barco hasta horas m¨¢s tarde; cay¨® por la parte contraria al viento, desapareci¨®, y s¨®lo hallaron luego la zapatilla.

?Qu¨¦ edad ten¨ªa su padre?

Nunca supe cu¨¢ndo naci¨® mi padre; se ahog¨® en 1961, yo ten¨ªa 24 a?os. Me dieron el canasto que llevaba, como todos los marinos andaluces. Llevaba su ropa, unos peri¨®dicos, una foto m¨ªa, un art¨ªculo m¨ªo. ?l le¨ªa mal, pasaba los dedos por las l¨ªneas. Y llevaba su ¨²ltimo sueldo, mil pesetas o algo as¨ª. Me enfrent¨¦ a todo aquello: era como si no estuviera ocurriendo, como si me lo estuviesen contando.

?Y qu¨¦ le dice a usted el pasado?

Un famoso periodista espa?ol me dijo un d¨ªa: "?Has hecho de tu vida una obra de arte?". "?Qu¨¦ dice?", pens¨¦. Ahora s¨¦ que lo que te conecta con el pasado es ver qu¨¦ has hecho con tu vida. Y, con toda sinceridad, mi vida no fue una obra de arte. Mi vida fue una fantas¨ªa. Han pasado los a?os aceleradamente y han pasado miles de cosas, y en muchas he estado yo, mirando, cont¨¢ndolo. Lo de la Luna, dice: yo s¨®lo ten¨ªa tres preocupaciones entonces, que no se cortara la l¨ªnea, que lo entendiera y que llegara hasta el final. Y cuando todo termin¨® y mir¨¦ que en efecto lo hab¨ªamos contado, mir¨¦ la Luna y me dije: "?Ah¨ª va la leche, la Luna!". Pero yo no puedo presumir de haber vivido intensamente esos acontecimientos.

?Cu¨¢ndo se dio usted cuenta de que iba a ser un contador de historias?

Cuando mi padre me dio las llaves de casa y dijo: "Toma, conf¨ªo en ti". Utilizaba las llaves para darme paseos por la ciudad solitaria. Ah¨ª es cuando me empec¨¦ a contar historias a m¨ª mismo. Y, siendo concreto, en 1956, cuando vengo a buscar trabajo en Madrid.

?Cu¨¢l era la historia de Madrid en ese momento?

A la entrada de Nueva York hay unos versos muy altivos: "Dadme vuestras ansias de libertad?". A la entrada de Madrid no hab¨ªa ning¨²n cartel. Madrid era, para los que ven¨ªamos de fuera, la esperanza, la oportunidad. Era una ciudad pobre, de gente pobre pero enormemente ilusionada. No te preguntaban nada de nada, era una ciudad gloriosa.

Y entr¨® pronto en 'Pueblo'; eso era un triunfo.

Conviene explicarlo bien, porque a los periodistas de hoy les puede parecer una estupidez o una inocente expresi¨®n de una inocente vida: mi entrada en Pueblo se produce porque yo me hab¨ªa ido a Par¨ªs, a trabajar para una revista, Constellation?

De Par¨ªs a 'Pueblo'?

Alguien pens¨® en aquella revista que yo pod¨ªa hacer buenas historias desde Par¨ªs, para la versi¨®n espa?ola de esa revista. Volv¨ª a Madrid y fui a una de esas fiestas con alguien que luego ser¨ªa muy importante (?y lo es!) en su grupo. Fuimos juntos a la fiesta de una fot¨®grafa de Pueblo. No s¨¦ qu¨¦ ocurri¨®, pero a las tantas de la madrugada me encontr¨¦ en un patio de la carretera de Barcelona frente a frente con Emilio Romero. Y al final de esa madrugada de la que no recuerdo mucho, Emilio me dijo: "Te espero ma?ana a las doce en mi despacho". Era el director de Pueblo, el periodista m¨¢s importante del momento. Y yo acud¨ª a la cita, con la misma resaca que ten¨ªa ¨¦l mismo. Nada m¨¢s verme me dijo: "Hermidita [y as¨ª me llam¨® siempre], b¨¢jate a la quinta y habla con Jes¨²s de la Serna. ?l te dir¨¢". Y as¨ª empez¨® todo.

Entr¨® por la puerta grande. Yo le recuerdo en aquel 'Pueblo' de los sesenta. Muy pronto tuvo usted la p¨¢gina 7, la p¨¢gina H.

Primero fue Match Hermida. Emilio Romero era un hombre con una gran intuici¨®n period¨ªstica, y de una gran generosidad interesada. Te daba una cancha brutal siempre que t¨² le devolvieras la moneda que ¨¦l te entregaba. Crey¨® en m¨ª y me dio esa cancha. Siempre he tenido suerte, y encontrarme a Emilio Romero aquella madrugada fue una suerte.

Eran otros tiempos.

Y eran distintos los periodistas. Eran buenos escritores, porque como no se pod¨ªa decir mucho, ten¨ªan que decir las cosas de manera atrayente. Entonces a¨²n circulaba aquella noci¨®n de que perro no come carne de perro, de que los periodistas nos respet¨¢bamos. Probablemente era mentira, pero funcionaba.

Usted triunf¨® enseguida.

La respuesta es s¨ª. Ten¨ªa alrededor a gente fabulosa, y como yo era un chico fantasioso, no me arredr¨¦ y escrib¨ª como yo cre¨ªa que hab¨ªa que hacerlo. No lo hac¨ªa por ambici¨®n, ?es que yo era un ni?o!

Y ahora que lo mira desde esta distancia, ?c¨®mo le afect¨® la vanidad inherente a esos logros?

Me afect¨® en solitario. Volv¨ªa a Huelva, les contaba historias a la luna y a los perros. Siempre en solitario. Me regodeaba, puede ser, pero por dentro. Siempre me han dado mucha verg¨¹enza los elogios.

?Y qu¨¦ concepto ten¨ªa de usted mismo?

No muy bueno. Pensaba en la muerte de mi padre y yo iba y le dejaba flores en el mar. Y muri¨® mi madre, y yo estaba en Estados Unidos. No s¨¦ si entonces ten¨ªa esa imagen de m¨ª mismo, pero ahora la siento as¨ª.

A lo mejor, la vida que se hace se convierte en una carta a los padres.

Es posible. Entonces la vida era como una peque?a fantas¨ªa, como si todo fuera provisional, como si no importara lo que estabas haciendo. Y acaso por eso conoc¨ª a gente muy importante, pero jam¨¢s tom¨¦ ni una nota.

Y quiz¨¢ por eso no ha escrito un libro.

S¨ª, siempre pensaba que ma?ana ser¨ªa otro d¨ªa. Escuch¨¦ cosas tremendas de gente muy importante.

?Cu¨¢l era el estado de su ambici¨®n entonces?

No era una ambici¨®n de poder, ni econ¨®mica. ?Soy un desastre para la econom¨ªa! A m¨ª me da verg¨¹enza hablar de dinero cuando me proponen un programa. Mi ambici¨®n era hacer las cosas bien.

En 'Pueblo' estuvo tres a?os, de 1965 a 1968, a?os intensos.

Era una competici¨®n preciosa, entre todos nosotros. Cada uno en su estilo. Yo admiraba a Tico Medina, a Yale, a un mont¨®n de gente. Recib¨ª enseguida un consejo de Eduardo Delgado, un redactor jefe cuya amistad y sabidur¨ªa me marcaron. "Quiero escribir esta historia?", le dije. "No me la cuentes, escr¨ªbela". Compet¨ªamos dura y fieramente. A ver qui¨¦n era el m¨¢s brillante, buscabas la sonrisa del director, que bajara a tu mesa. Un d¨ªa se nos ocurri¨® hacer un panfleto a favor de Picasso, pas¨® por mi mesa y me dijo: "No me fastidies, Hermidita?". Pero te miraba, y a?ad¨ªa: "Pero lo has escrito muy bien".

En sus p¨¢ginas siempre estaba usted en primer plano, 'Match Hermida', 'La P¨¢gina Hache'?

Era as¨ª, no era soberbia. Yo estaba, las hac¨ªa yo. Y no dec¨ªa lo que pensaba, sino c¨®mo pasaban las cosas por dentro de m¨ª.

Se va de 'Pueblo' a televisi¨®n. Directamente al primer¨ªsimo plano.

Fue en 1967. Volv¨ªamos de noche Eduardo Delgado y yo al peri¨®dico; el conserje nos dijo que subi¨¦ramos a ver al director. En su despacho hab¨ªa m¨¢s gente, no era una reuni¨®n exclusiva. "Me voy de Pueblo a Informaciones", nos dijo. Y nosotros tendr¨ªamos que irnos de avanzadilla. Nos pidi¨® discreci¨®n, era un secreto.

Qu¨¦ secreto tan peligroso: lo sab¨ªan tantos.

Nosotros lo mantuvimos. Hasta que un d¨ªa, a las cuatro de la madrugada, suena el tel¨¦fono en la redacci¨®n. La operaci¨®n se hab¨ªa frustrado. Emilio Romero no se iba, pero los que est¨¢bamos comprometidos ten¨ªamos que pedir el finiquito e irnos a Informaciones. Yo ya hac¨ªa cosas en televisi¨®n, con Eduardo Delgado, el telediario de la noche. Y un d¨ªa coment¨¦ con Pepe de las Casas, que era un hombre muy importante en aquella tele, que all¨ª faltaba gente que contara historias. Me convoc¨® a su despacho. "A ver, ?c¨®mo lo har¨ªas?", me dijo. Yo hab¨ªa estado esa ma?ana con Adenauer, el presidente alem¨¢n, y le cont¨¦ lo que hab¨ªa vivido. "Muy bien, cu¨¦ntalo as¨ª". Y lo cont¨¦. As¨ª empez¨® mi primer plano en televisi¨®n.

?Qu¨¦ supuso eso para usted?

Me di cuenta de que estaban equivocados los que cre¨ªan que la televisi¨®n ten¨ªa que ser una cosa solemne. En el peri¨®dico llegas a la mente de la gente si vas a su coraz¨®n, y en la tele llegas al coraz¨®n si les miras a los ojos. Un d¨ªa, Pepe de las Casas me llam¨® a casa: "?Te ir¨ªas a Nueva York de corresponsal?". "?Cu¨¢ndo? ?Ma?ana?", le pregunt¨¦, ansioso.

Se hizo un personaje.

Me daba cuenta del cambio que se iba operando cuando volv¨ªa a Espa?a. ?Entrabas en una sala de fiestas y a veces ve¨ªas a gente imit¨¢ndote! Una extra?a sensaci¨®n. Te haces a ella.

Pero habr¨ªa una voluntad de 0hacer lo que hac¨ªa como lo hac¨ªa?

Era un impulso irrefrenable de contar historias. Y Nueva York era una fuente inagotable. Bajaba por Park Avenue y ve¨ªa a las secretarias en primavera metiendo sus piececitos en las fuentes de los narcisos, ?c¨®mo no vas a contar esa historia! Siempre entend¨ª tambi¨¦n que la televisi¨®n es comunicaci¨®n, y yo quer¨ªa comunicar.

?Qu¨¦ sensaci¨®n le da ahora, en su propio programa 'La imagen de tu vida', ver que la imagen con la que se le identifica es la del hombre en la Luna?

Esa imagen no me corresponde a m¨ª. Es la historia m¨¢s importante del siglo XX, si dejamos atr¨¢s la bomba at¨®mica. Durante a?os no estuvo en TVE la grabaci¨®n de esa imagen con mi voz. Pero a trav¨¦s de un amigo, un d¨ªa encontr¨¦ una cajita de cinta adhesiva que dec¨ªa: "Narraciones de Jes¨²s Hermida y de Cirilo Rodr¨ªguez". Cirilo las hac¨ªa para Radio Nacional. ?Y la escuch¨¦ por primera vez! Me dio mucha verg¨¹enza.

?Cree que sobreactu¨®?

Creo que lo refleja bien The New York Times del 21 de octubre; en la parte que dedica a la llegada a la Luna se?ala que el corresponsal de la televisi¨®n espa?ola salud¨® el acontecimiento con grandes voces en el centro de prensa de la NASA. Yo no s¨¦ si me pas¨¦ o no, s¨ª s¨¦ que tuve que vivir la pasi¨®n del momento. S¨ª recuerdo algo que dije: "El pie de Armstrong toca la Luna como la mano de un ni?o toca la cara de su madre".

La gente le recuerda por eso.

Es un anclaje, un broche en una larga historia. Me segu¨ªan por las historias que les contaba desde Nueva York, empezaron a ver un Estados Unidos que no conoc¨ªan, y me tocaron Vietnam, el Watergate, el asesinato de Robert Kennedy? historias bien fuertes.

?Qu¨¦ aprendi¨®?

Que el periodismo es una profesi¨®n seria, que no es un circo, ni una reuni¨®n de bohemios. El periodista norteamericano es alguien riguroso, y aprend¨ª que los periodistas han de ser rigurosos, cre¨ªbles.

?Ve eso como un contraste con respecto a lo que pasa aqu¨ª?

Bueno, lo que a m¨ª me parece es que la profesi¨®n est¨¢ muy tecnificada, muy parcelada, y eso impide de alguna manera el individualismo creador.

Pero usted dec¨ªa que en Estados Unidos un periodista ha de ser tan riguroso como un cirujano. Eso no pasa aqu¨ª.

Ahora todo vale, estamos en el todovalismo, es verdad.

Volvi¨® a Espa?a en 1978.

Profundamente atra¨ªdo por el cambio. No me lo pod¨ªa perder. Le¨ªa EL PA?S, ve¨ªa c¨®mo se iba fraguando todo, ten¨ªa que estar aqu¨ª. Tambi¨¦n me hab¨ªan ofrecido irme a M¨¦xico para hacerme cargo de la direcci¨®n de imagen de Televisa.

?Y c¨®mo encontr¨® Espa?a?

Estaba perdido. Hubo acusaciones de que era socialista. Y estuve alg¨²n tiempo sin hacer nada. Un d¨ªa le dije a Pilar Mir¨®, mi amiga: "Me tendr¨¦ que ir". "No te vayas", me dijo. Luego me dieron De cerca. Con el peor horario, las tres y media de la tarde de aquella ¨¦poca. E hice de nuevo lo que me dio la gana.

Y ah¨ª fue donde hizo aquella entrevista a Pilar Mir¨®, la de las pu?aladas?

Hablamos de las pu?aladas que le hab¨ªan dado. Claro que a m¨ª tambi¨¦n me han apu?alado. Y lo peor que he hecho es sonre¨ªr siempre a quien me apu?ala.

Del ¨²ltimo sitio que dimiti¨® fue Antena 3.

Pero no me quiero poner gorros. Mi contrato terminaba, pero cuando lleg¨® la nueva direcci¨®n les dije que me marchaba. Y yo mismo redact¨¦ la nota en la que se comunicaba mi marcha. En ella dec¨ªa que Antena 3 era maravillosa. Luego he vuelto a hacer televisi¨®n, pero de manera espor¨¢dica. Como ahora, en TVE.

Usted inaugur¨® la televisi¨®n de las ma?anas.

Dej¨¦ TVE en 1983, me dediqu¨¦ a la radio, volv¨ª en 1987. Me pidi¨® Pilar Mir¨® que volviera. Era mi amiga. Me llamaba: cuando la iban a operar, cuando el 23-F (yo estaba en EL PA?S, ella estaba sola). Y un d¨ªa de 1987 estaba yo en Antena 3 Radio, en antena, y me llama. Le dije al control que pusiera un disco, y sal¨ª a atenderla. "?Te inventar¨ªas un programa por la ma?ana?", me pregunt¨®. "Vale, me lo invento". Y ah¨ª naci¨® mi programa de las ma?anas en TVE.

Era un riesgo.

Pero yo me creaba mi propia televisi¨®n. A lo mejor estaba equivocado, pero era lo que quer¨ªa hacer. Se trataba de alegrar la vida a las amas de casa. Junt¨¦, entre otros, al psiquiatra Vallejo-N¨¢gera, que ya estaba muy enfermo, y a Camilo Jos¨¦ Cela, que estuvo all¨ª incluso cuando le hicieron Nobel.

?Se sinti¨® mal cuando not¨® que finalmente ya no contaban con usted, en TVE, en Antena 3?

Eso no me produjo ning¨²n sentimiento especial. La muerte de mi padre en el mar s¨ª que me produjo sentimiento. Tendr¨ªa un sentimiento especial con respecto a la tele si yo me arrepintiera de algo, y no me arrepiento de nada.

?Y c¨®mo ve ahora desde fuera los medios?

Me mantendr¨¦ en la elegancia o el escaqueo de citarte La Celestina: "Todo est¨¢ hecho en la vida a modo y manera de batalla". Es una gran batalla. Se est¨¢ haciendo.

?Y qu¨¦ siente ahora cuando la palabra 'televisi¨®n' va seguida de la palabra 'basura'?

Basura hay en todas partes. La basura no es consustancial al mundo de la televisi¨®n. Pero la televisi¨®n lo agiganta absolutamente todo. Cuando se crearon las privadas, yo dije en Valencia, en una convenci¨®n, que a partir de ese momento la gente podr¨ªa ver lo que quisiera, Y lo que no quieres ver desaparece si apagas el televisor. La audiencia es responsable de lo que quiere ver, y las cadenas son mim¨¦ticas, el negocio es lo que cuenta. Dicho lo cual, yo no culpar¨¦ a las gentes que hacen esos programas. Y no voy a ser yo quien diga que son indignos, ?qui¨¦n soy yo para decir eso? S¨ª digo que me duelo un poco de que un medio al cual he dedicado cuarenta a?os de mi vida, que se cumplen este a?o, no nos d¨¦ otras cosas, no nos enriquezca m¨¢s. Y eso es culpa de todos nosotros. Y eso me duele. Cuarenta a?os de mi vida para que al final resulte que la televisi¨®n es, en boca de casi todos, una basura? Duele un poco.

?Se siente rechazado por esta televisi¨®n?

No: de esta televisi¨®n me han llamado. Han pensado que un tipo que lleva ah¨ª cuarenta a?os tiene memoria hist¨®rica, y me han pedido que la cuente. Es la historia de mi vida, de nuestras vidas.

De las im¨¢genes que ha visto, ?cu¨¢l le ha impactado m¨¢s?

La de la Luna. Una imagen inolvidable del siglo XX. Y el impacto en la torre sur del World Trade Center.

?Y de las suyas personales?

No est¨¢ en la tele: acaba de ocurrir lo de la Luna, yo estoy en Houston, entro en un peque?o parque, me tiro en el suelo, y me digo a m¨ª mismo: "Lo hiciste, macho".

La gente habla mucho de las mujeres que usted ha descubierto en la tele.

He tenido jefas, he tra¨ªdo mujeres, pero tambi¨¦n he tra¨ªdo muchos hombres. A las mujeres que algunos dicen que son las chicas Hermida yo les dec¨ªa: "Un minuto de televisi¨®n es un regalo de los dioses. ?Por amor de Dios, no lo desaprovech¨¦is! ?Cu¨¢nta gente matar¨ªa por un minuto de televisi¨®n!".

?Volver¨ªa?

Para hacer algo concreto, como ahora. Lo que no har¨ªa nunca es ir arrastr¨¢ndome por los estudios de televisi¨®n contando las miserias y las historias de mi vida. Eso no hay que hacerlo nunca.

El ni?o que quer¨ªa contar historias. D¨ªgame una historia que le habr¨ªa gustado contar.

Un d¨ªa de mayo de 1961 trabajaba yo en una revista. Me levant¨¦ y le dije al director: "Me voy a Huelva". Y llegu¨¦ a casa. Pregunt¨¦ por mi padre. "Est¨¢ de guardia, en el puerto". Estaba en la caldera. "?Qu¨¦ haces aqu¨ª?". "Vine en coche". Baj¨® de nuevo a la caldera y subi¨® con unas gambas. "?Te veo esta noche?". "No, estoy de guardia". "Me voy ma?ana". Me fui. Un mes m¨¢s tarde, alguien me llama y me dice: "Oye, tu padre ha tenido un accidente". ?sta es la historia que me habr¨ªa gustado contar: mi padre que vuelve con las gambas, y yo le pregunto: "?Te ver¨¦ ma?ana?". No le vi nunca m¨¢s.

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