El rey gallego de los j¨ªbaros
Aventurero y audaz, Alfonso Gra?a fue uno de tantos gallegos que emigraron en busca de fortuna. Pero su historia es de cine. Empez¨® como cauchero en Iquitos (Per¨²), y cuando muri¨®, en 1934, se hab¨ªa convertido en el rey Alfonso I y reinaba sobre 5.000 indios j¨ªbaros del Amazonas
Parti¨® analfabeto y aprendi¨® a leer y a escribir en la selva, donde nadie le¨ªa y escrib¨ªa. Las tribus j¨ªbaras huambisa y aguaruna del alto Amazonas, conocidas por guerrear sin pausa y reducir las cabezas de sus enemigos, ejecutaban sus ¨®rdenes con respeto y cierta reverencia, pues aquel hombre blanco, inmune a las fiebres, al veneno de las tar¨¢ntulas o a la furia de los r¨¢pidos, parec¨ªa a veces inmortal. Como el Kurtz de Conrad en El coraz¨®n de las tinieblas, tambi¨¦n viv¨ªa r¨ªo arriba, en compa?¨ªa de los salvajes. He ah¨ª, no obstante, la ¨²nica coincidencia con el personaje literario. Gra?a fue un Kurtz bueno que falleci¨® de muerte natural en alg¨²n remoto lugar de la jungla. Una desaparici¨®n recogida por grandes peri¨®dicos de la ¨¦poca y evocada, como antes lo hab¨ªa sido su vida, por escritores y cient¨ªficos de una II Rep¨²blica espa?ola que tambi¨¦n pronto morir¨ªa.
En una casucha derruida de la parroquia orensana de Amiudal, perteneciente al Ayuntamiento de Avi¨®n, c¨¦lebre por ser la patria chica de acaudalados emigrantes como el magnate de la prensa mexicana Mario V¨¢zquez Ra?a, hay una l¨¢pida con la siguiente inscripci¨®n: "Casa natal de Alfonso Gra?a, rey de los j¨ªbaros".
"Est¨¢ por ah¨ª arriba", dice un anciano se?alando las ruinas con su bast¨®n. Y a?ade, mir¨¢ndome con curiosidad: "De vez en cuando vienen algunos fan¨¢ticos a verla". En su lugar natal no parece despertar demasiado entusiasmo la figura de Alfonso Gra?a, pero lo cierto es que comienza a cobrar caracteres de mito gracias a un pu?ado de entusiastas investigadores que desde hace unos pocos a?os se afanan en recabar informaci¨®n sobre uno de los personajes m¨¢s fascinantes que haya dado la emigraci¨®n gallega. Un hombre que, partiendo de una aldea mis¨¦rrima de la Galicia del siglo XIX, lleg¨® a dominar sobre miles de indios amaz¨®nicos y a ser respetado por quienes le conocieron o supieron de ¨¦l.
Maximino Fern¨¢ndez Send¨ªn, ovetense de padres gallegos y apasionado bi¨®grafo de Gra?a, afirma en su libro Alfonso I de la Amazonia. Rey de los j¨ªbaros que "a finales del siglo XIX emigra a las Am¨¦ricas, recala en Bel¨¦n de Par¨¢ y un tiempo despu¨¦s se traslada a Iquitos (Per¨²), donde est¨¢ documentado que se encuentra en 1910 y trabaja en distintos oficios, incluido el de cauchero".
En Iquitos, pr¨®spera ciudad amaz¨®nica gracias a la industria del caucho, reside Alfonso Gra?a durante una d¨¦cada y traba profunda amistad con otro personaje de novela: Ces¨¢reo Mosquera. Originario de una parroquia cercana a Amiudal, Mosquera era un ferviente republicano que hab¨ªa hecho la guerra en Filipinas antes de asentarse en la capital del departamento peruano de Loreto, donde hab¨ªa formado una familia y fundado la c¨¦lebre librer¨ªa Amigos del Pa¨ªs, verdadero centro de reuni¨®n de una colonia espa?ola que acud¨ªa all¨ª para enterarse de las ¨²ltimas novedades de la patria y leer con fruici¨®n las novedades del Ya o El Sol.
Pero la prosperidad de Iquitos comienza a tambalearse con la ca¨ªda de los precios del caucho natural en los mercados internacionales. Esta crisis se vuelve virulenta alrededor de 1920, y es entonces cuando Alfonso Gra?a se adentra r¨ªo arriba en busca de nuevas oportunidades. Hay varias versiones sobre c¨®mo acab¨® contactando con los j¨ªbaros, pero muchas coinciden en que hubo un enfrentamiento con los ind¨ªgenas durante el cual el hombre que le acompa?aba muri¨® y Gra?a se salv¨® de correr la misma suerte porque "se encaprich¨® con ¨¦l la hija del jefe de la tribu", seg¨²n uno de los testimonios recogidos por Fern¨¢ndez Send¨ªn.
A Gra?a, alto y delgado, la apostura le ven¨ªa de familia, conocida en la remota aldea natal por el apodo de Los Chulos. Le gustaba -quiz¨¢ herencia del padre, sastre- vestir elegantemente, y se tocaba con unas gafas redondas que le daban un aire intelectual. Esa imagen, al parecer, le libr¨® de morir a manos de los feroces j¨ªbaros, y su audacia e inteligencia le servir¨ªan para suceder a su suegro a la muerte de ¨¦ste.
Lo cierto es que Gra?a desapareci¨® en los confines de la selva sin que ni siquiera su gran amigo librero tuviera noticias de ¨¦l, pero cuando vuelve a aparecer lo hace de forma espectacular. El periodista y escritor V¨ªctor de la Serna, el primero que utiliz¨® el sobrenombre de Alfonso I, Rey de la Amazonia, y quiz¨¢ la persona que m¨¢s contribuy¨® a ensalzar la figura de Gra?a en la Espa?a republicana, describi¨® as¨ª el momento: "Al cabo de unos a?os se supo por unos indios j¨ªbaros, de la tribu de los huambisas, que all¨¢ por la gigantesca grieta que el Amazonas abre en el Ande, hacia el Pongo de Manseriche, viv¨ªa y mandaba un hombre blanco. Gra?a era el rey de la Amazonia. Y entonces un d¨ªa, hacia Iquitos, avanz¨® por el r¨ªo una xangada con indios j¨ªbaros, muchas mercanc¨ªas (?) y Gra?a. Lo reconocieron sus amigos y, sobre todo, con doble alegr¨ªa, Mosquera".
"Los ind¨ªgenas lo adoraban y segu¨ªan a todas partes", cuenta el editor y escritor Gonzalo Allegue, precursor en el redescubrimiento de este personaje. "En la ciudad les curaba las ¨²lceras de las piernas, les cortaba el pelo, les invitaba a helados y los llevaba al cine. Por las tardes, los huambisas se vest¨ªan de frac y sombrero de copa de los masones de la colonia espa?ola y sal¨ªan a pasear en el Ford 18 descapotable cedido por Ces¨¢reo Mosquera".
M¨¢s all¨¢ de estos divertimentos, Gra?a acud¨ªa a la ciudad para hacer negocios y despu¨¦s se iba. Aparec¨ªa una o dos veces al a?o con las balsas cargadas de carne curada, pescado salado, monos, venados, bueyes y tortugas, siempre rodeado de j¨ªbaros que mostraban a las asombradas hijas de Mosquera las tzantzas o cabezas reducidas. Nadie sab¨ªa d¨®nde viv¨ªa exactamente, pero se mov¨ªa sobre todo en el entorno del Pongo de Manseriche, el terrible r¨¢pido a 10 jornadas enteras de canoa, r¨ªo arriba, desde Iquitos.
"Diez kil¨®metros de violentos remolinos, rocas, torrentes?". As¨ª describe Mario Vargas Llosa el Pongo en su novela La casa verde. Con el tiempo, la gente fue relacionando la ascendencia de Gra?a sobre los j¨ªbaros, entre otras cosas, con su capacidad para atravesarlo sin siquiera amarrarse a las balsas, como un loco inmortal llegado de otro mundo. No es para menos, porque el Manseriche, donde las aguas del Mara?¨®n se encajonan en un angosto ca?¨®n rocoso de s¨®lo 25 metros de ancho y acaban precipit¨¢ndose sobre una piedra de 30 metros de altura, era y sigue siendo un infierno de remolinos que se traga decenas de hombres y barcos de gran porte.
S¨®lo los j¨ªbaros m¨¢s valientes se atrev¨ªan a navegar el Pongo? y Gra?a. Seg¨²n cuenta Allegue en su libro Galegos: as mans de Am¨¦rica, cruzaba la torrentera agarrado tan s¨®lo a su p¨¦rtiga y encomend¨¢ndose a voz en grito al padre Rafel Ferrer, un sacerdote espa?ol que 100 a?os antes hab¨ªa muerto en el r¨ªo y cuyo esp¨ªritu, seg¨²n el gallego, le proteg¨ªa. Gra?a, adem¨¢s, hab¨ªa ense?ado a los indios a aumentar la producci¨®n de sal, indispensable para curar el pescado y la carne, y se emple¨® a fondo para reducir los conflictos entre aguarunas y huambisas utilizando sus dotes de persuasi¨®n y su capacidad de mando.
Su fama, con el transcurrir de los a?os, fue creciendo. Mosquera, que, a pesar de haber aprendido a leer ya mayor, ten¨ªa una irrefrenable pasi¨®n de cronista, le sentaba delante de ¨¦l cada vez que llegaba, le instaba a contarle sus aventuras y, mientras tanto, reproduc¨ªa su ch¨¢chara tecleando compulsivamente en su vieja m¨¢quina de escribir. Esas p¨¢ginas, redactadas con fluidez y gracejo, cuajadas de faltas de ortograf¨ªa y expresiones en gallego, representan hoy un testimonio clave para comprender la vida de Gra?a, su relaci¨®n espor¨¢dica con la civilizaci¨®n y su posterior contacto con uno de los proyectos cient¨ªficos m¨¢s ambiciosos de la II Rep¨²blica.
"Acaba de llegar aqu¨ª nuestro paisano Alfonso Gra?a de su tribu del r¨ªo Santiago y Mara?¨®n con indios huambisas trayendo una balsa con mucha metralla para vender aqu¨ª", consigna en uno de esos escritos. "Animales y aves curados y ahumados, parece un necroterio (sic), que dir¨ªa Darwin". "Ya nos retratamos y todo con ellos", a?ade en otro, "y hasta con la cachola de una moci?a que han escamochado saben ellos por qu¨¦".
La autoridad de Alfonso Gra?a sobre ese vasto territorio selv¨¢tico se consolida con el tiempo y llega incluso a o¨ªdos de los hombres m¨¢s poderosos del planeta. "Cuando en 1926 la Standard Oil [la petrolera propiedad de los Rockefeller] quiso explotar los supuestos pozos petrol¨ªferos del alto Amazonas", relata Lois P¨¦rez Leira, responsable de migraci¨®n de la Confederaci¨®n Intersindical Galega y otro precursor en las investigaciones sobre el personaje, "tuvo que pactar con Gra?a, y gracias a ¨¦l pudo hacer los sondeos". S¨®lo Gra?a pod¨ªa evitar que las tribus atacasen a los expedicionarios, s¨®lo ¨¦l pod¨ªa proveerlos de v¨ªveres y, lo que es m¨¢s importante, s¨®lo ¨¦l conoc¨ªa d¨®nde brotaba el petr¨®leo de la tierra con la misma naturalidad que el agua de una fuente.
Mientras tanto, Ces¨¢reo Mosquera se entera por un art¨ªculo de V¨ªctor de la Serna de que el famoso aviador republicano Francisco Iglesias Brage lidera en Espa?a una denominada Expedici¨®n Iglesias al Amazonas, con el apoyo del Gobierno y de intelectuales de la ¨¦poca como Gregorio Mara?¨®n o Ram¨®n Men¨¦ndez Pidal. Sin pens¨¢rselo dos veces, y a¨²n incr¨¦dulo, Mosquera le escribe a Brage: "Supongo que es una broma [la noticia], pero si no lo es, aqu¨ª estamos Gra?a y yo".
El aviador, famoso por haza?as como su vuelo sin escalas de Sevilla a Salvador de Bah¨ªa en 1929, le contesta de inmediato y a partir de ese momento el librero y su amigo Gra?a se convierten en entusiastas colaboradores del proyecto. Mosquera escribe decenas de cartas a Brage con datos preciosos para los preparativos de la expedici¨®n, "entrevista" compulsivamente a Gra?a cuando ¨¦ste se acerca a Iquitos sobre todo de tipo de aspectos relacionados con la vida en la selva -costumbres de los indios, distancias, fauna, formas de las embarcaciones- e incluso inquiere a los j¨ªbaros -con la ayuda de un sospechoso ahijado de Gra?a, de gran parecido con ¨¦ste, que hac¨ªa de traductor- sobre la t¨¦cnica para reducir cabezas o los efectos de la ayahuasca, la planta "que no se toma para curar, sino por so?ar".
V¨ªctor de la Serna comienza a hacerse eco del poder de Gra?a en los peri¨®dicos y revistas de la ¨¦poca, mientras la Expedici¨®n Iglesias al Amazonas alcanza velocidad de crucero. El 16 de junio de 1932, las Cortes elaboran una ley para darle el definitivo impulso y se inicia la construcci¨®n del ?rtabro, un buque especialmente dise?ado a tal efecto que conten¨ªa desde un laboratorio hasta peque?os aviones de alas plegables con los que realizar las exploraciones.
Mientras tanto, Mosquera, que segu¨ªa al dedillo la evoluci¨®n del proyecto, no s¨®lo se limita a enviar datos por escrito, sino que le hace llegar a Iglesias Brage todo tipo de material tra¨ªdo por Gra?a: botellitas con agua del r¨ªo, con petr¨®leo, monos ahumados, paujiles, paiches, capullos de cris¨¢lida y decenas de fotograf¨ªas realizadas por el gallego selva adentro. V¨ªctor de la Serna divulga sin descanso los trabajos. El fil¨®sofo Ortega y Gasset se suma al patronato de la expedici¨®n y es entonces cuando, de nuevo en el Amazonas, un suceso acaba por asentar definitivamente el reinado de Alfonso Gra?a.
Todo comienza cuando en 1933 un avi¨®n de combate de las Fuerzas A¨¦reas peruanas que participaba en la guerra entre Per¨² y Colombia se estrella en plena selva. Fallece el piloto, y el mec¨¢nico queda malherido. Los indios, comandados por Gra?a, localizan los restos del aparato y salvan la vida del herido cuidando de ¨¦l toda la noche.
Fue entonces cuando Gra?a toma una decisi¨®n con la que alcanzar¨ªa una fama imperecedera. Embalsama el cad¨¢ver con la ayuda de los ind¨ªgenas, ordena recoger los restos del hidroavi¨®n y los embarca junto al ata¨²d en una balsa. En otra, monta un segundo avi¨®n de la misma cuadrilla que hab¨ªa sufrido desperfectos tras el amerizaje de emergencia, aunque sin v¨ªctimas. Y con esa fr¨¢gil flota se dispone a hacer lo que parec¨ªa imposible: cruzar el Pongo de Manseriche.
Con ayuda o no de su esp¨ªritu protector, lo cierto es que logra su objetivo, y m¨¢s de una semana despu¨¦s llega a Iquitos, donde le recibe una multitud impresionada ante la valent¨ªa de ese hombre que se hab¨ªa jugado la vida para entregar el cad¨¢ver a la familia del piloto. Una familia de gran alcurnia que, agradecida, contribuy¨® sin duda a que poco despu¨¦s el Gobierno peruano reconociese oficialmente la soberan¨ªa de Alfonso Gra?a sobre el territorio j¨ªbaro y la explotaci¨®n de sus salinas. Alfonso I, Rey de la Amazonia hab¨ªa dejado de ser el apodo acu?ado por V¨ªctor de la Serna para convertirse en una realidad. Aquel piloto se llamaba Alfredo Rodr¨ªguez Ball¨®n, y el aeropuerto de la ciudad peruana de Arequipa lleva hoy su nombre.
Alfonso Gra?a no pudo disfrutar mucho de su gloria. El misterio de la causa y el momento de su muerte se mantendr¨ªa hasta que Maximino Fern¨¢ndez localiz¨® una carta firmada por Luis Mairata, un espa?ol residente en Iquitos, y enviada al capit¨¢n Iglesias Brage en diciembre de 1934: "Le supongo enterado de que el pobre Gra?a muri¨® el mes pasado", dice, "cuando se dirig¨ªa a su fundo del Mara?¨®n. El pobre padec¨ªa c¨¢ncer de est¨®mago y no tuvo remedio".
Muri¨® en plena selva, y nunca se localiz¨® su cad¨¢ver. Su gran amigo Ces¨¢reo Mosquera se hab¨ªa marchado el mes de junio de ese mismo a?o a Espa?a, con intenci¨®n de quedarse. De la Serna le dedic¨® en enero de 1935, en el peri¨®dico Ya, un inspirado obituario: "Detr¨¢s de su alma en tr¨¢nsito", escribi¨®; "detr¨¢s de su alma simple, como la de una criatura elemental, la selva se habr¨¢ cerrado en uno de esos estremecimientos indecibles del cosmos vegetal". Poco despu¨¦s, la Guerra Civil se llev¨® por delante, entre tantos sue?os, el de la Expedici¨®n Iglesias al Amazonas. Y casi se lleva tambi¨¦n a Mosquera, que, republicano confeso, huy¨® a Portugal, y de ah¨ª, de nuevo, a Brasil. Nunca regresar¨ªa a Espa?a. Muri¨® en Iquitos en 1955. Hoy, su librer¨ªa sigue ah¨ª, aunque con el nombre cambiado. Se llama Tamara.
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