La financiaci¨®n de la ciencia
Hay un relato breve de Augusto Monterroso, magistral como suelen ser todos los suyos, que comienza diciendo: "Al principio la Fe mov¨ªa monta?as s¨®lo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanec¨ªa igual a s¨ª mismo durante milenios" y lo cierto es que, tanto en sentido f¨ªsico como en sentido figurado, para mover monta?as, la fe no ha sido la mejor de las herramientas de las que hemos dispuesto los seres humanos.
Desde que el hombre vive en sociedades complejas, su manera de acometer empresas ambiciosas o arriesgadas, ha sido la de crear organizaciones m¨¢s o menos especializadas para la consecuci¨®n de un determinado objetivo; es decir, establecer instituciones. Cuando cumplen bien los fines para los que fueron establecidas, las instituciones adquieren una personalidad propia, que trasciende a la de los individuos que las integran, hasta el punto de que la sociedad olvida o desconoce a muchas de las personas que las mueven o las hacen funcionar, en beneficio de las instituciones mismas.
Se necesitan instituciones ¨¢giles, potentes, profesionales y bien equipadas
Este hecho es especialmente frecuente en el mundo de la investigaci¨®n: muy pocos ciudadanos podr¨ªan mencionar a cient¨ªficos individuales de cualquier disciplina, pero seguro que son muchos los que pueden citar a m¨¢s de una instituci¨®n dedicada a la investigaci¨®n, como el MIT, el CERN, la Universidad de Harvard, el Instituto Pasteur o la Sociedad Max Planck de Alemania.
Las instituciones son m¨¢s importantes a medida que, cada vez m¨¢s, el conocimiento no es producido por personalidades geniales que trabajan aisladas, desarrollando una brillante intuici¨®n, sino por grupos interdisciplinarios que trabajan en equipo y disponen de costosas infraestructuras. Por ejemplo, la secuenciaci¨®n del genoma humano, el dise?o y la producci¨®n de f¨¢rmacos eficaces contra el c¨¢ncer o el sida, las estrategias para combatir los efectos del efecto invernadero o para enviar un ingenio a Marte, no pueden ser obra de un cient¨ªfico aislado, por muy dotado que est¨¦ de talento y creatividad.
Para estos empe?os, lo que se necesitan son instituciones ¨¢giles, potentes, profesionales, bien equipadas, porque hoy en d¨ªa la investigaci¨®n cient¨ªfica se ha convertido en un proceso social y globalizado, en el que es m¨¢s necesaria la colaboraci¨®n que la competici¨®n.
En este ¨¢mbito, las instituciones desempe?an, el papel cr¨ªtico de organizar y fomentar la investigaci¨®n, de formar a los futuros cient¨ªficos, de crear y mantener las infraestructuras necesarias para hacer avanzar el conocimiento, o de facilitar su transferencia a la sociedad. En el fondo, es a esto a lo que ya se deb¨ªa de referir el poeta hispanorromano Marcial, cuando dec¨ªa aquello de sint Maecenates, non deerunt Marones, "que haya Mecenas, que no faltar¨¢n los Virgilios", porque, en efecto, si se da la adecuada financiaci¨®n, no dejar¨¢n de aparecer los expertos que hagan un buen uso de ella.
Apostar por las instituciones, fortalecerlas, ofrecerles mayor agilidad y autonom¨ªa pero, tambi¨¦n, exigirles regularmente cuentas de lo que han hecho es, pues, el procedimiento m¨¢s eficaz, y m¨¢s democr¨¢tico, de enriquecer el patrimonio social y de consolidar el bienestar.
En el sistema espa?ol de I+D, regulado desde hace 20 a?os por la Ley de la Ciencia, no se ha practicado esta pol¨ªtica de apoyo a las instituciones. Las convocatorias de proyectos, su financiaci¨®n, los mecanismos de evaluaci¨®n, los sistemas de recompensas y est¨ªmulos, est¨¢n orientados casi exclusivamente a las personas tomadas una a una como individuos, como si ¨¦stos, por s¨ª solos, constituyesen ya una instituci¨®n, lo cual es un grave error: unos centenares de profesores tomados uno a uno no constituyen per se una universidad, ni el hecho de que en una determinada universidad existan centenares de profesores con proyectos financiados quiere decir que ¨¦sta cuente con la financiaci¨®n necesaria para ejercer una pol¨ªtica cient¨ªfica independiente.
Es obvio que no todas las instituciones de los pa¨ªses m¨¢s desarrollados cuentan con un fondo propio para investigaci¨®n. S¨®lo los que lo han conseguido por su cuenta, o lo han merecido despu¨¦s de una evaluaci¨®n competitiva basada en criterios transparentes y objetivos. En Espa?a no podr¨ªamos aspirar, tampoco, a que todas las universidades, p¨²blicas y privadas, y todos los OPIS pudiesen disponer de un fondo de estas caracter¨ªsticas, porque no en todas se investiga, ni todas pueden ofrecer los mismos resultados.
Sin embargo, s¨ª existe en nuestro pa¨ªs un n¨²mero razonable de universidades, algunas de ellas con una prestigiosa historia pluricentenaria que, junto con el CSIC, los hospitales y otras instituciones han contribuido a situar a Espa?a en un lugar muy honorable en la clasificaci¨®n cient¨ªfica mundial y que mantienen una producci¨®n cient¨ªfica m¨¢s que estimable. A ¨¦stas es a las que habr¨ªa que apoyar de manera institucional, aparte de la financiaci¨®n que ya reciben sus profesores, aunque deber¨ªa hacerse de acuerdo con unos mecanismos exigentes y selectivos. Dif¨ªcilmente podremos competir los investigadores espa?oles dentro del Espacio Europeo de Investigaci¨®n, ni responder adecuadamente a los requerimientos del Espacio Europeo de Ense?anza Superior, sin un instrumento de estas caracter¨ªsticas.
Varias son las alternativas disponibles al efecto como, por ejemplo, un incremento significativo de los costes indirectos que imputamos las instituciones (los overheads), al estilo de lo que se hace en Estados Unidos; un sistema de financiaci¨®n vinculado a resultados ya obtenidos, o bien una financiaci¨®n finalista para proyectos institucionales competitivos en ¨¢reas de relevancia cient¨ªfica o tecnol¨®gica. Este ¨²ltimo mecanismo tendr¨ªa la ventaja de permitir aglutinar los recursos institucionales, optimizando de esta manera el trabajo en equipo y la creaci¨®n de valor a?adido.
Algunas instituciones tienen una especial relevancia para los ciudadanos y, as¨ª, cuando, por ejemplo, el Parlamento o la Administraci¨®n de Justicia son puestos en tela de juicio o despiertan desconfianza entre los ciudadanos se acaban lesionando aspectos cruciales de la vida econ¨®mica, social o pol¨ªtica. Entonces crecen, en cambio, la inseguridad jur¨ªdica, la reducci¨®n de la participaci¨®n ciudadana en la cosa p¨²blica y, lo que es m¨¢s inquietante a¨²n, el desprecio por la ley y las normas de convivencia. Para evitar que algo an¨¢logo ocurra con la ciencia, necesitamos la puesta en marcha de una financiaci¨®n competitiva de las instituciones que realizan la investigaci¨®n, que sea complementaria a la de los individuos y los grupos.
Sin ella, no ser¨¢ posible promover en Espa?a la econom¨ªa del conocimiento, ni hacer frente de manera r¨¢pida a las urgencias de la ciencia de hoy ni a las demandas de la sociedad porque, para todo esto, en lo cual nos jugamos nuestro futuro, la fe por s¨ª sola no es suficiente, por muy intensa que sea.
Carlos Mart¨ªnez Alonso es presidente del CSIC.
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