Ahorro
Un edificio c¨¦ntrico, bastante grande, enteramente cubierto por la efigie de un deportista de fama mundial que nos conmina a comprar algo, no s¨¦ si un reloj o un autom¨®vil, si nos queremos parecer a ¨¦l, al menos en un detalle. Por supuesto, nada hace pensar que a la excelencia del deportista van unidos conocimientos de relojer¨ªa o de automovilismo, pero el impacto es innegable, porque el mensaje apela a la mitoman¨ªa colectiva y va directo a la conciencia puenteando el entendimiento. Al fin y al cabo, el deportista nos ha dado muchas alegr¨ªas, la empresa anunciadora coopera en la restauraci¨®n del edificio y el anuncio nos distrae por un instante del atasco, el ruido y la agresividad generalizada que caracterizan a una ciudad opulenta y din¨¢mica. Aunque pretende ser tan agresivo como la realidad, el anuncio es casi un gesto filantr¨®pico.
Mis conocimientos de econom¨ªa provienen de dos fuentes: los sabios consejos de mi abuela y la lectura sesgada y distra¨ªda de John Maynard Keynes. A sus respectivas escalas, dom¨¦stica y planetaria, los dos coincid¨ªan en la conveniencia del ahorro, que uno llamaba acumulaci¨®n de capital y la otra, modestamente, calcet¨ªn. La propia palabra economizar significaba satisfacer las necesidades minimizando el gasto.
Bueno, pues no era verdad, y en cierto modo es una suerte que ni mi abuela ni Keynes vivieran para ver derrumbarse su doctrina. Porque lo que mantiene la econom¨ªa a flote es el consumo, y la austeridad la pulveriza. Lo s¨¦, pero me cuesta claudicar de los principios que me inculcaron una representante del at¨¢vico sentido com¨²n y un catedr¨¢tico de Cambridge. Por eso ahora, al ver un anuncio del tama?o de una casa de pisos, que entre el material y el trabajo, el sueldo de los publicitarios, los derechos de imagen del deportista y, encima, lo que dan para la restauraci¨®n, debe de haber costado un congo, pienso que es un gasto in¨²til. Porque ya consumimos, sin tasa y sin descanso, sin necesidad de que nos lo diga nadie y sin saber por qu¨¦. Empezando por m¨ª. Por eso me gustar¨ªa ver que hay alguien que todav¨ªa ahorra. Pero es in¨²til, porque es el consumidor, antes llamado pueblo, el que crea unas necesidades, a las que la publicidad, por m¨¢s que lo intente, no puede sustraerse.
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