Liberales y rom¨¢nticos
El autor evoca la obra de Vicente Llor¨¦ns sobre la emigraci¨®n de escritores y pol¨ªticos espa?oles a Inglaterra en el XIX
Al buscar mi a?oso ejemplar de Liberales y rom¨¢nticos, una emigraci¨®n espa?ola en Inglaterra (1823 1834), impreso en M¨¦xico hace poco m¨¢s de medio siglo, tras la invitaci¨®n a participar en las jornadas sobre la obra de Vicente Llor¨¦ns con motivo del pr¨®ximo centenario de su nacimiento, lo encontr¨¦ apretujado en uno de los estantes de mi un tanto desordenada biblioteca, entre El pensamiento de Cervantes, de Am¨¦rico Castro, y un volumen con los ensayos literarios de Manuel Aza?a. En mejor compa?¨ªa no pod¨ªa hallarse, y pens¨¦ que mi amigo celebrar¨ªa, de hallarse en vida, esta feliz conjunci¨®n de su libro con otras dos obras representativas de la corriente innovadora del pensamiento espa?ol, v¨ªctimas tambi¨¦n de esa discontinuidad hist¨®rica que con tanta agudeza denunci¨®:
"?Qui¨¦n se acordaba de Blanco White diez a?os despu¨¦s de su muerte? Su vast¨ªsima obra, tan asombrosamente actual, acumul¨® polvo durante un siglo y pico"
"El retrato de la Espa?a de 1814 trazado en 'Liberales y rom¨¢nticos' evoca irresistiblemente el que, para nuestra desdicha, conocimos en nuestra miserable posguerra"
"El examen de las revistas de exiliados es uno de los apartados m¨¢s notables del libro de Vicente Llor¨¦ns. La lista de publicaciones es larga..."
"Desde el punto de vista de la continuidad nacional', escribe Llor¨¦ns, 'el destierro viene a ser un naufragio del que se salvan con el tiempo pocos restos, y no siempre los mejores"
"Un singular destino parece dirigir la historia espa?ola a contratiempo de la europea. Tolerante en la Edad Media, cuando el fanatismo domina en otras partes; intolerante en la Moderna, cuando surge en Europa el libre examen; oscurantista cuando los dem¨¢s ilustrados. En el siglo XIX, Espa?a dio en ser liberal cuando la reacci¨®n absolutista trataba de sofocar en el continente el menor brote revolucionario. La Espa?a constitucional de 1820, cuya trayectoria tiene no pocas semejanzas con la Espa?a republicana de 1931, inici¨® su existencia del modo m¨¢s pac¨ªfico y jubiloso para acabar en una guerra civil y ser v¨ªctima de la intervenci¨®n extranjera".
La lectura de Liberales y rom¨¢nticos a mediados de los sesenta del pasado siglo fue un hito importante en mi formaci¨®n literaria e intelectual. Vicente Llor¨¦ns me puso en contacto con uno de los autores que m¨¢s y mejor influir¨ªan en mi vida: el proscrito y aun entonces sepulto Jos¨¦ Mar¨ªa Blanco White. Yo andaba tras su pista, a ra¨ªz del cap¨ªtulo que le dedica Men¨¦ndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos espa?oles. La violencia del ataque del santanderino me mostraba a contrariis la importancia del atacado. Men¨¦ndez Pelayo sab¨ªa muy bien con qui¨¦n se med¨ªa y, al margen de su furor ideol¨®gico, dejaba traslucir una secreta admiraci¨®n por el "hereje de todas las sectas", de quien la siempre olvidadiza Espa?a poco o nada sab¨ªa. En su bien documentado estudio sobre la emigraci¨®n de los constitucionalistas a Inglaterra entre 1823 y 1834, Llor¨¦ns incluye al autor de Cartas de Espa?a, que si bien no form¨® parte de ella -Blanco abandon¨® definitivamente la Pen¨ªnsula en C¨¢diz durante su asedio por las tropas napole¨®nicas en 1810-, particip¨®, no obstante, en sus empresas literarias y orient¨® con su ejemplo y mejor conocimiento de Inglaterra y las letras inglesas a los autores m¨¢s l¨²cidos y receptivos de los nuevos expatriados.
La figura de Blanco White
"La figura de Blanco White se me revel¨® con un valor del que no daban idea las p¨¢ginas que le dedicaron historiadores y cr¨ªticos espa?oles, aun los menos hostiles", escribe Llor¨¦ns en su breve liminar a la reedici¨®n de la obra en 1979. Revelaci¨®n que compart¨ª gozosamente con ¨¦l y por la que le estar¨¦ siempre agradecido. Don Vicente -as¨ª le llam¨¢bamos los amigos de la di¨¢spora hispana en las universidades estadounidenses- me facilit¨® una perspectiva de Blanco en los ant¨ªpodas de la de Men¨¦ndez Pelayo. Durante mis cursos en La Jolla, Boston y la New York University pude acceder a su obra inglesa, hasta entonces dispersa, y la traduje de inmediato con un deslumbramiento y emoci¨®n que raras veces he sentido en mi vida. Traducci¨®n que era en verdad creaci¨®n, pues al verter muchas p¨¢ginas de Blanco a su lengua materna ten¨ªa la impresi¨®n de expresar y escribir lo que yo mismo pensaba y transcrib¨ªa. La Espa?a que describe era en muchos puntos similar a la que yo tambi¨¦n hab¨ªa dejado atr¨¢s. Al devolverlo a su idioma nativo no s¨®lo lo restitu¨ªa al lugar preeminente que le corresponde, sino que, como reconozco al final del largo ensayo que le consagr¨¦ a modo de introducci¨®n a su Obra inglesa editada en Buenos Aires en 1972, me apropiaba literalmente de ¨¦l. Pero en mi deuda con Llor¨¦ns respecto a Blanco me extender¨¦ m¨¢s tarde.
El retrato de la Espa?a de 1814 trazado en Liberales y rom¨¢nticos evoca irresistiblemente el que, para desdicha nuestra, conocimos en nuestra miserable posguerra:
"La naci¨®n espa?ola no s¨®lo se encontraba en ruinas, sino privada de quienes pod¨ªan contribuir m¨¢s eficazmente a su reconstrucci¨®n. Con los afrancesados y los liberales hab¨ªan desaparecido en realidad de la vida p¨²blica las minor¨ªas dirigentes del pa¨ªs. En consecuencia, no hubo en Espa?a una restauraci¨®n ni siquiera aparente del anterior orden de cosas, sino una destrucci¨®n mayor, una mutilaci¨®n poco menos que irreparable en todos los ¨®rdenes de la vida nacional".
Tras el breve par¨¦ntesis constitucional (1820-1823), las aguas p¨²tridas del conformismo y resignaci¨®n vuelven a su cauce: se restablece la monarqu¨ªa absoluta y el tribunal de la Santa Inquisici¨®n. Si en 1813 los llamados afrancesados se refugiaron en el pa¨ªs vecino, diez a?os despu¨¦s Londres ser¨ªa el punto de destino de los constitucionalistas angl¨®filos, pese a las ambig¨¹edades de la pol¨ªtica inglesa respecto al Congreso de Verona y la decisi¨®n de la Santa Alianza de enviar a Espa?a al duque de Angulema al frente de los Cien Mil Hijos de San Luis. La descripci¨®n de la nueva emigraci¨®n en Liberales y rom¨¢nticos refleja un denominador com¨²n de todos los exilios: dificultades para adaptarse a la sociedad del pa¨ªs de acogida; maletas como quien dice preparadas en espera del anhelado regreso; mitificaci¨®n del pasado en contraposici¨®n a la grisura y mediocridad del presente. El tedio de la vida londinense en su barrio de Somers Town; la escandalizada reacci¨®n de muchos al descaro de la tropa nocturna de mujeres que, como escribi¨® uno de ellos, "invaden en guerrilla las calles, ocupan los teatros y provocan al vicio"; las tertulias de conspiradores, con su evocaci¨®n hist¨®rica de la guerra contra los absolutistas y sus vanas esperanzas en un inminente levantamiento militar que les devuelva a la patria idealizada y perdida: todo ello me retrotrae a mis primeros a?os de estancia en Par¨ªs. Somers Town y las tabernas descritas por Llor¨¦ns, eran hace cincuenta a?os los caf¨¦s del Quartier Latin y de Saint Germain, cuyo ambiente trat¨¦ de reproducir en las p¨¢ginas de Se?as de identidad.
Espoz y Mina, amigo de Wellington, a cuyo lado combati¨® durante la guerra de la Independencia y a quien Wordsworth dedic¨® un exaltado soneto; Olivarr¨ªa, autor de fantasiosos proyectos conspirativos y quim¨¦ricas tentativas de secuestro del rey fel¨®n, y, sobre todo, el general Torrijos, cuyo triste final ser¨ªa el de Riego, desfilan con nitidez y viveza al hilo de la obra de Llor¨¦ns. Todos ellos intervinieron en la formaci¨®n de la "Junta Directiva del Alzamiento en Espa?a" en 1826 y se embarcaron en planes como el que fragu¨® en la compra de una fragata destinada a un desembarco por sorpresa en la Pen¨ªnsula, intento frustrado de ra¨ªz por la intervenci¨®n del Gobierno ingl¨¦s. Y, una vez m¨¢s, los hechos expuestos en Liberales y rom¨¢nticos me llevan a revivir episodios y an¨¦cdotas de otras empresas descabelladas que conoc¨ª de o¨ªdas, como la del cruce de los Pirineos por El Campesino, expuesta a bombo y platillo en su tertulia de mit¨®manos del caf¨¦ Mabillon, o la de una expedici¨®n mar¨ªtima a Fernando Poo a fin de proclamar all¨ª la Tercera Rep¨²blica y provocar la intervenci¨®n de las Naciones Unidas, fruto de la imaginaci¨®n ardiente del entonces vicec¨®nsul de Espa?a en Par¨ªs, Rafael Llorente. Nuestra historia, como escrib¨ª en Juan sin tierra, reitera con ligeras variaciones sus ciclos, cual el Bolero de Ravel.
La revoluci¨®n de julio de 1830
La revoluci¨®n de julio de 1830, que llev¨® al trono a Luis Felipe de Orleans y desterr¨® para siempre a los Borbones franceses, suscit¨® el entusiasmo de los refugiados espa?oles y dio nuevo empuje a sus planes contra el absolutismo fernandino. Tal como har¨ªan las Juntas o Platajuntas formadas en los ¨²ltimos a?os del franquismo, los constitucionalistas crearon un "directorio provisional del levantamiento de Espa?a contra la tiran¨ªa" y una Junta de Bayona, en los que se puso de manifiesto el distanciamiento entre Mina y Torrijos. La irrupci¨®n a trav¨¦s de los Pirineos por el primero, tan parecida a la del maquis republicano en el valle de Ar¨¢n ciento quince a?os despu¨¦s, no provoc¨® el esperado pronunciamiento de los militares descontentos y oblig¨® al ex guerrillero a refugiarse en Francia. En cuanto al viaje de Torrijos a Gibraltar y su desembarco en M¨¢laga, concluy¨® de forma m¨¢s tr¨¢gica: el fusilamiento de todos los expedicionarios, incluido el ingl¨¦s Robert Boyd. Uno de los apartados m¨¢s alicientes de Liberales y rom¨¢nticos es el dedicado a los "ap¨®stoles" de Cambridge -John Sterling, Richard Trench, John Kemble y el propio Boyd-, admiradores de la Espa?a rom¨¢ntica y defensores del constitucionalismo barrido por la intervenci¨®n extranjera, que pusieron sus vidas y haciendas a disposici¨®n de la libertad y la justicia en las que so?aban. Su papel, toutes proportions gard¨¦es, anticipa el de los Orwell, Koestler, Malraux, Hemingway o Dos Passos en la ¨²ltima Guerra Civil. No hay que olvidar que la opini¨®n p¨²blica inglesa y escritores de la talla de Wordsworth y Coleridge fueron defensores entusiastas del programa pol¨ªtico liberal, como lo ser¨ªan en 1936 Brenan, Spender, Isherwood y otros poetas y narradores, de la legalidad republicana. En ambos casos, la m¨¢s que dudosa neutralidad del Gobierno brit¨¢nico -la mal llamada "pol¨ªtica de no intervenci¨®n"- traicion¨® sus esperanzas y propici¨® la derrota de los constitucionalistas y la ca¨ªda de la Segunda Rep¨²blica.
El examen de las revistas de los exiliados es uno de los apartados m¨¢s notables del libro de Llor¨¦ns. Con anterioridad al final abrupto del trienio liberal, Blanco White hab¨ªa publicado sus perspicaces ensayos pol¨ªticos en El Espa?ol entre 1810 y 1814 y asumido la direcci¨®n de Variedades o el Mensajero de Londres, editada por el publicista alem¨¢n Rudolph Ackermann con miras a su distribuci¨®n en las nuevas rep¨²blicas de Hispanoam¨¦rica. La lista de publicaciones es larga, y me limitar¨¦ a se?alar las encabezadas por Jos¨¦ Joaqu¨ªn de Mora, quien sucedi¨® a Blanco al frente de Variedades y dirigi¨® el almanaque No Me Olvides -una invenci¨®n equivalente en nuestra ¨¦poca a la de los grandes semanarios ilustrados- por encargo asimismo de Ackermann. La personalidad polifac¨¦tica de Mora y sus m¨²ltiples intereses y ¨¦xodos -al abandonar el exilio londinense y trasladarse al Nuevo Mundo, recorri¨® Argentina, Per¨², Bolivia, y redact¨® la Constituci¨®n de Chile, en donde falleci¨®- atraen con raz¨®n la pluma de Llor¨¦ns. Cr¨ªtico, dramaturgo, poeta -en Cuadernos de Ruedo Ib¨¦rico publiqu¨¦ su divertid¨ªsima Oda al garbanzo, al que culpa de todas las desdichas de Espa?a-, traductor, analista pol¨ªtico, etc¨¦tera, tend¨ªa, escribe el autor cuyo centenario celebramos, "hacia la novedad rom¨¢ntica sin liberarse nunca del todo de la herencia neocl¨¢sica".
En el desierto cultural del absolutismo fernandino -prohibici¨®n de entrada de libros procedentes del extranjero y de reimpresi¨®n de obras editadas en el periodo constitucional-, la actividad intelectual se redujo a m¨ªnimos, como ocurri¨® en la primera d¨¦cada del franquismo. "Desde el punto de vista de la continuidad nacional", escribe Llor¨¦ns, "el destierro viene a ser, tanto pol¨ªtica como literariamente, un naufragio del que se salvan con el tiempo pocos restos, y no siempre los mejores". Los escritores exiliados, como el Duque de Rivas, Espronceda y otros de menor fuste -con la notable excepci¨®n de Alcal¨¢ Galiano- aprendieron muy poco de su emigraci¨®n londinense y siguieron aferrados a la tradici¨®n neocl¨¢sica o a una imitaci¨®n de la ret¨®rica romanticista francesa. Incluso en la siguiente d¨¦cada, un cr¨ªtico de muchas campanillas sosten¨ªa que una obra hoy olvidada de Casimire Delavigne ten¨ªa m¨¢s m¨¦ritos que el Ricardo II de Shakespeare, y, como recuerda oportunamente Llor¨¦ns, el estreno de Macbeth, traducido por primera vez del ingl¨¦s, fue acogido en Madrid, en 1838, "con una silba estrepitosa".
La endeblez del romanticismo espa?ol -"entre nosotros, un g¨¦nero tan falso cuanto el que se vend¨ªa por cl¨¢sico", en palabras de Alcal¨¢ Galiano-, se?alada por Luis Cernuda en sus clarividentes ensayos, es la misma a la que apunta Llor¨¦ns. Aunque el autor de La realidad y el deseo desconoc¨ªa curiosamente la obra de su paisano Blanco, aprendi¨® como ¨¦ste a arrimarse a la tradici¨®n literaria inglesa, sin la cual, dijo, sus "versos ser¨ªan hoy otra cosa". M¨¢s de un siglo antes, Blanco y Alcal¨¢ Galiano, "vieron en el romanticismo (ingl¨¦s) la posibilidad de una renovaci¨®n, la ¨²nica capaz de vivificar con esp¨ªritu moderno la ra¨ªz de la tradici¨®n espa?ola". En mi presentaci¨®n de la Obra inglesa del primero, trac¨¦ ya un paralelo entre los dos grandes escritores sevillanos: su prop¨®sito de independizar la poes¨ªa espa?ola del predominio de una ret¨®rica que act¨²a en el mismo sentido que la nuestra y de abrirla al oreo de otras m¨¢s adaptables al esp¨ªritu y al lenguaje modernos. Pero si Cernuda fecund¨® el proyecto innovador de alguno de los mejores poetas de mi generaci¨®n, la voz de Blanco White y Alcal¨¢ Galiano no encontr¨® ning¨²n eco. Bien es verdad que si Sansue?a es el purgatorio de los escritores e intelectuales vivos, suele ser tambi¨¦n a menudo el limbo, sino el gehena, del de los muertos.
Tantos y tan tenaces esfuerzos por rescatar a la Espa?a pol¨ªtica y literaria de su atraso -reformas de Mendiz¨¢bal, hero¨ªsmo intelectual de Larra- quedaron en nada. A su regreso a la Pen¨ªnsula, la mayor¨ªa de los exiliados londinenses se adaptaron al conformismo ambiente y su labor anterior cay¨® en un injusto y cruel olvido. ?Qui¨¦n se acordaba de Blanco White diez a?os despu¨¦s de su muerte? Su vast¨ªsima obra, tan asombrosamente actual, acumul¨® el polvo durante un siglo y pico en las bibliotecas inglesas, y Men¨¦ndez Pelayo la resucit¨® para rematarla. Por ello, los trabajos de Llor¨¦ns merecen el reconocimiento y aplauso de todos los lectores de Blanco. Como dice cabalmente en Liberales y rom¨¢nticos, la vida del ex can¨®nigo puede cifrarse en "la historia de una permanente insatisfacci¨®n. La insatisfacci¨®n de un hombre moderno que en el tr¨¢nsito del siglo XVIII al XIX entra en esa nueva crisis cuya expresi¨®n literaria denominamos romanticismo".
Obra biling¨¹e
Blanco es sobre todo, como Cervantes o Rojas, a quienes supo leer con una modernidad en los ant¨ªpodas del esencialismo y didascalia del 98 y sus ep¨ªgonos, el m¨¢ximo ejemplo de la lucidez de quien aprende y ense?a a dudar. Frente a los dogmas y preceptos anquilosados, su cr¨ªtica corrosiva act¨²a como el detonador que nos revela lo dejado al margen y la opini¨®n y disidencia soterrados. Por dicha raz¨®n, su obra biling¨¹e deber¨ªa ser objeto de estudio no s¨®lo en Espa?a, sino tambi¨¦n en Hispanoam¨¦rica, cuya independencia razon¨® y sostuvo a costa de pasar por renegado. Si la riqueza y complejidad de su itinerario intelectual desorientan y resultan a veces laber¨ªnticos, deberemos recordar con Walter Benjamin que "el laberinto es la patria de los que dudan".
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