Una isla con cinco tesoros
Cinco museos en el coraz¨®n de Berl¨ªn forman el mayor centro art¨ªstico de Europa. Rodeados de agua, construidos entre 1830 y 1930, han sido testigo y parte de todos los acontecimientos pol¨ªticos desde aquel tiempo: el imperio prusiano, Napole¨®n, Hitler, la guerra, el comunismo, la ca¨ªda del muro?
Berl¨ªn es en s¨ª misma una exposici¨®n viviente, una urbe de escenograf¨ªas infinitas, en movimiento perpetuo. De eso hay ya hasta un refr¨¢n: "Siempre haci¨¦ndose, nunca hecha". Berl¨ªn es una metr¨®poli abierta, de aventureros. "No es ciudad, sino lugar donde encontrar gente interesante", la defini¨® el poeta alem¨¢n Heinrich Heine. Nada extra?o que su coraz¨®n m¨¢s hist¨®rico y art¨ªstico, en el barrio de Mitte, en el este, lleve nombre ex¨®tico y literario: la Isla de los Museos.
Porque esta isla tiene su reina, la egipcia Nefertiti; su altar de altares, el grecorromano de P¨¦rgamo; sus puertas de Babilonia, las de Ishtar; sus piezas bizantinas, y sus relieves italianos. Cuenta con importantes esculturas del barroco alem¨¢n y europeo; retratos, relieves y bustos de personalidades y gente cualquiera de cualquier civilizaci¨®n; mucha pintura, rom¨¢ntica, impresionista, expresionista?, y mucho artista ¨²nico, Adolph Menzel, Edouart Manet, Max Liebermann?
Una tierra que hasta puede presumir de ni?o bonito con club de fans: el pintor Caspar David Friedrich se coloca siempre, junto a Nefertiti, en el n¨²mero uno de los m¨¢s queridos. Sus paisajes y su mirada inconfundibles se exhiben en la Alte Nationalgalerie -construida por los arquitectos August St¨¹ler y Heinrich Strack entre 1866 y 1876- dentro de una colecci¨®n que muestra una ¨¦poca social y art¨ªsticamente intensa y tumultuosa, desde la Revoluci¨®n Francesa hasta la I Guerra Mundial.
La Alte Nationalgalerie, uno de los cinco museos-bot¨ªn de esta ¨ªnsula centenaria que recibe m¨¢s de dos millones de visitantes al a?o, fue la primera en someterse al lavado de cimientos y cara incluido en el plan de restauraci¨®n del complejo, del que se encarga el arquitecto brit¨¢nico David Chipperfield, y que, en teor¨ªa, concluir¨¢ en 2015. Ordenada, retocada y modernizada, elegante y sin estridencias en sus tonos dorados tan del neocl¨¢sico, esta galer¨ªa se abri¨® de nuevo al p¨²blico en diciembre de 2001, entre un paisaje desolador de vallas y andamios, de grietas y humedades, en cuanto la vista se posaba en alguno de sus edificios hermanos, n¨¢ufragos todos de las penurias comunistas y los ardores guerreros del siglo y medio vivido.
El que acaba de celebrar ahora su reapertura es el Museo Bode (Ernst von Ihne, 1897-1904; neobarroco y cortesano; siete a?os cerrado por obras), al que anta?o unos llamaban Kaiser Friedrich Museum y otros "el culo de Berl¨ªn", dada su ubicaci¨®n poco propicia para el lucimiento. Se alzaba y se alza, humilde y silencioso, en la parte de atr¨¢s, al norte de la isla, de espaldas al lugar en el que resid¨ªa el poder imperial (en un palacio inexistente y casi fantasma del que hablaremos luego); al contrario que el Altes Museum, magn¨ªfico edificio construido por el padre arquitect¨®nico del gran Berl¨ªn, Karl-Friedrich Schinkel, entre 1825 y 1830, que mira orgulloso hacia la avenida Unter den Linden y puede colgar carteles en su p¨®rtico que se ven desde la lejan¨ªa, como aquel de ne¨®n rojo que dec¨ªa: "Todo arte es contempor¨¢neo", y hac¨ªa tililar las sombras entre las columnas como si fueran seres vivos de paseo, corp¨®reos, bien contempor¨¢neos. Nada que envidiar, el Bode ofrece rom¨¢nticas vistas al agua y al paso de los trenes por encima de sus ventanales.
La puesta a punto del Bode se recibi¨® con entusiasmo, aunque no sonaran las campanas ni las salvas que Guillermo II ordenara all¨¢ por 1904 para su inauguraci¨®n. Como entonces, ahora hubo grandes palabras. "Un complejo de arte con una superficie mayor que el Louvre y m¨¢s completo que el Museo Brit¨¢nico", dijo Peter-Klaus Schuster, director de los Museos Estatales de Berl¨ªn (SMB), financiados por la Fundaci¨®n de la Propiedad Cultural Prusiana. "As¨ª ser¨¢ cuando terminemos, en 2015", puntualiz¨® el arquitecto Chipperfield, que prev¨¦ incorporar un sexto edificio al conjunto: una entrada principal con servicios, tienda, caf¨¦, auditorio y espacio para muestras temporales. Eso, adem¨¢s del paseo arqueol¨®gico que comunicar¨¢ entre s¨ª cuatro de los museos. Chipperfield, entrevistado en Der Spiegel, asegura sufrir pesadillas de d¨ªa, y siempre dos: la falta de tiempo y ese dinero que le aconsejan que ahorre. La reforma de la isla asciende ya a casi 2.000 millones de euros. "Los pol¨ªticos deben despertar de una vez por todas. El Reichstag y el Museo Jud¨ªo no son suficientes para tanto turista".
Cuatro millones de visitantes al a?o se cree que podr¨ªa recibir este lugar, referencia geogr¨¢fica y art¨ªstica permanente. Incluso en el Berl¨ªn actual, el de los m¨¢s de 150 museos (17 de ellos se contaban por duplicado al caer el muro). Anne Sch?fer-Junker, desde el SMB, asegura que, desde que abri¨®, el Bode se ha convertido en estrella: "Las colas no faltan. M¨¢s de 2.000 personas acuden los d¨ªas festivos". Hans Ulrich Kessler, encargado en el Bode, nos gu¨ªa entre las importantes colecciones: la de arte bizantino, la de monedas, las valiosas esculturas, etc¨¦tera. Un paseo amplio, relajado, entre santos, madonnas, cristos, dioses, ni?os Jes¨²s mofletudos? Pero ?hay que tomarlo con calma!: dentro se despliegan 64 salas y 1.700 piezas, desde la antig¨¹edad hasta el clasicismo.
Durante la II Guerra Mundial, la isla -especialmente el Neues Museum- sufri¨® graves da?os: la contienda estuvo a punto de destruir lo que los reyes de Prusia y muchos amantes del arte (con el apoyo de todas aquellas sociedades culturales, cient¨ªficas, t¨¦cnicas, art¨ªsticas y filantr¨®picas tan abundantes en el siglo XIX; la sociedad de amigos del Bode, fue pionera) hab¨ªan levantado con empe?o. Tras los dur¨ªsimos bombardeos aliados del 16 de abril de 1945 y la toma de la ciudad por el ej¨¦rcito ruso, Berl¨ªn era una ruina: no hab¨ªa ni electricidad, ni agua, ni gas. De los 1,5 millones de viviendas quedaron en pie, sin da?os, 370.000. En el barrio de Mitte, donde se encuentra la isla, se destruy¨® el 60% de las edificaciones. Hubo 50.000 muertos. Hasta Goebbels parec¨ªa sufrir con tales espect¨¢culos, tal como ya hab¨ªa anotado en su diario: "S¨¢bado 27 de noviembre de 1943. El cielo sobre Berl¨ªn se alza en un color rojo sangre de belleza estremecedora. No puedo ver m¨¢s esa imagen".
Los tesoros en esta isla se completan con un coloso, el Museo P¨¦rgamo, y un h¨¦rido grave, el Neues. El primero, de Alfred Messel y Ludwig Hoffmann (1912-1930), se reformar¨¢ pr¨®ximamente, pero no cerrar¨¢ porque es el m¨¢s querido: ¨¦l solo, con su altar griego y sus puertas de Babilonia, atrae a un mill¨®n de visitantes. En el Neues (August St¨¹ler, 1841-1846; cerrado por obras) trabaj¨® en 2000 durante ocho meses Katrim Neumeister, urbanista. Se encargaba de evaluar el estado de conservaci¨®n del edificio con la firma Prodenkmal: "El interior era impresionante, con muchos frisos en las paredes y salas egipcias en colores dorados y azules oscuros, donde originalmente se guard¨® esa colecci¨®n, donde vivi¨® Nefertiti. No se hab¨ªa hecho nada desde la guerra, todo abandonado; recuerdo que ten¨ªamos que ir se?alando las marcas de los bombardeos con un c¨ªrculo. Al principio se pens¨® en dejar esas huellas como elemento de recuerdo, de la historia". En 2009 se ver¨¢ el resultado, por fuera y por dentro.
Porque el interior aqu¨ª s¨ª que importa. Y mucho. Cada una de las miles de piezas cobijadas en la isla evoca y representa su origen, el mundo en el que fue creada, s¨ª, pero tambi¨¦n la vida y obra de muchos artistas an¨®nimos y la de aquellos arque¨®logos, aventureros y coleccionistas del XIX que, al calor de los grandes viajeros tipo Alexander von Humboldt, se movieron sin descanso por el mundo. Como Karl Humann, que encontr¨® el Altar de P¨¦rgamo en Turqu¨ªa, o James Simon, comerciante textil riqu¨ªsimo, de origen jud¨ªo, socio de Guillermo II, apasionado como ¨¦l de las antig¨¹edades y pionero en el patrocinio de actividades art¨ªsticas. Simon financi¨® excavaciones arqueol¨®gicas alemanas por las colonias, y don¨® el busto de Nefertiti (hallado en 1911 en Tel el Amarna, Egipto) y 5.000 piezas egipcias.
Similares caracter¨ªsticas se atribuyen a Wilhelm von Bode, director de los centros de arte de la ciudad a finales del XIX, a quien se llamaba "el Bismark de la Isla de los Museos". Su influencia en el ambiente art¨ªstico fue decisiva en un tiempo vital, adem¨¢s, para el desarrollo de la muse¨ªstica. Asesor¨® muchas colecciones privadas importantes y otras de los abundantes nuevos ricos que se sent¨ªan a¨²n m¨¢s ricos con el glamour de las piezas.
Ni los berlineses saben a ciencia cierta cu¨¢nto y qu¨¦ se guarda en las bodegas de esta isla, considerada por la Unesco patrimonio de la humanidad en 1999, dado el movimiento n¨®mada que la pol¨ªtica ha obligado a mantener a sus piezas. Para hacerse una idea: mucho de lo que hoy se encuentra en el P¨¦rgamo se traslad¨® a Mosc¨² durante la ¨¦poca comunista. Otro ejemplo: Nefertiti se fue a Dahlem tras la II Guerra Mundial, despu¨¦s a Charlottenburg y ahora descansa en el Altes Museum hasta que el Neues d¨¦ cobijo a la colecci¨®n egipcia completa.
Viajes, pol¨ªtica, m¨²sica, teatro, cabar¨¦, literatura, arte y arquitectura siempre fueron temas de conversaci¨®n en la capital alemana. Pero la ¨²ltima, lo arquitect¨®nico, es el tema en los ¨²ltimos a?os, tras la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, en 1989, y la uni¨®n de las dos partes de la ciudad, tan distintas: tan burguesa y moderna, una; tan cl¨¢sica y deteriorada, la otra. El ritmo de transformaci¨®n de su fisonom¨ªa urbana es vertiginoso: 150.000 viviendas levantadas, nueve millones de metros cuadrados para nuevas oficinas y comercios; sin contar las megaconstrucciones, como la reci¨¦n abierta estaci¨®n central, los hoteles internacionales y ese c¨®ctel de firmas de todo el mundo que levant¨® Potsdamer Platz? Pero tal sensibilidad no impide que las esquinas de la isla hayan sido contempladas, recorridas y usadas para otros menesteres que no son s¨®lo la contemplaci¨®n del Ni?o con tambor, de Donatello, por poner un ejemplo precioso: esta isla tiene playa de arena en verano (Strandbar), y es escenario de cine al aire libre, de conciertos y bailes?
Que este espacio da para mucho lo sabe hasta el presidente de Estados Unidos, George W. Bush. Poco querido en Berl¨ªn, sobre todo tras la guerra de Irak, la mayor protesta por su presencia en la ciudad en 2002 y la posterior batalla campal entre polic¨ªa alemana y manifestantes se produjo frente al p¨®rtico del Altes Museum. Adoqu¨ªn va, agua viene; salto va, carrera viene. ?sa fue la estrofa que se enton¨® aquella noche, mientras el p¨²blico no beligerante o no abiertamente b¨¦lico contemplaba la escena tranquilamente desde la orilla del Spree, como si de un espect¨¢culo de la cercana Staatsopera se tratara.
Los berlineses, como los edificios del centro hist¨®rico, han visto todo tipo de dramas en estas calles, y tan hier¨¢ticos como la misma Nefertiti: la austeridad del medievo, la resistencia a la Reforma, las guerras religiosas devastadoras del XVIII, la apertura y el mandato floreciente de Federico el Grande, la dominaci¨®n de Napole¨®n, la guerra de liberaci¨®n, la revoluci¨®n proletaria de 1918, el esplendor cultural y el frenes¨ª de los a?os veinte, la fractura del fascismo en los treinta, los bombardeos aliados, el hambre, el bloqueo ruso, la ca¨ªda del muro, la reunificaci¨®n alemana en 1990, el aumento del paro, la depresi¨®n, el endeudamiento o el triunfo de partidos de ultraderecha en las ¨²ltimas elecciones. Basta cincunvalar la isla para entender mejor su condici¨®n de centro. Esta zona no fue el Berl¨ªn primigenio: era una aldea de 500 habitantes llamada C?lln que se fusion¨® en el siglo XIV con otra cercana llamada Berl¨ªn. Ah¨ª empez¨® todo. Los reyes de Prusia y la casa de los Hohenzollern la convirtir¨ªan luego en capital imperial.
Hoy, la Isla de los Museos est¨¢ rodeada por el agua verdinegra del r¨ªo Spree; por lo que qued¨® del barrio jud¨ªo tras la guerra; por el parque de Monbijou, donde acuden las prostitutas de cors¨¦ apretad¨ªsimo; por la l¨ªnea de trenes de cercan¨ªas (Sbahn) que va y viene en altura desde Friedrichstrasse, la estaci¨®n s¨ªmbolo de la divisi¨®n entre el Berl¨ªn capitalista y el comunista, por donde deb¨ªan cruzar los extranjeros que se aventuraban a visitar la capital de la RDA? Y hasta por la casa de la actual canciller, la conservadora Angela Merkel, residente en el 6 de Kupfergraben, frente al Altar de P¨¦rgamo, cuyos relieves escenifican las peleas entre dioses y gigantes.
La isla se une a la catedral neocl¨¢sica a trav¨¦s de un jard¨ªn, el Lustgarten. Desde all¨ª, al cruzar al otro lado de Unter den Linden conviene saber que pisamos un pedazo de los 80.000 metros cuadrados m¨¢s pol¨¦micos de la historia alemana reciente. El territorio de una gran paradoja. All¨ª, hoy, el comunista Palast der Republik, Parlamento de la extinta RDA, se derriba, mientras otro, imperial y prusiano, se proyecta al estilo ostentoso del que un d¨ªa existi¨®.
La discusi¨®n, arquitect¨®nica, filos¨®fica y encendida, ha ocupado al berlin¨¦s durante tres lustros. Al edificio barroco residencia de los Hohenzollern, muy da?ado ya por las bombas aliadas, lo mand¨® finiquitar Walter Ulbricht en 1950 para eliminar todo rastro de militarismo prusiano. Y su propio Parlamento socialista lo derriban ahora las excavadoras. Kafka, ilustre habitante del barrio de Kreuzberg, estar¨ªa orgulloso: el tema es digno hijo de su literatura, como sus propios palacios infinitos. Y para solucionar el dilema ha proliferado tambi¨¦n mucha propuesta art¨ªstica sobre qu¨¦ hacer con ese inmenso espacio que mira de frente a la casa isla de Nefertiti. As¨ª, un buen d¨ªa, el descampado apareci¨® repleto de ovejas azules pastando. Las esculturas, de Rainer Bonk, reivindicaban el uso libre y l¨²dico del lugar. ?Para qu¨¦ tanto castillo -ven¨ªan a decir- si esto es un pasto perfecto? Otro, una palabra gigante, en may¨²sculas, "Zweifel" (duda), del noruego Lars O Ramberg, apareci¨® en lo alto del Parlamento comunista amenazado de muerte. Y as¨ª cada d¨ªa.
Berl¨ªn. Ya lo dijo Nietzsche: "Los alemanes son esa gente que no para nunca de hacerse preguntas sobre Alemania".
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