Los mil y un r¨ªos
Ganges Tan sagrado como humano. Tan purificador como dram¨¢tico. Tan metaf¨®rico de otras vidas como simb¨®lico de las contradicciones de ¨¦sta, miserias y grandezas. Del Himalaya al golfo de Bengala, el r¨ªo se multiplica en mil y un cauces, colores, dioses, leyendas y escenograf¨ªas
El Ganges naci¨® como el "r¨ªo blanco", pero los siglos, las calamidades y el uso de sus aguas por el hombre lo han hecho de un color indeciso y abstracto. Su nacimiento se cuenta en uno de los m¨¢s hermosos episodios del Ramayana, y desde ese borroso tiempo del mito, el curso del Ganges ha corrido en paralelo al devenir de la India. Agastia, un sant¨®n filos¨®fico temido por la capacidad insaciable de su est¨®mago, tuvo un d¨ªa el antojo de tragarse el oc¨¦ano, cosa que hizo sin gran esfuerzo, trayendo as¨ª la m¨¢s atroz sequ¨ªa a la tierra. Como la situaci¨®n amenazaba la existencia de toda la poblaci¨®n, las divinidades tuvieron que arbitrar -all¨¢ en sus altas moradas del Himalaya- una soluci¨®n, decidiendo al fin desprenderse del r¨ªo celestial, el Ganga (o Ganges), que con el flujo de su V¨ªa L¨¢ctea descender¨ªa a la tierra para regarla.
Pero los dioses sab¨ªan que el infinito caudal lechoso de Ganga podr¨ªa tener un efecto no muy distinto del que hoy conocemos, sobre todo en el Levante espa?ol, como gota fr¨ªa. La s¨²bita descarga en una tierra sedienta y seca de la masa de agua iba a ser m¨¢s da?ina que saludable, y es entonces cuando en la leyenda aparece Siva, el dios dual de la destrucci¨®n y la creaci¨®n, sensual danzar¨ªn y asceta enfurru?ado. Sus cong¨¦neres le encomendaron a Siva la tarea de parar el golpe de toda aquella agua que bajaba de la monta?a o, seg¨²n otras versiones, sal¨ªa de un dedo del pie del dios Visn¨². Y de ese modo, Ganga fue al bajar recibida por la cabeza de Siva, c¨¦lebre por su trenzada mata de pelo en la que el agua de Ganga estuvo circulando varios a?os sin encontrar un cauce. En ese esfuerzo, el r¨ªo fue perdiendo su fuerza torrencial, y as¨ª, cuando al fin el propio Siva lo dividi¨® en siete riachuelos, Ganga lleg¨® a las llanuras indias sin causar da?o.
El encuentro de la corriente fluvial y la boscosa cabellera del dios de la creaci¨®n est¨¢ plasmado de modo diverso en los relatos v¨¦dicos, en algunos confundi¨¦ndose el agua con los fluidos seminales del potente Siva, pero destaca por lo pintoresca la libertad que se toma Roberto Calasso en su manual de divulgaci¨®n mitol¨®gica Ka, haci¨¦ndole decir a Ganga, mientras embiste, sin gran efecto, la tupida cabeza de Siva: "Jam¨¢s alcanzar¨¦ la tierra si contin¨²o vagando por este est¨²pido y espantoso bosque". Y bien fuese por el enfado de la deidad fluvial o por la argucia de Siva, lo cierto es que la llegada del agua a la tierra inici¨® una larga e inacabada historia de beneficio a los vivos y acogimiento de los muertos, expresada sentenciosamente por el propio Siva en uno de los himnos de las tradicionales compilaciones geneal¨®gicas hind¨²es: "Ella [Ganga] es la fuente de la redenci¨®n. Montones de pecados, acumulados por el pecador a lo largo de millones de nacimientos, quedan destruidos por el mero contacto de un viento cargado con su vapor. Y como el fuego consume el combustible, as¨ª esta corriente consume los pecados de los malvados".
Sin embargo, el r¨ªo sagrado de la India no s¨®lo tiene leyenda y esp¨ªritu trascendental, sino tambi¨¦n una geograf¨ªa, una fauna, unos peligros y unos olores a veces demasiado humanos. No he conseguido cumplir el sue?o que el escritor ingl¨¦s Eric Newby s¨ª logr¨® en el invierno de 1963-1964, viajando con su mujer Wanda por o junto al r¨ªo desde las primeras estribaciones en el Estado de Uttar Pradesh hasta la desembocadura en la bah¨ªa de Bengala y cont¨¢ndolo por escrito, pero lo he navegado en varios de sus tramos y he visto su lentitud perezosa, su fuerza en el destrozo, su magnanimidad con los cuerpos de los difuntos. No se trata del m¨¢s extenso ni el m¨¢s caudaloso del mundo; el Nilo, el Amazonas y el Misisipi son casi tres veces m¨¢s largos que el Ganges, y tambi¨¦n el Indo, el ?ufrates, el N¨ªger, el R¨ªo Amarillo y el Danubio lo superan en longitud. En todo caso, sus dimensiones y cifras son colosales. Desde el monta?oso norte hasta las proximidades de Calcuta, el Ganges recorre 2.506 kil¨®metros, cruza tres de los Estados indios m¨¢s poblados (150 millones de habitantes), y su ramificaci¨®n final forma un delta de una anchura de 320 kil¨®metros.
Aun as¨ª, la mayor fertilidad del Ganges es evocativa, y ese poder de transformaci¨®n imaginaria de su naturaleza empieza con los nombres: 108 rese?ados en los libros santorales, que van de aquellos estrictamente denotativos, Ganga y Ganga Ma (Madre Ganges) a los po¨¦ticos o perifr¨¢sticos: Sarac-candra-nibhanana (Que asemeja a la luna de oto?o), Svarga-sopana-sarani (Que fluye como una escalera hacia el Cielo), Samsara-visa-nasini (Que destruye el veneno de la ilusi¨®n), Bahu-ksira (Que da mucha leche) o Amrtakara-salila (Cuyas aguas son una mina de n¨¦ctar). Mi favorito de los 108 es el de Niranjana, que puede traducirse como "No pintado con colirios", una recatada forma de decir que sus aguas son incoloras. ?Lo son realmente o es al contrario, el exceso de coloraci¨®n, real y ficticia, el que provoca su variable policrom¨ªa?
Gustavo Adolfo B¨¦cquer nunca estuvo en la India, pero s¨ª viaj¨® all¨ª su cabeza so?adora, que le dict¨® la historiada descripci¨®n de un ceremonial con elefantes engalanados y luminarias en el templo del Kailasa, en Elora, y una de sus m¨¢s fogosas leyendas, El caudillo de las manos rojas. En esta novela corta, B¨¦cquer pinta a su protagonista alz¨¢ndose ante una fortaleza "a cuyos pies corre el Ganges como una inmensa serpiente azul con escamas de plata". Es s¨®lo uno de los posibles colores rom¨¢nticos del Ganges, que nuestro poeta sit¨²a en un contexto de "alc¨¢zares de Benar¨¦s", sumisas "viudas indianas" que se arrojan al fuego con el cad¨¢ver de su esposo y portentosos combates entre dioses, guerreros, pr¨ªncipes, serpientes gigantes y cuervos de blanca cabeza; el lujo asi¨¢tico de la narraci¨®n, que, por buscar otro inesperado ejemplo espa?ol, tambi¨¦n tent¨® a Juan Valera, autor de algunos cuentos orientales y de uno en particular, Garuda o la cig¨¹e?a blanca, donde el lector sigue una rocambolesca historia de amor que lleva a su hero¨ªna, la condesa Poldy, del Danubio al Ganges, despleg¨¢ndose en los episodios de la India toda la panoplia de efectos especiales del orientalismo fant¨¢stico.
El deseo de pensar el Ganges como r¨ªo de la imaginaci¨®n, del ensue?o, es poderoso y con frecuencia irresistible, tanto quiz¨¢ como su cauce serpenteante. Una manera de rebajar el tono l¨ªrico de semejante idealizaci¨®n es seguir la peripecia del matrimonio Newby en el citado libro, Slowly down the Ganges (Bajando lentamente el Ganges), uno de los mejores relatos de viajes que he le¨ªdo. Newby tiene un ojo muy vivo para las bellezas del paisaje y la prosopopeya de los numerosos ritos que ¨¦l y su esposa pudieron contemplar en el largo trayecto, pero tampoco le falta el instinto aventurero y el no menos brit¨¢nico esp¨ªritu de la comedia. Apasionante resulta el pasaje en que su embarcaci¨®n, despu¨¦s de estar varada en un remanso, llega a unos r¨¢pidos turbulentos, donde a punto est¨¢n de naufragar y ahogarse; brillantemente t¨¦trica su descripci¨®n de una bandada de murci¨¦lagos v¨ªctima de un empacho frutal; as¨ª como francamente divertido el encuentro junto a la orilla con el primer ministro Nehru, elegante, pagado de s¨ª mismo y muy mand¨®n con su hija Indira Gandhi, que anda por all¨ª de secundaria.
Como todos los grandes r¨ªos sometidos a las crecidas y a las sequ¨ªas, el Ganges puede ser ameno y temible. Recuerdo una aventura vivida en Allahabad, ciudad situada a 135 kil¨®metros al oeste de Benar¨¦s. Allahabad tiene un antiguo fuerte bastante airoso y tambi¨¦n ofrece, a quien le interese la genealog¨ªa de los humanos m¨¢s que la de los dioses, la casa familiar de los Nehru. Tuve la suerte de coincidir en un viaje con el Kumbh Mela, festividad religiosa muy concurrida (casi tres millones de peregrinos en aquella ocasi¨®n), que a Allahabad le corresponde albergar cada 12 a?os, reparti¨¦ndose el honor con otras tres ciudades en las que, seg¨²n la mitolog¨ªa hind¨², cayeron gotas del n¨¦ctar de la inmortalidad. La cultura acu¨¢tica de los indios es proverbial, tanto como su pasi¨®n por el peregrinaje, y el espect¨¢culo de una creencia tan viva, tan llena de color, es, sobre todo para un ateo, desconcertante al principio y a la larga revelador. As¨ª lo fue por cierto para Pier Paolo Pasolini en su viaje a la India de 1961, realizado en compa?¨ªa de Alberto Moravia y Elsa Morante, del que el poeta y cineasta italiano, que escribi¨® al volver un excelente libro breve, El olor de la India, sac¨® unas muy inteligentes conclusiones sobre el modo en que la religi¨®n hind¨², "en teor¨ªa la m¨¢s abstracta y filos¨®fica del mundo", es de una practicidad incomparable, pues sus fieles la viven en sus actos y la ense?orean de su car¨¢cter, no como la mayor¨ªa de los cat¨®licos italianos (?y espa?oles?), que dicen profesarla sin verdaderamente cumplirla.
Aquellos d¨ªas del Kumbh Mela en Allahabad, yo ten¨ªa reciente la lectura de Un buen partido, la estupenda novela de Vikram Seth (Anagrama), donde en un cap¨ªtulo se relata precisamente la tragedia all¨ª ocurrida a principios de los a?os cincuenta durante una de esas peregrinaciones masivas: el ansia de zambullirse en las aguas del Ganges cuando los astr¨®logos predicen que es la hora m¨¢s purificadora provoc¨® una avalancha en la que muchos fueron aplastados y otros se ahogaron al caer en tropel al r¨ªo, cont¨¢ndose 350 muertos. Por fortuna, los ba?os rituales de las multitudes fueron ordenados y relativamente pac¨ªficos cuando yo estuve, y tan s¨®lo me extravi¨¦ en la marea humana que desde el pueblo iba hacia la orilla: cuando quise darme cuenta estaba ya moj¨¢ndome los pies en el agua. Pero, al margen de que mis pecados quedasen involuntariamente lavados y mi cuerpo adquiriese la inmortalidad en la inmersi¨®n, mi experiencia fue gozosa, y en alg¨²n momento, de un exaltado misticismo laico, si tal cosa es posible.
En Allahabad (antiguamente llamada Prayag), la importancia sagrada de las aguas est¨¢ muy realzada porque en esta ciudad el Ganges, a tal altura muy extendido (dos kil¨®metros de una orilla a otra) y fangoso, pero de poco fondo, se junta con el m¨¢s limpio, estrecho y profundo Yamuna, y el curso fluvial se hace escenificaci¨®n de un antagonismo divino. Y es que el Ganges es la hermana del Yamuna (la Ganga, la Yamuna, recordemos la condici¨®n femenina de los r¨ªos hind¨²es), y en su confluencia, algunos textos de las escrituras v¨¦dicas se?alan ciertas rivalidades mitol¨®gicas, si bien el papel del Ganges es indiscutido como r¨ªo de la salvaci¨®n donde las cenizas de los muertos han de ser sumergidas tras la cremaci¨®n para quedar aquellos eternamente purificados. Ganga es el r¨ªo blanco; Yamuna, el r¨ªo negro emparentado con Yama, dios de la muerte, y ambas divinidades fraternas est¨¢n representadas en la mayor parte de los templos del norte de la India, esculpidas en relieve sobre las jambas de las puertas: Ganga, montada en el makara o cocodrilo, siempre con sus fauces abiertas, que significan la devoraci¨®n regeneradora del mundo; Yamuna, reposando sobre su s¨ªmbolo cosmog¨®nico, la tortuga.
El Ganges no s¨®lo tiene un ampl¨ªsimo repertorio iconogr¨¢fico en el arte cl¨¢sico indio y mucha literatura, antigua y moderna, paralela a su transcurso; tambi¨¦n el cine se ha mirado a menudo en ¨¦l. El r¨ªo (The river, 1950), de Jean Renoir, es no s¨®lo una de las mejores pel¨ªculas de un extraordinario director, sino el ejemplo de una sincera mirada extranjera a la India a trav¨¦s de las aguas del Ganges, verdadero protagonista del filme. Relatada por Harriett, una adolescente inglesa que vive la pl¨¢cida existencia colonial de una familia brit¨¢nica numerosa hasta el momento en que se enamora, Renoir dijo en una ocasi¨®n que se trataba de un tri¨¢ngulo amoroso entre la muchacha, el norteamericano mutilado de guerra que llega al pueblo y revoluciona a las chicas, y la India.
El pa¨ªs no era entonces un destino tur¨ªstico, ni exist¨ªa a¨²n la figura del tour operator, por lo que el director franc¨¦s se permite algunas pinceladas de color local un tanto ilustrativas, aunque siempre muy esmeradas. Se trataba de su primera pel¨ªcula en color, y las tonalidades encendidas de aquel paisaje le permit¨ªan ser realista (para Jean, hijo del pintor Auguste Renoir, el blanco y negro cinematogr¨¢fico era lo irreal) a la vez que espectacular, como en la ceremonia en honor de la diosa Kali que abre la pel¨ªcula o, en la parte final, las escenas relacionadas con la fiesta del Holi, el Indian Holi, tan divertida de observar desde la seguridad de una ventana alta como molesta si uno va por la calle inadvertido y queda empapado por las aguas tintadas de rojo o verde que los ni?os (y no s¨®lo ellos) arrojan a los viandantes.
Basada en la novela autobiogr¨¢fica de la inglesa Rumer Godden, que escribi¨® con Renoir el gui¨®n, El r¨ªo (disponible en DVD en una excelente edici¨®n del FNAC) no cuenta una sola historia, sino que lleva al espectador, al comp¨¢s de las aguas cambiantes del Ganges, desde la voluptuosidad m¨¢s gozosa y morosa hasta la precipitaci¨®n de la tragedia, del relato dentro del relato (la historia de la ni?a que casa con el dios Krishna), al apunte impresionista, habiendo confesado el director en sus memorias que hizo la pel¨ªcula deliberadamente sin principio ni fin precisos, como si confiara en la benevolencia milenaria de esa corriente para llegar a un resultado sin embargo elocuente y conmovedor: una escena ¨²ltima que es una met¨¢fora del renacer eterno que el r¨ªo representa para los hind¨²es y tambi¨¦n una estampa eleg¨ªaca del final de los fr¨¢giles sue?os adolescentes.
Renoir, a pesar de la temperatura rom¨¢ntica que le impone al relato su joven hero¨ªna Harriett (una muchacha sin experiencia previa de actriz que fue elegida en un casting en Calcuta), no pierde el pulso de lo real ni la agudeza del observador que descubre un lugar y una gente al tiempo que los filma. La descripci¨®n de las faenas cotidianas nunca incurre en el costumbrismo convencional, y son muy sugerentes los planos de los pescadores "con sus chozas flotantes y sus barcas que parec¨ªan igl¨²s", como dice Harriett en su narraci¨®n. Ahora bien, el cineasta que a mi juicio ha mostrado el Ganges con mayor veracidad es el bengal¨ª Satyajit Ray, particularmente en la primera mitad de su gran pel¨ªcula Aparajito (hoy tambi¨¦n editada en Espa?a, por Divisa, en un pack con las tres cintas que constituyen la obra fundamental del director, su trilog¨ªa de Apu).
El Ganges de Aparajito (aqu¨ª titulada El invencible) es el de Benar¨¦s, con sus famosos ghats o escalinatas, sus abluciones matinales, sus santos filos¨®ficos y sus bell¨ªsimos palacios destartalados. Pero como la intenci¨®n de Ray no es hacer un documental, sino una f¨¢bula dram¨¢tica, en Aparajito no se ve la densidad, a veces agobiante, de las estrechas calles de Benar¨¦s, ni el rostro de sus enfermos de lepra, ni la curiosa fila de ciudadanos defecando todas las ma?anas en la orilla con un cierto recato corporal, ni la dispersi¨®n de las cenizas mortuorias en las aguas a la hora del crep¨²sculo. El r¨ªo fluye en Benar¨¦s anchuroso pero con lentitud, y la imagen cotidiana de los cientos de adultos y ni?os que en ¨¦l se lavan los dientes y la cabeza carece de dramatismo; en Haridwar, poblaci¨®n al norte de Uttar Pradesh y muy cercana al nacimiento del r¨ªo, ¨¦ste corre impetuoso, formando corrientes que a veces obligan a los hombres que al amanecer hacen all¨ª sus funciones org¨¢nicas a sujetarse a la orilla por medio de cadenas met¨¢licas.
Las impresionantes secuencias situadas en los ghats donde el padre de Apu recita las escrituras a las mujeres y se siente despu¨¦s mortalmente enfermo tienen una luminosidad especial, casi espectral, que resalta la inocente naturalidad del ni?o, que, aburrido de la elevada funci¨®n de su padre, juega con su pajarita de papel, se distrae, se aleja por la orilla y queda absorto en los ejercicios gimn¨¢sticos de un levantador de pesas. Satyajit Ray escribi¨® todo un libro contando los pormenores del rodaje de la trilog¨ªa, y dedic¨® muchas p¨¢ginas a averiguar el secreto de la belleza de las orillas del Ganges en Benar¨¦s, que film¨® casi siempre antes de la salida del sol. "Un escenario verdaderamente inspirador", dice, manifestando a continuaci¨®n una cierta impotencia expresiva que cualquiera que haya estado en Benar¨¦s entender¨¢ bien y le agradecer¨¢, por su modestia, al director indio. "No es suficiente decir que los ghats son maravillosos o emocionantes o singulares. Uno deber¨ªa ponerse a analizar las razones de su singularidad, de su impacto. Cuanto m¨¢s se explora, m¨¢s se revela". Las palabras no sirven de mucho para trasmitir lo que el r¨ªo le da pl¨¢sticamente a la ciudad y lo que ¨¦sta a?ade a las aguas sacras, pero me parece que s¨®lo los cineastas o los fot¨®grafos son capaces de plasmar las misteriosas formas del Ganges a su paso por Benar¨¦s: la luz deslizante, las figuras borrosas pero viv¨ªsimas, la monumentalidad displicente, el persuasivo silencio de sus piedras. Todo lo que Aparajito capta serena y perspicazmente.
El Ganges es un r¨ªo con escaleras, y tambi¨¦n ellas tienen leyenda, m¨¢s all¨¢ del permanente papel utilitario que desempe?an en la vida de los moradores de su cuenca. En Benar¨¦s son majestuosas, pero en innumerables puntos de su recorrido las hay m¨¢s cortas y de peor piedra: todas poseen una mezcla de domesticidad informal y elegancia sublime. Me parece que hoy no se le lee mucho entre nosotros, pero el escritor, pintor y pedagogo bengal¨ª Rabindranath Tagore, premio Nobel de literatura no s¨®lo traducido, sino difundido al espa?ol por otro Nobel (y su devota esposa), Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, fue en toda su obra un paisajista de lo maravilloso, y en mi opini¨®n, mejor narrador que poeta o dramaturgo. Una de sus piezas magistrales es el cuento Las escaleras del r¨ªo, perteneciente al libro de relatos breves Mashi, en el que la voz narradora es la del propio ghat del Ganges en una aldea de Bengala. "Si dese¨¢is o¨ªr hablar de los tiempos ya idos, sentaos en este escal¨®n m¨ªo y prestad vuestros o¨ªdos al murmullo del agua ondulante". As¨ª empieza el cuento, a lo largo del cual su ins¨®lito narrador impersonal describe las incidencias naturales del r¨ªo y la fantasmagor¨ªa amorosa que tiene lugar -en un peque?o templo dedicado a Siva- frente a sus escalones de piedra que, s¨®lo en n¨²mero de cuatro, sobresalen del agua del Ganges.
Este min¨²sculo y humild¨ªsimo ghat ha visto el nacimiento, los primeros ba?os y las ofrendas que Kusum hac¨ªa a los dioses bajando por sus pelda?os desde que era ni?a, y cuando Kusum vuelve a la aldea convertida en una viuda de ocho a?os pobre y desde?ada por todos, parece compadecerse de ella. El r¨ªo se vuelve un lugar de sombras inveros¨ªmiles, de plantas que se agitan con una m¨²sica de otro mundo, de presencias y sonidos fantasmales; es como si los escalones del ghat se prestasen a favorecer la devoci¨®n amorosa que la muchacha siente por un joven sant¨®n que ha venido a ocupar el templo ribere?o de Siva y tiene un gran parecido con el difunto marido de Kusum. Una noche, la peque?a escalinata que lleva al r¨ªo une a la pareja en lo alto del parapeto, ve su encuentro sensual y pudoroso, escucha c¨®mo Kusum le confiesa al sant¨®n que le ha visto en sus sue?os como "al se?or de su coraz¨®n", pero no tiene m¨¢s remedio que notar en las vetas del ¨²ltimo escal¨®n c¨®mo el sanyasi o asceta descarga nerviosamente la fuerza de sus piernas antes de rechazar a la muchacha y renunciar a lo que ¨¦l tambi¨¦n parece sentir por ella. "Voy a irme de este lugar esta noche, para que nunca puedas volver a verme. Has de saber que soy un sanyasi, y no pertenezco a este mundo. Tienes que olvidarme". Kusum acepta la despedida, se arrodilla ante el sant¨®n, recibe el polvo de sus pies en la frente y se queda sola en el escal¨®n, que termina as¨ª su relato, no sin antes o¨ªr con sus o¨ªdos de piedra un chapoteo en el agua.
En uno de los primeros testimonios escritos sobre el Oriente, Viaje al Gran Mogol, Indost¨¢n y Cachemira, el m¨¦dico franc¨¦s Fran?ois Bernier culmina su obra, publicada por vez primera en 1670, con una descripci¨®n del delta del Ganges: "Esa gran cantidad de islas que se hallan en el golfo de Bengala, en la desembocadura del Ganges, y algunas de las cuales se unen a las otras por sucesi¨®n de tiempo y luego al continente, me hacen recordar las desembocaduras del Nilo, donde he observado que se verifica lo mismo, proporcionalmente. De suerte que como se dice, seg¨²n Arist¨®teles, que el Egipto es obra del Nilo, as¨ª podr¨ªa decirse que Bengala es obra del Ganges". El r¨ªo, que a su paso por el centro de Bangladesh ha recibido otras aguas, entre ellas las del Brahmaputra, modifica en efecto y hace colosal o atroz esa zona del oeste de Bengala, donde casi todo roza el exceso.
Pero aquel viajero que quiera tener una visi¨®n del Ganges menos desmesurada y org¨¢nica, m¨¢s a escala con la mirada del hombre, puede -en otro itinerario que no pasa ni mucho menos cerca del r¨ªo- verlo fijado en la roca en una de las grandes obras maestras del arte indio. El pueblecito de Mamallapuram se halla en la misma bah¨ªa de Bengala, pero muy al sur, en el Estado de Tamil Nadu, a 58 kil¨®metros de distancia de la capital, Madr¨¢s. Aqu¨ª floreci¨® en el siglo VII una dinast¨ªa emprendedora y cultivada, la de los Pallava, y los relieves al aire libre en Mamallapuram, sus cuevas esculpidas y su Templo en la Orilla son las mejores muestras conservadas de este arte pallava refinado y ef¨ªmero. La obra central del conjunto se llama La penitencia de Arjuna y reproduce en la piedra episodios -como de costumbre intrincados- del Panchatantra: reyes con cuerpo de serpiente, demonios belicosos, eremitas en oraci¨®n, elefantes y ciervos y ratas que cuesta creer inm¨®viles en su desfile. Y entre esas figuras de un poderoso naturalismo y un deslumbrante vuelo imaginativo, el prescrito descenso del Ganges sobre las trenzas de Siva, con todas las menudencias de la leyenda divina. Esta zona del golfo de Bengala fue la m¨¢s afectada de la India por el tsunami de la Navidad de 2005; hubo v¨ªctimas mortales y destrozos, que da?aron el Templo en la Orilla. Sin embargo, el nacimiento del r¨ªo sagrado permaneci¨® inc¨®lume en su filigrana. Le pudo a ese mar que tambi¨¦n parec¨ªa mandado por unos dioses menos propicios.
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