Vidas que contar
Personas mayores han relatado a j¨®venes estudiantes sus historias para participar en un concurso intergeneracional
Flora L¨®pez todav¨ªa llora los moratones que su marido le dej¨® en la cara durante una vida inacabable. Su historia, premiada en un concurso que trata de tender puentes entre j¨®venes y mayores, la llevar¨¢ a conocer Par¨ªs y a cumplir uno de sus sue?os: viajar en avi¨®n.
Teresa B¨®rmez fue una ni?a de la escuela republicana a la que acun¨® en sus brazos m¨¢s de una vez el duque de Alba, que ten¨ªa amores con su madrina. Fausto Sim¨®n cuenta que el cad¨¢ver del abuelo de su mujer estuvo metido en un arc¨®n en el pajar tres a?os, hasta que ces¨® el fuego cruzado entre rojos y nacionales y se le pudo enterrar. Carmen Pab¨®n, la reina del Tupperware, ha recopilado sus 128 apellidos...
A todos ellos, socios de centros municipales para mayores o que viven en residencias geri¨¢tricas de Madrid, los han entrevistado estudiantes de periodismo de las universidades de la regi¨®n.
Como premio, el joven que mejor ha trasladado a papel la historia que le ha tocado recibir¨¢ 6.000 euros. Y la persona mayor ganadora podr¨¢ realizar el sue?o de su vida (siempre que sea algo econ¨®micamente razonable, un viaje, una comida, una joya, un crucero, publicar un libro...).
Este proyecto de colaboraci¨®n intergeneracional de la Fundaci¨®n Viure i Conviure, en colaboraci¨®n con la Uni¨®n Democr¨¢tica de Pensionistas y Jubilados de Espa?a (UDP), est¨¢ financiado por la obra social de Caixa Catalunya y durante unos meses ha servido para que los estudiantes aprendan algo de la historia de las generaciones que les precedieron. Los mayores han podido contar lo que sus hijos a veces no tienen tiempo de escuchar.
Los estudiantes se han asomado a peque?as intrahistorias de este pa¨ªs, mitad singulares, mitad penosas. A las personas mayores les ha permitido conversar, compartir anhelos, contar las batallitas que sus nietos no tienen tiempo de o¨ªr (o no quieren escuchar por en¨¦sima vez), mostrar con sosiego el tiempo que fue.
El primer premio lo han ganado Flora L¨®pez, de 81 a?os y su compa?era estudiante, Marta Vega, de 20. La primera viajar¨¢ a Par¨ªs con su sobrina durante una semana. La segunda recibir¨¢ 6.000 euros. El segundo premio es para Francisco Cordero (79 a?os) y Alejandro S¨¢nchez (24). Francisco ir¨¢ a Nueva York y el estudiante gana 3.000 euros. Y el tercer premio lo han conseguido Manuel Ortego (75 a?os), que podr¨¢ editar un manual de dise?o que ha redactado, e Irene de la Torre (19 a?os), que gana 2.000 euros.
He aqu¨ª algunos extractos de las historias que contaron los mayores y que redactaron los estudiantes.
FLORA L?PEZ. Una vida de maltratos
Su marido le pegaba ya cuando eran novios. "Todos los golpes iban a la cara. Me daba verg¨¹enza salir. Las vecinas me tra¨ªan algo de comer hasta que pod¨ªa bajar a la compra. Beb¨ªa, s¨ª, pero me pegaba porque le daba la gana. En qu¨¦ hora me cas¨¦". Aguant¨® a?os de malos tratos "por los hijos". "No quer¨ªa que nadie les dijera que su madre era la mala". ?l se iba de casa y la dejaba "sin un duro". "Todo lo que he comido me lo he ganado yo trabajando de asistenta". A veces, cuando llegaba a casa, ¨¦l no la dejaba entrar hasta que o¨ªa que ven¨ªa la polic¨ªa.
Flora recuerda haber tenido alguna vez un cuchillo en la mano, porque ¨¦l no reconoc¨ªa ser el padre de sus hijos. "?De qui¨¦n iban a ser? Pod¨ªa aguantar que me pegaran, pero eso no". Toda su familia sab¨ªa que ¨¦l la pegaba, pero s¨®lo decidi¨® separarse hace ocho a?os. Ahora tiene 81. Tuvo juicios y consigui¨® una exigua paga de 12.000 pesetas (72 euros) para sumar a su pensi¨®n no contributiva; hace dos a?os que no la recibe.
Vive en una residencia p¨²blica de Madrid donde, durante a?os, hab¨ªa pasado por viuda hasta que una carambola macabra del destino la reuni¨®, all¨ª mismo, con su ex marido. La mentira se descubri¨®. "Aqu¨ª lo ve¨ªa por los pasillos, aquellos meses me quer¨ªa morir, estuve muchos d¨ªas mala". Las l¨¢grimas se le remansan entre las mejillas y la montura de las gafas. Aquello se resolvi¨® por fin cuando le cambiaron de residencia geri¨¢trica.
Hoy, Flora le cuenta a su amiga Marta Vega, la estudiante que ha redactado la historia ganadora, la mala vida que ha llevado. La estudiante de periodismo, de 20 a?os, le ha servido de desahogo. Ambas se han cogido cari?o. A Flora ya no le importa relatar lo que pas¨®, aunque nunca ha sido partidaria de airear su vida. S¨®lo quiere que alguien obligue a su ex marido a pagar la pensi¨®n que recog¨ªa la sentencia. "No hay justicia para los pobres".
TERESA B?RMEZ. En brazos del duque
Teresa B¨®rmez recuerda a sus padres. Ella, una mujer muy moderna que, en cuanto lleg¨® la moda, se cort¨® el pelo a lo gar?on; ¨¦l, un hombre "buen¨ªsimo" que vest¨ªa de librea y conduc¨ªa un coche de caballos al servicio de la artista Teresa Saavedra.
Eran los a?os veinte y la c¨¦lebre "actriz de revista" amadrin¨® y dio su nombre a la peque?a Teresa, que se cri¨® "echa un chicazo" y completamente volcada en sus estudios escolares. Su madrina "ten¨ªa amores con el duque de Alba, que la visitaba en su casa". "Anda que no estuve yo veces en brazos del duque", dice Teresa.
Pero los recuerdos que ha querido contar al estudiante de periodismo Tino Horrach tienen sobre todo que ver con sus a?os en la escuela republicana.
Las lecturas en voz alta de El Quijote, "las clases pr¨¢cticas, la experimentaci¨®n en bot¨¢nica, las maquinitas de tren para explicar el funcionamiento a vapor, las visitas al Museo del Prado, la venta de capullos de seda para comprar libros" y los muchos talleres voluntarios de todo tipo. El s¨¢bado limpiaban los pupitres, y la maestra les eximi¨® de pedir permiso para ir al ba?o: "Cada una lo hac¨ªa cuando era necesario, en silencio sin molestar a nadie. Eso es democracia", relata.
Y aquella maestra, Martina Alc¨¢ntara, que hizo lo posible y lo imposible para que su pupila siguiera estudiando, pero una econom¨ªa dom¨¦stica precaria lo impidi¨®. A?os m¨¢s tarde, ya casada y con los ni?os de la mano, Teresa encontr¨® de nuevo a su maestra por la calle. "Qu¨¦ emoci¨®n m¨¢s grande. Me conoci¨®". Hac¨ªa tiempo que no la ve¨ªa. "Hab¨ªa estado muchos a?os en la c¨¢rcel. Por ser directora del colegio. Nada m¨¢s".
En el relato de Teresa sorprende de repente una afirmaci¨®n desconcertante: "Recuerdo la guerra como los mejores a?os de mi vida". Lo explica. "Para una ni?a era un mundo distinto que se abr¨ªa a su alrededor. Toda la gente se ayudaba, echaban una mano en lo que se pod¨ªa; y hubo escuelas por todos lados".
FAUSTO SIM?N. El muerto en el desv¨¢n
La historia de Fausto es la historia de su mujer. Nacieron el mismo d¨ªa del mismo a?o, uno enfrente del otro, en un pueblito de Guadalajara, Copernal, que estuvo tres meses entre dos l¨ªneas de fuego que hicieron la vida imposible a los lugare?os. Los rojos tiroteaban por aqu¨ª, los nacionales, por all¨¢. Una de aquellas balas dej¨® tieso al abuelo de ella en plena calle, delante de los ni?os.
No pudieron enterrarle porque los zumbidos de los proyectiles no daban tregua. Tres a?os estuvo el cad¨¢ver guardado en un arc¨®n y recogido en el desv¨¢n de la casa. Hasta que acab¨® la guerra. Mientras, las familias salieron huyendo de aquel campo de batalla.
En los pueblos cercanos otros hab¨ªan huido antes. Aquellas casas de puertas abiertas con el tiempo detenido en un d¨ªa cualquiera de la guerra les sirvieron de refugio a las familias de Fausto y de Francisca, que, andando el tiempo, tras un noviazgo eterno, se casaron. Ah¨ª siguen.
CARMEN PAB?N La mujer de 128 apellidos
Carmen Pab¨®n Rold¨¢n, Rold¨¢n Pab¨®n, Moreno Salvador, Salvador Moreno, Pelaz Hern¨¢ndez, Hern¨¢ndez Pelaz... Y as¨ª hasta 128. Esta peculiar letan¨ªa se debe a una familia de matrimonios con lazos de sangre cuyo rastro en el tiempo llega hasta finales del siglo XVII en tierras de Castilla. Una huella que ha seguido Carmen durante a?os por el placer de acumular datos y de "pisar las mismas piedras que ellos pisaron".
Con 74 j¨®venes a?os, Carmen Pab¨®n sigue siendo una mujer independiente acostumbrada a andar por su propio pie. A?os atr¨¢s, ella trabajaba fuera de casa cuando a otras no las dejaban. En realidad a ella tampoco. D¨ªas se pas¨® pidiendo a su marido que le dejara ir a una reuni¨®n de mujeres que organizaba la empresa americana Tupperware, en la que ella colaboraba t¨ªmidamente. No hab¨ªa forma: "Que qu¨¦ se cre¨ªan esos americanos, que si estaba loca, que no me dejaba y punto".
Pero Carmen tom¨® la decisi¨®n y se fue. Tres meses estuvo sin dirigirle la palabra. Pero ella sigui¨®, se sac¨® el carn¨¦ de conducir y se hizo jefa de grupo de Tupperware. La firma de pl¨¢sticos a domicilio le proporcionaba coches cada dos a?os. Su primer autom¨®vil fue un Simca 1000, luego el 850, el Mini, un Ford, el 127. "Estuve 20 a?os organizando reuniones en casas y cuando mi marido vio que aquel negocio rend¨ªa, empez¨® a ayudarme", recuerda Carmen.
Una de aquellas reuniones la celebr¨® al final de un concierto de Manolo Escobar, "porque su cu?ada tambi¨¦n trabajaba en eso". Fue despu¨¦s de un concierto en el teatro Calder¨®n de Madrid. Cuando baj¨® el tel¨®n, todas se reunieron en los camerinos, "vamos ni?as, que vengan las vicetiples", llamaban. Y all¨ª, Carmen despleg¨® todo el desparpajo que acompa?aba al cat¨¢logo de tarteras.
Ana Mar¨ªa Mar¨ªn, la estudiante de periodismo que ha entrevistado a Carmen est¨¢ asombrada con las an¨¦cdotas, la vitalidad y el empuje de esta mujer, que lamenta terriblemente no tener nietos que prolonguen su dilatada lista de apellidos.
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