Doctor Jekyll y Mister rock
Trabajadores del hospital Cl¨ªnico de todas las categor¨ªas celebran un gran concierto donde ellos son las estrellas
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El padre de Jos¨¦ Mar¨ªa Balibrea siempre ha sostenido que la medicina participa del mismo "esp¨ªritu humanista" de artes como la m¨²sica. Lo cual, de ser cierto, podr¨ªa ayudar a explicar lo sucedido anoche en el auditorio del hospital Cl¨ªnico San Carlos.
Sobre su escenario, mientras en los pasillos se exig¨ªa el silencio acostumbrado, Balibrea, cirujano residente, hijo de un insigne cirujano mel¨®mano, y notable bater¨ªa pop de 28 a?os, se sum¨® a otra veintena de empleados del centro en un concierto en el que facultativos y enfermeras sacaron a pasear su secreta personalidad de m¨²sicos aficionados.
"Es la ¨²nica reuni¨®n de esta profesi¨®n en la que nos ver¨¢s divertirnos de verdad", a?ad¨ªa Balibrea en el camerino, un trozo de pasillo oculto tras un biombo y con dos mesitas rebosantes de c¨¢tering sin tocar a causa de los nervios. Sus palabras sonaban plenamente convincentes ya a la altura de la segunda actuaci¨®n, la de Billy Bones & Rock Ensemble, una banda con tres coristas, el entusiasmo y las carencias de los aficionados y formada por cuatro gastroenter¨®logos, un cirujano, un traumat¨®logo y un cantante neur¨®logo que, enfundado en una estrecha camiseta de Kiss y con un afro postizo, se contoneaba como una estrella del rock al frente de una banda que recordaba a los m¨ªticos Burning.
Mientras, a su lado, Jos¨¦ Enrique Galeote, traumat¨®logo de 53 a?os, conductor de la fiesta y promotor de la iniciativa (que se bautiz¨® como Clinirock), tocaba en prudente segundo plano la guitarra r¨ªtmica. "Muy modestamente", hab¨ªa advertido antes del concierto, a¨²n en el camerino. Antes tambi¨¦n de repetir otra vez que la raz¨®n de todo esto no era otra que la diversi¨®n. "Cuando mont¨¦ esta iniciativa, que se celebr¨® el a?o pasado por primera vez, qued¨¦ muy sorprendido de encontrar que tantos m¨¦dicos comparten esta afici¨®n. Algunos de ellos con un nivel nada desde?able, por cierto".
Tambi¨¦n, que las ganas de tocar ante un auditorio de unas trescientas personas entre familiares entusiasmados, colegas en bata, alg¨²n paciente y estudiantes de enfermer¨ªa con pancartas no es patrimonio de una especialidad en concreto. Entre los participantes hab¨ªa ayer representantes de la mayor¨ªa de los servicios de un hospital que emplea a 5.600 trabajadores. Sin ir m¨¢s lejos, Ana S¨¢nchez, m¨¦dico de urgencias, y m¨²sico folk a lo Bebe que cant¨® al recurrente asunto de escapar y dejarlo todo atr¨¢s. O Rafael S¨²arez, respetado jefe de la Unidad de Vigilancia Intensiva y esforzado int¨¦rprete de guitarra espa?ola, que ofreci¨® un recital que mezcl¨® flamenco, El Concierto de Aranjuez, villancicos y boleros.
Y luego ya no hizo falta pedir la filiaci¨®n. Al menos, en el caso de los dos grupos que siguieron, cuyo nombre delataba sin m¨¢s preguntas su procedencia. Low Flow, en castellano, Flujo Bajo, que resulta muy apropiado si hablamos de un contundente combo de soul integrado por anestesi¨®logos y con un guitarrista que alguien llam¨® el "Eric Clapton del Cl¨ªnico"; o Blue Rays, con cuatro miembros radi¨®logos y pasi¨®n por el blues de Chicago. "Es lo suyo si piensas que la RSNA (Sociedad Radiol¨®gica de Norteam¨¦rica) est¨¢ en Chicago y siempre te toca ir a alg¨²n congreso all¨ª", aclar¨® uno de sus dos guitarristas, Joaqu¨ªn Ferreir¨®s, de 53 a?os.
Estos ¨²ltimos dieron paso a la parte "semiprofesional" de la velada. Dos bandas que se patean habitualmente otros escenarios adem¨¢s del de ayer e hicieron palidecer a sus predecesores en t¨¦rminos de solvencia. Primero convenci¨® el pop en ingl¨¦s de Beyond, una banda de sonido cristalino "sin estridencias, sin languideces, sin oscuras reflexiones ni angustias vitales", seg¨²n su ide¨®logo, el cirujano Balibrea.
Y al final, el rock de Diablos Rojos, cuyo l¨ªder, Francisco Coronel, nefr¨®logo, demostr¨® andar sobrado de tablas. No en vano, m¨¢s que un grupo, todos lo reconoc¨ªan anoche, se trata de una instituci¨®n del rock capitalino que hunde sus ra¨ªces en los a?os sesenta y habitual en escenarios como Segundo Jazz.
Tanta veteran¨ªa puso fin a la fiesta, que se prolong¨® durante m¨¢s de tres horas, y dej¨® a su paso una certeza (que el p¨²blico se entreg¨® lo suyo) y otra sospecha; m¨²sicos, aficionados y experimentados, los canosos profesionales y los aspirantes a doctores, s¨®lo compartieron una cosa. En el camerino repleto de periodistas, c¨¢maras de televisi¨®n y grabadoras ninguno parec¨ªa entender tanta expectaci¨®n medi¨¢tica.
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