En la retaguardia
La guerra civil in¨¦dita ?sta es una selecci¨®n de im¨¢genes nunca vistas de la guerra espa?ola. Una aportaci¨®n de 'El Pa¨ªs Semanal' al finalizar el a?o del 60? aniversario del inicio de la contienda. Estas 11 fotograf¨ªas aparecieron en una caja junto a m¨¢s de 800 negativos. Han tardado en reconstruirse m¨¢s de una d¨¦cada. Ahora salen a la luz
La historia es terca. Por m¨¢s que quieras transformarla, olvidarla, repeinarla, sigue all¨ª. Observ¨¢ndonos desde el pasado. Nos queda su huella, su herida al aire. Es posible que podamos superar alg¨²n d¨ªa una guerra tan cruel como la espa?ola. Pero no es f¨¢cil. Est¨¢ en la lucha pol¨ªtica de a diario, pero tambi¨¦n ejemplifica un enfrentamiento civil, social, econ¨®mico e ideol¨®gico que parti¨® por la mitad un pa¨ªs; en muchas ocasiones, familias. Pero lo que parti¨®, y ah¨ª no caben medias tintas, fue la vida de mucha gente. Es precisamente la vida lo que nos interesa. Lo que tiene el pasado de soplo humano, no de necrofilia ni de ajuste de cuentas. Por eso la justicia s¨®lo puede nacer del conocimiento, de sumar todo lo que sabemos, todo lo que se cuenta, todo lo que se vio y vivi¨®.
Mitos, martirologios, banderas, s¨ªmbolos y discursos pierden su fuerza ante la cruda verdad. Los cuerpos de los muertos, los recuerdos familiares, las im¨¢genes de quienes eran ni?os entonces y vieron desgarrarse sus presuntos para¨ªsos a ra¨ªz de un golpe militar y una resistencia inesperada e insospechada. Entre las fotos de la ¨¦poca, con toda seguridad el material m¨¢s valioso junto a las cartas personales y los expedientes de la represi¨®n, uno descubre la guerra. La guerra en todo su esplendor. El bombardeo sobre los civiles, sobre los lugares cotidianos, sobre la calle y el parque, la puerta del teatro, la iglesia. Y la terquedad de la supervivencia, de la rutina diaria; del comer, crecer, amar. Aquello que el maestro Fern¨¢n-G¨®mez describe con la entereza moral que proporciona el recuerdo juvenil en una sola y sugerente frase: las bicicletas son para el verano.
Los ladrones de bicicletas, entonces, robaban a los pobres para d¨¢rselo a los ricos. Y el atraso moral y social tras cuarenta a?os de victoria no pod¨ªa dejar indiferentes a los que vinieron detr¨¢s. Perder la memoria no tiene nada que ver con perder la guerra. Algunos utilizar¨¢n las deformaciones del tiempo para vendernos guerrillas cotidianas, pero lo que nos interesa es mirar atr¨¢s con los ojos limpios de la lente fotogr¨¢fica. En estas fotos se percibe la mirada humilde de quien se sabe s¨®lo un testigo an¨®nimo de un momento hist¨®rico, un momento para siempre. El Madrid bombardeado, la capital acosada y herida. Las brechas, los socavones, los muros ametrallados, los escombros, el desahucio sobre un paisaje que no nos deja indiferentes porque es el paisaje que conocemos, que pisamos hoy. Aquellas calles son nuestras calles y aquellas casas son nuestras casas. Y muchos de los rostros que apenas entrevemos contienen rasgos de nuestros rostros de hoy. ?C¨®mo no va a merecer la pena detenerse y mirar lo que fuimos si hay en ello tanto de lo que somos?
La deuda es con quien se tom¨® la molestia de dejar constancia. Hacerlo sin firma y posiblemente sin mayor ambici¨®n que la del inventario al despertar de una noche de sirenas y bombardeos, paseos y miserias. Recorrer la ciudad en un coche requisado de la brigada m¨®vil de transporte, con un carn¨¦ de fot¨®grafo, en busca de lo que queda en pie o de lo que ha sido arrasado, y seguramente hacia el mediod¨ªa buscarse el comedor o el taller donde sirvan algo caliente. No es la escalera para hacerse con un nombre famoso ni un sitio en la historia de la literatura. Es la vida cotidiana en las condiciones m¨¢s extremas, esa a menudo despreciada forma de hero¨ªsmo. Porque todas las guerras se parecen, y si no d¨ªganme si no ven sombras en estas fotos de hace setenta a?os de las fotos que nos llegan de lugares de Oriente o Centroeuropa hoy mismo.
Sobre un asunto que levanta ampollas cada vez que aparece, que a¨²n quieren capitalizar los due?os de la raz¨®n absoluta frente a la testaruda raz¨®n a r¨¢fagas que nos ofrecen los testimonios, s¨®lo queda una actitud posible. Mirar. Querer ver. Cuando hace 15 a?os cayeron en las manos del fot¨®grafo Jos¨¦ Latova un pu?ado de carretes sin positivar, pasto de las termitas del olvido, s¨®lo era posible mirar. Rescatar uno a uno los negativos, pasarlos por la escaneadora antes de que se convirtieran en polvo. Y entonces llega el asombro. Junto a amigos historiadores que precisaban datos, nombres propios, fechas, se colocan los ojos de un fot¨®grafo que busca los mismos lugares donde aquellas fotos fueron tomadas y la sorpresa de que la piel de serpiente de una ciudad cambia mucho m¨¢s despacio que sus habitantes. Permanecen edificios, esquinas, calles, fachadas. Y el espanto de la guerra sobre ellos ahora ya en forma de esquirla, desconchado o de cicatrices ocultas. Para recordarnos lo que no queremos que vuelva a suceder. Hay que mirar.
Cuando tuve la fortuna de ver una a una las m¨¢s de 800 fotograf¨ªas que componen este magullado ¨¢lbum sent¨ªa algo parecido a estar delante de una pel¨ªcula emocionante y cercana. La sonrisa forzada, el paisaje roto, la sombra melanc¨®lica de la muerte te part¨ªan el alma. En algunos casos, una veladura parcial, un desenfoque, la lluvia de raspaduras sobre el material te devolv¨ªan al proceso manual de tomar las im¨¢genes convirtiendo el legado en algo profundamente humano. Eso tan complicado que a veces s¨®lo te transmite la humildad del trabajo bien hecho, la m¨¢s absoluta falta de pretensiones catapultada a la eternidad frente a la grandilocuencia muerta y enterrada.
A¨²n no sabemos qui¨¦nes eran estos dos fot¨®grafos que trabajaron juntos, a veces con ligeras variaciones en la angulaci¨®n de sus tomas. Ni qui¨¦n era su ch¨®fer, seguramente adscrito al Ministerio de la Guerra. Los imaginamos compartiendo cigarrillos con cada uno de los trabajadores que se encontraban en la jornada; retratando a alg¨²n comisario pol¨ªtico; buscando una foto ¨²til, bien compuesta, que cuente casi todo sin decir casi nada. Presos de la edad de madurez del arte fotogr¨¢fico, influido por el cine sovi¨¦tico y alem¨¢n, en busca de un valor de composici¨®n absoluto. Saben colocar las figuras y ensalzar el valor del trabajo, el esfuerzo y la organizaci¨®n incluso en las condiciones m¨¢s deleznables. Quieren transmitir que la vida sigue, que los talleres trabajan, que el tranv¨ªa recorre a¨²n la calle, que el escombro del edificio destrozado se amontona en la acera para ser recogido, que los ni?os juegan sobre la tapia que vio m¨¢s de un fusilamiento.
Son fotos capaces de convertir a un hombre con un azad¨®n al hombro en un ser heroico, de alcanzar poes¨ªa en el se?or que repinta su coche, de devolver la grandeza a una imprenta arrasada por las bombas, de herirte con balcones arrancados de cuajo. Son im¨¢genes que recomponen la arquitectura magullada de un tiempo trist¨ªsimo donde todos sonre¨ªan para la foto, con el cigarrillo entre los dedos o en la comisura. ?C¨®mo permanecer ajenos a nosotros mismos?
Trabajan con pel¨ªcula cinematogr¨¢fica; primero, Agfa, y cuando los alemanes zanjan el suministro a la zona republicana se pasan a la Kodak. La recortan para introducirla en su c¨¢mara Contax, la competencia a la Leica 1, que tiene un visor de cuatro mil¨ªmetros de pupila que a un fot¨®grafo no experto le complicar¨ªa mucho el encuadre. Trabajan mayoritariamente con un objetivo de 50 mil¨ªmetros retr¨¢ctil que pueden plegar para guardar en el bolsillo de su chaquet¨®n. Sus fotos no llevan firma, no forman parte de un fondo organizado. Y los que las encuentran tanto tiempo despu¨¦s, ya en nuestros d¨ªas, pelean por saber, porque quieren saber, que un miliciano lee en el peri¨®dico la noticia del asesinato de Lorca, o que el edificio del esquinazo que una bomba ha destripado es la Casa de las Flores, o que los bajos del hotel Palace donde se hab¨ªa instalado el hospital de sangre guarda el almac¨¦n de repuestos para veh¨ªculos, o que la iglesia del Buen Suceso no fue siempre ese aborto futuroide, o que el hotel Savoy era castigado a diario porque hospedaba a los pilotos de aviaci¨®n. En fin, la guerra.
Mirar estas fotos y no sentir una punzada de dolor es ser incapaz de hacer el ejercicio de viaje en el tiempo que proponen. Nos ir¨ªa mejor si fu¨¦ramos capaces de asomarnos a ese pasado tan poco glorioso con los ojos listos para ver y no tanto para dictar sentencias que aplaudan los fieles. D¨ªganme los que a¨²n escudan tras "es mejor no remover el pasado" su comodidad con las estatuas ecuestres y el santoral oficial, si no merece la pena echar un vistazo a lo cierto, dejarse transportar a los a?os en que vivir en Madrid era sencillamente sobrevivir. A nosotros nos toca, como titul¨® Ignacio Mart¨ªnez de Pis¨®n su estupendo libro, "enterrar a los muertos". Para ello hace falta reconocer los cad¨¢veres; rescatarlos de cunetas, olvidos e injusticias, y tener m¨¢s ganas de trabajar que de sentar c¨¢tedras. Mirar a los ojos del pasado, ese pasado presente en los detalles m¨¢s fr¨¢giles y laterales de estas fotograf¨ªas, y comprender que, por m¨¢s que quieras mirar hacia otro lado, el pasado siempre est¨¢ ah¨ª, es eso, fuimos eso. Qu¨¦ terca es la historia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.