Coplas a la muerte de nuestro antepasado el taxi
No voy a recomendar aqu¨ª que recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando c¨®mo se pasa la vida. Ni mucho menos, estando en las fechas que estamos, hablarles de c¨®mo se viene la muerte tan callando, y cu¨¢n presto se va el placer. Tampoco dir¨¦, para que no se me tenga por un nost¨¢lgico del antiguo r¨¦gimen, que cualquier tiempo pasado fue mejor. Ahora bien, la otra tarde no tuve m¨¢s remedio que ponerme a recordar la segunda estrofa de las Coplas de Jorge Manrique, con estos versos siguientes a los que acabo de glosar y donde se dice que, si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por pasado.
Estaba yo en Conde de Pe?alver esquina Lista, un lugar no exactamente perif¨¦rico, y a una hora que m¨¢s que punta era valle: la una menos cuarto del mediod¨ªa. Podr¨ªa haber ido al sitio al que me dirig¨ªa a pie, pero iba cargado, y me puse a esperar taxi; aclaro que tampoco respecto a la Navidad era una fecha cima, sino, a lo sumo, hondonada. Es decir, que no trataba yo de encontrar taxi en la Gran V¨ªa y a la populosa hora de las dos y media de la madrugada o en Callao una tarde de v¨ªsperas de las ¨²ltimas compras navide?as. Y me entr¨® el llanto (en un sentido figurado), la bilis negra, la gana de ponerme elegiaco.
Despu¨¦s de tus tiendas de barrio favoritas, despu¨¦s de los cines Azul o Duplex, despu¨¦s del bar de copas del Balmoral, despu¨¦s de tantas y tantas cosas que hac¨ªan la vida cotidiana m¨¢s llevadera, ahora le llega el turno al taxi. Por la tarde, por la ma?ana, en d¨ªas laborables o festivos, llueva o haga sol, sea puente o jornada fluvial corriente, el taxi ha desaparecido de las comodidades del madrile?o. Y la madrile?a.
Lo c¨®modo, en nuestro caso, ser¨ªa descargar la ira por esta desaparici¨®n al ayuntamiento, pues nada alivia m¨¢s -desde el Renacimiento hasta nuestros d¨ªas- que culpar al porco governo de los males del mundo. Gallard¨®n es responsable de muchos desaguisados que hacen ¨¢spera nuestra vida municipal, pero me temo que ni siquiera ¨¦l tiene la culpa de que el taxi se haya convertido en Madrid no s¨®lo en un producto de lujo sino en una especie en v¨ªas de extinci¨®n, como el esturi¨®n del Guadalquivir que un d¨ªa m¨ªtico, no vivido por casi ninguno de nosotros, produc¨ªa un caviar tan bueno como el iran¨ª. La culpa en este caso es de los taxistas y sus organizadas cofrad¨ªas, mutuas, gremios, confederaciones y dem¨¢s redes no voy a decir que mafiosas. No contentos con obtener del pusil¨¢nime Ayuntamiento -empleando el chantaje- una subida de tarifas escandalosa, que en las noches del fin de semana se convierte en algo similar al precio de un vuelo transoce¨¢nico, los taxistas sostienen que los 15.546 taxis que hay en Madrid son suficientes para los que tenemos o ten¨ªamos el h¨¢bito de usarlos.
Evitar¨¦ entrar en una guerra de cifras, pues me basta observar los efectos de devastaci¨®n en el campo de batalla donde me muevo: las calles de Madrid, a casi todas horas privadas de ese servicio p¨²blico. Entonces qu¨¦ pasa, ?es que los se?ores taxistas (y he encontrado en mi larga vida de usuario conductores amables, cultos, muy competentes) s¨®lo quieren fastidiar? Por supuesto que no. Ellos, tambi¨¦n ellos, y por qu¨¦ no, viven mejor que antes, ganan m¨¢s, quieren tener m¨¢s ocio e irse a Alicante en los puentes, y sus hijos, en vez de pasar las mon¨®tonas horas al volante, estudian inform¨¢tica. Lo propio de un pa¨ªs pr¨®spero al que llegan de medio mundo emigrantes deseosos de nuestras migajas. El taxi ya no es para el que lo trabajaba.
?Y para qui¨¦n, si no? En Madrid pasar¨¢ lo que pasa en muchas grandes capitales del mundo occidental, y sobre todo en Nueva York, donde las antiguas fratr¨ªas de taxistas irlandeses fueron dejando el negocio por las mismas razones, hasta que apareci¨® una segunda generaci¨®n de ucranios y moldavos. Casi ninguno hablaba ingl¨¦s, su conducci¨®n era a veces un poco esteparia, y, como muchos acababan de llegar a la Gran Manzana, las direcciones casi nunca les sonaban. Tambi¨¦n florec¨ªa la pirater¨ªa, unos veh¨ªculos de tapicer¨ªa floreada que se ofrec¨ªan a llevarte a tu destino por menos precio: el top manta del taxi.
Hay por tanto que dejar tiempo a nuestros nuevos vecinos de Quito o de Er-Rachidia, de Bucarest o Dakar, para que vayan haci¨¦ndose al callejero de Madrid y en unos a?os dispongamos de nuevo del servicio, sin tener que entonar, como hace Manrique, un desolado final en el que lo perdido s¨®lo halla consuelo en la memoria.
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