Los detractores de la Cidade da Cultura
Resulta pat¨¦tica la vehemencia de los detractores actuales de la Cidade da Cultura. Es de una gran l¨¢stima patri¨®tica que no hubiesen gastado la misma energ¨ªa para impedir que arrancase el proyecto. La iniciativa, parece ser que una opci¨®n personal¨ªsima de Manuel Fraga, constituye una acto desp¨®tico y megal¨®mano, enfermo gen¨¦ticamente de exageraci¨®n e hipertrofia. A partir de ah¨ª y, por si fuese poco, el Gobierno actual se enfrenta a unos hechos consumados: tres de los edificios ya estaban en fase final de construcci¨®n y otros dos fueron adjudicados con nocturnidad y alevos¨ªa durante el per¨ªodo "en funciones" del Gobierno anterior.
El Parlamento de Galicia deber¨ªa arbitrar medidas que impidiesen la toma de decisiones irreversibles en ese tiempo que va entre la celebraci¨®n de elecciones y la toma de posesi¨®n del nuevo gobierno salido de las urnas. ?C¨®mo nos hubiese quedado el cuerpo a la ciudadan¨ªa si la Xunta hubiese decidido limitarse a pagar las facturas y dejar los edificios a criar toxos? Tampoco parece ecu¨¢nime ese discurso de agravio comparativo al esgrimir ese dinero como panacea y soluci¨®n a todos los problemas estructurales de Galicia. Yo he percibido esa comparaci¨®n presupuestaria con las listas de espera de la sanidad o con la cuesti¨®n de la deslocalizaci¨®n de las empresas por aumento de los costes laborales. Ese esquema de pensamiento es muy propio cuando se habla de gastos militares, pero las diferencias est¨¢n en que cuando se discuten los gastos militares, ¨¦stos a¨²n no han sido ejecutados y en que la guerra es siempre algo moralmente condenable. No as¨ª la cultura y sus presupuestos, que cualquier sociedad moderna concibe tambi¨¦n como una necesidad estructural.
Me queda la duda -no dispongo de los datos jur¨ªdicos- de si la Xunta actual, igual que negoci¨® una moratoria de un a?o con las empresas constructoras de los edificios no iniciados, hubiese podido negociar con esas empresas la anulaci¨®n de los contratos mediante indemnizaciones por el lucro cesante. Se hubiese conseguido as¨ª redimensionar el proyecto, pues insisto en que su hipertrofia gen¨¦tica es el mayor problema.
Fuera de eso, por err¨¢tico que pueda parecer, el proceder de la Xunta me parece ejemplar y mod¨¦lico de una gesti¨®n democr¨¢tica. Desde la Conseller¨ªa de Cultura se consult¨® al Consello da Cultura, al Museo do Pobo Galego, se constituy¨® un Consello asesor y se los hizo confluir a todos en un foro, del que salieron, no pod¨ªa ser de otra forma, indicaciones de lo que no deb¨ªa ser el proyecto, toda vez que los convocados no ¨¦ramos especialistas en muse¨ªstica, sino agentes culturales de diferentes pr¨¢cticas de la creaci¨®n y de la industria cultural.
Por eso, por decepcionantes que pudieran ser las conclusiones de ese foro, el propio procedimiento supuso un profil¨¢ctico ejercicio de reflexi¨®n y diagn¨®stico de las necesidades culturales del pa¨ªs o, lo que es lo mismo, un ideario dibujado por los propios agentes culturales de c¨®mo gestionar el dinero de la cultura, coincidiendo todos en que la Cidade da Cultura no debe fagocitar todo el Presupuesto, no debe centralizar en Compostela todos los esfuerzos culturales y debe perfilar su propio modelo de gesti¨®n que permita autofinanciar una parte del funcionamiento del complejo, aglutinando, desde la titularidad p¨²blica, otros esfuerzos privados de promoci¨®n cultural.
En la medida en que se puedan superar los defectos de origen del proyecto y esta sensaci¨®n de mal menor, la Cidade da Cultura puede constituir una gran oportunidad para el acceso a las grandes manifestaciones culturales de la ciudadan¨ªa, un elemento dinamizador del turismo cultural que paganice definitivamente la tradici¨®n jacobea y una oportunidad para las industrias culturales gallegas de ense?arse y ponerse en relaci¨®n con el mundo.
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