Recuento
Dos semanas despu¨¦s del atentado de Barajas, queda poco por decir sobre el regreso de los cr¨ªmenes terroristas y sus consecuencias sobre la situaci¨®n pol¨ªtica en Espa?a. No s¨®lo se han utilizado todos los argumentos imaginables y hasta inimaginables, sino tambi¨¦n la m¨¢s completa gama de adjetivos y de insultos, sea aplic¨¢ndolos a las decisiones de la oposici¨®n o del Gobierno. Cuando el estruendo alcanza unas proporciones como la de estos d¨ªas, hasta el punto de que cualquier fecha parece destinada a convertirse en v¨ªspera de algo, se suelen perder de vista las evidencias m¨¢s elementales, que son las que conviene atender porque son, a fin de cuentas, las que marcar¨¢n el curso de lo que pase.
As¨ª, ?alguien se ha parado a pensar que nada de lo que se vive en el plano pol¨ªtico, nada en esta exhibici¨®n de gestos airados y descomunales, nada en esta competici¨®n de incendiarios con la boca en llamas permanentemente conectada a los micr¨®fonos, es inevitable? ?Alguien se ha molestado en constatar que el aterrador panorama que tantos se complacen en describir no es el que se desarrolla ante sus ojos, sino el que se ha instalado en su desaforada imaginaci¨®n, cebada por ese obtuso mecanismo que consiste en pronosticar cat¨¢strofes para, acto seguido, ofrecer la salvaci¨®n? Unos asesinos han volado el aparcamiento de un aeropuerto, que dentro de poco volver¨¢ a estar como antes, y han quitado la vida a dos trabajadores ecuatorianos, un crimen que ya nada ni nadie podr¨¢ reparar, pero del que no pasar¨¢ mucho tiempo antes de que sus autores tengan que enfrentarse a la justicia.
?ste es el recuento estricto de lo que ha pasado, y todo lo que suceda m¨¢s all¨¢ de estos hechos tr¨¢gicos, y de la respuesta que dar¨¢ el Estado de derecho, depende de lo que se sepa o se quiera hacer. Como hechos, como evidencias, se agotan en s¨ª mismos. Como indecente carnaza pol¨ªtica, pueden provocar que en un tiempo breve se eche por la borda una voluntad de convivencia que ha resistido embates tanto o m¨¢s duros que ¨¦stos.
La unidad de los dem¨®cratas que se reclama desde tantos frentes no es el nuevo plan contra el terrorismo, y ¨¦sta es otra de las evidencias que ha quedado sepultada por el enardecido coro de voces que ha seguido al atentado. La unidad de los dem¨®cratas es y ha sido siempre la condici¨®n imprescindible para evitar cualquier avance de los terroristas, incluso en aquellos casos en los que los Gobiernos salidos de las urnas han cometido errores. Precisamente lo que ha permitido ensayar estrategias distintas era la certeza de que, en cualquier caso, se acertara o no, la extorsi¨®n y el crimen nunca encontrar¨ªan una fisura por la que dotarse de aquello que m¨¢s desean sus autores, que es darles un sentido pol¨ªtico.
Algunas estrategias fueron acertadas, y la prueba es que el sistema democr¨¢tico sobrevivi¨® a su prueba m¨¢s dif¨ªcil, que fue conjurar la provocaci¨®n de los terroristas a una parte del Ej¨¦rcito que, en aquel entonces, se cre¨ªa legitimado para intervenir en los asuntos de Gobierno. Otras estrategias representaron, en cambio, un grave retroceso. Pero incluso en estos casos, el retroceso se acentu¨® cuando, al error inmoral de la guerra sucia, se sum¨® la ruptura de la unidad de los dem¨®cratas, a?os despu¨¦s de que la guerra sucia hubiese terminado.
Pocas veces se ha advertido que la estrategia de asesinar a cargos electos adoptada por los terroristas obedec¨ªa, parad¨®jicamente, a un triunfo indiscutible del sistema democr¨¢tico. Puesto que lleg¨® un momento en que su voluntad de acabar con las instituciones no pod¨ªa contar ya con utilizar a su favor ninguna pulsi¨®n golpista, entonces intentaron provocar la divisi¨®n entre partidos, asesinando a sus l¨ªderes. En el a?o 1981, los terroristas estuvieron a punto de salirse con la suya. Su sensaci¨®n, hoy, debe de ser que su estrategia no lleva mal camino.
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