La paz, ?el sue?o de una noche de verano?
La bomba de Barajas ha sorprendido dolorosamente a casi todo el mundo, incluidos algunos dirigentes de Batasuna, si damos fe a sus declaraciones. Llev¨¢bamos m¨¢s de tres a?os sin muertos. La atm¨®sfera pol¨ªtica de Euskadi se hab¨ªa vuelto m¨¢s respirable, hab¨ªa llegado a parecer casi imposible que ETA repitiese horrores que se daban ya por terminados. El presidente Rodr¨ªguez Zapatero, lanzaba mensajes que animaban a la esperanza. ?Acaso el proceso de paz fue s¨®lo el sue?o de una noche de verano?
El 11-M, con sus consecuencias monstruosas hab¨ªa como desplazado al terrorismo de ETA. Fue algo tan brutal que pudo influir hasta el n¨²cleo dirigente de ¨¦sta, precipitando una reflexi¨®n sobre la flagrante inutilidad de estos m¨¦todos. Yo soy de los que piensan que en el momento de la declaraci¨®n del "alto el fuego permanente", por lo menos los dirigentes que la tomaron cre¨ªan en la necesidad de la paz negociada y hab¨ªan llegado a la conclusi¨®n de que la t¨¢ctica seguida hasta entonces hab¨ªa desembocado en un callej¨®n sin salida. Creo que Otegi en Anoeta expresaba un deseo real de encajar al movimiento abertzale en el juego democr¨¢tico. La din¨¢mica de quienes pose¨ªan voluntad de ser un partido electoral aunque hubiera nacido como el brazo pol¨ªtico de una organizaci¨®n terrorista, ten¨ªa que llevarles cualquiera que fuese su pasado, a la convicci¨®n de que en uno u otro momento, en una sociedad democr¨¢tica ser¨ªa imposible armonizar ambas t¨¢cticas: la lucha por el sufragio y el terror. En un movimiento de las caracter¨ªsticas del abertzale, con una importante base social, pero en cuyo desarrollo la estructura terrorista tuvo un papel dominante, deb¨ªa llegar un momento en que el estancamiento por la esterilidad de la f¨®rmula plantease a los dirigentes m¨¢s realistas la necesidad de optar entre las dos t¨¢cticas. Y era natural que en el momento de plantearse esa opci¨®n surgiera una grave crisis en todo el movimiento.
A veces tengo la duda de si la negociaci¨®n se llev¨® pensando que ETA es como un partido pol¨ªtico corriente y si no subestimaron las complejidades propias de una organizaci¨®n terrorista clandestina. Un partido pol¨ªtico corriente puede disolverse f¨¢cilmente, con una simple decisi¨®n de su direcci¨®n. Sus miembros pueden hacer dos cosas: quedarse en su casa o acercarse a otro de los partidos existentes.
Pero una organizaci¨®n como ETA es algo muy distinto. Se trata de varios centenares -cuando menos- de personas organizadas en comandos, con diversas funciones dedicados a organizar y realizar atentados. La mayor parte, por lo menos la m¨¢s decisiva, se convierten en profesionales que viven fuera de la ley, a veces hasta con su familia. Las condiciones de tal g¨¦nero de existencia les llevan a crearse un mundo propio, alejado del real, un mundo de ficciones y quimeras, que se alimenta de ¨¦stas y termina perdiendo todo contacto con la realidad. El hombre cuyo trabajo consiste en preparar atentados, aunque en el pasado haya tenido inquietudes pol¨ªticas, termina perdi¨¦ndolas, obsesionado por la disciplina a que fuerza una labor que exige concentrar su pensamiento en la obsesiva necesidad de mantener su propia seguridad, de autoprotegerse frente a la sociedad y los servicios de polic¨ªa que le acechan permanentemente. Y hay terroristas que se acostumbran a vivir as¨ª, hasta el d¨ªa en que fatalmente terminan cayendo.
La direcci¨®n de una organizaci¨®n as¨ª, que llega a comprender el sinsentido de su existencia y hasta a hacer p¨²blica su voluntad de abandonar el camino anterior, tiene por delante un duro trabajo: convencer a esos cientos de clandestinos que se han acostumbrado a un g¨¦nero de vida nada f¨¢cil de cambiar. Puede tropezar hasta con grupos de la organizaci¨®n que le acusen de traici¨®n. Hasta puede correr el riesgo de que las pistolas se vuelvan contra ella.
Adem¨¢s, ETA soporta la presi¨®n de centenares de presos, condenados a largas penas que a veces, en las c¨¢rceles, aislados, lejos de sus familiares y vecinos, perpet¨²an ese mundo aparte, de ficci¨®n. Y cuando no tienen esperanza de liberarse pueden ser m¨¢s extremistas que nadie y exigir que la organizaci¨®n en la calle siga atentando. Y no nos enga?emos, el ciudadano corriente puede considerarles criminales, pero ellos en su mundo, se consideran h¨¦roes y m¨¢rtires de una causa incomprendida y suscorreligionarios pueden considerarles tambi¨¦n as¨ª.
Yo dudo de que todos los que han mediado en esta situaci¨®n hayan tenido una concepci¨®n clara de lo que se tra¨ªan entre manos y de que disolver una organizaci¨®n como ETA plantea problemas muy complejos que hay que abordar desde fuera con unas dosis de generosidad muy grandes.
Desgraciadamente, ni el Partido Popular ni la AVT estaban por la labor. Desde el primer d¨ªa combatieron la negociaci¨®n con todas las armas posibles e intentaron convertir el tema del terrorismo en un pretexto m¨¢s para minar el prestigio y la autoridad del presidente Rodr¨ªguez Zapatero, influyendo incluso con su actitud en el comportamiento de determinados sectores de la Administraci¨®n del Estado. Bajo esta presi¨®n, en el periodo de la negociaci¨®n se reforzaron las medidas represivas fortaleciendo objetivamente a los que dentro de ETA se inclinaban a mantener el terror. En cualquier caso, estas actitudes debilitaban la posici¨®n del Gobierno y, conscientes de ello, los negociadores etarras pudieron cometer el error de creer que pod¨ªan exigir lo imposible. Sea como sea, lo que resulta indignante es que haya gente que se dice de orden que ha recibido la bomba de Barajas casi como un ¨¦xito propio y un fracaso del Gobierno, aprovechando el desastre para reclamar jubilosamente la dimisi¨®n de Rodr¨ªguez Zapatero.
Hoy todos los dem¨®cratas estamos consternados ante los cad¨¢veres de dos inocentes inmigrantes ecuatorianos, que buscando el bienestar en nuestro pa¨ªs han hallado una muerte ciega y criminal que llena de luto a todos los ciudadanos espa?oles e invita a la solidaridad con los inmigrantes, que por compartir todo con nosotros, comparten tambi¨¦n las consecuencias de nuestras luchas tribales.
De esta desgracia hay unos responsables directos, indudables, para los que no sirve ninguna justificaci¨®n: los etarras que han decidido, o llevado a cabo el atentado. Ellos han roto el alto el fuego, la negociaci¨®n. Y en cierto modo nos han retrocedido al pasado, a la situaci¨®n que ten¨ªamos hace m¨¢s de tres a?os. Algunos cre¨ªan que ETA estaba ya en las ¨²ltimas y no pod¨ªa volver a matar. Y acusaban a Rodr¨ªguez Zapatero de rendirse ante ella, cuando al parecer bastaba con los tribunales y la polic¨ªa para conseguir su disoluci¨®n. Desgraciadamente, se ha comprobado que ETA puede seguir matando, puede seguir desestabilizando nuestra democracia.
?Hay acaso alguien que gane con esta cat¨¢strofe? Nadie en absoluto. Perdemos todos, aunque algunos se hagan de momento la ilusi¨®n de que esto puede ayudar a su retorno al Poder. Pierde tambi¨¦n la izquierda abertzale, a quien vuelven a cerr¨¢rseles las perspectivas de competir por sus ideas en el terreno democr¨¢tico. Lo veo dif¨ªcil porque har¨ªa falta mucha inteligencia pol¨ªtica y mucho coraje para hacerlo, en una hora en que se endurecen las posiciones y el orgullo y el amor propio puede dar paso f¨¢cilmente al empecinamiento.
Hemos perdido todos; seguimos amenazados por el terrorismo. Las bombas y las pistolas aparecen de nuevo. Lo elemental frente al peligro es que nos unamos y que confiemos al Gobierno la direcci¨®n de la lucha antiterrorista. Es indudable que el terrorismo no podr¨¢ vencer nunca al Estado democr¨¢tico y que siempre se estrellar¨¢ frente a ¨¦l. Pero no podemos ignorar que cualquier degeneraci¨®n policial es susceptible de poner l¨ªmites a los derechos y la libertad de los ciudadanos. Cuando el se?or Acebes habla de que ¨¦l sabe c¨®mo vencer a los terroristas, olvida al parecer que Espa?a sufri¨® el mayor atentado de ese g¨¦nero siendo ¨¦l ministro del Interior y que ni fue capaz de evitarlo ni siquiera se enter¨® de d¨®nde ven¨ªa el golpe. Vencer al terrorismo es curar una enfermedad social contra la cual no basta la fuerza: adem¨¢s -y sobre todo- es necesaria la inteligencia pol¨ªtica.
A estas alturas tenemos que constatar que el Estado de derecho, e incluso la unidad de las fuerzas pol¨ªticas estatales -que fue efectiva hasta que el PP, desmarc¨¢ndose del resto del arco parlamentario, rompi¨® el consenso-, no bastan para poner fin al terrorismo. En treinta a?os hemos podido comprobar que afirmar lo contrario es una pura ilusi¨®n. A despecho de la intransigencia de la direcci¨®n del PP, yo pienso que hoy lo prioritario para lograr el fin del terrorismo en Euskadi es mantener las coincidencias alcanzadas entre el Gobierno y el nacionalismo democr¨¢tico vasco. Por duro que sea lo sucedido y manteniendo la autoridad del Estado, no debemos cerrarnos ning¨²n camino. Y si es verdad que el presidente Rodr¨ªguez Zapatero ha asumido riesgos, no lo es menos que el se?or Rajoy se enfrenta a la prueba de mostrar que es digno de dirigir un partido conservador democr¨¢tico de tipo europeo.
Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, es comentarista pol¨ªtico.
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