Belle & Sebastian
Esta columna comenz¨® en la noche de Reyes. ?bamos al concierto de Fangoria y Pet Shop Boys, que actuaban, junto con Pastora y Nancys Rubias, en la primera edici¨®n del Cee'd Winter Festival. Acababa de terminar la Cabalgata de los Magos y, entre Alcal¨¢ y Gran V¨ªa, unos altavoces de camuflaje, digo, perfectamente camuflados, emit¨ªan m¨²sica de Vivaldi. Las notas barrocas encadenaban su brillo al de unas elegantes luces navide?as que se entremezclaban en guirnaldas con las ramas desnudas de las reliquias, digo, de los ¨¢rboles. Al fondo, el Palacio de Comunicaciones, resplandeciente bajo el reflejo de coloristas haces de luz l¨¢ser, se dir¨ªa sacado de un cuento chino, digo, de hadas. No podr¨ªa asegurarlo, pero me creo capaz de recordar que la estampa iba soberbiamente adornada con una impecable luna llena. Puede que sean cosas de mi imaginaci¨®n fraudulenta, digo, calenturienta; el caso es que la cara de la luna, sonriente, autocomplacida, semejaba la de Belle. La de Gallard¨®n, digo. Es tan reconocible, su cara, que no se nos despista.
Con la cara de Belle, de Gallard¨®n, nos pasaba lo contrario que con la cara de Sebastian. La de Sebasti¨¢n, digo. A Sebastian le faltaba la tilde que pusiera el acento en el lugar adecuado para conformar el rasgo, el signo de identidad gramatical imprescindible a un rostro. Sin ella, sin la tilde, Sebastian se nos desdibujaba, nos sum¨ªa en el despiste. Cuando salimos del Palacio de Deportes, despu¨¦s de un concierto donde qued¨® claro que Fangoria son y ser¨¢n modernos eternos as¨ª como Pet Shop Boys fueron y son eternos cl¨¢sicos, decidimos volver caminando, calle de Alcal¨¢ abajo, en direcci¨®n de nuevo a Gran V¨ªa. Nada cambiaba desde la perspectiva inversa: Belle segu¨ªa sonriendo con disneylandesca ubicuidad desde su cara de luna improbable y a Sebastian le segu¨ªa faltando la puntuaci¨®n necesaria para ser, para estar, para parecer alguien, para aparecer. Como sigan sin poner el acento en el pobre Sebastian, comentamos, este Belle se lleva las elecciones de calle, a r¨¢fagas de noche en blanco y fuegos de artificio. Sin rastro de Sebasti¨¢n, los madrile?os son capaces en mayo de olvidar las obras fara¨®nicas, el endeudamiento innecesario, el enfermizo arboricidio: lo que ¨¦l llama "embellecer la ciudad". Porque con Belle es todo tan hermoso... nos dijimos principescamente, cual gatos pardos. No niego que fu¨¦ramos estimulados por los efluvios del baile y de los buenos humos, por los efectos del mini de gin-tonic por el que la empresa Arturo, contratada en el Palacio de Deportes, a tal efecto, nos sopl¨® 16 euros. Diecis¨¦is euros, s¨ª, y en vasote de pl¨¢stico y sin rajita de lim¨®n, como mandan los c¨¢nones del mini. Es todo tan palaciego... acertamos a pronunciar, dado que hab¨ªamos alcanzado de nuevo la altura del de Correos.
Una semana m¨¢s tarde, le vimos la tilde a Sebastian, al candidato Sebasti¨¢n, digo, mientras que sobre Belle cay¨® un negro tel¨®n que imped¨ªa ver a Gallard¨®n, alcalde de atrezo. Al candidato Sebasti¨¢n le vimos la cara en la manifestaci¨®n por la paz y contra el terrorismo, y mira que era dif¨ªcil reconocerle; al alcalde Gallard¨®n, no, que mira que tiene una cara f¨¢cil. Y eso s¨ª que no, Belle, ni por Vivaldi. Del atrezo que embellece una ciudad, lo m¨¢s hermoso ha de ser su defensa de la paz, su condena del terrorismo, la solidaridad con las v¨ªctimas, as¨ª sean "negritos", Belle, "inmigrantes domesticados", como les llaman en las tertulias radiof¨®nicas de esa emisora que defiende a los tuyos, aunque no, por cierto, a ti. Un alcalde, Belle, se debe a su ciudad. Y ese deber, Belle, es su ¨²nica y completa libertad. ?D¨®nde estaba, Belle, tu libertad? ?Ni siquiera la encontraste una vez escrita en la pancarta a petici¨®n de los tuyos? No, Belle, un alcalde no puede abandonar a los ciudadanos, que son los suyos por definici¨®n. Porque, adem¨¢s, Belle, puede que en mayo hagan memoria: que se hayan olvidado de tu cara y recuerden la de Sebasti¨¢n.
Bien es verdad que para ello, para recordar la calidad de rostro que la tilde de un gesto puso en la gram¨¢tica de Sebastian, ser¨ªa, no ya bueno, imprescindible y justo, que ¨¦l mismo, su propio partido y los medios, m¨¢xime si son esto que se llama afines, empezaran a poner el acento en Sebasti¨¢n. No vaya a ser que, a pesar de estos pesares y este tel¨®n suspendido, se nos escape la tilde, y que un marzo ventoso y un abril lluvioso nos saquen un mayo florido y hermoso.
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