De manifestante a espectador
"YA TENGO mi mundo montado, pero esto de la ¨®pera ser¨ªa una de las cosas a las que no me costar¨ªa engancharme", confiesa el director de Comediants. Joan Font revela, sin embargo, que al inicio de la d¨¦cada de 1970 se situ¨®, sin ambages, a favor de las campa?as contra el Liceo de Barcelona. "Casi era de los que iba frente al teatro los d¨ªas de funci¨®n para tirar huevos al p¨²blico que entraba. No lo oculto. Para m¨ª era un mundo de engre¨ªdos al que hab¨ªa que combatir", relata.
El combate ces¨® muy pronto. Un director teatral como ¨¦l, Josep Montany¨¨s, con el que trabaj¨® como ayudante al comienzo de su carrera, le convenci¨® de que los espect¨¢culos oper¨ªsticos que hac¨ªan en el Liceo no eran para engre¨ªdos. Le regal¨® entradas para la ¨®pera y a partir de ese momento pas¨® de opositor a espectador. "Desde entonces, hace ya m¨¢s de tres d¨¦cadas, he ido frecuentemente al teatro, pero como profesional siempre pens¨¦ que no era mi mundo". Pero la oferta en 1999 de dirigir La flauta m¨¢gica cambi¨® eso.
"Dije que s¨ª porque me ofrec¨ªa algo que no es habitual en lo que yo hago: el marco", asegura Font. "Mis espect¨¢culos como Comediants son producto de historias que me invento, en la ¨®pera, en cambio, la historia ya existe y la m¨²sica ya no es el acompa?amiento como sucede en el teatro; es la base que lo condiciona todo. Mi misi¨®n es saber entrar en esa m¨²sica e interpretarla. El texto es s¨®lo para darle sentido, coherencia dram¨¢tica de cara al espectador, aunque la m¨²sica por s¨ª sola ya la tiene, pero eso ayuda a concretarla. Y de ah¨ª no te puedes mover. Para m¨ª, que jam¨¢s me siento tranquilo en la preparaci¨®n de un nuevo espect¨¢culo de Comediants, es una sensaci¨®n maravillosa. Sabes como empieza la obra y como termina y la misi¨®n consiste en centrarse en explicarlo todo bien. No existe la obligaci¨®n de inventar historias, s¨®lo debo inventarme la lectura de la historia que ya existe y hacerlo bien".
Asegura el director de Comediants que aparte de esto y de convencer a los cantantes de que hagan lo que ¨¦l quiere, el resto es un placer. "Al menos para alguien como yo acostumbrado a mover hasta 700 personas en un solo espect¨¢culo", concluye.
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