Esto es un flechazo
El pianista Maurizio Pollini dirige la Orquesta Sinf¨®nica de Galicia con m¨²sica de Mozart
Maurizio Pollini (Mil¨¢n, 1942), uno de los mitos del pianismo moderno, se ha enamorado de una orquesta espa?ola: la Sinf¨®nica de Galicia. Eso s¨ª, los gallegos deben compartir amante con la Filarm¨®nica de Viena, la otra formaci¨®n con la que Pollini se muestra, muy de vez en cuando tambi¨¦n, como solista y director. El flechazo surgi¨® hace dos temporadas, cuando el maestro acept¨® la invitaci¨®n a dirigir en A Coru?a. El primer encuentro tuvo lugar el 12 de marzo de 2004, un d¨ªa despu¨¦s del atentado terrorista de Madrid, y Pollini lo recuerda como "una enorme situaci¨®n de angustia vivida con la orquesta, con dudas sobre si celebrar o no el concierto hasta que, finalmente, y con el ¨¢nimo lleno de tristeza, decidimos seguir adelante".
Pollini ha vuelto esta semana con la Sinf¨®nica de Galicia, el mi¨¦rcoles en su sede coru?esa y ayer en el Auditorio de Zaragoza, con un programa dedicado a Mozart, el ¨²nico compositor capaz de animarle a asumir la doble prestaci¨®n, aunque su debut como director lo hiciera en el Festival de P¨¦saro de 1982 con La Donna del Lago de Rossini. Hace de eso un cuarto de siglo, pero por esas raras conexiones del coraz¨®n el arranque orquestal del Concierto n¨²mero 12 recordaba estos d¨ªas a Rossini, quiz¨¢ porque el concertino de la Sinf¨®nica de Galicia -uno de los grandes lujos de la que es la mejor orquesta espa?ola- era otra vez su compatriota Massimo Spadano, un m¨²sico que es un seguro de vida para cualquiera. M¨¢s a¨²n para un pianista doblado en funciones de director que da a la orquesta m¨¢s aliento espiritual que control f¨ªsico.
Se parte de la impresi¨®n de tener delante a un genio y eso galvaniza al m¨¢s perezoso, pero la m¨²sica hay que hacerla, tiene que salir. Y en eso la tarea de Spadano resultaba a todas luces decisiva para que del complejo se pasara al orgullo y todo estuviera no ya en su sitio, sino muy cerca del ideal. Hubo un ejemplo se?ero en la intervenci¨®n de las maderas en el tiempo lento del Concierto n¨²mero 24, como para no ser menos que en Viena -?recuerdan en el Concierto de A?o Nuevo la Evocaci¨®n de Ernst de Johann Strauss padre? Bueno, pues por el estilo-.
El Pollini director es hombre de poca variedad gestual, se pone de pie frente al teclado cuando cuadra y casi no da indicaciones, matiza alguna din¨¢mica, enfatiza con un buen pisot¨®n los momentos de mayor intensidad y canturrea sin parar. Para su minigira espa?ola se ha tra¨ªdo dos pianos -es hombre que suele viajar con el instrumento y, a menudo, con su afinador exclusivo-, uno diferente para cada uno de los dos conciertos mozartianos -por cierto, con las cadenzas de un autor de hoy: Salvatore Sciarrino- que inclu¨ªa cada programa, pues, afirma, son obras que as¨ª lo piden. Pero, ojo, tambi¨¦n sabe dejar su impronta cuando no se acompa?a a s¨ª mismo. Por ejemplo, en una brillante obertura de El rapto en el serrallo y, sobre todo, en la propina, una sensacional de Las bodas de F¨ªgaro que hac¨ªa desear que, por favor, cerrando los ojos, apareciera el protagonista -"Cinque, dieci, venti..."- y sigui¨¦ramos hasta el final.
Se queja Pollini de la cultura en Italia, de los recortes que trajo la era Berlusconi, de lo dif¨ªcil que les resulta a los pol¨ªticos explicarle a la gente la utilidad, no mensurable, de las artes. Cr¨ªtico con Bush, considera que los Estados "deben adoptar una pol¨ªtica que combata eficazmente el terrorismo frente a otra que, al fin, acaba por incrementarlo". Siempre fue el maestro un hombre implicado en las cosas de la pol¨ªtica, un activista que daba conciertos en las f¨¢bricas con su amigo Claudio Abbado cuando los dos eran unos j¨®venes inquietos que estaban cambiando las cosas de la m¨²sica. Hoy la ilusi¨®n es diferente y seguramente se parte de la dificultad para que el mensaje sea universal. Por eso su Mozart es, a la vez, a¨¦reo y terrenal, cl¨¢sico y rom¨¢ntico, reflexivo y compartible. No puede ser el mismo Mozart de hace 30 a?os porque tampoco es el mismo Pollini. Parece m¨¢s bajito, ha acentuado sus andares a pasitos cortos, su espalda se ha encorvado y da una sensaci¨®n de fragilidad que desmiente enseguida ante el piano. Como todo enamorado que se precie, los gallegos le miman. Qu¨¦ suerte tienen.
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