Hundir la palabra en la tierra
El autor del texto analiza y comenta el reciente libro del premio Nobel portugu¨¦s en el que se sumerge en los recuerdos de sus primeros a?os, un viaje inici¨¢tico en el que conscientemente prescinde de adornos y mixtificaciones. Quien recuerda lo hace desde la convicci¨®n de que la propia vida humana es la mayor ficci¨®n posible.
El escritor plantea una psicocartograf¨ªa esencial, en la que funde historia con leyenda emocional
Su prosa transparente crea una mitolog¨ªa literaria saramaguiana y entrega un testamento espiritual sin pretensiones
Si vivir es un r¨ªo, su origen est¨¢ en un manantial. El autor de Las peque?as memorias acude al "poder reconstructor de la memoria" y rescata literariamente recuerdos y experiencias de infancia ?entre los cuatro y los quince a?os?, "lo que nos va haciendo m¨¢s o menos humanos", la ra¨ªz de su condici¨®n como hombre y como escritor. De ah¨ª que, mientras se ejercita en una tarea de excavaci¨®n en sus recuerdos, la arqueolog¨ªa que practica en torno a s¨ª y a su circunstancia, le devuelva la arquitectura de su propia personalidad, recibida desde su propio omphalos. Peque?as memorias, pues, que practican una restauraci¨®n grande en la biograf¨ªa del narrador, mediante una cadena de resurrecciones y se?alamientos expresos, en un relato atomizado y escueto en el que se aporta experiencia y epifan¨ªa, un universo seminal de asombros, sensaciones acumuladas y percepciones despiertas, sobrevenidas entre la idealizaci¨®n y la constataci¨®n de la miseria.
Nada reposa aqu¨ª en la escala de lo may¨²sculo. Vida sola es la que exhuma humilde y adversa, alabanza de lo peque?o y cotidiano, en la expedici¨®n interior que el escritor portugu¨¦s practica retrospectivamente hacia sus primeros pasos. Prescinde de la fantas¨ªa, m¨¢s all¨¢ de la que, en alg¨²n caso, pudiera aportar la rememoraci¨®n fascinada, y elude la alquimia de la literatura. Pero, a estas alturas, pocas dudas caben de que la propia vida humana, en su desnudez fabulosa, es probablemente la mayor ficci¨®n posible.
Comienza por una aldea campesina del Ribatejo portugu¨¦s, Azinhaga, donde naciera, y pronto la penuria expulsara a su familia ?cuando ¨¦l contaba apenas un a?o y medio de edad?, con destino a Lisboa, en la primavera de 1924. Parajes y momentos que le "criaron el cuerpo y el esp¨ªritu", entre la miseria y la intensidad de las emociones primigenias de la infancia. Nadie busque, sin embargo, desolaci¨®n, congoja o sentimiento de p¨¦rdida en la conciencia de Saramago cuando eval¨²a aquel tramo determinante de su traves¨ªa vital, por el que manifiesta declarado apego, en medio de un despliegue de testimonios y episodios de costumbres que acrecientan las p¨¢ginas de la antropolog¨ªa cultural portuguesa de los a?os veinte y treinta.
El universo emocional e idealizado de Zezito -el pre-Saramago ¨ªntimo- perfila su personalidad callada y melanc¨®lica, triste y t¨ªmida, contemplativa, esquiva y apocada. Un ni?o y un preadolescente que se funde con el paisaje originario, y encuentra, en el entorno campesino y en la figura de sus abuelos maternos -Jer¨®nimo y Josefa-, formidables protagonistas, junto a su aldea, de este libro generador de mitolog¨ªas cotidianas, "el hogar supremo, el m¨¢s ¨ªntimo y profundo, la pobr¨ªsima morada de mis abuelos maternos, Josefa y Jer¨®nimo se llamaban, ese m¨¢gico capullo donde s¨¦ que se generaron las metamorfosis decisivas del ni?o y del adolescente", su espacio fundacional.
El poder redentor de la escritura, capaz de proponer una superaci¨®n de la temporalidad y la fragilidad, devuelve al mundo resonancias de personajes sin notificaci¨®n previa, en forma de presencia escrita. La literatura aporta otra forma de existencia, de salvaci¨®n ilusoria, una continuidad ce?ida a la palabra, como la que se practica en Las peque?as memorias restituyendo la presencia en la vida de un pu?ado de seres pr¨®ximos an¨®nimos y de situaciones y lugares engullidos por Cronos. Y mientras dibuja sus rostros humanos en relaci¨®n con su propia vida, esos mismos personajes pr¨®ximos le devuelven al escritor provecto el latido indeclinable de su coraz¨®n.
Pero Saramago recuerda tambi¨¦n al ni?o que fue, ?tan s¨®lo regresaba a Azinhaga en per¨ªodos vacacionales?, desenvolvi¨¦ndose en el ambiente de una Lisboa de barrio humilde y clases urbanas desfavorecidas, miembro de una familia en permanente mudanza, mientras comienza a formarse en diversos colegios e inicia su contacto con las letras, a la vez que se socializa.
Alumbrando las memorias de la vida invisible de su infancia satisface Saramago una deuda moral. Deletreando nombre tras nombre desconocido, da fe de su origen, se expresa contra el olvido y el silencio que tanto ha combatido en su narrativa, al tiempo que retrata su ser sobre la huella interpretada de los que se fueron. Una nueva versi¨®n de su prolongada y d¨²ctil est¨¦tica de la resistencia: reparar las desapariciones, arrojar luz sobre el origen, aportar pervivencia, a trav¨¦s de la palabra, que, vuelta hacia la penumbra del pasado, proyecta presencia hacia el futuro: "No es verdad. El viaje no acaba nunca (?escribi¨® en Viaje a Portugal?). S¨®lo los viajeros acaban. Y estos mismos pueden prolongarse en la memoria, en recuerdo, en narrativa".
La escritura constituye, sin duda, una forma de reparaci¨®n del olvido, un f¨¢rmaco, como suger¨ªa Plat¨®n en el mito de Theuth y Thamus, contra la fugacidad y la condici¨®n ef¨ªmera de lo vivo, la niebla que somos siempre, pero, en particular, en medio del sopor lot¨®fago contempor¨¢neo. El presente de Saramago no cancela el pasado, lo reafirma a trav¨¦s de un permanente ejercicio de memoria, tensi¨®n mayor de su literatura, empe?ada en subvertir los grandes relatos de la Historia y del presente, sugiriendo nuevas perspectivas de an¨¢lisis, protagonistas in¨¦ditos, visiones desestabilizadoras. Y en aquel territorio primero identifica una referencia ¨¦tica intachable: "En aquellas ¨¦pocas y en aquellos lugares, lo que parec¨ªa era, y lo que era, parec¨ªa".
En realidad, el escritor plantea una psicocartograf¨ªa esencial, en la que funde informaci¨®n con sensaciones, historia con leyenda emocional y lugares con personajes revisitados. Hilvana secuencias fragmentadas, discontinuas, respetando el ritmo entrecortado y tornadizo de nuestros recuerdos, porque, al fin y al cabo, eso somos, pedazos de nosotros mismos, adici¨®n sustantiva de par¨¦ntesis, la identidad confusa de un autor m¨²ltiple que canta sus propias letras al tiempo que versiona las canciones de los otros.
La fuerza el¨ªptica del relato memorialista que narra Saramago, renunciando al artificio de la literatura, redunda en la verosimilitud e intensidad vital de su testimonio, que desvela un tiempo tan consistente como desnudo, un viaje inici¨¢tico a un mundo sin adornos, incompatible con la elaboraci¨®n ret¨®rica: "?ramos as¨ª, heridos por dentro, pero duros por fuera". Su prosa transparente, desestilizada, mansa, a punto de desaparecer, en la que afloran tanto gestos ir¨®nicos como discretos simbolismos y pasajes de una delicadeza l¨ªrica conmovedora, alumbrando p¨¢ginas definitivas -las dedicadas a Azinhaga y a sus abuelos-, crea una mitolog¨ªa literaria saramaguiana y entrega un testamento espiritual sin pretensiones, pero ya ineludible para aproximarse a su obra. Saramago recoge una memoria humana, personal, ¨ªntima y, en una operaci¨®n sim¨¦trica, entrega una memoria literaria f¨ªsica, una cartograf¨ªa plenamente acoplada ya a la geograf¨ªa de la literatura portuguesa, que incorpora a su aldea natal, Azinhaga, y enriquece el callejero preexistente de la capital lusa.
En la s¨¦ptima Eleg¨ªa, escribi¨® Rilke: "No cre¨¢is que el destino sea m¨¢s que la densidad de la infancia". Y Saramago lo certifica. Experiencia y escritura surgen del contacto sensible con el mundo y, a la vez, del fondo de Mnem¨®sine, una fuerza activa que integra las voces del mundo, las filtra a trav¨¦s de la subjetividad y acaba por estructurar el devenir y el imaginario personal. La escritura, por su parte, su formidable proyecci¨®n simb¨®lica y persistente, resulta susceptible de proponer una f¨®rmula de reconciliaci¨®n y de continuidad con el hilo trenzado de la historia personal, cuando la palabra se convierte en tierra f¨¦rtil en la que sembrar la amistad del recuerdo, la justicia con lo ¨ªnfimo y desapercibido sobre la que nos levantamos cada d¨ªa. De alg¨²n modo, lo ha dejado escrito Seamus Heaney, en su gran poema Cavando: "Pero yo no tengo una pala con la que seguir / a hombres como ellos. // Entre el ¨ªndice y el pulgar / descansa la gruesa pluma: / cavar¨¦ con ella". Y Zezito Saramago lo reafirma hundiendo sus palabras en la tierra compartida del principio.
Fernando G¨®mez Aguilera es director de la Fundaci¨®n C¨¦sar Manrique de Lanzarote.
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