Segunda vuelta
Dicen los cronistas que el Bar-?a se tambalea. Que no tiene ning¨²n hueso roto, pero que acusa cualquier golpe, por ligero que sea, como un boxeador filtrado se traga un gancho al ment¨®n: siente el fogonazo, se queda sin piernas y experimenta una oscura sensaci¨®n de p¨¦rdida para la que no hay remedio en la esquina ni en la memoria.
Analizado con imparcialidad, su comportamiento es irreprochable. Se viste para matar, se agarra a la cancha como un desesperado y busca el cuerpo a cuerpo: en vez de reconocer su debilidad, da un paso adelante. De pronto, pierde por un gol y sigue el protocolo de los campeones heridos: se hincha, resopla, escupe los dientes, levanta los pu?os y trata de alcanzar la borrosa figura del adversario sin tiempo para preguntarse por qu¨¦ ahora, de la noche a la ma?ana, lo probable se ha transformado en imposible. Pero ataca por dos razones: porque no sabe hacer otra cosa y porque a¨²n no ha aprendido a caer.
En el banquillo, Frank Rijkaard aprovecha sus ventajas de hombre ensimismado para analizar cada una de las fases en la vida del futbolista, se dice que el cansancio de los equipos es tan misterioso como la fatiga de los metales y sufre la depresi¨®n a su manera: descubre repentinamente que sus mensajes no surten el efecto acostumbrado en los chicos. Aunque unos toman nota como alumnos y otros asienten como aut¨®matas, todos vuelven al campo con la expresi¨®n vac¨ªa de quien no ha conseguido entender nada. Su comportamiento no admite una explicaci¨®n sencilla porque, en realidad, ¨¦l se limita a transmitirles las consignas habituales: que mantengan las l¨ªneas apretadas, que el bal¨®n no deje de correr, que el compa?ero al mando disponga siempre de varias opciones, que nadie se escabulla en el trabajo de mantenimiento y que nunca olviden el principio m¨¢s viejo y m¨¢s certero: con la suma de esfuerzos se consigue lo que est¨¢ fuera del alcance de un solo jugador.
Ni siquiera Ronaldinho conoce el remedio. A ¨¦l, que tan bien se entiende con la pelota, le ha comido la lengua el gato. ?Qu¨¦ se puede hacer para recuperarlo? Por lo que sabemos, lo mismo que con la Luna: esperar a que vuelva a salir. En su condici¨®n de ejemplar ¨²nico, no admite reglas, as¨ª que en vez de darle consejos hay que darle cari?o y, si es posible, mentirle un poco. Decirle, por ejemplo, que los santos vendr¨¢n a verlo, que encontrar¨¢ soluciones nuevas al viejo problema del gol y que est¨¢ autorizado a seguir administrando su propio repertorio con la libertad que s¨®lo puede permitirse a quienes, como ¨¦l, han encontrado la llave de la jaula.
O, mejor a¨²n, quiz¨¢ debamos resignarnos al agnosticismo y reconocer con ?ngel Cappa que el f¨²tbol es una joda y que ni el silencio de Ronaldinho, ni sus chilenas ni el s¨ªncope del Bar?a tienen explicaci¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.