Arte de escribir sin arte
Se ve¨ªa venir. Acabo de contraer el ¨²nico vicio mayor que a¨²n no hab¨ªa contra¨ªdo: la bibliofilia. El hecho, que tiene efectos catastr¨®ficos (el principal: la acumulaci¨®n cancer¨ªgena de libros, algunos de los cuales acaso nunca leer¨¦), no carece de ventajas, la principal de las cuales es que ahora leer¨¦ libros que de otro modo acaso nunca leer¨ªa. Hace unas semanas, en una librer¨ªa de viejo, di con un op¨²sculo publicado en Toulouse, en 1946, por el Frente Ib¨¦rico de Juventudes Libertarias; se titulaba Arte de escribir sin arte y lo firmaba Felipe Alaiz. El nombre me sonaba vagamente, el t¨ªtulo era irresistible, el librito era precioso; lo compr¨¦, lo le¨ª, me encant¨®.
Desde entonces he averiguado algunas cosas sobre Felipe Alaiz. Perdido en la oscuridad sin remedio de la historia del anarquismo, su nombre es el de uno de los escritores m¨¢s relevantes del movimiento libertario; tambi¨¦n el de un periodista que, en las dos d¨¦cadas radiantes que precedieron al estallido de la Guerra Civil, goz¨® del favor de numerosos lectores. Naci¨® en 1887 en Belver de Cinca, Huesca, y muy pronto, atendiendo una petici¨®n de Ortega, este individualista feroz, republicano y aragonesista empez¨® a publicar en El Sol, pero no tard¨® en adherirse al anarquismo, y desde entonces se convirti¨® en escritor insaciable y propagandista vehemente de los ideales libertarios: public¨® innumerables art¨ªculos, dirigi¨® algunos de los principales peri¨®dicos y semanarios anarquistas -entre ellos, Tierra y Libertad y Solidaridad Obrera-, puso su pluma al servicio de Los Solidarios -el grupo de pistoleros libertarios m¨¢s aguerrido de la ¨¦poca, capitaneado por Durruti-, pas¨® varias temporadas en la c¨¢rcel, escribi¨® novelas y tradujo a Upton Sinclair, a Dos Passos, a Wells. Considerado d¨ªscolo e indisciplinado hasta por sus d¨ªscolos e indisciplinados correligionarios, no juzgaba que el anarquismo fuera una aspiraci¨®n pol¨ªtica o una forma de lucha sindical, sino "una conducta en cualquier r¨¦gimen" o, como mucho, una opci¨®n ideol¨®gica y ¨¦tica; en consecuencia, durante la Guerra Civil se opuso a la participaci¨®n de la CNT en el gobierno de la Rep¨²blica. Sobrevivi¨® a duras penas a la victoria de Franco, y muri¨® en 1959, en el destierro de un hotelucho de Montmartre adonde lo hab¨ªan confinado el hambre, la derrota y el exilio.
Tan interesante como su vida es su 'Arte de escribir sin arte'. Se trata de un peque?o ensayo sobre el estilo, previsiblemente cuajado de buenas intenciones e ingenuidades, as¨ª como, algo menos previsiblemente, de disparates geniales (Alaiz detesta el diminutivo: seg¨²n ¨¦l, los psiquiatras lo identifican "con ciertas anormalidades sexuales, sobre todo cuando el diminutivo se emplea por gentes que pesan muchos kilos"). Sin embargo, en lo fundamental es exacta, me parece, su concepci¨®n del estilo. ?sta sigue siendo, entre nosotros, esencialmente decorativa. Incapaz de fiarse de s¨ª mismo, a menudo el lector no se f¨ªa de su gusto, sino de lo que le aseguran que le debe gustar, y esto no es casi nunca lo eficaz o lo emocionante, sino lo meramente aparente u ornamental: el adjetivo desusado, la acrobacia sint¨¢ctica, la met¨¢fora pinturera. Este lector encuentra un m¨¦rito en que el escritor escriba "corcel" y no "caballo", "azulino" y no "azulado", como si buscara virguer¨ªas que le informen de si lo que lee tiene derecho o no a gustarle. Este lector olvida que la frase "los eventos consuetudinarios que acontecen en la r¨²a" no es literatura, mientras que s¨ª lo es la frase "lo que pasa en la calle"; olvida que lo que persigue la literatura no es la belleza, sino la verdad, suponiendo que ambas cosas no sean la misma; olvida que lo que suena a literatura no es nunca literatura, porque escribir bien es lo contrario de escribir frases bonitas y porque el arte verdadero es el que oculta el artificio (o, como reza el precepto latino: "Ars est celare artem"); olvida, en fin, que hay que arrancar a correr cuando a un escritor se le califica de "estilista", t¨¦rmino que es casi siempre sin¨®nimo de inanidad o de palabrer¨ªa (o de las dos cosas a la vez), porque el estilo verdadero linda casi siempre con la ausencia de estilo. Poca gente lo habr¨¢ dicho mejor que Hannah Arendt cuando, refiri¨¦ndose al escritor menos prescindible del siglo XX, afirma: "Lo ¨²nico que atrae y seduce al lector en la obra de Kafka es la verdad misma", a la que llega "con su perfecci¨®n sin estilo", puesto que "todo estilo distrae de la verdad por su propio atractivo".
Esa es la idea central del op¨²sculo de Alaiz, quien se acoge a Buffon, que afirm¨® que el estilo es el hombre, y a Flaubert, que sostuvo que la forma es al fondo lo que el calor al fuego, para lanzar un alegato furioso contra el estilo ornamental de esas obras "amerengadas por el preciosismo" y en favor de un arte exento de impostaciones que sea oblicua o el¨ªptica manifestaci¨®n de la personalidad de quien lo ejecuta. Sobra decir que lo anterior vale igual para el escritor que para el periodista o el redactor de cartas comerciales. "No es el hombre quien ha de hablar como un libro abierto", dice Alaiz, "sino el libro abierto quien debe hablar como un hombre". Alaiz no figura en las historias de la literatura, pero solo omiti¨® decir que no hay arte m¨¢s dif¨ªcil que el arte de escribir sin arte.
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