Las dos mitades de la hoguera
Los dos grupos de adolescentes enfrentados, uno espa?ol y otro latinoamericano, se disputaban la misma plaza de Alcorc¨®n
Mide uno sesenta y tiene cara de listo. Sonr¨ªe todo el rato. Los dem¨¢s le llaman por un mote que ¨¦l pide que no aparezca por temor a sus antiguos colegas. Hasta hace un mes, este chaval de 15 a?os sal¨ªa con el grupo de adolescentes latinoamericanos que ahora ha desaparecido de las calles de Alcorc¨®n; el chico va ahora con los otros, con los espa?oles. "Le tienen por un traidor y cuando lo encuentren...", r¨ªe uno de los adolescentes, con la gorra a contrapelo y la sudadera cuatro tallas mayor.
"Yo era el ¨²nico espa?ol que paraba con ellos", cuenta el chico. "No eran Latin King pero conoc¨ªan a Latin Kings de Aluche. Eran de un grupo llamado Forty Two [cuarenta y dos, en ingl¨¦s]. Le daban mucho al alcohol. Es verdad que cobr¨¢bamos por usar las canchas de deporte de esta plaza y de otras", explica.
"Antes iba por Maestro Victoria sin miedo. Ahora no", dice un joven espa?ol
La plaza a la que se refiere es la del Maestro Victoria, el escenario de todos episodios del brote de violencia racista que ha sacudido esta localidad, de 175.000 habitantes, a 20 kil¨®metros del centro de Madrid. El resto de la ciudad parece mantenerse al margen, como si el foco pol¨¦mico se circunscribiera exclusivamente a estas cuatro esquinas. Aqu¨ª, en esta plaza, han convivido los dos grupos antagonistas de adolescentes durante meses; de un lado, las decenas de latinoamericanos que ocupaban las canchas de baloncesto; cerca, en la entrada del centro joven de la Concejal¨ªa de la Juventud, los espa?oles.
"A veces", prosigue el chaval de la cara de listo, "si nos daba por ah¨ª, y ve¨ªamos a uno con un m¨®vil, pues se lo quit¨¢bamos, y otras ¨ªbamos contra los punkis de all¨¢ abajo y nos peg¨¢bamos con ellos".
Uno de los adolescentes espa?oles que le escucha asiente: "?Ves? Por eso no los queremos: latinos, exterminio".
"Pero no todo era malo", replica el otro: "Todos ten¨ªamos que dar un dinero al grupo. Y se planeaba lo que ¨ªbamos a hacer el fin de semana para no estar todo el tiempo aqu¨ª, en la plaza, e ¨ªbamos al parque de atracciones o a sitios as¨ª. Me quit¨¦ porque no quer¨ªa movidas, y porque mi madre y mi hermano estaban a punto de enterarse".
Aqu¨ª, en esta plaza, el viernes 19, ocurri¨® la pelea entre integrantes de los dos grupos, origen del disturbio, en la que uno de los espa?oles sali¨® con la cabeza abierta; aqu¨ª, un d¨ªa despu¨¦s, m¨¢s de 80 espa?oles se congregaron debajo de la casa de dos dominicanos con la intenci¨®n de vengarse a palos. "Quedamos a las seis para darles de hostias", dicen, orgullosos, en la puerta del centro joven. Rompieron el cristal del portal. Los dos dominicanos necesitaron salir escoltados por la polic¨ªa. La familia huy¨®. La casa sigue vac¨ªa.
Y a esta plaza acudieron, esa misma noche, horas despu¨¦s, en una espiral cada vez m¨¢s enloquecida, grupos de j¨®venes latinoamericanos -muchos venidos de Madrid- en busca, a su vez, de venganza. Sin m¨¢s ni m¨¢s, apu?alaron seis veces en la espalda a Julio Gonz¨¢lez, un vecino de 27 a?os que se dispon¨ªa a salir de copas.
Al d¨ªa siguiente, el domingo, hace exactamente una semana, fueron ya casi 1.000 los j¨®venes espa?oles que se congregaron en las inmediaciones de la plaza para vengarse de nuevo.
A lo largo de la semana la plaza se ha llenado de periodistas y de polic¨ªa. Las canchas de baloncesto, ocupadas hasta hace d¨ªas por los latinoamericanos, est¨¢n vac¨ªas. Los j¨®venes inmigrantes est¨¢n recluidos en sus casas por miedo. Los j¨®venes espa?oles siguen en el mismo sitio: pegados a la pared llena de graffiti del centro social.
Cuando les enfoca una c¨¢mara se tapan la cara con pasamonta?as o con las capuchas. Se envalentonan. Hacen gestos desafiantes. Sin c¨¢maras se quitan la capucha de la cara e intentan explicarse y justificarse: "Ellos empezaron, cobrando por las canchas, llevando armas. Est¨¢n pinzaos [locos], Ya hab¨ªa habido l¨ªos antes. Est¨¢bamos hartos de ellos", dice uno de los j¨®venes, sin querer dar su nombre.
Tienen alrededor de 17 a?os. Casi ninguno ha terminado la ESO. La polic¨ªa los define como "macarrillas de barrio". La mayor¨ªa est¨¢ en aulas de adultos o escuelas-taller. Otros trabajan: de repartidores, de reponedores en supermercados. O no hacen nada excepto ver pasar el tiempo apoyados en la pared de la plaza. Toda la tarde. Les gusta la m¨²sica reageton, house y el bakalao, y la ropa deportiva y ancha. No salen casi nunca de Alcorc¨®n. En todo esto coinciden con sus enemigos los latinoamericanos, que visten igual y oyen la misma m¨²sica.
Dos trabajadoras sociales del centro, que conocen bien a los adolescentes de los dos bandos, aseguran: "No son tan malos. Lo que ha pasado ha sido puntual. Ha habido veces que hasta los hemos visto jugar al baloncesto juntos. Esto se ha sacado de madre. Si dejan las cosas parar, se apaciguar¨¢ todo".
Pero desde las pu?aladas del s¨¢bado y la concentraci¨®n del domingo, nada es lo mismo para algunos alcorconeros. David, de 17 a?os, estudiante de ESO, conoce a los chicos encapuchados del centro social, aunque no pertenece al grupo. Tampoco tiene amigos latinoamericanos. No se ha visto involucrado. "Fui a lo del domingo para ver. Puede que hubiera algo de racismo, pero yo creo que lo que m¨¢s hab¨ªa era venganza, ganas de defenderse, est¨¢bamos hartos de los abusos de los latinoamericanos de las canchas. Luego vienen cuatro fachas y flipan con esto y se aprovechan", a?ade. Despu¨¦s a?ade, muy serio: "Antes cruzaba por Maestro Victoria sin miedo. Pero ahora ya no paso por ah¨ª, por si vuelven los latinoamericanos".
Dos madres latinoamericanas, Liliana Cevera, de 31 a?os, y Yakeline Tapia, de 26, piensan lo mismo y evitar¨¢n la plaza por temor a los espa?oles.
La que estar¨¢ siempre en Maestro Victoria es la camarera del centro social. Soporta los hurtos de los j¨®venes espa?oles, que a veces, en un descuido, se llevan sin pagar botes de cerveza, o se encienden chulescamente un porro en el interior del local. Asegura que est¨¢n muy solos: "Tanto unos como otros. Sus padres deber¨ªan ocuparse m¨¢s de ellos".
Esta mujer fue la primera persona que atendi¨® a Julio Gonz¨¢lez cuando lleg¨® por la puerta de atr¨¢s, gritando, con seis cuchilladas en la espalda. Lo tumb¨® en el suelo. Le tapon¨® las heridas con el papel higi¨¦nico que utiliza para secar los vasos y llam¨® a la polic¨ªa.
Se llama Doris Ju¨¢rez, tiene 34 a?os, vive en Alcorc¨®n con su marido y sus tres hijos. Es ecuatoriana.
"Esto no es Saint-Denis"
El alcalde de Alcorc¨®n, Enrique Cascallana, del PSOE, terminaba una entrevista en la radio as¨ª: "Esto no es Saint-Dennis", aludiendo a los disturbios que sembraron la periferia pobre de Par¨ªs de miles de coches quemados en noviembre de 2005.
Es cierto. La ciudad de Clichy-sous-Bois, epicentro y origen de la revuelta francesa, de 28.000 habitantes, tiene una tasa de paro del 40%. La de Alcorc¨®n, de 175.000 habitantes, no llega al 6% (la media nacional se sit¨²a en el 8,3%).
La localidad francesa est¨¢ considerada un gueto, es decir, una ciudad casi poblada exclusivamente por inmigrantes. En Alcorc¨®n s¨®lo constituyen el 15%.
En la localidad francesa s¨®lo exist¨ªa una biblioteca p¨²blica y un polideportivo (que adem¨¢s ardi¨® en los disturbios). Los alcorconeros, disponen de seis escuelas p¨²blicas de artes y seis bibliotecas. A Clichy-sous-Bois se acced¨ªa exclusivamente en autob¨²s. A Alcorc¨®n llega el metro y el tren de cercan¨ªas.
Otra diferencia: La Banlieue parisina est¨¢ poblada de franceses, hijos y nietos de inmigrantes, que se sienten amargamente discriminados. En Alcorc¨®n (en Espa?a), los hijos de los inmigrantes est¨¢n todav¨ªa en el instituto, en la escuela o en la guarder¨ªa.
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