Las m¨²ltiples vidas de Julio Caro Baroja
Recuerdo del pol¨ªgrafo espa?ol y vasco con motivo de reeditarse 'Las falsificaciones de la historia'
Si el se?or Gald¨®s, en vez de escribir antes de ¨¦sta unas treinta novelas, las mejores que se han escrito en Espa?a en este siglo, hubiese escrito una novela mediana, otra buena y otra mala, y enseguida se hubiese pasado al Duque de la Torre y despu¨¦s a C¨¢novas y despu¨¦s a Sagasta o al diablo en persona; si se hubiese hecho pol¨ªtico, otra cr¨ªtica le cantara y entonces ver¨ªa que escribir ¨¦l cuatro renglones y pasmarse la prensa entera de admiraci¨®n y entusiasmo era cosa de un momento (...), pero nadie ha dicho a La desheredada 'ah¨ª te pudras".
Estas l¨ªneas de Clar¨ªn sobre su colega y amigo anticipan con nitidez lo ocurrido casi un siglo despu¨¦s con la obra de otro de los grandes escritores peninsulares de la centuria que dejamos atr¨¢s. Antrop¨®logo, historiador, memorialista, investigador, erudito, autor de biograf¨ªas ficticias, la curiosidad humana e intelectual de Julio Caro Baroja carec¨ªa de l¨ªmites y mostraba unos conocimientos enciclop¨¦dicos que muy pocos compatriotas suyos so?aron siquiera imaginar. A caballo entre un g¨¦nero y otro, desdibujando deliberadamente sus lindes, era ese ejemplar de creador inasible, reacio a todo esquema clasificador. La hondura y diversidad de su vocaci¨®n interdisciplinaria -en los ant¨ªpodas de la erudici¨®n reiterativa y cansina de muchos de sus colegas acad¨¦micos- suscitaban el recelo de ¨¦stos y un distanciamiento cort¨¦s, pero eficaz, que le acompa?¨® de por vida. La libertad y la independencia art¨ªstica, pol¨ªtica y moral eran sus bienes m¨¢s preciados y acept¨® con lucidez e iron¨ªa el precio que deb¨ªa pagar por ellas. Si, con su habitual miop¨ªa y sordera, la instituci¨®n literaria no le premi¨®, ¨¦l supo acomodarse a su aislamiento con m¨¢s humor que resignaci¨®n. Como escribi¨® en EL PA?S de 18 de agosto de 1978, a los viejos no "pueden mandarnos siquiera a la m... Ya estamos en ella. Y bien dentro".
La curiosidad humana e intelectual de Caro Baroja carec¨ªa de l¨ªmites, y ten¨ªa unos conocimientos enciclop¨¦dicos que muy pocos compatriotas suyos so?aron siquiera imaginar
Si, con su habitual miop¨ªa y sordera, la instituci¨®n literaria no le premi¨®, ¨¦l supo acomodarse a su aislamiento con m¨¢s humor que resignaci¨®n
En el brete de elegir entre alguna de sus obras tan suculentas, me resolver¨¦ a hacerlo con su estudio de 'Las falsificaciones de la historia', obra magistral, reeditada recientemente
Caro Baroja se adentra en 'El laberinto vasco' sin anteojeras de ning¨²n orden, atento a esquivar las trampas del credo nacionalista y de su obsesi¨®n identitaria
La independencia y la libertad art¨ªstica, pol¨ªtica y moral eran sus bienes m¨¢s preciados, y acept¨® con lucidez e iron¨ªa el precio que deb¨ªa pagar por ellas
Recorrer la vast¨ªsima obra de Julio Caro Baroja es enfrentarse al abanico de ofertas de una tentadora lista a la carta. ?Qu¨¦ plato escoger entre las especialidades de un aut¨¦ntico sibarita de oficio? ?Los trabajos del antrop¨®logo sobre Andaluc¨ªa, Extremadura y Navarra?
?Las memorias familiares del clan de Los Baroja? ?Sus cr¨ªticas del supuesto car¨¢cter nacional, elaboradas a partir del concepto unamuniano de intrahistoria? ?El an¨¢lisis del antisemitismo espa?ol y de la suerte desdichada de los moriscos? ?Su desmitificaci¨®n certera del nacionalismo identitario? ?Los estudios acerca de las estructuras tribales del ex S¨¢hara espa?ol y del ¨¢mbito rife?o de Gomera, adonde fue de la mano de Tom¨¢s Garc¨ªa Figueras, el mejor estudioso de nuestro antiguo Protectorado en Marruecos? ?O bien sus dardos bien dirigidos a la modernidad suicida que destruye el h¨¢bitat natural y lo sustituye por una mineralizaci¨®n "a troche y moche"? ?O sus reflexiones premonitorias tocantes al efecto demoledor de la ubicuidad de los medios audiovisuales? El lector se pierde en el oc¨¦ano de una obra escrita, dir¨ªase, en el curso de m¨²ltiples vidas. En el brete de escoger entre manjares tan suculentos, me resolver¨¦ a hacerlo con su estudio magistral de Las falsificaciones de la historia, reeditado recientemente por el C¨ªrculo de Lectores.
"Los grandes intereses son siempre causa de grandes falsificaciones", dice nuestro autor, y mezclan de ordinario, a?ade, una fe ardiente por parte de sus art¨ªfices con un amor sin tacha a la tierra nativa y una "erudici¨®n extensa, pero no cr¨ªtica". El disparatario que analiza provoca hoy risa, mas suscitaba anta?o adhesiones entusiastas y alentaba una proliferaci¨®n de glosas l¨ªricas en sinton¨ªa con el romanticismo. Espiguemos algunos ejemplos de ello: Nabucodonosor, rey de Espa?a, obra del padre Argaiz; Cr¨®nica de don Servando, supuesto confesor de don Rodrigo, el ¨²ltimo rey godo; Id, de don Pelayo, "obispo de Oviedo"; falso diploma de Ramiro I sobre la inexistente batalla de Clavijo, ganada por Santiago Ap¨®stol... Para Antonio de Viterbo -contempor¨¢neo de los Reyes Cat¨®licos, a quienes dedic¨® su vasta obra, presunta traducci¨®n de Beroso, autor caldeo del siglo IV antes de Cristo-. No¨¦, Jafet y T¨²bal establecieron la monarqu¨ªa en Espa?a e introdujeron en nuestras tierras las letras, la poes¨ªa y la filosof¨ªa moral 143 a?os despu¨¦s del diluvio y 730 antes de la fundaci¨®n de Troya. D¨¦cadas despu¨¦s, de acuerdo con Flori¨¢n de Ocampo (1495-1558), T¨²bal penetr¨® por Andaluc¨ªa, atraves¨® Portugal y fund¨® Tafalla, en donde recibi¨® la visita de su abuelo No¨¦ y falleci¨® 195 a?os despu¨¦s de su venida. En cuanto a Esteban de Garigay (1523-1590), a quien Caro Baroja consagr¨® una obra en la que la sabidur¨ªa se entrevera con el humor, fue el precursor del vasquismo rom¨¢ntico de Garay de Mongeave: T¨²bal, oriundo de Armenia, ?hablaba euskera y fund¨® su reino entre Tudela y Tafalla! A fray Alonso Maldonado, su prurito cient¨ªfico le lleva a concluir que desde el Fiat lux divino hasta el 8 de abril de 1605, fecha de nacimiento de Felipe IV, transcurrieron 5.559 a?os "justos y cabales". Conforme a Lupi¨¢n de Zapata, ?los primeros reyes de Espa?a hab¨ªan sido nada menos que Ad¨¢n y Eva, de quienes descender¨ªan por l¨ªnea directa los monarcas de la dinast¨ªa reinante! Otras imposturas, como la cr¨®nica de Turp¨ªn en torno a Carlomagno y Roncesvalles, el ciclo ¨¦pico de Bernardo del Carpio o los famosos plomos del Sacromonte granadino, son m¨¢s conocidas y han sido objeto de estudio por historiadores de fuste, desde Men¨¦ndez Pelayo hasta Francisco M¨¢rquez Villanueva. Analista riguroso, pero antrop¨®logo no exento de simpat¨ªa por el fondo m¨ªtico que escudri?a, Caro Baroja desmonta las fantas¨ªas en torno a Pelayo, Covadonga y Santiago sin desdecirse de su comprensi¨®n cari?osa con quienes creyeron ciegamente en ellas.
Sus distintos acercamientos y calas a la realidad del Pa¨ªs Vasco desde un punto de vista antropol¨®gico, hist¨®rico, cultural, pol¨ªtico e ideol¨®gico revelan asimismo una extraordinaria capacidad de discernimiento ajena a todo reductivismo y designio manipulador. En su doble condici¨®n de espa?ol y euskald¨²n, Julio Caro Baroja se adentra en El laberinto vasco sin anteojeras de ning¨²n orden, atento a esquivar las trampas del credo nacionalista y de su obsesi¨®n identitaria. Contrariamente a Arzalluz y los suyos ("Los vascos no nos hemos movido de sitio desde hace treinta mil a?os"), rechaza, pruebas en mano, la existencia de una identidad est¨¢tica, frente a la que propugna otra, mutante y din¨¢mica, exenta de todo lastre esencialista y sujeta a ciclos hist¨®ricos de apertura y retracci¨®n. La transformaci¨®n del vizca¨ªno, espa?ol al cuadrado en cuanto no sospechoso de contaminaci¨®n judaica -recu¨¦rdese su orgullosa prosapia en la obra de Cervantes-, en independentista batasunero es vista a la luz de las guerras carlistas del XIX y la p¨¦rdida de sus Fueros. En virtud de esos vuelcos tan frecuentes en individuos y colectivos de creencias firmes y de apego sentimental a lo propio, el carlista de ayer, de boina y tragaderas anchas, es el abertzale de hoy, capaz de comulgar como aqu¨¦l con toda la ciencia infusa de mit¨®logos de la especie de Sabino Arana. Como dice Caro Baroja, "el amor al propio lugar de nacimiento, unido al fervor religioso y a veces tambi¨¦n a cierto orgullo geneal¨®gico, son siempre factores que contribuyen a la creaci¨®n y luego a la difusi¨®n de las falsificaciones".
Leyendas y mitos rom¨¢nticos
Con su anteojo prism¨¢tico de antrop¨®logo e historiador, el autor de Las brujas y su mundo desmitifica las leyendas y enso?aciones rom¨¢nticas en cuyas fuentes bebi¨® el padre del nacionalismo vasco. La idea del vascongado puro, sin mezcla ni contaminaci¨®n algunas, es obviamente una fantas¨ªa digna de las rese?adas por el abate Masdeu en su "Espa?a fabulosa"; pero quienes la manipulan hoy de forma interesada necesitan convertir a su pueblo, como se?ala Caro Baroja, en figurante de su "escenograf¨ªa imaginaria". El nacionalismo esencialista que s¨®lo mira hacia atr¨¢s y fomenta el exclusivismo ha conducido y conduce a la guerra y a la autodestrucci¨®n. Como el falangista y cruzado cat¨®lico de 1936 o el serbio "jur¨¢sico" enardecido por la ret¨®rica de Milosevic, etarras y batasuneros se creen investidos de una misi¨®n -la de "la unidad de destino en lo universal"- cuyo cumplimiento es un deber sagrado. La reflexi¨®n de Caro Baroja, forjada en el curso de los acontecimientos que condujeron desde la dictadura franquista hasta la transici¨®n democr¨¢tica, constituye un instrumento indispensable para la comprensi¨®n de las prisiones identitarias a las que apunta certeramente tambi¨¦n Jean Daniel en su l¨²cido an¨¢lisis del movimiento sionista, antes y despu¨¦s de la creaci¨®n del Estado de Israel. El escudo de Arqu¨ªloco, de Juan Aranzadi, y el ensayo esclarecedor sobre el tema de Rafael S¨¢nchez Ferlosio, publicado en EL PA?S hace ya algunos a?os, trazan un paralelo ponderado entre ambas utop¨ªas -nacional una, nacional religiosa la otra- que quienes creemos en un Estado de ciudadanos, en el que los derechos del individuo no pueden ni deben ser avasallados por los de una supuesta o real voluntad colectiva, deber¨ªamos convertir en sujeto obligado de meditaci¨®n.
Los estudios carobarojianos respecto a los moriscos aragoneses y del reino de Granada -campo explorado luego, entre otros, por M¨¢rquez Villanueva y Soledad Carrasco Urgoiti-, as¨ª como el dedicado a la sociedad criptojud¨ªa en la corte de Felipe IV y los tres vol¨²menes sobre Los jud¨ªos en la Espa?a moderna y contempor¨¢nea, convergen con la labor desmitificadora emprendida por Am¨¦rico Castro, Albert Sicroff y Dom¨ªnguez Ortiz. Obligados a vivir con sigilo y prudencia en raz¨®n de la tiran¨ªa de la opini¨®n com¨²n y la vigilancia del Santo Oficio, los descendientes de quienes "recibieron el bautismo de pie" crearon, como sabemos, unos modos de expresi¨®n y formas literarias innovadores y complejos, cuyos distintos niveles interpretativos se dirig¨ªan a la vez al discreto lector y al temido y menospreciado vulgo. Dichas estrategias defensivas, desde la iron¨ªa de doble filo cervantina hasta el pesimismo c¨®smico de La Celestina y Guzm¨¢n, iluminan los estudios de nuestro autor sobre el "Destino del jud¨ªo hisp¨¢nico" y sus tan amenas como bien documentadas calas en los procesos de los que fueron v¨ªctimas numerosos cristianos nuevos por meras sospechas de "anomal¨ªa" o por las denuncias an¨®nimas de los que se sirvieron sin rebozo los ardientes centinelas de nuestra fe. Junto a la encubierta labor de esos acechadores no estipendiados de vidas ajenas, Caro Baroja analiza tambi¨¦n la llevada a cabo por plumas, mercenarias o no, que, como la de Quevedo, azuzaban la jaur¨ªa inquisitorial con panfletos como Execraci¨®n de los jud¨ªos, a quienes nuestro genial poeta compara con ratas y alima?as y propugna su exterminio. Un repaso a la obra heterog¨¦nea y aguijadora de don Julio nos aclara la raz¨®n de muchos silencios y enigmas de la historia que pesan a¨²n en nuestro subconsciente y pueden aflorar en ¨¦pocas de crisis.
"Espa?a entera viv¨ªa en r¨¦gimen de delaci¨®n y sospecha para mantener aquel orden perfecto", escribe Caro Baroja en El se?or inquisidor y otras vidas por oficio y, como para ilustrar sus palabras, nos refiere la historia del griego Demetrio Phocas, acusado -como otros paisanos suyos, forzados a renegar de su fe por los otomanos antes de que hallaran refugio en los dominios de Su Majestad Cat¨®lica- de pr¨¢cticas mahometanas y de espionaje a favor de los turcos. El cap¨ªtulo que le dedica podr¨ªa haber sido materia de un cuento estupendo, g¨¦nero que, como veremos luego, fue cultivado tambi¨¦n con maestr¨ªa e ingenio por nuestro escritor: el delator an¨®nimo sosten¨ªa que Demetrio "rezaba en griego al modo turquesco" y practicaba las abluciones rituales de su secta, lo que le acarre¨® el auto de prisi¨®n y un largo proceso cuyos vericuetos desembocaban en la constataci¨®n de un error. "La triste verdad", dice el autor de Las brujas y su mundo, "era que el antiguo "chauz" padec¨ªa de una f¨ªstula anal o de un mal semejante que le obligaba a llevar a cabo con frecuencia ciertos lavatorios que, a lo que parece, no eran de lo m¨¢s comunes en nuestro pa¨ªs en aquella ¨¦poca de higiene limitada". A la aclaraci¨®n de tan peligroso equ¨ªvoco, Caro Baroja a?ade la sorpresa final del nombre del traductor toledano que actu¨® a lo largo del proceso ante el Santo Tribunal; ?Dominico Teotocopoli, es decir, el "Greco"! ?Ficci¨®n, historia? La realidad a secas, nos muestra don Julio, oficia a veces de realidad virtual.
Igualmente aguijador es el cap¨ªtulo del mismo libro sobre el ?caro hispano: el hombre o "avechucho" que vol¨® en Plasencia. Despu¨¦s de establecer una cr¨®nica del suceso, con sus variantes y versiones contradictorias -estrellamiento inmediato del emplumado; vuelo de un cuarto de legua hasta caer conjurado por los testigos de su orgullosa blasfemia de que Dios no pod¨ªa ni sabr¨ªa construir un artilugio mejor que el suyo-, Caro Baroja reproduce el testimonio, muy posterior a los hechos, del abate Antonio Ponz. Seg¨²n ¨¦l, el D¨¦dalo placentino, acogido a sagrado para huir de la autoridad civil por un delito no especificado, resolvi¨® escapar de su encierro y para ello decidi¨® dos cosas: comer poco para adelgazarse y que todo su alimento fuese de aves, las que mandaba llevar con sus plumas, hasta que junt¨® gran porci¨®n. Pesaba, seg¨²n el viejo, la carne de las aves peladas y luego sus plumas, y sacaba por c¨®mputo fijo que para sostener dos libras de carne eran necesarias cuatro onzas de plumas; as¨ª averigu¨® el peso de la gallina, perdiz, etc¨¦tera, con el respectivo de sus plumas.
Averiguada dicha proporci¨®n, sac¨® por consecuencia que tantas libras o arrobas que ¨¦l pesaba necesitaban tantas onzas o libras de plumas para mantenerse en el aire, y, junt¨¢ndolas, las peg¨® con cierto engrudo a los pies, cabeza, brazos y a todas las dem¨¢s partes del cuerpo, dejando hechas dos alas para llevarlas en las manos y remar con ellas; as¨ª se arroj¨® este emplumado al viento, y despu¨¦s del trecho referido se precipit¨®, haci¨¦ndose pedazos.
?Qui¨¦n puede sostener, despu¨¦s de leer esto, que Espa?a no fue la naci¨®n pionera en el invento de la aviaci¨®n?
La afici¨®n apasionada de Caro Baroja por el mundo hechiceril -pasi¨®n compartida con su admirado Goya- le condujo a examinar, con un rigor no exento de simpat¨ªa por los confusos estados de conciencia de brujas y brujos, las creencias m¨¢gicas de nuestros ancestros, desde la figura de la hechicera en el mundo greco-latino hasta su controvertido estatus en el Renacimiento. Con una erudici¨®n apabullante, capaz de aunar distintos planteamientos cognoscitivos, repasa los ritos de los adoradores del diablo -posesiones demoniacas, aquelarres, pisoteo de las Sagradas Formas, c¨®pula carnal con machos cabr¨ªos- en el universo m¨ªtico germano, italiano y franc¨¦s, para demorarse al fin en el ¨¢mbito familiar de la brujer¨ªa vasca. Su doble conocimiento de las leyendas y tradiciones del terru?o y de las actas de los procesos inquisitoriales -cada una de las cuales podr¨ªa ser objeto de un cuento, cuando no de una novela por entregas- le permite adue?arse del tema y del inter¨¦s del lector con un virtuosismo que se?ala la presencia entre bastidores de un gran escritor. La afinidad entre sus percepciones ambiguas y las que inspiraron los dibujos y aguafuertes del Gran Sordo no puede ser m¨¢s expl¨ªcita: "Nadie que contemple hoy las obras de Goya pensar¨¢ que corresponden a la misma fr¨ªa y seca manera de considerar el asunto de hombres como Morat¨ªn o Jovellanos, preocupados por desterrar malos h¨¢bitos legales, instituciones corrompidas, creencias a?ejas. En Goya tenemos como un antecesor genial del hombre moderno. Es antrop¨®logo, psiquiatra, psic¨®logo y soci¨®logo a la vez. Es, por encima de todo, un humorista terrible, no un temperamento ir¨®nico como sus amigos, muy pagados de s¨ª y seguros de que los dem¨¢s eran los que erraban. Goya se burla y se lamenta de todo: y este lamento arranca, tal vez, de la consideraci¨®n de sus propias debilidades y achaques". Su coincidencia con la visi¨®n de Malraux merecer¨ªa un estudio aparte.
Santa Eufrosina
Otra faceta creadora carobarojiana que no ha atra¨ªdo, salvo excepciones honrosas, la atenci¨®n de la cr¨ªtica literaria es la de las biograf¨ªas y relatos imaginarios, como Las veladas de santa Eufrosina, en la que nuestro autor, en plena posesi¨®n de sus recursos y procedimientos narrativos, disemina de forma cervantina la autor¨ªa de lo escrito entre personajes distintos: el narrador, el erudito y exc¨¦ntrico Giulio o Griggone; el ilustrador, Giulio Caro; y el prologuista, Julio Caro Baroja. Como con el "primer autor" del Quijote, "los autores que sobre este caso escriben", el manuscrito ar¨¢bigo de Cide Hamete Benengeli y la intervenci¨®n del poco fiable traductor morisco, la diversidad de autor¨ªas quita a ¨¦stas toda autoridad e introduce al lector en el fecundo territorio de la duda. En otra ocasi¨®n me extender¨¦ en estos deliciosos relatos, impregnados de humor e iron¨ªa, coet¨¢neos de mis dos obras m¨¢s cervantinas, El sitio de los sitios y Las semanas del jard¨ªn.
Vuelvo ahora al comienzo y a las reflexiones de Clar¨ªn sobre su tiempo, que podr¨ªan aplicarse asimismo al nuestro: "Cada vez se piensa y se lee y se siente menos; se vegeta. Se aplaude lo malo, se intriga y se crean reputaciones absurdas en pocos d¨ªas, y es in¨²til trabajar en serio. Nadie ve, nadie oye, nadie entiende nada, y los que pudieran ver, o¨ªr y entender se cruzan de brazos".
La desatenci¨®n a la obra inmensa y aguijadora de Caro Baroja parece justificar el pesimismo del autor de La regenta. Pero me digo, no obstante: ?no ser¨¢ ello producto de la siempre injusta instituci¨®n literaria de todas las ¨¦pocas?
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