Persona non grata
Christopher Hampton cuenta que Un enemigo del pueblo le inocul¨® el virus del teatro a los ocho a?os. Era la primera obra que ve¨ªa. Un tipo sentado a su lado aplaud¨ªa, entusiasta, cada frase del doctor Stockman, su vehemente protagonista, hasta que lleg¨® el cuarto acto, el "acto de la asamblea", y de repente le cambi¨® la cara y se levant¨® de un salto para increparle a gritos. La funci¨®n hab¨ªa provocado reacciones similares en 1882, la fecha de su estreno, y no ha dejado de entusiasmar e incomodar al p¨²blico desde entonces, prueba may¨²scula de la pericia de Ibsen, que se anticip¨® a Brecht a la hora de construir h¨¦roes conflictivos, siempre a caballo entre la raz¨®n y su sombra.
A Brecht y a Baroja, porque Stockman es un librepensador muy nuestro, muy pr¨®ximo a los mis¨¢ntropos vencidos pero no derrotados de C¨¦sar o nada y El ¨¢rbol de la ciencia: su furia regeneracionista, unida a un ol¨ªmpico desprecio por la masa, les aboca a la amarga soledad de las victorias p¨ªrricas. Uno sale del Valle-Incl¨¢n con "algo que llevarse a casa", que es la mejor manera de salir del teatro: "estamos" con Stockman, compartimos su sinceridad y su coraje, y al mismo tiempo percibimos la egolatr¨ªa mesi¨¢nica que propiciar¨¢ su ca¨ªda. Y agradecemos que su creador haya corrido el riesgo de la verdad compleja, que nos haya hecho ver sus dos caras sin idealizarlo.
A prop¨®sito de Un enemigo del pueblo, que se representa en el Valle-Incl¨¢n, de Madrid
Un enemigo del pueblo es un panfleto acusador nacido del monumental berrinche que agarr¨® Ibsen tras la p¨¦sima acogida de Espectros, donde postulaba, en la m¨¢s pura l¨ªnea de Stockman, que "la Humanidad sigue un camino equivocado". All¨ª utiliz¨® la estructura del drama burgu¨¦s para rebelarse contra una sociedad enferma: la s¨ªfilis metaforizaba el peso de la herencia, las ideas recibidas, las convenciones, las estructuras familiares, s¨®lo redimibles "por una revoluci¨®n moral de una aristocracia del esp¨ªritu".
Un enemigo del pueblo juega en esa misma liga, con un agua infectada como eje, pero sus dardos son ya directamente pol¨ªticos: la dictadura de la mayor¨ªa, la corrupci¨®n municipal, la manipulaci¨®n period¨ªstica. Si el personaje del doctor Stockman, indisimulado ¨¢lter ego de su autor, lleva impl¨ªcita su propia cr¨ªtica como una escarapela de modernidad, el l¨²cido y torturado Ibsen fustigar¨ªa in crescendo sus pulsiones m¨¢s oscuras en las obras que siguieron: El pato salvaje (el individualista como fan¨¢tico), Hedda Gabler (el individualista como psic¨®pata) o El constructor Solness (el individualista como ?caro). Posiblemente alcanzara cotas m¨¢s altas y m¨¢s hondas en esa tr¨ªada, pero no volvi¨® a pillar el galope tendido ni el dinamismo casi cinematogr¨¢fico de la pieza que nos ocupa, cuya acci¨®n se desarrolla en apenas una semana y salta de un espacio a otro, sin detenerse, como un tornado de histeria personal y colectiva. En el espectacular montaje del National en 1997, Trevor Nunn quiso producir esa sensaci¨®n de velocidad con unos decorados m¨®viles que los actores atravesaban caminando a toda mecha sobre ra¨ªles deslizantes.
Gerardo Vera, que adem¨¢s de director y escen¨®grafo tambi¨¦n es cineasta y ha tenido que apa?arse con presupuestos m¨¢s m¨®dicos que los de don Trevor, demuestra en el Valle-Incl¨¢n que la verdadera velocidad reside en el montaje, con la r¨¢pida yuxtaposici¨®n de planos y, sobre todo, en el gui¨®n mismo, una notable adaptaci¨®n de Juan Mayorga, mucho m¨¢s cercana a la que firm¨® Hampton que a la habitual de Miller, donde desaparec¨ªan las vetas antip¨¢ticamente fascistoides de Stockman, transformado en un segundo Proctor: una bell¨ªsima persona al servicio de la izquierda yanqui, siempre impoluta. Mayorga, de entrada, ha ido m¨¢s lejos que Hampton actualizando la pieza sin desvirtuarla. El peri¨®dico imaginado por Ibsen se convierte aqu¨ª en una cadena local, el Canal 99; el periodista Billing es una presentadora venal, y el impresor Aslaksen dirige un partido socialdem¨®crata llamado Plataforma C¨ªvica. L¨®gicamente, hay cambios de di¨¢logo, pero funcionan la mar de bien, como la escena en la que Petra, la hija del doctor, acusa a Hovstad de emitir en su cadena programas sensacionalistas y tertulias despellejantes. Se ha podado un poco el texto (a ojo, una media hora menos) y se han lijado algunas de las aristas m¨¢s virulentas de la soflama del doctor ("los partidos son f¨¢bricas de esclavos"), pero su esencia y su discurso siguen sacudi¨¦ndonos. Por el contrario, Mayorga a?ade l¨ªneas de su cosecha para "servirle" un mon¨®logo a Walter Vidarte (el patriarca Kul): procedimiento discutible, pero el inserto resulta tan brillante como su interpretaci¨®n. Gerardo Vera firma una escenograf¨ªa bella, pr¨¢ctica e inteligente, con decoraciones filmadas y una serie de pantallas que muestran la omnipresencia de la cadena televisiva sin incurrir en la habitual redundancia banalizante de duplicar o "amplificar" el trabajo de los actores: que cunda el ejemplo.
El rey incontestable de la funci¨®n es Francesc Orella, un Stockman sobrio y poderoso, perfecto en su mezcla de ingenua autosuficiencia, sacrosant¨ªsima ira y megaloman¨ªa enfermiza, bien secundado por Elisabet Gelabert (Kate, su esposa) y muy especialmente por Olivia Molina que, tras su gran paso adelante en De repente el ¨²ltimo verano, se confirma como una actriz plet¨®rica de fuerza y emoci¨®n. Destacan tambi¨¦n Israel Elejalde, un joven actor cada vez m¨¢s maduro, como Hovstad, el maniobrero jefe del Canal 99; Rafael Rojas (el Capit¨¢n Hoster) y Chema de Miguel, que dibuja al patricio Aslaksen como un sinuoso senador sure?o. Menos convincente resulta la sobreactuaci¨®n de algunos miembros de la asamblea, espasm¨®dica y cercana al peor teatro amateur, as¨ª como, l¨¢stima, el perfil de Billing, que en manos de Ester Bellver queda reducido al estereotipo de "p¨¦rfida reportera" de c¨®mic. En cuanto a Enric Benavent, que fue muy aplaudido y tiene momentos intensos en el rol del alcalde Peter, sospecho que funcionar¨ªa mucho mejor si se limitara a defender sus razones sin empe?arse en recordarnos a cada paso que es el malo de la obra.
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