Los cotidianos excesos
La moderaci¨®n, es decir, cuanto guarda una medida o no se sale de lo ordinario y prudente, es en ocasiones un bien m¨¢s escaso que la lluvia en el Sahel. Durante los meses o semanas que anteceden a una cita electoral arrecian por lo dem¨¢s los excesos. Observemos. Desde hace varias d¨¦cadas, y lo tenemos asumido como algo ordinario, es relativamente normal que un sector nada desde?able de la derecha valenciana se nos muestre como defensora a ultranza de identidades y patrias chicas. Unas patrias y unas identidades que se olvidan tambi¨¦n de ordinario en la pr¨¢ctica, como en la pr¨¢ctica se le olvid¨® a la mun¨ªcipe principal de Valencia hablar en valenciano, aunque fuese tan s¨®lo para contentar afectivamente a quienes todav¨ªa lo utilizan en el t¨¦rmino municipal del cap i casal. Aunque hay m¨¢s olvidadizos, y no s¨®lo en sus filas, y aunque ya a nadie extra?e, ni nadie le d¨¦ mayor relevancia. Pero se acercan las elecciones locales y auton¨®micas y, soplando en las brasas de los amores patrios e identidades ancestrales, la alcaldesa de Valencia insin¨²a que el poeta hispanomusulm¨¢n de Al-Andalus Al-Russaf¨ª escrib¨ªa y hablaba el valenciano que ella no utiliza: un exceso, un gui?o hiperb¨®lico a unos miles de votos secesionistas. Indicar que el poeta musulm¨¢n, nacido en el barrio de Russafa, de haber hablado valenciano con sus padres lo hubiesen bautizado como l'hortol¨¤ o jardiner, no viene a cuento. Pero russafa es tanto como huertos o jardines en ¨¢rabe, y en la martirizada Bagdad hay un distrito con el mismo nombre. A cuento viene el exceso de amor a las identidades de anta?o que no son el valenciano de hoga?o. Los adversarios pol¨ªticos de Rita Barber¨¢ tacharon sus afirmaciones de rid¨ªculas y pseudoeruditas; en puridad fueron l¨²dicas y jocosas para quienes ¨²nicamente conocen de forma somera el alfabeto de las suras del Cor¨¢n.
Resulta dif¨ªcil guardar la medida y atenerse a los l¨ªmites de la moderaci¨®n. Porque los excesos no son privativos de la clase pol¨ªtica, casi siempre en campa?a electoral. Lo desmesurado y excesivo invade tambi¨¦n el ¨¢mbito privado de muchos ciudadanos que se sienten arrollados, en muchas ocasiones machacados, por decibelios sin l¨ªmite y sin hora en Tenerife o en Valencia, en Castell de Cabres o en Alcanfor de la Sierra. La decisi¨®n de un juez insular y canario destapa la jarra de Pandora en torno al tema de los excesos festivos; un tema casi tab¨², puesto que formular cualquier cr¨ªtica a la desmesura en las celebraciones vendr¨ªa a ser como colocarse frente al jolgorio de la fiesta y la alegr¨ªa que todos necesitamos para quebrar la monoton¨ªa de los d¨ªas. Y no es eso. Es el exceso que puede atentar contra los derechos de muchos o pocos, o de demasiados. Quiz¨¢s tantos como quienes originan dichos excesos. Porque si escribieron los cl¨¢sicos que los humanos deber¨ªamos ser moderados hasta en las cosas honestas, cu¨¢nto m¨¢s no lo deber¨ªamos ser en el necesario estruendo festivo que peri¨®dicamente nos acompa?a. El auto del Juzgado de lo Contencioso-administrativo de Santa Cruz de Tenerife supo atravesar el mar sin que el agua borrara sus letras: un casi milagro es el hecho de que aqu¨ª, a favor o en contra, se empiece a reflexionar y debatir en torno a los excesos. Andamos sobrados de los mismos. Y en esa necesaria discusi¨®n o pol¨¦mica, cualquiera de ustedes, vecinos, han podido tropezar con unas secuencias de la televisi¨®n auton¨®mica, con las im¨¢genes de un menor afirmando que ¨¦l tirar¨ªa petardos digan lo que digan las leyes. Un doble exceso: el medi¨¢tico, y el de los decibelios no exentos de peligrosidad cuando se tienen escasos a?os. Tambi¨¦n hubo en el debate, que contin¨²a y continuar¨¢, la voz sensata y valenciana de colectivos sociales, como Castell¨® sense soroll, cuyo portavoz habl¨® sobre los ruidos que no son de una semana, sino de cincuenta y pico de semanas; o como el portavoz de la Federaci¨® de Colles en la capital de La Plana que se refiri¨® a la razonable comprensi¨®n y participaci¨®n en jolgorio festivo, y al respeto debido a los colectivos sociales que exigen su derecho al descanso.
Es el camino del medio que suele ser el m¨¢s seguro, y no el de los excesos que s¨®lo conducen a la tensi¨®n o al disparate l¨²dico, que confunde a un poeta ¨¢rabe medieval, nacido en Russafa el siglo XI o XII, con un presentador de juegos florales. Al desatino en suma.
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