Quien pierde gana
En 1912 el capit¨¢n Robert Scott fracas¨® en su intento de ser el primero en llegar al Polo Sur. Explorador experimentado, ya hab¨ªa llevado a cabo con anterioridad una expedici¨®n en la Ant¨¢rtida entre 1901 y 1904. Su segunda y ¨²ltima expedici¨®n comenz¨® en enero de 1911 y, en efecto, alcanz¨® su objetivo, el Polo Sur, en enero de 1912. Sin embargo, un mes antes el explorador noruego Roald Amundsen ya hab¨ªa alcanzado la misma meta. El capit¨¢n Scott perdi¨® la carrera del Polo Sur. Tambi¨¦n perdi¨® la vida. ?l y sus cuatro compa?eros fallecieron en el camino de retorno por falta de suministros.
Estos d¨ªas la Universidad de Cambridge dedica una muestra al explorador brit¨¢nico. En ella se exponen varias cartas encontradas un a?o despu¨¦s en su tienda de campa?a por el equipo de rescate, incluyendo la ¨²ltima de ellas, dirigida a su mujer Kathleen. Es una carta de despedida, conmovedora y serena al mismo tiempo. Las dos l¨ªneas del inicio resumen la situaci¨®n: "Querida, no es f¨¢cil escribir con este fr¨ªo, 70 grados bajo cero y nuestra tienda de campa?a como ¨²nico refugio". Scott le habla a su mujer de la muerte inevitable y, a continuaci¨®n, tras expresarle su amor, le pide que anime al hijo, Peter, para que estudie historia natural. Las mejores palabras son para ella, su "viuda": "lo peor de esta situaci¨®n es que no te volver¨¦ a ver".
Los peri¨®dicos brit¨¢nicos, al informar sobre la exposici¨®n de Cambridge, recuerdan que el capit¨¢n Robert Scott, pese a su derrota en la carrera por llegar al Polo Sur, hab¨ªa sido uno de los exploradores que hab¨ªa calado m¨¢s hondo en el coraz¨®n de los ciudadanos. Perdedor, su esfuerzo y su coraje le convirtieron en un ganador. Hab¨ªa sido, conclu¨ªan las informaciones, "un ejemplo para sucesivas generaciones de j¨®venes brit¨¢nicos".
Esto ¨²ltimo, repetido por los dos diarios en que le¨ª la noticia, dejaba entrever que las cosas ya no eran as¨ª. Dicho de otro modo: ?a qui¨¦n se le ocurrir¨ªa en la actualidad poner a Robert Scott como ejemplo? Quiz¨¢ a cuatro nost¨¢lgicos de las viejas exploraciones y a alg¨²n loco, que siempre lo hay, pero a nadie m¨¢s. Un tipo como Scott no tiene el suficiente prestigio en nuestros d¨ªas como para ponerlo de ejemplo de nada.
Tampoco, desde luego, para los j¨®venes brit¨¢nicos. Leyendo la ¨²ltima carta del capit¨¢n Scott me vino a la memoria una encuesta realizada hace un par de a?os, precisamente entre esos j¨®venes, sobre los ejemplos a emular: ?a qui¨¦n te gustar¨ªa parecerte? Se detallaba una lista con cien nombres que hab¨ªan ocupado el territorio de la m¨¢xima admiraci¨®n. El primer puesto, con gran ventaja sobre los dem¨¢s, era para el futbolista Beckham. Entre los veinte primeros s¨®lo uno, ahora no recuerdo qui¨¦n, escapaba a la comitiva de futbolistas, cantantes, actores, modelos y presentadores de televisi¨®n. Jesucristo estaba situado en el vag¨®n de cola, hacia el puesto sesenta o setenta y, si la memoria no me falla, el ¨²nico explorador que entraba en la lista, aunque por los pelos, era Edmund Hillary, el conquistador del Everest.
Con alg¨²n que otro nombre local la lista no ser¨ªa muy distinta en los dem¨¢s pa¨ªses europeos. Nuestros medios de comunicaci¨®n, con todo, han realizado una sutil sustituci¨®n de modo que acostumbra a dejarse de lado el arcaico y algo moralizante ejemplo para los j¨®venes por el m¨¢s id¨®neo ¨ªdolo de j¨®venes. Beckham -ahora un poco en declive- no es tanto un ejemplo sino un ¨ªdolo, y otro tanto cabr¨ªa decir de sus compinches en la clasificaci¨®n del ¨¦xito social.
Este asunto de idolatr¨ªa tiene especial inter¨¦s. ?A qui¨¦n puede importarle hoy un Scott que, por valiente que sea, en lugar de ocupar permanentemente el escenario, desaparece en la bruma de una lucha invisible? Quien se desvanece en busca de un camino propio adquiere una condici¨®n fantasmag¨®rica. Por el contrario, quien se presta a desempe?ar el papel de ¨ªdolo, aunque no tenga noci¨®n alguna de lo que pueda significar un camino propio, se convierte en el centro, ya no de las miradas, sino de las intenciones.
De hecho lo que ten¨ªan en com¨²n los diez m¨¢s admirados por los j¨®venes brit¨¢nicos era su apariencia de imagen prestada para la idolatr¨ªa. Lo importante no era, pues, su m¨¦rito -alguno, en su campo, lo ten¨ªa- sino la adoraci¨®n que suscitaban por su capacidad para el ¨¦xito inmediato o por su forma, la herramienta de ese ¨¦xito. Eran vistos como ganadores.
?Qu¨¦ tipo de ganadores? No, desde luego, ganadores en un futuro, despu¨¦s del largo rodeo que conlleva el esfuerzo y el combate, sino ganadores inmediatos, ganadores que ni saben ni quieren perder ?Para qu¨¦ dar un rodeo cuando la posesi¨®n puede ser inmediata? ?Para qu¨¦ preguntarse c¨®mo y hacia d¨®nde si lo decisivo es cu¨¢nto?
Una de las ventajas de la idolatr¨ªa es que promete para¨ªsos sin demasiado trabajo de la raz¨®n, para¨ªsos fulgurantes que pueden ser habitados con prontitud. Aparentemente, adem¨¢s, son para¨ªsos poco costosos para la conciencia: basta con no poner el list¨®n muy alto en las expectativas espirituales del ser humano y enseguida surgir¨¢ la rentabilidad del grito bien calculado, de la propaganda afilada, del gesto abrumador. El fetiche no exige ni verdad ni bondad sino fe ciega, y en nuestro fetichismo epocal ser ganador a cualquier precio es la ceguera favorita.
En un paisaje de estas caracter¨ªsticas ?qui¨¦n puede querer emular al capit¨¢n Robert Scott, ya no en su aventura misma, sino en el alma que la dirige? ?No es todo eso excesivamente fantasmag¨®rico para nuestros deseos? Para que alguien como el capit¨¢n Scott -o el car¨¢cter que representa- pudiera volver a ser un "ejemplo para varias generaciones de j¨®venes" habr¨ªa que educar de nuevo en el dif¨ªcil arte de perder. De perder para ganar.
Puede que nadie se est¨¦ tomando la molestia de ense?ar este arte que en lo esencial consiste en construir una existencia propia -un amor propio- sin vivir idol¨¢tricamente por cuenta ajena. Y que, por consiguiente, vale la pena batallar, y perder, y volver a batallar, para llegar m¨¢s lejos en la victoria m¨¢s hermosa que es la que uno consigue en la carrera que tiene establecida consigo mismo.
Claro que si a¨²n tuvi¨¦ramos memoria de este arte en lugar de pasarnos el tiempo hablando de los Beckham hablar¨ªamos un poco de los Scott. Quien pierde gana: nuestros j¨®venes, gracias a nuestras ense?anzas, no tienen ni idea de este valioso principio.
Rafael Argullol es escritor.
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