Flatulencias contra Kioto
El imparable auge ganadero de Nueva Zelanda da?a la atm¨®sfera
Si hay un pa¨ªs respetuoso con la naturaleza, ¨¦se es Nueva Zelanda. Si hay un lugar donde el dinero no puede destruir una brizna de hierba, ¨¦se es Nueva Zelanda, el primer pa¨ªs que se declar¨® libre de centrales nucleares; un pa¨ªs que proh¨ªbe mover las conchas de sus playas. Sin embargo, desde hace a?os, los neozelandeses viven en la contradicci¨®n de comprobar que la naturaleza tambi¨¦n mata a la naturaleza; que las flatulencias de su extensa y san¨ªsima caba?a de rumiantes emiten tanto metano que el protocolo de Kioto va a ser imposible de cumplir.
La Flatulence Tax fue una idea, entre otras, lanzada para rebajar las emisiones al medio ambiente
En un pa¨ªs de s¨®lo cuatro millones de personas, es imposible contener los gases emitidos por 41 millones de ovejas y unos 10 millones de vacas. Cabras, ciervos y otros rumiantes unidos lanzan a la atm¨®sfera el 40% de toda la contaminaci¨®n del pa¨ªs, cuando en Europa o Estados Unidos las emisiones de la ganader¨ªa no superan el 2%.
Ante esa situaci¨®n, en 2003 el Gobierno plante¨® la posibilidad de crear un impuesto sobre las cabezas de ganado, la Flatulence Tax. El dinero recaudado, unos cinco millones de euros, ir¨ªa a investigar la reducci¨®n del impacto de las flatulencias en el cambio clim¨¢tico.
Parte de culpa de tanta vaca y tanta oveja, en definitiva tantos gases, la tiene Jeremy Absolom. Su
granja Rissington, en la isla del norte, se ha especializado en la reproducci¨®n artificial. Dirige un imperio silvestre de 1.500 hect¨¢reas por donde pastan libremente 3.000 ovejas, 10.000 corderos, 400 vacas y 400 terneros. Con tal cantidad de cabezas de ganado, Absolom hubiera tenido que pagar anualmente unos 1.500 euros del impuesto de la flatulencia. Si se hubiera llegado a ejecutar.
Absolom recuerda perfectamente la iniciativa gubernamental. "Fue una idea, entre otras, lanzada para rebajar las emisiones que afectan al medio ambiente. La iniciativa despert¨® el inter¨¦s de todo el mundo, porque parec¨ªa que era divertido".
Absolom dirige su reino con s¨®lo tres personas y dos perros. Sus 14.000 animales viven al raso todo el a?o. En el caso de los corderos, un perro va a buscarlos el d¨ªa del esquile; despu¨¦s, otro perro los disgrega por los montes a ladridos. Gracias a sus t¨¦cnicas de reproducci¨®n, Absolom ha logrado que sus ovejas paran dos corderos a la vez. "La diferencia entre parir uno o dos es la de perder o ganar dinero con la ganader¨ªa".
El Protocolo de Kioto, firmado por Nueva Zelanda en 2002, le compromet¨ªa a cumplir unos niveles de emisi¨®n de gases que, dado el nivel de reproducci¨®n de su caba?a, va a ser dif¨ªcil que cumpla. Y m¨¢s en sus condiciones de vida, paradisiacas, todo el a?o al aire libre, nunca estabulada ni obligada al men¨² diario del pienso compuesto.
Desechada la Flatulence Tax, se ha barajado la posibilidad de manipular gen¨¦ticamente el sistema digestivo de los rumiantes; o cambiar sus h¨¢bitos alimenticios, ya que la vaca europea emite, al parecer, bastante menos metano por una dieta no tan nutritiva. Divertido o no, lo cierto es que una vaca neozelandesa produce 90 kilos de metano al a?o, equivalente energ¨¦ticamente a 120 litros de gasolina.
"Yo entiendo que el Gobierno quisiera invertir dinero en investigar las emisiones de metano", razona Absolom, "sin embargo, incentivar la reducci¨®n de emisiones poniendo impuestos a las cosas s¨®lo da resultados si hay un m¨¦todo, razonable y econ¨®mico, para ejecutarlo".
Con impuesto o sin ¨¦l, y dado la dependencia del petr¨®leo y del gas, quiz¨¢ el Protocolo de Kioto deber¨ªa sopesar que las flatulencias anuales de 10 vacas neozelandesas pueden propulsar un autom¨®vil durante 9.000 kil¨®metros.
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