La asignatura pendiente
Critica el autor la falta de iniciativas para fomentar desde la escuela unos valores que vacunen frente a la violencia.
Vivimos en una sociedad fustigada de manera especial por la violencia. En su seno surgi¨® y pervive ETA. Esta organizaci¨®n terrorista ha asesinado ya a m¨¢s de 800 personas. Adem¨¢s, recientemente ha truncado las esperanzas acumuladas sobre su pr¨®xima desaparici¨®n. Su continuidad se manifiesta como tragedia en las v¨ªctimas de su violencia, en la deshumanizaci¨®n de sus militantes y en el inframundo al que condena a quienes amenaza y extorsiona.
Habitamos un pa¨ªs en el que escuchamos o leemos que el responsable de 25 asesinatos no muestra el m¨¢s m¨ªnimo arrepentimiento o ning¨²n atisbo de empat¨ªa para con quienes padecieron su violencia. Esta misma persona ha llegado a un nivel de deshumanizaci¨®n tal que ella misma se vuelve contra su integridad y su salud. Convivimos con amigos y conocidos a los que siempre -o ahora de nuevo- ha de acompa?arles alg¨²n escolta. As¨ª, sus vidas y las de sus familias padecen graves limitaciones para su desarrollo normalizado. Nos llegan noticias de que por en¨¦sima vez un grupo de j¨®venes ha violado la tumba de un representante leg¨ªtimo de la ciudadan¨ªa asesinado por ETA. Somos conscientes de que para una minor¨ªa de la ciudadan¨ªa de este pa¨ªs los m¨¦todos violentos siguen estando legitimados cuando se utilizan al servicio de pretendidos objetivos pol¨ªticos.
El testimonio de las v¨ªctimas del terrorismo s¨®lo resulta recomendable sin su presencia f¨ªsica
Y en este contexto me atrevo a afirmar con contundencia que, salvo experiencias puntuales y encomiables, en nuestras escuelas, institutos, colegios y universidades la educaci¨®n para la paz o la cultura de los Derechos Humanos sigue siendo una asignatura pendiente. Abundan las iniciativas, pero escasean las concreciones exitosas. Se proponen o ensayan actividades para ofertar formaci¨®n en la resoluci¨®n no violenta de conflictos y se prueba una experiencia piloto de una unidad did¨¢ctica que incluye el testimonio escrito de una v¨ªctima cuando, contando s¨®lo las mortales, alcanzamos ya cerca del millar.
Con cierta frecuencia nos visitan personas procedentes del Tercer Mundo empobrecido invitadas por alguna ONG. Esta organizaci¨®n las acerca a nuestra sociedad opulenta. Una vez aqu¨ª, no aparecen problemas para que estas personas narren sus experiencias -y las de quienes viven en sus pa¨ªses v¨ªctimas del hambre, de los conflictos b¨¦licos y de la explotaci¨®n- en aulas de nuestros centros educativos. Cualquier d¨ªa, un joven con pasado de ni?o soldado en un pa¨ªs del ?frica subsahariana realizar¨¢ actividades como ¨¦sta. Sin embargo, el testimonio de las v¨ªctimas de la violencia terrorista en nuestra sociedad s¨®lo resulta recomendable sin la presencia f¨ªsica de alguien que pueda contar su experiencia en primera persona.
Recientemente alg¨²n centro -adem¨¢s, de aquellos que todav¨ªa exigen uniforme- ha comenzado a regular la vestimenta con la que su alumnado acude a las clases. Se nos indica que los ba?adores o las chanclas son para la playa y no para un aula de ESO o de Bachillerato. Desconozco -y me temo que o no existen o son una exigua minor¨ªa- si en un centro educativo de esta comunidad aut¨®noma alg¨²n alumno o alg¨²n profesor han sufrido un apercibimiento, no por confundir aula con playa, sino por vestir una camiseta en la que se presenta a alg¨²n terrorista como modelo con el que identificarse o en la que se defienden gr¨¢ficamente ideolog¨ªas excluyentes y hasta identidades asesinas.
Preocupa sobremanera la calidad de nuestro sistema educativo. Se desea que las nuevas generaciones adquieran una formaci¨®n s¨®lida en contenidos, habilidades y actitudes. Para ello se reclama en concurso de todo tipo de especialistas para que, mediante las comisiones pertinentes, elaboren planes y programas. Pero me caben dudas de si en ellos late con suficiente fuerza las preocupaciones que tienen que ver con las expresiones concretas de la patolog¨ªa que padecemos. No conviene olvidar que en el ¨¢mbito de los principios las recetas suelen ser f¨¢ciles de formular. Las dificultades surgen cuando se debe aterrizar la reflexi¨®n te¨®rica a la pr¨¢ctica -educativa en este caso- en una coyuntura concreta.
En los foros en los que se habla de reconciliaci¨®n tras conflictos violentos o sobre la educaci¨®n para la paz en sociedades con fen¨®menos terroristas se suele plantear la necesidad del trabajo a favor de la verdad, de la justicia y de la memoria. No son malos horizontes. Pero un horizonte de verdad en relaci¨®n con el conflicto vasco tiene poco que ver con descubrir autor¨ªas o lugares ocultos donde alguien fue enterrado. Resulta mucho m¨¢s necesario denunciar que en este pa¨ªs a personas inocentes se les ha llamado chivatos, a personas extorsionadas se les ha acusado de explotadores, a servidores p¨²blicos se les ha designado -hay quien todav¨ªa lo hace- como represores, y a dem¨®cratas se les insulta tach¨¢ndoles de fascistas. ?Forma parte de las herramientas en proceso de implantaci¨®n en nuestro sistema educativo este combate contra la mentira que comenz¨® o pretende perpetuar la victimaci¨®n de ciertos conciudadanos nuestros?
Cuando se aborda el horizonte de la necesaria reconciliaci¨®n se predica en la teor¨ªa sobre su compatibilidad con la memoria dolorosa que acumula nuestra sociedad, muy especialmente en las v¨ªctimas del terrorismo. En la pr¨¢ctica no se distingue con claridad suficiente aquello que debe ser exigido: que los victimarios reconozcan de alguna manera el da?o causado, de aquello que puede ser deseable pero nunca exigible: el perd¨®n de las v¨ªctimas. ?Se incluye de alguna forma en las iniciativas para el futuro curr¨ªculo educativo vasco esta asimetr¨ªa radical en la contribuci¨®n a una futura reconciliaci¨®n social?
Bastantes m¨¢s ejemplos podr¨ªan presentarse. Lo que este art¨ªculo propone es que, en la medida en que la respuesta a las preguntas planteadas u otras similares sea afirmativa, caminaremos en la buena direcci¨®n. En caso contrario seguiremos contratando expertos extranjeros, convocando a reuniones a los propios y empleando recursos p¨²blicos en iniciativas que adolecer¨¢n de errores de dise?o radicales. Aunque las memorias de centros educativos y de departamentos de la Administraci¨®n recojan todas estas iniciativas para justificar que ya estamos haciendo todo o casi todo lo que se puede abordar en este campo.
Pedro Luis Arias Ergueta es profesor de la UPV-EHU.
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