Martes de Carnaval
Martes de Carnaval. Siempre termina el tiempo aguando y desluciendo el Carnaval del Norte. Es un tiempo imposible este nuestro para los Carnavales que se anuncian, se amagan y se frustran. Nuestros Ayuntamientos lanzan cohetes cebados con p¨®lvora mojada. As¨ª, con este tiempo, no hay forma humana de celebrar la fiesta de la carne. Do?a Cuaresma se frota las manos. El dios Baal no tendr¨¢ su provisi¨®n de carne, por lo menos a cuenta de los vascos.
Este tiempo imposible que muda de un d¨ªa para otro es el culpable. Todo es provisional (nos recordaba el s¨¢bado pasado Pedro Ugarte en estas mismas p¨¢ginas), sobre todo en Euskadi. Sin embargo, para provisionalidad, la del tiempo cambiante de febrero. No es el cambio clim¨¢tico (que es una realidad), sino la propensi¨®n al cambio de la vida, el desorden natural de las cosas. Los almendros y los tulipaneros florecen de repente, por sorpresa, cuando menos se espera. Se dejan enga?ar por la falsa primavera de invierno. Tambi¨¦n los entusiastas del Carnaval se dejan enga?ar por la promesa de una fiesta pagana que nunca se consuma. Una fiesta muy poco dionisiaca. Como mucho, una fiesta infantil que ilumina los patios escolares. Incluso en los colegios religiosos se prescribe el disfraz para estos d¨ªas, lo cual es otra muestra de mudanza impensable hace dos o tres d¨¦cadas. Ni?as vestidas de cabareteras entre los gruesos muros de severos colegios de monjas. Algo ha cambiado. O a la mejor, como pens¨® Giuseppe Lampedusa, es que todo ha cambiado para que todo pueda seguir igual. No s¨¦, qui¨¦n sabe. Todo es seg¨²n el color del disfraz con que se mira.
Durante mucho tiempo el Carnaval, invento veneciano, fue borrado del mapa de Europa, no s¨®lo del de Espa?a, pionera en prohibiciones y anatemas, aunque no en exclusiva. No parece, de todas las formas, que el Carnaval carioca que pretenden vendernos algunos concejales de cultura sea capaz de arraigar en nuestra tierra, y no s¨®lo por culpa de la lluvia. La aportaci¨®n for¨¢nea logra animar un poco, ciertamente, el cotarro. Pero nuestras ciudades no pueden ser ni R¨ªo de Janeiro (por un lado) ni Venecia por otro. Ni siquiera Bilbao, en cuya Plaza Nueva se celebr¨® a principios del siglo pasado una naumaquia, es Venecia. Ni modo. Como compensaci¨®n, la Cuaresma que soportaron nuestros padres y abuelos ha pasado a la historia. Cambia el tiempo y los tiempos aunque todo, en el fondo, siga igual. Pero no sigue igual. Hoy la Iglesia espa?ola celebra todo el a?o un apote¨®sico Carnaval radiof¨®nico, con manifestaciones y desfiles y bailes de m¨¢scaras los fines de semana. El pa¨ªs entero es un manifest¨®dromo. Los arzobispos mueven la cintura como Carlinhos Brown.
Martes de Carnaval. Con ese t¨ªtulo agrup¨® Valle-Incl¨¢n tres esperpentos, a saber: Las galas del difunto, Los cuernos de don Friolera y La hija del capit¨¢n. Todo el a?o, nos dice el escritor, es Carnaval. Lo sabemos. Y qui¨¦n no lo sabe. Gui?oles y fantoches de carne y hueso han animado, animan y animar¨¢n (es un decir) la vida p¨²blica. Estos carnavalescos d¨ªas se celebra el vig¨¦simocuarto aniversario de la carnavalada de Rumasa. Durante a?os y a?os Ruiz-Mateos fue reina del Carnaval de Celtiberia. De eso, de Celtiberia y de sus carnavales, escribi¨® mucho Luis Carandell, con su disfraz de Dickens catal¨¢n y su estupendo humor. Tambi¨¦n un Martes de Carnaval (de 1925) se descarraj¨® un tiro en la cabeza el escritor bilba¨ªno Manuel Aranaz Castellanos, uno de los escasos autores costumbristas (o el ¨²nico) con sentido com¨²n, sentido del humor y sentido social. La faltaba el sentido econ¨®mico. Por eso cuando quebr¨® el Cr¨¦dito de la Uni¨®n Minera (el banco m¨¢s literario que ha dado este pa¨ªs) Aranaz decidi¨® suicidarse.
Se acab¨® el Carnaval. La sardina pasada por agua ser¨¢ enterrada hoy con m¨¢s pena que gloria. Ma?ana ser¨¢ Mi¨¦rcoles de Ceniza, para que no olvidemos lo que somos: polvo de Carnaval. Los disfraces volver¨¢n al armario. Algunas pobres ni?as que se vistieron de cabareteras estar¨¢n en la cama con pulmon¨ªa. Se acab¨® el Carnaval, pero todos estamos esperando el disfraz que Batasuna se pondr¨¢ para concurrir a las pr¨®ximas elecciones. La vida, como dice un poeta gaditano, es una chirigota la mar de seria.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.