Los procesados comer¨¢n caliente
Termin¨® la sesi¨®n de la ma?ana, a las dos de la tarde, y el presidente del tribunal, Javier G¨®mez Berm¨²dez, hizo un anuncio: "A partir de ma?ana [por hoy] habr¨¢ un catering para los procesados, para que coman caliente".
Los procesados que asisten al juicio desde la pecera blindada se levantan a las siete o siete y media en su prisi¨®n correspondiente. Proceden de Alcal¨¢ Meco, Navalcarnero, Soto del Real y Aranjuez. Desayunan y, en furgones de la Guardia Civil, son trasladados al edificio de la Audiencia Nacional en la Casa de Campo.
Desde el jueves, cada prisi¨®n se encargaba de entregar a sus reclusos una bolsa con bocadillos. El edificio donde se celebra el macrojuicio carece de cafeter¨ªa y llevar a los presos a un restaurante cercano es imposible por motivos de seguridad. De ah¨ª que la Direcci¨®n General de Instituciones Penitenciarias haya recurrido a una empresa de servicio de comidas a fin de que los procesados coman caliente.
Una empresa de servicio de comidas contratada servir¨¢ desde hoy el almuerzo
Al llegar al edificio de la Audiencia, a eso de las nueve de la ma?ana, los procesados son conducidos a los calabozos de la planta baja. En tres celdillas anexas con dos asientos divididos por una pared de cristal con agujeros a la altura de la cabeza, los abogados defensores aprovechan esa hora para dialogar con sus defendidos. Por lo general, estas celdillas son utilizadas por los procesados que van a declarar esa ma?ana.
A las diez de la ma?ana comienza la sesi¨®n. El presidente del tribunal ordena trasladar a los procesados, que desde los calabozos suben una planta para acomodarse en los bancos de madera con que cuenta la pecera blindada.
No tienen sitio asignado. Y sin embargo, casi todos se colocan siempre en el mismo lugar, d¨ªa tras d¨ªa: Rabei Osman, El Egipcio, acusado de ser uno de los cerebros de la masacre, prefiere la fila del medio y el centro mismo del habit¨¢culo. Sigue las sesiones con las manos en las rodillas y la cabeza inclinada, sin hablar con nadie.
Jamal Zougam, acusado de poner ¨¦l mismo las bombas en uno de los trenes, elige la misma esquina, la que est¨¢ m¨¢s cerca del p¨²blico, por lo general v¨ªctimas o familiares de v¨ªctimas. Zougam lo observa todo con expresi¨®n ausente, casi aburrida. Ayer, hasta escond¨ªa la cabeza entre los brazos para adoptar una posici¨®n m¨¢s c¨®moda.
Una c¨¢mara de seguridad les enfoca constantemente. Adem¨¢s, de vez en cuando se aprecia una cabeza vigilante asomando por el ojo de buey de la puerta blindada. Por lo general, no dialogan entre ellos. Los que ya han declarado se muestran m¨¢s relajados. No volver¨¢n a hablar hasta el t¨¦rmino del juicio, como m¨ªnimo en mayo. Hasta entonces nada interrumpir¨¢ el horario.
A las dos de la tarde se interrumpe la sesi¨®n. Los presos vuelven a bajar al calabozo. Comen ah¨ª. Alguno habla con su abogado en la celdilla correspondiente. Vuelven a subir a las cuatro. Se sientan en los mismos sitios. As¨ª hasta las ocho.
A esa hora, en el exterior, la polic¨ªa se mueve: comienzan a intercambiar mensajes en los radiotrasmisores avisando de que el juicio est¨¢ a punto de acabar. Los guardias civiles encargados del traslado de los presos pasan conduciendo los furgones. Un agente corre en direcci¨®n a los calabozos enarbolando una porra en la que est¨¢n ensartadas las esposas.
A las nueve y media, los presuntos culpables del 11-M cenan en su c¨¢rcel.
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